Recursos para la predicación

29 Abr 2021
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Recursos para la predicación 23 MayoMay 2021

Rojo


Evangelio de Juan 15.26–16.15 – Síntesis del contexto del Evangelio

La voz del Espíritu, que resuena en el mensaje profético, sostiene y confirma la experiencia de la comunidad cristiana, dando testimonio de Jesús y haciéndolo presente. El vigor que la comunidad recibe de la acción del Espíritu se trasmite a la misión, que es su testimonio ante el mundo. La condición para dar testimonio es aceptar la totalidad de Jesús, Hombre-Dios.

Grave peligro de las comunidades cristianas es querer dividir a Jesús, siguiendo o bien a un Jesús hombre de acción, que solo ha dejado su ejemplo, o bien a un Jesús glorioso, despegado de su existencia terrena. Jesús no es solo ejemplo del pasado, sino también y sobre todo el salvador presente; pero tampoco es sólo objeto de contemplación y gozo, sino Mesías a quien seguir y en cuya obra hay que colaborar.

Al no ser Dios visible sino a través de Jesús-hombre y no podérsele conocer sin aceptarlo en la humanidad de Jesús (8.19), cambia la relación del hombre con Dios y con el hombre mismo. Dios no es una abstracción, sino el Padre que se hace visible en Jesús. A un Dios distante se le acepta fácilmente por su misma lejanía; se le puede ofrecer un culto desprendido de la realidad humana. Pero un Dios hombre que se inserta en la historia, poniéndose en relación directa con grupos e individuos humanos, afecta a la misma sociedad.

Al tomar una posición definida ante la realidad humana y social y actuar en consecuencia, discierne con su acción las actitudes que concuerdan con el designio creador y las que se le oponen. Su tema de posición es por sí misma criterio de verdad, y se convierte en norma para los que se llaman discípulos. No se puede concebir una comunidad cristiana que no tenga el mismo compromiso con el hombre que tuvo Jesús.

Esta presencia liberadora de Dios en Jesús se hace insoportable para la institución religiosa él había denunciado y que le dará muerte. Lo mismo hace con sus discípulos. La misma institución, enemiga de la emancipación del hombre y de su plenitud de vida, seguirá persiguiendo despiadadamente a los discípulos de Jesús, que continúan su actitud y su actividad en el mundo. Jesús pronuncia la más dura acusación contra todo sistema religioso que oprima al hombre: aunque dice representar a Dios, no lo conoce. De hecho, quien se atreve a matar al hombre, por el motivo que sea, no conoce a Jesús ni al Padre, y el dios que presenta al mundo no es el verdadero.

En su tensión continua con el mundo, la comunidad está apoyada por el Espíritu, que realiza la comunión entre Jesús y los suyos. El Espíritu constituye toda la verdad y riqueza de Jesús, herencia del Padre, y él la comunica a los discípulos. Su lugar propio es Jesús, en quien habita. “Viene” a la comunidad; al ser aceptado, la hace partícipe del amor de Jesús, poniéndola en sintonía con él y descubriéndole su significado. Así la confirma en su postura. Aunque se vea acusada, no se sentirá culpable. La potencia del sistema opresor y su amenaza no le producirá cobardía. Ella sabe, y lo proclama, que el culpable es el mundo que mató a Jesús y sigue dispuesto a matar (16.2).

Jesús, el que tenía que venir, inaugura la etapa última de la historia. A partir de la comprensión de su muerte-exaltación, los discípulos entenderán toda la verdad sobre él, y ésta será para ellos la clave de lectura de la historia. La verdad total de Jesús ilumina el designio de Dios sobre el hombre; por contraste, pone al descubierto el pecado del mundo, su capacidad homicida, y al mismo tiempo su fracaso, patente en la exaltación de Jesús. El amor completa en el hombre el plan creador y, frente a él, el odio es impotente. Su aparente victoria es su derrota. La vida definitiva, característica de la etapa final, resiste al poder destructor de “el mundo”.

Juan 15.26-27; 16.4b-15

La función del Paráclito: El testimonio del Paráclito y el testimonio de los discípulos. 15.26-27

Nos preguntamos si el evangelista teólogo ha falseado el alcance de los signos y de las palabras de Jesús. La respuesta debe ser negativa. No es un falseamiento sino una profundización. Toda la teología del cuarto evangelio estaba condensada en el himno de júbilo de Mateo 11.25-30 y Lucas 10.21-22 y en los relatos de la Infancia de estos evangelistas. Y la profundización en las palabras de Jesús deja ver un proceso de maduración personal y comunitaria, es decir, un autor y un grupo que ha estado en contacto con varios entornos en los que se ha tratado de aplicar la enseñanza de Jesús.

En el pasaje anterior, el evangelista ha pasado a expresar la gravedad del rechazo a Jesús. “Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado” (15.22). Rechazar este ministerio es odiar a Jesús y al Padre. Es curioso que aquí Jesús hable de “su” Ley, es decir, “de la Ley de ellos”. Probablemente se tiene presenta ya la escisión entre Sinagoga e Iglesia, y anuncia las persecuciones.

Ahora bien, esta situación de persecución genera una nueva mención del Espíritu que asistirá a los discípulos en su testimonio. Es notable la profusión de rasgos con que se define al Espíritu. Se le llama Paráclito y Espíritu de la verdad, títulos que ya hemos visto en 14.16:

El término “Paráclito” (consolador y Defensor) está muy bien justificado porque se trata de consolar a los discípulos con la ausencia del Maestro. La finalidad del envío del Paráclito es para que esté con los discípulos para siempre, es decir, para que los asista.

La calificación del Paráclito como Espíritu de la verdad es típica de la Escuela de Juan y significa el Espíritu que guía hacia la verdad (16.13), que otorga la revelación verdadera (1 Jn 2.20,27). La verdad, según la tradición joánica, santifica (17.17-19).

El envío aquí es atribuido a Cristo: el Paráclito es enviado de junto al Padre, una expresión que nos recuerda también al Logos de 1.1. y al testimonio del Espíritu se unirá el testimonio de los discípulos y discípulas.

La ida de Jesús al Padre. La venida del Paráclito. 16.4b-7.

Jesús pasa ahora a exponer las razones por las que es necesaria la intervención del Espíritu Santo. De nuevo encontramos la expresión “ir al Padre” (o “ir al que me ha enviado”) para expresar los acontecimientos de la Pasión-Resurrección. Aquí es de nuevo Jesús, el que una vez llegado junto al Padre va a enviar al Paráclito.

La función del Paráclito de convencer al mundo: un pecado, una justicia y un juicio. 16.8-11.

Conviene tener presente que aquí la función del Espíritu es convencer al mundo. No se trata de un convencimiento por razones. Se trata más bien de un reproche y de un juicio condenatorio mediante hechos. Así encontramos el siguiente desarrollo: “En lo referente al pecado porque no creen en mí” (vs 9). El no haber aceptado a Cristo es para el cuarto evangelio el pecado por excelencia, el pecado contra la luz; el pecado que los sinópticos llaman “pecado contra el Espíritu Santo” (Mc 3.29 y par).

Jesús prosigue (v 9). La justicia y la santidad de Jesús se muestran en su ida al Padre, es decir, en su Pasión-Resurrección. Esta ocultará a Jesús de una presencia visible, pero el Espíritu proclamará la santidad de Jesucristo.

Finalmente se explica el término “juicio” (v 11). La ida de Jesús al Padre, que tiene lugar en su Pasión y Resurrección, es una entrega por amor y para la salvación del mundo y, en consecuencia, implica la condenación del Príncipe de este mundo que domina por el odio homicida (cf 12.31, “El Príncipe de este mundo es arrojado fuera” y 14.30, “El Príncipe de este mundo no tiene ningún poder sobre mí”).

El Espíritu guía hacia la verdad completa (16.12-15). Tras el desarrollo anterior encontramos de nueva una pausa: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello” (v 12). Esta pausa quiere introducir un nuevo desarrollo sobre la función del Espíritu, como guía hacia la verdad (v 13). Aquí la denominación de “Espíritu de la verdad” aparece plenamente justificada. La verdad completa a la que el Espíritu guiará es la profundización en la verdad sobre Jesucristo, sobre su ser divino, sobre su condición de redentor.

El Espíritu dará gloria a Jesús (v 14) porque, como hemos visto en 16.10, proclamará la santidad de Jesús, “porque recibirá de lo mío y os lo anunciará”, probablemente en el sentido de que el Espíritu recoge las palabras de Jesús y las explica. Esta función del Espíritu es idéntica a la de llevar a los discípulos a la verdad completa.

Juan Mateos y Juan Barreto, en El Evangelio de Juan, Cristiandad, Madrid, 1982. Extractamos las “Síntesis” de ese comentario a la sección de 15.26–16.15, p. 685-686, y el Comentario a los textos recién resumidos, pp. 662-663.


Hechos de los Apóstoles 2.1-41

La irrupción del Espíritu en Pentecostés es la consecuencia directa, histórica y visible en la tierra de la resurrección y exaltación de Jesús (v 33). Es el Espíritu el que constituye realmente el movimiento de Jesús: su primera comunidad en Jerusalén y la misión a todos los pueblos. Lo que antes narró Lucas en 1.12-26está más bien orientado al pasado: regreso a Jerusalén y al Templo y reconstitución de los doce apóstoles (restauración del nuevo pueblo de Israel). Ahora Lucas retoma el inicio de su relato en 1.6-11 (especialmente 1.8) y proyecta el movimiento de Jesús hacia el futro y la misión a todos los pueblos de la tierra.

El relato de Pentecostés está admirablemente construido y tiene una fuerza fundante y transformadora, que ha sido eficaz a lo largo de toda la historia del cristianismo. Toda reforma de la Iglesia comienza siempre con Pentecostés. Lucas recoge los hechos históricos y las tradiciones, pero también a Lucas le interesa el efecto creador y fundante de estos hechos y tradiciones en la historia de la Iglesia de su tiempo y dela Iglesia de todos los tiempos.

Los hechos de Pentecostés. 2.1-13.

En la narrativa de Pentecostés podemos distinguir dos relatos: uno más primitivo y tradicional en el vs 1-4 y 12-13, y otro más evolucionado en los vs 5-11. El relato antiguo tiene un carácter carismático y apocalíptico: hay viento impetuoso y lenguas como de fuego; los presentes hablan en lenguas (vs 1-4) y por eso aparecen ante los demás como borrachos; los hechos suceden en una casa (v 2). El segundo relato es profético y misionero; ya no se trata de habar en lenguas (glosolalia) sino de un don profético: los presentes hablan en galileo (arameo) y cada cual los entiende en su propia lengua nativa. El milagro no está en el hablar (como en la glosolalia), sino en el escuchar (sobre esto se insiste en tres lugares, vs 6, 8 y 11). El evento primitivo se da en una casa; ahora, en el segundo relato, tenemos la impresión de estar en el Templo. Posiblemente Lucas unió aquí, en un solo relato, dos tradiciones históricas, cada una con un sentido diferente. Este recurso literario lo descubriremos en varios lugares en los Hch.

En 2.1 se nos dice que “estaban todos reunidos”. No se trata solo de los doce apóstoles, sino de la asamblea de los 120 (1.15), entre los cuales está María la madre de Jesús, el grupo de las mujeres y el grupo de los hermanos de Jesús, entre ellos con certeza también Santiago, el hermano del Señor (1.14). El don del Espíritu se da a esta primera comunidad. Se añade también que están reunidos “con un mismo propósito” (como en la RV, unánimes) gr. epitoautó, lo que también a veces se traduce “en un mismo lugar” (como la DHH). Podría tratarse esta “unanimidad” de la estrategia restauracionista implícita en la elección de Matías en 1.15-26.

La irrupción del Espíritu viene a romper este propósito de restauración, que mira más al pasado que al futuro. El Espíritu viene de repente, con un ruido como de viento impetuoso y en lenguas como de fuego: estos símbolos muestran la “violencia” necesaria del Espíritu para transformar al grupo presente y reorientar la primera comunidad, desde una posición restauracionista hacia y una posición profética y misionera. Esta tensión entre restauración (pasado) y misión (futuro) es la que vimos en 1.6-11).

Los que se reúnen son “hombres piadosos, que habitaban en Jerusalén, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”. Tenemos aquí una ficción literaria de Lucas: ¡es un hecho extraordinario que estén reunidos en Jerusalén gente piadosa de todas las naciones del mundo! Por ello manuscritos posteriores agregan la palabra “judíos”, acotando los presentes a “judíos de todas las naciones, que habitaban en Jerusalén (ver las notas de la BJ). Lucas en su ficción literaria tiene una clara intención teológica: reúne simbólicamente en Jerusalén a gente piadosa de todas las naciones del mundo, que en Pentecostés va a recibir el testimonio profético de la primera comunidad apostólica. El Espíritu es derramado en función de todos los pueblos y culturas del mundo. Eso ya se da para Lucas en el hecho fundante de Pentecostés.

En los vs 9-11 tenemos la lista de las naciones. Lucas enumera doce pueblos y tres regiones. El primer grupo lo constituyen los nativos: partos, medos y elamitas. El segundo grupo son los habitantes de Judea, Capadocia, Ponto, Frigia, Panfilia y Egipto. El tercer grupo son los forasteros: romanos (habitantes de Roma, sean estos judíos o prosélitos), cretenses y árabes. En síntesis, los representantes de los pueblos vienen de todas las regiones de la tierra, de las culturas antiguas de oriente, de los pueblos establecidos en torno a Judea y de las poblaciones que se desplazan hacia el oriente y occidente, cuyo centro es Roma. Lucas combina criterios culturales, geográficos y sociales, y construye así históricamente el paradigma misionero del Espíritu.

Lucas insiste tres veces (vs 6, 8 y 11) en que los presentes, que vienen de todos los pueblos, entienden el discurso de Pedro, cada uno en su propia lengua. Pedro y los Once son galileos (v 7) y hablan por lo tanto en arameo, que era una lengua bastante conocida en Siria y oriente. El milagro de Pentecostés es que cada uno entiende a los apóstoles en su propia lengua nativa. No se trata de la glosolalia, pues cada pueblo escucha el evangelio en su propia lengua y, podríamos agregar, en su propia cultura. Por eso consideramos hoy a Pentecostés como la fiesta cristiana de la inculturación del evangelio.

Muchos comentarios oponen erróneamente Pentecostés a la confusión de leguas en Babel (Gn 11.1-9). En Babel, la unidad impuesta de una lengua por el Imperio (Babel=Babilonia) –no así antes, ver Gn 10.5, 20 y 31–fue lo que permitió la construcción de la ciudad con una torre militar, que es el proyecto de dominación (Gn 11.2-4); la recuperación liberadora de las lenguas nativas hizo posible detener la construcción opresora de la ciudad, lo que se identifica con el proyecto de Yavé (Gn 11.5-8). Una lectura del Génesis desde la perspectiva dominante y colonial, siempre vio la pluralidad de lenguas y culturas como una maldición y un castigo. En Pentecostés se habría recuperado la unidad perdida en Babel.

Desde la perspectiva liberadora de la inculturación del evangelio, la diversidad de lenguas es el hecho liberador que permitió la huida de los trabajadores y la paralización de la construcción de la ciudad. En Pentecostés cada pueblo conserva su lengua y su cultura. Lo nuevo de Pentecostés es la unidad en la comprensión del evangelio, manteniendo la diversidad de lenguas y culturas. La unidad de lenguas no es el proyecto original de Dios, ni tampoco su recuperación en Pentecostés, sino una forma de dominación cultural. El proyecto original de Dios, recuperado en Pentecostés, es una humanidad plurilingüe y multicultural.

El discurso de Pedro. 2.14-36.

El discurso tiene dos partes: vs 14-21y 22.36. En la primera parte Pedro se dirige a “los judíos y a todos los habitantes de Jerusalén”, incluyendo implícitamente sobre todo a los visitantes piadosos de todos los pueblos presentes en Jerusalén. En esta parte Pedro responde sobre los hechos extraordinarios de Pentecostés, y especialmente al relato antiguo (vs 1-4), donde se da el fenómeno de la glosolalia, que causa la impresión de que todos los que reciben el Espíritu Santo están borrachos, vs 12-13.

En la segunda parte de su discurso (vs 22-36), Pedro se dirige exclusivamente a los “israelitas” y se refiere explícitamente a los judíos de Galilea y Judea que vivieron de cerca y en vivo todos los hechos de Jesús hasta su muerte. Ahora el hecho de Pentecostés queda integrado en un discurso global eminentemente kerigmático y cristológico.

Pedro utiliza tres textos bíblicos en su discurso: Jl 3.1-5; Sal 16.8-11 y Sal 110.1. Ninguno de ellos se refiere a lo que la comunidad está viviendo: la resurrección y exaltación de Jesús y los hechos de Pentecostés. Sn embargo, la comunidad interpreta los hechos a la luz de las escrituras, con lo cual tanto la realidad que viven como los textos que citan adquieren un nuevo sentido. Los hechos interpretan las Escrituras y estos explican los hechos. En esta hermenéutica apostólica los textos son leídos e interpretados, y a veces incluso re-construidos, con bastante libertad.

En la primera parte de su discurso Pedro cita Jl 3.1-5,cambiando el comienzo del texto por un “sucederá en los últimos días”. Es un texto claramente apocalíptico: “los últimos días” y “el día grande del Señor” (vs 17 y 20) no aluden al día del juicio final, sino al día inaugurado por la resurrección de Jesús y que se prolonga por su exaltación (ascensión) y la efusión del Espíritu a lo largo de la historia. Los signos cósmicos (vs 19-20) son utilizados teológicamente para interpretar la importancia trascendental de hechos que suceden en el tiempo histórico presente (cf con el mismo sentido Ap 6.12-18).

Lo fundamental de este tiempo escatológico y apocalíptico del Espíritu es que el Espíritu es derramado “sobre toda carne”: hijos e hijas, jóvenes y ancianos, esclavos y esclavas. En este tiempo del Espíritu todos y todas son profetas. El versículo final de la profecía de Joel subraya este universalismo: “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”.

La segunda parte del discurso de Pedro es cristológica (vs 22-36). En esta entrega de los Recursos hemos comentado la primera parte y, por razones de espacio, solamente ponemos los títulos sobre la segunda parte y las reacciones al discurso:

-v 22: Vida pública de Jesús antes de su muerte.

-v 23: Muerte de Jesús. Acusa directamente al pueblo judío, aunque claramente la acusación es contra los jefes de Israel (cf 4,5,10 y 5.28).

-vs 24-32: Resurrección de Jesús, acompañado del testimonio. No basta interpretar las Escrituras, es además necesario el testimonio personal de los discípulos.

-vs 33-35: Jesús es exaltado, recibe el Espíritu y lo derrama a todos, como están viendo y oyendo.

-vs 36: Conclusión. Jesús ha sido constituido Señor y Mesías con poder, como lo comprueba la efusión del Espíritu.

Reacciones ante el discurso de Pedro. 2.37-41.

-¿Qué hemos de hacer, hermanos? El pueblo ya no se dirige a los jefes y ancianos de Israel, sino a Pedro y a los demás apóstoles. Son ellos ahora quienes deben orientar al pueblo de Israel.

-la respuesta de Pedro confirma un esquema tradicional: conversión y bautismo en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados y así poder recibir el don del Espíritu Santo.

-en el v 40 Lucas acude al recurso literario del sumario, para dar a entender que Pedro no solo dijo el sermón ya presentado sino mucho más, recordando solo una frase en esta instrucción adicional: “Sálvense de esta generación perversa”. El pueblo de Israel, guiado ahora por los apóstoles, debe seguir a Jesús, recibir su Espíritu y salvarse de la generación perversa de los jefes, ancianos y sumos sacerdotes de Templo.


Reflexión pastoral sobre Hechos 1.12–2.17

  1. En el texto de Hch aparece la tensión entre la tendencia institucionalizadora (la reconstitución de los doce apóstoles para dar identidad y continuidad al movimiento de Jesús) y la “violencia” del Espíritu (huracán y fuego) que empuja al movimiento de Jesús como movimiento misionero hacia todas las naciones. ¿Cómo vivimos esta tensión en la actualidad? La institucionalización normalmente es restrictiva (véase las condiciones de Pedro para ser apóstol), el Espíritu es universal (todas las naciones, toda carne: hijos/hijas, jóvenes/ancianos, siervos/siervas y v. 39: para ustedes y para los que están lejos). ¿Cómo vivimos hoy el universalismo del Espíritu?
  2. La dimensión profética de Pentecostés consistió en que todas las naciones de la tierra escucharon el evangelio en su propia lengua. Hoy hablamos de inculturación del evangelio o evangelización desde las culturas. ¿Cómo vivimos hoy en la Iglesia la dimensión profética de Pentecostés en la inculturación del evangelio?
  3. Hagamos una reflexión sistemática sobre las cuatro dimensiones constitutivas de las primeras comunidades después de Pentecostés: la didajé (memoria histórica de Jesús), la koinonía, la Eucaristía y oraciones por las casas y la práctica poderosa de los apóstoles. ¿Cómo vivimos todas estas dimensiones hoy, en las comunidades y en la iglesia global?
Pablo Richard, Hechos de los Apóstoles, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Edit. Verbo Divino, España, 2003. Resumen de GBH.Bottom of Form
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