Recursos para la predicación

15 Abr 2024
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Recursos para la predicación 05 MayoMay 2024

Blanco


Evangelio de Juan 15.9-17 – Presentación de Juan Mateos y Juan Barreto

La fidelidad, condición para la alegría

“Igual que el Padre me demostró su amor, les he demostrado el mío” (9a). La unión a Jesús-vid, expuesta en la perícopa anterior, se expresa ahora en términos de amor; la fecundidad es el efecto de su comunicación.

“Manténganse en este amor mío” (9b). Como respuesta permanente al amor que les ha mostrado, pide Jesús a su comunidad que viva en el ámbito de ese amor suyo. La comunidad es, pues, el lugar delimitado por el amor de Jesús, donde son visibles sus efectos; ese amor es su atmósfera y su experiencia.

“Si cumplen mis mandamientos, se mantendrán en mi amor, como yo vengo cumpliendo los mandamientos de mi Padre y me mantengo en su amor” (10). Jesús insiste sobre la necesidad de la praxis como criterio de la unión con él. No existe amor a Jesús ni vida bajo su influjo si no desemboca en el compromiso con los otros. El plural “mandamientos” se refiere al trabajo por el hombre, realizando las obras de Dios (9.3s).

Solamente la entrega a los demás puede dar la certeza de ser objeto del amor de Dios. Este es el criterio que discierne la autenticidad de la experiencia interior. Si no existe el amor no queda más que un vacío, la ausencia de Dios. Y ese vacío se llena de dioses falsos, que toman el puesto del Padre, único Dios verdadero (17.3).

“Les dejo dicho esto para que lleven dentro mi propia alegría y así su alegría llegue a su plenitud” (11). Aparece por primera vez en la Cena el tema de la alegría de Jesús, de la que participan los discípulos (cf 16.20,22,24; 17.13). Se había encontrado ya en el episodio de la samaritana (4.36: así se alegran los dos, sembrador y segador).

Esta alegría “objetiva” por el fruto que nace (v 8) es inseparable de la alegría “subjetiva”: el amor practicado produce la experiencia del amor. Y Jesús comparte con ellos y ellas su propia alegría, la que procede del fruto de su muerte y de su experiencia del Padre, para llevar a su plenitud la de los discípulos.

Labor común en la amistad

“Este es el mandamiento mío: que se amen unos a otros igual que yo los he amado” (12). El mandamiento que constituye la comunidad de Jesús y le da su identidad (13.34) es, al mismo tiempo, el fundamento de la misión. Comunidad y misión no son dos cosas distintas ni separables: no se puede proclamar el mensaje del amor si no es apoyados en su experiencia, ni es posible ofrecer la alternativa al mundo injusto sin crear la nueva comunidad.

“Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos” (13). Señala Jesús cuál es la cima del amor, la que va a verificarse en su muerte próxima. Sin embargo, la frase que usa es indeterminada: uno que entrega su vida. Con esto, Jesús propone el principio para todos sus discípulos y discípulas: la disposición a dar la vida, la decisión de no poner límite a la entrega.

“Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (14). En la alegoría de la vida describía Jesús la adhesión a él como inserción voluntaria y permanente (15.4). Explica ahora la adhesión en términos de amistad. La amistad nace de la comunidad de ideal y de la común vivencia en la entrega a los demás.

“No, no los llamo siervos, porque un siervo no está al corriente de lo que hace su señor; a ustedes los vengo llamando amigos” (15a). En 13.13s, Jesús declaraba ser el maestro y el señor, pero de modo nuevo. En el lavado de los pies se había hecho el primero en la tarea de servicio que todos deben practicar. Aquí aparece lo mismo desde otro punto de vista: el amor mutuo hace hijos e hijas de Dios y pone a los discípulos al nivel de Jesús.

El que los llama aquí amigos, los llamará también hermanos y hermanas (20.17). En el contexto de misión, la amistad con Jesús significa la colaboración en un trabajo que se considera común a todos y responsabilidad de todos; por eso la alegría de la misión se comparte con Jesús (15.11).

“Porque todo lo que le oí a mi Padre se los he comunicado” (15b). Son la persona y la actividad de Jesús las que revelan al Padre (1.18; 14.9,11), pero no proponiendo enunciados sobre el ser de Dios, sino mostrando con su actividad que el Padre es amor sin límite y trabaja a favor del ser humano (5.17). Los verbos que describen la relación con Jesús son quedarse, seguir conmigo, mantenerse en su amor, que indican compañía, cercanía, compenetración, situaciones vitales que van mucho más allá de la enseñanza.

“No me eligieron ustedes a mí, yo los elegí a ustedes” (16a). En cierto modo, Jesús ha elegido a la humanidad entera, puesto que ha venido a salvar al mundo (3.17; 12.24); al acercarse el ser humano, esa elección queda concretada y realizada por la acogida de Jesús. La frase expresa la experiencia de todo cristiano, que, aunque consciente de su opción libre, sabe que no puede atribuir solo a su iniciativa la condición de miembro de la comunidad de Jesús. Esta conciencia es el fundamento de la acción de gracias.

“Y yo los destiné a que vayan, que produzcan fruto y que ese fruto dure” (16b). En el contexto de la cultura de ese tiempo, esta frase adquiere un gran significado: no se trata de jornaleros que suplican ser admitidos al trabajo; son colaboradores elegidos por Jesús antes que ellos pudieran ofrecerse.

No los admite en condiciones de inferioridad, sino en plano de amistad y ayuda (12.26). Y vuelve a eliminar toda pretensión de comunidad cerrada; ellos han de continuar su labor con la humanidad. En esa misión, además, les da libertad (cf 10.18; 13.3). Jesús espera que la labor de los suyos tenga un impacto duradero, que vaya cambiando la sociedad: que el fruto de ustedes dure.

“Así, cualquier cosa que le pidan al Padre, en unión conmigo, se les dará” (16c). La dedicación a realizar las obras de Dios (9.4), que es la sustancia de la misión, pone a disposición de los discípulos y discípulas la fuerza del Padre. A través de ellos y ellas se vierte el torrente de su amor, que la comunidad se afana por manifestar. El Padre, en Jesús, les comunica su fuerza, capacitándolos para la misión liberadora.

“Esto les mando: que se amen unos a otros” (17). Para terminar su sección sobre el amor, repite Jesús su mandamiento (vs 12), subrayando la unicidad del mandamiento y convirtiéndolo en prototipo y punto de origen de todo mandamiento (vs 10) y exigencia (v 7). Y es al mismo tiempo un aviso: si existe esta calidad de amor, la comunidad puede reconocerse como la de Jesús; si no, falta lo esencial. La fidelidad a Jesús solo puede expresarse por la práctica del amor mutuo.

Síntesis

Jesús propone en otra clave la misión de la comunidad y la condición de su fecundidad. En la perícopa anterior las había expuesto bajo la imagen de los sarmientos (discípulos) que han de dar fruto (misión) por unión con la vid (Jesús), plantada por el labrador (el Padre). Ahora cambia la imagen por la de los amigos elegidos por colaborar con su trabajo. Es condición mantenerse unidos a él con el vínculo del amor.

Jesús realiza los mandamientos del Padre, expresando así su amor hacia él. Los discípulos realizan los de Jesús, recibidos del Padre: expresan así su amistad con él y quedan vinculados al Padre.

Este nuevo modo de exponer la relación entre el Padre, él y los discípulos quita cualquier ambigüedad a la vinculación expresada anteriormente bajo la imagen de la vid. Se hace por un amor que es respuesta al suyo, pero Jesús excluye expresamente el amor y la adhesión propia de siervos: es amistad que llega hasta dar la vida por los amigos. La misión de la comunidad adquiere así una dimensión nueva: los discípulos no la ejercen como asalariados, contratados para realizar el trabajo de un señor y ejecutar sus órdenes, sino como amigos que comparten su alegría en la tarea común.

Juan Mateos y Juan Barreto, biblistas católicos españoles en El Evangelio de Juan, Cristiandad, Madrid, 1982, p.660-66


Hechos 10.34-48 – Presentación de Pablo Richard

Pedro en casa de Cornelio.

Pedro comienza su discurso dando testimonio de su cambio de actitud: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato” (v 34-35). Esta declaración de Pedro es lo que Lucas comunica a su comunidad (a Teófilo) y lo que el Espíritu comunica a la Iglesia de todos los tiempos. El discurso de Pedro es un bello resumen del kerigma apostólico primitivo, un evangelio completo, anterior a nuestros cuatro evangelios.

El Espíritu interrumpe el anuncio de Pedro al “caer sobre todos los que escuchaban la Palabra” (v 44). Pedro y los seis circuncisos que lo acompañan desde Jope quedan atónitos al ver que los gentiles han recibido el Espíritu Santo como lo recibió la comunidad apostólica en Pentecostés. Pedro hace que todos se bauticen y nace así la primera comunidad cristiana gentil. Pedro se queda algunos días con ellos.


Reflexión pastoral sobre 9.32–11.18

  1. Los Hechos de Pedro confirman lo que ya ha aparecido a lo largo de Hch, a saber, que la misión es imposible sin un cambio estructural en la Iglesia. La conversión de Pedro apunta hoy a una conversión de la jerarquía de la Iglesia en función de la misión. La misión exige obediencia al Espíritu y conversión.
  2. La misión es obra del Espíritu Santo. El Espíritu actuó en Pedro y en Cornelio simultáneamente. Así hoy el Espíritu actúa no solo en la Iglesia misionera, sino también y simultáneamente en los pueblos y personas misionados o evangelizados. El Espíritu Santo está en acción en la Iglesia, pero también, independientemente de la Iglesia, en los pueblos culturas y personas que la Iglesia busca evangelizar.
  3. La evangelización no es solo de personas, sino de comunidades, pueblos y culturas. Es paradigmático cómo Cornelio recibe el evangelio con toda su casa, parientes y amigos íntimos.
  4. La casa de un centurión romano era el último lugar que Pedro se hubiera imaginado en su estrategia misionera. Él estaba ocupado visitando las comunidades judeocristianas de Lida y Jope, cuando el Espíritu le cambio el programa y lo llevó adonde él menos se imaginaba. ¿Estamos atentos hoy en la Iglesia a la estrategia misionera del Espíritu, tal como se revela paradigmáticamente en el libro de los Hechos? ¿Dónde y cómo se revela hoy el Espíritu Santo para empujar a la Iglesia a la acción misionera?
  5. Lo que impedía a Pedro y a los de la circuncisión ir a los gentiles era un problema más cultural que teológico (una cierta interpretación de la ley más que la ley misma). También hoy la Iglesia está encerrada en su propia cultura, lo que le impide ir a otros pueblos y “entrar en su casa”. La evangelización desde las culturas exige a la Iglesia tomar conciencia de sus limitaciones culturales y abrirse a la presencia del Espíritu en los pueblos y personas.
Pablo Richard, biblista católico chileno. Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2003.


Salmo 98.1-4 – Presentación de Severino Croatto

Hoy nos toca el Salmo 98.1-4. Vale la pena leer todo el himno. Pertenece al IV libro de los Salmos (90-106). El I (3-41) y el II (42-72) contienen muchas “quejas” de gente sufriente, perseguida, marginada, pero el último de estos salmos (el 72) es una oración de urgencia por el rey futuro, sobre el cual se carga un lenguaje de utopía, pero muy teológico, reflejando más bien un ideal. Lo curioso es que el Salmo 72 es atribuido a Salomón (¡el único salmo que lleva su nombre!). A partir del libro III (73-89) se tematiza fuertemente la crisis nacional y de las instituciones (cf. 74 y 88) para culminar –en el 89– con la protesta a Yavé por incumplidor de sus propias promesas a David. Este salmo expresa muy bien la situación postexílica de desamparo y desorientación.

Por eso en el libro IV están concentrados los llamados “salmos de Yavé-rey” (93 y 95-99), con un adelanto en 47 (en el libro II). ¿Qué significa todo esto? Que la esperanza resurge en medio de la crisis. Si no hay más un rey davídico para conducir al pueblo, al menos se puede celebrar a Yavé como rey. Eso es catártico. Pero sobre todo es sostenedor de una fe y confianza que debe ser creativa para expresarse en otras formas históricas.

El mensaje en estos salmos es de:

  1. Adhesión a la “memoria histórica” de Israel. En la peor de las situaciones, el orante no va, desencantado, a otros Dioses. Apela al mismo Dios “que conoce”, que es también el de las “maravillas/ grandezas/ portentos” del pasado (ver la sentida oración de Is 63.7-64:11, o los mismos Salmos citados 74 y 89).
  2. La celebración de Yavé-rey en los Salmos se correlaciona con la de Jesús “sentado a la diestra de Dios” desde la resurrección (tema de los “discursos querigmáticos” de los Hechos).
  3. En los dos casos (del orante en los Salmos, del cristiano que escucha el querigma de la resurrección) las representaciones de Yavé-rey y de Jesús-Cristo entronizado, movilizan la seguridad en el triunfo más allá de las crisis o del martirio, y hasta de la muerte.
  4. Pero sabemos que también hubo un mal uso del modelo "monárquico" del Cristo entronizado.

Para los Salmos, un comentario seguido de todo el Salterio es el de H.-J. KRAUS, Los Salmos (2 vols.); Sígueme, Salamanca, 1996.

Severino Croatto, biblista católico argentino en Encuentros Exegético-Homiléticos 2, mayo 2002, ISEDET, Buenos Aires


1 Juan 5.1 6 – Presentación de Néstor Míguez

Notas exegéticas

Nuevamente, ya llegando al final de su discurso, el autor entreteje los temas la fe en Dios, la filiación divina de Jesús y los creyentes, y el amor de los hermanos. Sin embargo, como es propio del estilo joanino, tanto en el Evangelio como en la carta, los temas son repetidos pero en cada repetición agrega algunos elementos nuevos, matiza con detalles que le añaden fuerza y profundidad. Suelo comparar el estilo joanino con un tornillo: da vueltas siempre en el mismo lugar, pero en cada vuelta se afirma, cala más hondo, profundiza. Por eso, aunque a primera vista parece simplemente volver sobre cosas dichas, observando los detalles uno comprueba que pone en juego nuevos conceptos, argumenta con otros elementos aunque use el mismo vocabulario básico.

La perícopa comienza retomando el argumento, expuesto ya en el Evangelio (Jn 1.12-13) y en la carta (ver comentarios anteriores), de que al recibir y creer en Cristo somos engendrados por Dios. Es decir, por la fe somos engendrados en un nuevo nacimiento, que nos hermana entre nosotros/as y con Jesús. Según el Evangelio ese nuevo nacimiento es tan igualador que hasta es un “nacimiento virginal” (no de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón). De esa manera percibimos la gloria de Cristo y conocemos el amor de Dios.

Así, mientras por un lado ha señalado, tanto en el Evangelio como en la carta, que podemos conocer a Dios en Cristo y en el amor fraterno, ahora complementará ese argumento señalando que el que ama a Dios ama a los hijos de Dios. El lenguaje es intencionalmente ambiguo: no podemos discernir en la expresión “quien es por él engendrado” (nótese la ambigüedad también en cuestiones de género) si se refiere a Jesús o a los/las creyentes. Amar a Dios es amar a todo y todos/as lo que Dios ha engendrado, a todo lo que de él recibe vida. Si antes amar a Dios era amar a sus hijos, ahora amar a los hijos es amar a Dios. Y esto se verifica en el cumplimiento de los mandamientos.

El uso del plural en “los mandamientos” es un detalle a tomar en cuenta. A través de la carta el autor juega con la diferencia entre “el mandamiento” y “los mandamientos”. El singular se refiere siempre al mandato de amor al hermano/a. Es introducido como un mandamiento nuevo (2.8) propio del que permanece en la luz. Pero que es a la vez el mandamiento antiguo (2.7), sólo que es nuevo en la forma en que se aplica. El plural se refiere en cambio, a los mandamientos de Dios, a la necesidad de guardarlos. No aclara mucho, pero es evidente que tienen la fuerza de la ley. De allí que discutirá a continuación porque no es gravoso guardarlos.

El v. 3 nuevamente usa un lenguaje abierto. Una traducción literal nos muestra sus ambigüedades[1]. Este, pues, es el amor de Dios para que guardemos sus mandamientos y sus mandamientos no son cargas. La expresión “amor de Dios” permite al menos dos interpretaciones. Una, que llamamos “subjetiva” lee “el amor que Dios tiene”. En ese caso, el amor que Dios tiene se muestra en los mandamientos que nos da y en el amor con que nos ama, que nos permite aceptarlos y obedecerlos sin que sean gravosos. Los mandamientos y las fuerzas para obedecerlos gozosamente son don del amor de Dios. Pero también es posible una lectura “objetiva”: “el amor que nosotros tenemos a Dios”, amor que se muestra en la obediencia, en el reconocimiento de la ley divina, y que hace que el creyente no encuentre su cumplimiento como una carga, sino como una expresión de ese amor. Esta circularidad recorre toda la epístola. Amamos porque él nos amó primero. Pero también, porque podemos amar podemos servir a Dios.

El autor vuelve con una vuelta más a la rosca. Nuevamente pone en juego la oposición fe-mundo. El amor vence al mundo, la fe vence al mundo. De hecho, toda esta perícopa, desde el primer verso, se sostiene en esta relación entre fe y amor. El que es nacido de Dios ama, guarda los mandamientos, y vence al mundo. Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo, donde nuevamente entra en juego la posible doble interpretación. La victoria que vence al mundo es nuestra fe, con lo que volvemos a la primera frase del v. 1. Vencer al mundo es vencerlo como Cristo lo vence, en la cruz que es la muestra de un amor que no claudica ni frente a la misma muerte. Afirmar que Jesús es el hijo de Dios es reconocerse hijo, hija de Dios, y por ello vencer al mundo. Frente a un mundo que siembra amenaza y muerte, “quien tiene al Hijo tiene la vida (5.12). Afirmar la fe es afirmar la vida, la vida que es engendrada en Dios, que se manifiesta en el amor, que acepta los mandamientos como camino de obediencia y que se expresa en la hermandad de los creyentes, que logran vencer al mundo, no con las fuerzas del mundo, sino con la práctica de la verdad.

Líneas homiléticas

En el mundo se vence de una manera. Pero acá no se trata de cómo se vence en el mundo, sino de cómo se vence al mundo con sus juegos de victorias temporarias, de poderes efímeros. Esta victoria se da al recibir la posibilidad de ser hechos hijos e hijas de Dios. Podemos tomar en la predicación este último versículo para leer para atrás el texto. Buscar el fundamento de una fe que permite vencer al mundo en la experiencia y la práctica del amor de Dios y del amor de los hermanos y hermanas. Las formas abiertas del texto invitan a un sermón dialogado, si las circunstancias lo permiten. O también a incluir testimonios de hermanos y hermanas de la comunidad que hayan logrado “victorias sobre el mundo” desde la experiencia del amor de Dios en sus vidas.

[1] Cuando hablamos de un “lenguaje abierto” o ambiguo no debe entenderse esto en un sentido negativo. No se trata de un discurso matemático o científico donde la precisión es la norma. Es, por el contrario, una invitación a que el lector participe de la elaboración del contenido, sume sus propias lecturas en los lugares abiertos. La compulsión a tener una única interpretación posible lleva al sectarismo. Aquí, el uso de estas expresiones fluidas da un espacio para que los lectores puedan desarrollar sus propias percepciones. Pero en otros puntos, para el autor axiales, esa ambigüedad desaparece, como cuando reclama reiteradamente la afirmación de que Jesús es el Cristo como base de la fe.
Néstor Míguez, biblista metodista argentino en Estudio Exegético-Homilético 38, Mayo 2003, ISEDET, Buenos Aires, Argentina


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