El episcopado en el Metodismo
Antecedentes
El episcopos (en griego, literalmente, quien “mira sobre –o alrededor”) era un empleado doméstico –muchas veces un esclavo—que actuaba como el mayordomo que debía asegurar que se cumplieran las distintas tareas (liturgias) encargadas a los otros servidores (diáconos). A veces también se usaba esa designación para servidores del municipio. Esa nomenclatura de la casa patriarcal griega pasó a la naciente iglesia cristiana (ver, por ejemplo, Filipenses 1:1). Luego esas funciones, con distintas responsabilidades y grados de autonomía, se fueron jerarquizando con la creciente institucionalización de la iglesia. Por otro lado surgieron los ancianos (presbíteros) como referentes comunitarios, encargados de presidir la congregación.
Con el tiempo, y a medida que la iglesia se hizo católica e imperial y centralizó el poder eclesial, el episcopado, así como los otros oficios (presbítero y diácono) se transformaron en “órdenes”. Allí nace también la idea de “ordenación” (asimilarse a un orden, según se organizaba la sociedad imperial). Así pasó al anglicanismo.
Cuando el movimiento metodista fue separado de la Iglesia Anglicana, se mantuvieron los órdenes de quienes venían de esa tradición, pero no había entre ellos obispos, por lo cual el metodismo inglés no cuenta con obispos. Al pasar a las colonias (actualmente Estados Unidos de Norteamérica) y formarse el metodismo como Iglesia autónoma, Juan Wesley consintió en designar a Francis Asbury y Thomas Coke como sus obispos. Su argumento fue que en el Nuevo Testamento la función de obispo y la de presbítero son equivalentes, y por lo tanto, como presbítero, tenía la capacidad de hacerlo. Por eso el episcopado metodista es una función, y no un orden, como en el catolicismo o entre los ortodoxos.
Antecedentes bíblicos
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento las formas verbales (episkopeo y episkeptomai, algo así como “obispar”), se traducen por cuidar, visitar, sostener, como en Santiago 1:27. También en Hebreos 2:6, al citar el Salmo 8:5. El verbo también se usa para la elección de quienes han de servir a las viudas (Hechos 6:3). En su forma como nombre de una función, la mejor descripción aparece en Hechos 20:28: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”.
Una idea de esta función la podemos ver en la parábola de Jesús en Mateo 24:45-51: hay un siervo puesto al cuidado de la casa, para mantenerla activa y para cuidar de sus consiervos, y por ello es bien considerado y compensado. Pero también hay una advertencia sobre quien se vuelve autoritario, descuida o maltrata a los suyos y desvía el sentido de su función. Y si bien esta alegoría se dedica originalmente a los dirigentes judíos y se encuentra en el discurso del fin de los tiempos, su valor no disminuye cuando la aplicamos a la iglesia hoy y su testimonio actual.
Como puede desprenderse de esta y otras citas bíblicas, la función episcopal estaba dedicada hacia adentro, al cuidado de la propia iglesia, al sostén de sus miembros más débiles, y en todo caso, a cierta organización interna para que se pudieran cumplir bien las otras tareas domésticas y eclesiales.
Esa historia traidora…
Pero la persecución primero y luego la asimilación al orden imperial cambiaron la historia. Sea porque era necesaria una referencia frente a la dispersión que ocasionaba la persecución, o bien para diferenciar ortodoxia de herejía, los obispos tomaron un papel preponderante, y comenzaron a reemplazar a la misma comunidad. El obispo pasó a centralizar la presencia de la iglesia, a tal punto que se empezó a decir “donde está el obispo, allí está la iglesia”.
Finalmente, con el orden católico después de la oficialización del cristianismo por parte de Constantino (Siglo IV), los obispos pasaron a ser funcionarios, no ya de la iglesia, sino del Estado. Y así se da en nuestro país con los obispos católicos al día de hoy, que si bien son designados por la Santa Sede, sus sueldos salen del presupuesto nacional y se asimilan a funcionarios estatales en otros derechos.
Pero hubo otra corriente también: algunos obispos, a lo largo de la historia, sintieron que su deber pastoral hacia el pueblo debía manifestarse en el cuidado de los humildes y perseguidos, no solo de su grey sino de todo el pueblo, y en la denuncia de los abusos de los poderosos. En esos casos la función episcopal también se manifestó en un testimonio profético.
Nuestro episcopado metodista argentino
La práctica concreta desde la autonomía de la IEMA ha mostrado varias de estas características: el énfasis está, como en la descripción bíblica, en el cuidado del rebaño, como un ministerio de acompañamiento y estímulo en el testimonio de la Iglesia, como atención y sostén de la comunidad, especialmente de sus consiervos pastores. Pero también se lo reconoce como referencia de la Iglesia ante el mundo externo, y en nuestra particular situación en Argentina, han sido la expresión de la voz profética ante la sociedad. También tienen una función administrativa, como los episcopoi de la casa griega, pero, como queda dicho en el caso de la parábola, esa administración mira al bienestar de los suyos y el armónico funcionamiento del conjunto. Su fin es asegurar el testimonio del conjunto, redimido por Jesús, el Cristo, y convocado en el poder del Espíritu.
Por Néstor Míguez
Licenciado y Doctor en Teología (ISEDET), Profesor de Biblia (Nuevo Testamento), Autor y Conferencista Internacional, Docente-Facilitador de la lectura popular de la Biblia, Presbítero de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, Presidente de la FAIE (Federación Argentina de Iglesias Evangélicas).
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