Pensamientos de Wesley acerca de una catástrofe
En 1755 un terremoto asoló la ciudad de Lisboa y parte de Europa, nunca antes se había presenciado un fenómeno de esas magnitudes. Miles de personas murieron, la mayoría de los antiguos edificios se redujeron a escombros y luego el fuego acabó con lo poco que quedaba.
El primer día de noviembre a las 9.30 horas la ciudad sucumbió ante el más grande movimiento telúrico que Europa haya vivido. Al terremoto lo siguieron tres tsunamis en menos de 40 minutos. Al destrozo de viviendas y el pánico generalizado se agregó un inmenso incendio. Ese día, Lisboa vio morir a más de 100.000 de sus ciudadanos.
Este episodio marcó un antes y un después en varios aspectos de la vida de Portugal y de Europa. El sueño imperial y colonialista de Portugal en América y África sufrió un duro golpe. El antiguo orgullo de Lisboa, de llamar “Casa de Misericordia” al Tribunal de la Santa Inquisición, se topó con el grotesco mensaje del sismo: ninguna iglesia quedó en pie, pero, si los burdeles.
En esa ocasión, Juan Wesley escribió “Graves reflexiones motivadas por el reciente terremoto de Lisboa” (Obras, T VII, p.p. 13-31). En ese escrito del que hoy nos ocupamos, Wesley, toma la noticia del episodio sísmico de Portugal para permitirse una reflexión acerca de ciertas conductas ante la vida. Así lo expresa el autor:
“¡Pero caramba! ¿Por qué no nos convencemos lo más pronto posible, mientras tal convicción todavía pueda sernos útil, que el azar no es lo que gobierna al mundo? ¿Por qué no reconocemos ahora la mano del Todopoderoso surgiendo para sostener su causa antes que Londres quede como Lisboa, Lima o Catania? ¿Por qué siempre tenemos lista una respuesta para protegernos de tal convicción? Por eso decimos que «todas estas cosas son puramente naturales y accidentales; sólo resultado de causas naturales». Pero hay dos objeciones a esta respuesta: primera, no es verdad; segunda, es insuficiente.” (p.p. 20-21)
Es decir que Wesley ataca este tipo de opinión instalada que comúnmente se conoce como “sentido común” y revela la motivación oculta: una falsa confianza de los sectores económicamente poderosos que piensan que sus recursos serán suficiente sostén en la calamidad. Varios párrafos, dedicará el autor para combatir este argumento y su escondida razón. Aquí, algunos de ellos:
“¿Le rogarán al hambre o a la pestilencia que tengan misericordia? ¡Ay de mí! Tan insensatas son sus suposiciones acerca de Dios” (p.22).
“¿Qué defensa obtienen de millares [de libras] en oro y plata? No pueden volar; no pueden dejar la tierra, a menos que dejen su amado cuerpo detrás. Y mientras están en la tierra, no saben adónde huir, ni dónde escapar” (p. 23).
“¿Podrá comprar el dinero, no diré liberación, sino una hora de alivio? Pobre honorable tonto, ¿dónde están ahora tus títulos? Rico tonto, ¿dónde está tu dios áureo?” (p. 23).
En contraposición al “sálvese-quien-pueda” que pregona el egoísmo de los que creen ser más que otros, Wesley convoca a la solidaridad, al amor a la humanidad como expresión del amor a Dios.
“Dios es amor; entonces ama a Dios y serás un verdadero adorador. Ama a la humanidad, y Dios es tu Dios, tu Padre y tu Amigo. Pero cuida de no engañar a tu propia alma; porque éste no es un asunto de poca importancia. Por esto lo sabrás: si amas a Dios, entonces estarás gozoso en Dios. Si amas a Dios, las riquezas, los honores y los placeres de los sentidos no serán más que burbujas en el agua” (p.27).
En estos tiempos de calamidades que atraviesan al mundo, Juan Wesley hace un poderoso llamado al amor al prójimo, al cuidado mutuo como sociedad y repudia a los que, abrazados a sus riquezas, sólo piensan en sí mismos.
Que el Señor nos encuentre a nosotros, ese pueblo llamado metodista, en la huella de Wesley, que nos mostró el generoso amor de Dios en Jesucristo, abrazando a la humanidad toda, en misericordia, servicio y justicia.
Claudio Pose para CMEW