Instituciones educativas de la IEMA y pandemia
La Pandemia Covid 19 puso al mundo y, en este caso, a las instituciones educativas de la IEMA, frente a profundos e inmediatos retos, aunque también nuevas oportunidades de hacer, transformar y preguntarse. ¿Cómo revisamos hoy nuestras prácticas institucionales, curriculares, pedagógicas?
Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas,
de pronto, cambiaron todas las preguntas.
Mario Benedetti
¿Y ahora…? ¿Cómo seguimos?
El mundo ha cambiado. La humanidad experimenta, atónita, situaciones que nunca imaginó que podrían suceder. Las escuelas y universidades que siempre entendimos como lugares de socialización, de encuentro, de construcción de lazos comunitarios tienen que concebirse dentro de límites que separan cuerpos y emociones para cuidar y cuidarse. La salud se ha convertido en el valor fundamental a preservar. Pero la salud debe concebirse como salud integral, implica un equilibrio de todas las dimensiones de la persona -cuerpo, pensamiento y espíritu- en comunidad. Equilibrio que se despliega en contextos sociales, culturales, políticos, económicos, ecológicos. Y es desde esta complejidad que las instituciones educativas debemos repensar nuestra misión.
Una de las características del contexto que nos deja la pandemia, agudizada por ella, requiere de una revisión urgente de la praxis educativa. Se trata de la desigualdad social. La distancia desmesurada entre quienes detentan bienes económicos y culturales y quienes apenas sobreviven es enorme y cada día hay muchas más personas desprovistas de lo más elemental, mientras muy pocas acumulan fortunas inmedibles. Las sociedades aparecen fragmentadas y crecen las distancias entre grupos sociales. La crisis económica mundial generada por la pandemia en este sistema capitalista financiero ha mostrado que las políticas compensatorias no alcanzan porque no revierte la lógica de acumulación y explotación. Las intervenciones efectivas requieren cada vez más el trabajo sobre lo cultural. Nuestra tarea educativa sin pretensiones voluntaristas, se vuelve ineludible para generar sensibilidad solidaria y acciones que promuevan el buen vivir, la convivencia entre los humanos en comunidad y con la naturaleza.
En 1987 El Estandarte Evangélico publicó un breve artículo de José Míguez Bonino que mucho recordamos en las instituciones educativas metodistas porque nos definía como confesantes, y no como confesionales que profesan una doctrina. Confesantes porque confiesan la fe en Jesucristo y a partir de esa fe definen su tarea y función sin pretensiones proselitistas.
Nos decía:
- Nuestras escuelas son expresión de una comunidad cristiana evangélica
- Procuran reflejar una concepción cristiana evangélica
- Procuran ofrecer una invitación al encuentro con Dios en Jesucristo.
A partir de estas tres afirmaciones se elaboró la política educativa de la IEMA. No eran principios sencillos, tuvimos contradicciones, avanzamos y retrocedimos y nuestra presencia en la sociedad argentina y en las vidas de educadores y estudiantes tuvo sentido e impacto.
¿Cómo revisamos hoy nuestras prácticas institucionales, curriculares, pedagógicas? ¿Cómo repensamos las acciones para favorecer la accesibilidad, el cuidado del otro y la creación de formas convivenciales que permitan el fluir de la comunicación? ¿cómo intervenimos desde la enseñanza para favorecer transformaciones sociales y culturales que apunten a un mundo más justo? ¿Cómo proclamamos nuestra fe en Jesucristo trabajando por una sociedad igualitaria, inclusiva, respetuosa de la diversidad? ¿Cómo actuamos a favor del desarrollo de la ciencia, del arte, de la tecnología al servicio de comunidades justas y amorosas?
Los educadores y sus comunidades educativas tienen sentipensamientos y acciones para responder a todo esto y mucho más sin pensar en una “nueva normalidad” que normalice y estratifique sino en una diversidad de prácticas transformadoras en permanente revisión.
Graciela De Vita