Recursos para la acción pastoral

31 Oct 2022
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Recursos para la acción pastoral 06 NoviembreNov 2022

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Prepararse para la muerte

Ayudar a nuestros hermanos y hermanas a prepararse para la muerte es una tarea pastoral irrenunciable. Enfrentar el misterio del más allá en serena confianza en nuestro salvador resucitado, sin fuegos artificiales pero sin amargura, sin oropeles fantasiosos pero sin miedo. Y lo hacemos preparando siempre la vida del más acá, en la solidaridad y en la comunión con quienes más nos necesitan.

“Nosotros somos como una casa terrenal, como una tienda de campaña no permanente, pero sabemos que si esta tienda se destruye, Dios nos tiene preparada en el cielo una casa eterna, que no ha sido hecha por manos humanas… Por eso tenemos siempre confianza…” 2a carta a los Corintios 5.1-2, 6.


Muerte

El hombre y la mujer son seres afectados por la finitud y acosados por la impotencia. Se parece más al Sísifo incapaz de culminar la cumbre de la montaña con la piedra que al Prometeo autosuficiente y desafiador de los dioses. Toda pretensión prometeica choca frontalmente con la muerte, que es una de las más tercas e inesquivables manifestaciones de la finitud e impotencia humanas.

Hoy el problema de la muerte ya no se plantea solo en el ámbito de la escatología, sino también, y preferentemente, en el de la antropología; ni se aborda únicamente en relación con el más allá, sino, sobre todo, en estrecha relación con el problema del sentido de la vida y de la historia, con los imperativos éticos inscritos en la persona y con la pregunta por el futuro del ser humano y del cosmos.

Lo primero que se descubre en la reflexión sobre la muerte es que se trata de un fenómeno universal, que no admite excepciones. No hay ningún lugar donde pueda agazaparse el ser humano para huir de ella. Ni siquiera la eliminación total de la pobreza y la aparición de una sociedad justa y fraterna, sin dominadores ni dominados, lograrían eliminar la preocupación por la muerte. Heidegger definió el existir humano como “ser para la muerte”. La muerte resulta ser la mayor certeza de nuestra existencia.

Lo segundo que se observa es el carácter trágico y terrible de la muerte, que aparece como la más fría antiutopía, afirma Bloch; como la aniquiladora de toda dicha y el disolvente de toda comunidad.

La muerte se nos presenta, al mismo tiempo, como el mayor enigma de la condición humana y el más difícil de descifrar: nunca dejará de ser un misterio. Y junto al enigma se encuentra también la protesta contra su aparente sinsentido. En lo más profundo del ser humano existe una aspiración irreductible a la plenitud y a la consumación, una dimensión prospectiva que apunta al reino de la libertad y a la patria de la identidad. Y eso se quiebra con la muerte.

Según la óptica de la antropología bíblica y cristiana, la muerte es un suceso que afecta a todo el ser humano, pues éste es una unidad en tensión. Rahner habla con gran precisión filosófica-teológica de las dos caras o de la “dialéctica real-ontológica” de la muerte: por un lado, es ruptura desde fuera y desposesión total del ser humano; por otro, es consumación activa desde dentro, engendramiento creciente, toma de posesión total de la persona. Es precisamente en la muerte donde la existencia humana llega a su perfección, a su consumación, a su plenitud.

La dialéctica de la que habla Rahner aparece en la muerte de Jesús. Por un lado, Jesús experimenta la muerte como un acontecimiento trágico y horrible, del que quiere librarse. Por otro, su muerte es un acto consciente de entrega, un acto libre de fe y amor, de esperanza en la realización del reino de Dios, una consecuencia del compromiso liberador que asumió a lo largo de su vida. La muerte de Jesús desemboca en la resurrección, en el triunfo de la vida. Así recupera la existencia plena para sí y para la humanidad. El cristiano afronta la muerte con temor y temblor, pero, al mismo tiempo, la acoge con la esperanza gozosa de la resurrección, porque, desde su fe en el resucitado, confía en que la última palabra está a favor de la vida. La memoria de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, lejos de conducir a la resignación, lleva estrechamente a trabajar por el reino de Dios en la historia.

J J Tamayo, en Diccionario abreviado de pastoral, Verbo Divino, Estella, Navarra, 1999.


Mi marido es una isla misteriosa

Muchos matrimonios piensan casi con dolor en la época de su noviazgo: entonces tenían la impresión de comprenderse… Se hablaban, se franqueaban el uno al otro, experimentaban el gozo de comprender y ser comprendidos. La apertura del uno posibilitaba la del otro. El novio descubría a su novia y ella se sentía comprendida por él, y viceversa.

¿Y ahora? Ya no se hablan verdaderamente. Pueden hablar de muchas cosas secundarias, baladíes, exteriores a ellos mismos, pero de lo que es esencial, de lo íntimo y personal, ya no se dicen nada. El verdadero diálogo está interrumpido; solo hay un intercambio superficial.

Hay aun parejas que ya no hablan para nada. ¡He conocido algunas que habían podido pasar semanas sin dirigirse la palabra! Eso crea una atmósfera espantosa en la familia. Piénsese en cómo crecen los hijos en una mesa familiar en la que uno de los padres no dice una palabra –¡mientras tal vez el otro, para llenar ese vacío atroz, habla demasiado!

La bella curiosidad del noviazgo ha muerto. La sed de comprender y de descubrir se ha deteriorado. Este marido ahora cree conocer a su mujer. A la primera palabra de ella dice con gesto irritado: “¡Siempre sales con la misma historia!” Ante ese aire de superioridad, el otro no se atreverá más a abrirse. Cuanto menos se abra, menos comprendido será; cuanto menos comprendido se sienta, más se cerrará. Se ha perdido el encanto del descubrimiento mutuo. Si crees conocer a tu mujer o a tu marido, es que has renunciado a descubrirlo realmente. La imagen que te has hecho de él y la realidad de su persona estarán cada vez más distantes.

Pero el descubrimiento de la persona nunca es fácil. Recuerdo una mujer que había venido a expresarme graves preocupaciones. Al fin de nuestra entrevista le pregunté: “¿Qué piensa su marido de todo esto?” “¡Oh, mi marido” –exclamó–, mi marido es una isla misteriosa; le doy vueltas y vueltas, eternamente, sin encontrar una playa en que pueda abordarlo”. La comprendí muy bien; hay hombres que son como islas misteriosas. Se defienden contra todo abordaje. No se expresan jamás. Cuando su mujer les habla de algo importante, se esconden detrás de su periódico; adoptan un aire absorto o responden sin mirar a su mujer, con una palabra impersonal, anónima, vaga, que excluye todo debate, o se escapan con un chiste.

Paul Tournier, La armonía conyugal, La Aurora, 5ª ed., 1980, Bs As., pp 13-15


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