Primer Congreso Nacional de Diálogo Interreligioso por la Paz
Acta de la Proclama
A los quince días del mes de Agosto de 2016, nos encontramos presentes, en San Miguel de Tucumán, Cuna de la Independencia, hermanos y hermanas de distintos credos, reunidos en el Congreso Nacional de Diálogo Interreligioso cuya convocatoria se proyectó ante toda la sociedad, en el marco del Bicentenario de la Independencia con el Lema “Buscando juntos la paz como expresión armónica de la pluralidad religiosa.”
La paz es verdaderamente un nombre de Dios, que nos compromete a todos a realizarla en el amor, en la justicia y en la comprensión.
Por eso decimos: “BUSCAMOS JUNTOS LA PAZ”
Constatamos la ignorancia como la base la mayoría de los desencuentros y conflictos. Por eso nos comprometemos a formarnos y darnos la oportunidad de conocernos en nuestras riquezas y diversidad, para no caer en un sincretismo religioso, sino entendernos y amarnos desde nuestra propia identidad.
Decimos: “BUSCAMOS JUNTOS LA PAZ”
Nos convocamos los ciudadanos de la República desde la diversidad plural democrática, a trabajar para afianzar la paz y la búsqueda de una cultura del encuentro, digno, responsable y austero; que se consagre a la reciprocidad solidaria, conducida con equidad, igualdad y justicia y que asegure un futuro auspicioso y promisorio, iluminado por la educación, salud, desarrollo y bienestar para las próximas generaciones.
Decimos: “BUSCAMOS JUNTOS LA PAZ”,
Nuestros jóvenes se comprometen, con un corazón lleno de apertura, a la escucha atenta del otro, a contagiar la paz en sus comunidades y actividades cotidianas, a la no violencia, a ser portadores de una luz que arrojará a la sociedad futura signos de amor y esperanza y aceptamos que ellos son los valiosos herederos de nuestros principios.
Decimos: “BUSCAMOS JUNTOS LA PAZ”
La educación para la paz la haremos realidad por medio del ejemplo en todos los ámbitos de nuestra vida y a través de la oración constante.
Decimos: “BUSCAMOS JUNTOS LA PAZ”,
Que el modelo de diálogo aquí presente sea modelo de paz y convivencia fraternal para la sociedad en su conjunto.
Decimos: “BUSCAMOS JUNTOS LA PAZ”
Sigamos celebrando aquel encuentro de diálogo que abrió el camino de la Independencia, invocando a Dios, fuente de toda razón y justicia.
Decimos: “BUSCAMOS JUNTOS LA PAZ”
Ponencia del Obispo Frank De Nully Brown
Congreso Nacional de Diálogo Interreligioso por la Paz
San Miguel de Tucumán, 13 al 15 de agosto 2016
Introducción:
¡Qué bueno es que en el marco del bicentenario de la “Declaración de la Independencia” de nuestra Patria, nos animemos a conversar sobre el diálogo interreligioso que viene creciendo en los últimos años en todo el país!
Soy integrante de la Iglesia Evangélica Metodista que en este país levantó uno de los primeros templos evangélicos en la ciudad de Buenos Aires y que constituyó su primera congregación hace 180 años, siendo la primera congregación que predicó en castellano para que todo el pueblo comprendiera el mensaje del Evangelio.
El edificio de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina -situado en la calle Corrientes 718 e inaugurado en el año 1874 en medio de la ciudad de Buenos Aires- es también un testimonio de convivencia y aceptación de lo diverso y diferente que fue ganando su espacio en nuestra sociedad argentina. Un espacio de convivencia que se fue construyendo, no sin dificultades y muchas veces con dolor, pero con la alegría de recorrer ese camino en los brazos del Señor.
Hace cuarenta años hablábamos de un diálogo ecuménico que comprendía a los cristianos. Luego propiciamos ese diálogo con la tradición hebrea, una tradición que origina y fundamenta al cristianismo. Hoy, esa perspectiva de diálogo se amplía a todas las expresiones religiosas para poder descubrir que cada religión tiene algo que aportar a la construcción en común de una humanidad que necesita vivir en paz. Es esa perspectiva la manera de construir la conciencia y darnos cuenta de que, a través del diálogo, cada uno de nosotros y nosotras afirmamos nuestra propia identidad subjetiva y esa identidad resulta enriquecida con la visión de lo colectivo, con la visión de Pueblo. Una visión que permite no ver en el otro una amenaza sino un hermano.
La cultura del diálogo me invita a preguntarme el por qué y para qué de mi experiencia propia de fe y la del otro. De esa fe que tiene que ver con el sentido que le damos a la vida.
¿Para qué estamos en este mundo? Una pregunta sin duda fundamental para quienes hemos asumido el compromiso de no existir para ver pasar las cosas sino para ser protagonistas. Esta búsqueda me relaciona con Dios. Dios crea al ser humano para hacer algo, no para que quede estático. El ser humano está en movimiento junto a todo aquello que lo circunda y que como él también se mueve.
Creer, afirmar que la fe es búsqueda del sentido de la vida, exige coraje. Animarse a creer es asumir el riesgo del fracaso. Muchos no se atreven a pasar por la experiencia religiosa por el temor de ser defraudados.
Víctor Frankl decía “la verdadera preocupación del hombre no es pasarla bien, ni tampoco esquivar el sufrimiento, sino encontrar el sentido de la vida”: mi vida tiene sentido en la manera en que descubro la misión que tengo en ella. La vida se recibe para darla y ahí descubrimos el significado. Es entregarse a los demás. Decía el cantautor Pablo Milanés en una canción “La vida no vale nada si no es para perecer para que otros puedan tener lo que uno disfruta y ama. La vida no vale nada si yo me quedo sentado, después que he visto y soñado que en todas partes me llaman.”
La vida de cada uno tiene significación siempre en relación con los demás, porque somos seres sociales por excelencia. Esto vale también con referencia a mi experiencia religiosa que me conecta con lo trascendente y el prójimo. Se trata de la elección de una vida que tiene en cuenta aquel plano que nos trasciende a la vez que nos humaniza.
Animarse al diálogo interreligioso es atreverse a soñar que buscamos otro mundo donde la paz es posible, no buscamos borrar nuestras identidades para construir otras, todo lo contrario a partir de lo que somos y creemos nos damos la mano.
Nuestras diferencias:
El diálogo es un camino para comunicarnos y entendernos: se trata de un camino a recorrer siempre junto al otro, poner en común el reconocimiento de nuestras diferencias. Eso se torna necesario en un mundo en el que vivimos, que cambia rápidamente y es cada vez más pluralista.
Necesitamos reconocer que somos atravesados por muchas cosas que nos hacen distintos. El solo hecho de tener una opinión propia que tenemos que defender nos pone ante el desafío de la diferencia. Y esa diferencia no es otra cosa que realidad de estar los seres humanos hechos de las grietas cavadas por nuestra experiencia de vida, esa experiencia que nos hace distintos.
Los pueblos del mundo se pueden dividir por múltiples causas: el color de la piel -negros, blancos, amarillos y rojos-; según la clase social -clase alta, clase media y clase baja, los ricos y los pobres; por nacionalidad -franceses, ingleses, argentinos y rusos-… Y así podríamos seguir buscando cosas que nos diferencian y utilizarlas para distanciarnos.
Nunca podremos comprender la unidad como uniformidad, por eso necesitamos dialogar y establecer puentes que nos permitan seguir creciendo.
Pretender el recorrido de un camino sin diferencias como un terreno llano, pulido y sin relieves, es pretender algo que no tiene existencia en la realidad. No hay un camino ideal sin conflictos. El conflicto es parte de nuestras relaciones personales y comunitarias. No podemos esquivarlo, pero sí podemos trabajarlo como desafío para superar la crisis que provoca. Todo tipo de relación conlleva la posibilidad del conflicto como parte inherente de la misma, lo que podemos es cambiar la actitud que permita convertirlo en una oportunidad de aprendizaje y crecimiento.
El conflicto provoca movimientos. Las cosas se corren, no son como siempre las vimos. El movimiento nos hace ver la diversidad y las expectativas diferentes que se tienen que conjugar no en un discurso de unidad superficial sino en el recorrido de una caminar juntos aunque duela, aunque la senda sea estrecha, superando la incomodidad. Es esto lo que nos desafía a hacernos cargo de nuestras diferencias como país y comunidad mundial. Parte de nuestra vida en sociedad es conjugar las diferencias para lograr una armonía.
Fundamentalismos:
Los fundamentalismos son un fenómeno que nos asusta ante ciertos acontecimientos que son de conocimiento mundial. Diría que no son nuevos en el devenir de la historia humana. A lo largo de ella se han manifestado de diferentes maneras y el cristianismo no está exento de este pecado.
El camino del diálogo nos convoca a reconocernos como diferentes y buscar juntos la paz. Y la paz debemos entenderla como la búsqueda del bienestar común. No se trata de una cruzada en nombre de Dios que elimina a los demás. Las guerras en nombre de Dios siempre defienden intereses muy particulares.
El fundamentalismo se produce cuando me creo dueño de toda la verdad y no sólo de una porción. El fundamentalismo está conectado también con el fanatismo que nos lleva a posturas irreductibles. Esto se produce como fenómeno religioso y también político y cultural. El fanatismo saca a relucir lo peor del ser humano y de la sociedad. Ese fanatismo es una construcción ideológica y mental que se quiere imponer a todo ser humano. Necesita construir algo pequeño que pueda dominar y manejarlo como propio.
Al fundamentalista no le interesa dialogar y conocer las razones del otro, sólo quiere imponer una verdad que cree absoluta. Esta actitud sólo se puede modificar cuando enseñamos al ser humano a hacerse preguntas de todas las cosas y saber que no todo puede ser respondido. El fundamentalista tiene miedo de confrontar con otra verdad, miedo a la vida que expresa la diferencia. El fundamentalista ve y analiza su alrededor como una amenaza que cuestiona esa verdad que pretende ser “toda la verdad”.
El concepto de enemigo aparece en todos estos fenómenos donde se exacerban actitudes negativas. No podemos creer hoy que barriendo a nuestros enemigos solucionamos todos nuestros males o problemas. Necesitamos trabajar este concepto con lo mejor que tienen nuestras tradiciones religiosas.
El planteo de Jesús es vencer el mal con el bien, quebrar los círculos de violencia.
Hay un texto del Evangelio que nos relata el encuentro de Jesús con los discípulos en uno de sus diálogos que dice así: “Juan le dijo: -Maestro, hemos visto uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros. Jesús contestó: – No se lo prohíban porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. Cualquiera que les dé a ustedes aunque sólo sea un vaso de agua por ser ustedes de Cristo, les aseguro que tendrán su premio.” (Marcos 9: 38- 41). Esto cimienta un espíritu de apertura y una conciencia de que no todo pasa por nuestra comprensión de la verdad. No sólo vale lo que nosotros hacemos. Esa conciencia es la que quiebra toda actitud fanática de creernos los únicos. Esta conversación de Jesús con sus discípulos, que están preocupados porque no son poseedores de toda la verdad y no son los dueños de los bienes de la salvación, quiebra toda postura fanática.
No debemos confundir fundamentalismo con los fundamentos de una fe. Los cristianos protestantes y evangélicos afirmamos que la Palabra de Dios es el fundamento de nuestra fe, su lectura nos permite crecer en la búsqueda de la voluntad de Dios. Esto se diferencia a tomar la Biblia en un sentido literal y hacerle decir lo que nosotros queremos sin tomar en cuenta el contexto socio-histórico.
Nuestras preocupaciones como comunidad global:
Hoy la humanidad tiene tres grandes desafíos para abordar, de los cuales nuestras voluntades de diálogo no pueden escapar:
1. El cuidado del medioambiente: los movimientos ecológicos de diferentes signos ideológicos y políticos nos advierten algo a lo que no siempre hemos prestado atención, por lo menos desde la tradición cristiana: el cuidado de la creación y de todas las cosas que incluye al ser humano; la necesidad de recuperar una teología del cuidado, de cuidarnos mutuamente. Hemos olvidado y malinterpretado el mandato de cuidar la Tierra.
En los dos relatos de la creación del Génesis encontramos los siguientes mandatos para el ser humano: “Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen, varón y mujer los creó, y les dio su bendición: ‘Tengan muchos, muchos hijos; llenen al mundo y gobiérnenlo; dominen a los peces y las aves, y todos los animales que se arrastran.” (Gn 1:27-28) y “Cuando Dios el Señor puso al hombre en el Jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (2:15). Ser mayordomo de una creación que es entregada con sentido de cuidado y no de destrucción -como lo entendió la lógica económica de mercado- es lo que necesitamos recuperar como sentido original de estos relatos milenarios.
El planeta como nuestra casa y no de otros. Aquí van a vivir las generaciones que vienen por delante, nuestra familia.
El problema ecológico se relaciona con nuestro egoísmo, desidia y los intereses económicos que están por detrás.
Necesitamos tener un concepto amoroso de la tierra y todo lo creado por Dios, como un regalo o préstamo. El drama ecológico termina con la destrucción del ser humano también. Ya no sólo se explota al ser humano sino a los animales, plantas y ríos hasta su destrucción total.
En ese sentido debemos escuchar aquello que los pueblos originarios en su respeto por la tierra tienen como mensaje para trasmitir a la sociedad actual.
2. La justicia económica que permita la posibilidad de que todos vivamos con dignidad.
Debemos abogar por la igualdad de oportunidades: quien nace en una familia con recursos económicos, en la extrema pobreza o es migrante debe tener las mismas posibilidades de educación, salud y acceso al conocimiento que le permita buscar la libertad en el marco de una vida digna.
La concentración de la riqueza en pocas manos es un dilema que afronta el mundo de hoy. La economía de mercado afirma que la riqueza es la solución definitiva de todos los problemas. Sin embargo la codicia va instalando un sistema de relaciones injustas en todos los niveles, poniendo el énfasis en el crecimiento económico individual. La codicia y la injusticia van juntas de la mano. En la medida que construyamos relaciones justas habrá paz en esta nación y en el mundo.
Las relaciones justas son un tema para trabajar como un concepto que tiene que ver con las posibilidades para toda la humanidad, más allá de la condición de cada individuo. Porque la vida de todos los seres humanos vale, no hay una vida que sea mejor que otra. Vivimos en una cultura occidental que desde hace mucho tiempo ha degradado el valor de la vida, la del niño abandonado, el hambriento, el torturado, la vida de miles de mujeres víctimas de violencia de género, a esto se suman los atentados que confirman el dictamen de este nuevo imperativo.
El profeta Miqueas une la adoración y la justicia como íntimamente conectadas, también otros profetas lo afirman. El texto que citamos a continuación refleja una identidad que recoge la espiritualidad cristiana cuando dice: “El Señor ya te ha dicho, oh hombre, en qué consiste lo bueno y que es lo que él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal y que obedezcas humildemente a tu Dios” (Miqueas 6: 8)
Seguir a Dios y practicar la justicia son dos aspectos íntimamente ligados en la tradición cristiana. No es otra cosa que el principio ético universal de hacer el bien y evitar el mal.
3. La convivencia entre las personas y los pueblos
En este aspecto, la religión tiene mucho para hacer y contribuir. Hoy más que nunca nos relacionamos con diferentes cosmovisiones de la vida; nos toca relacionarnos con diferentes modos y pensamientos que provocan seguramente movimiento en nuestro propio pensamiento.
Los conflictos bélicos son un gran negocio con serias dificultades para desarticular. Nuestra economía se apoya en estas industrias y los poderes militares de los grandes estados son funcionales a esto.
La paz no es sólo la búsqueda de la propia seguridad en el mundo, nos exige profundizar el cuestionamiento a las estructuras socios económicos que generan violencia y que quiebran hasta nuestras relaciones interpersonales y comunitarias.
Aquí aparece el tema de la inclusión porque hay algo que está excluido y debería haberse incluido. El sentido de hermandad necesita ser recuperado como algo esencial para todo el género humano. ¿Cómo hacer para que vivamos en paz? En cualquier guerra ya no podemos hablar de ganadores y perdedores, todos perdemos. Es el fracaso de la civilización humana. No podemos hablar de guerras justas donde mueren y se mutilan vidas humanas que para Dios son preciosas.
No podemos curar el mal con más mal. Guerreamos para terminar la guerra. Es algo que parece una paradoja absurda.
Podemos hacer algo concreto por el no uso de las armas y denunciar las industrias bélicas, quebrando esta lógica de defensa propia eliminando al otro.
El apóstol Pablo nos inspira cuando en su carta a los Romanos nos desafía a buscar un nuevo modo de convivencia: “…y también: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; así harás que le arda la cara de vergüenza. No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el bien el mal”. (Ro 12: 20-21). El temor y el odio al otro es una filosofía que privilegia a las mayorías, sean religiosas, étnicas o lingüísticas destruyendo lo diverso. Tenemos que anunciar que otro mundo es posible pero también denunciar qué cosas lo impiden.
Derecho humano a vivir en paz
Venimos insistiendo en esta temática. El año pasado tuvimos un congreso auspiciado por las Iglesias Luterana Unida y Metodista en este sentido: promover una cultura de la Paz en los ámbitos educativos y barriales. Esto necesita instalarse en el mundo de la justicia y el derecho. Quiero citar a Gunnar Stalsett, un Obispo noruego que nos visitó el año pasado. Dice Stalsett: “Los conflictos son a veces necesarios y la reconciliación siempre tiene un costo. El papel de las religiones en la promoción de culturas de paz no es el de remover los conflictos, sino el de ayudarnos a transformarlos para que podamos avanzar en nuestra búsqueda de la paz, la verdad y la justicia. También nos ayudan a cicatrizar las heridas en nuestras memorias y a enfrentar el futuro con una esperanza arraigada en algo que va más allá de nuestra propia experiencia”.
Paz y justicia son dos conceptos que caminan juntos. Iniciemos entonces ese peregrinaje juntos por la paz con justicia.
A manera de conclusión:
La parábola de la oveja perdida siempre me conmueve por su simpleza pero también por la profundidad con que plantea su mensaje, echando por tierra la lógica económica de este mundo. “Entonces Jesús les dijo está parábola: ¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otra noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, contento la pone en sus hombros, y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos, y les dice: alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido. Les digo que así también hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.” (Lucas 15: 3-7). Me impacta esta parábola milenaria por el sentido de totalidad. No podemos vivir en paz hasta que todos estemos completos y en comunión. Releerla me hace preguntas permanentemente sobre el real estado de la humanidad y el vivir en paz.
Finalizo con un pensamiento de Juan Wesley que nos desafía a caminar juntos buscando la paz con justicia desde la experiencia de fe que tiene consecuencias sociales: “Dame la mano. No quiero con ello decir que has de tener la misma opinión que yo. No es necesario. Ni lo espero, ni lo deseo. Tampoco quiero decir que yo tendré tu opinión. No puedo: no depende de mi gusto. No puedo pensar a voluntad, como tampoco puedo hablar u oír según mi placer. Mantén tu opinión, y mantendré la mía, con la misma firmeza de siempre. Sólo dame la mano. Con ello no quiero decir: adopta mis formas de culto, ni que yo adopte las tuyas. No me mueve el deseo de discutir contigo al respecto ni un momento. Deja a un lado toda cuestión de creencias, y que no se interpongan entre nosotros. Si tu corazón es como el mío, si tú amas a Dios y al prójimo, no pido nada más: dame la mano.”
Pastor Frank de Nully Brown
Obispo Iglesia Evangélica Metodista Argentina