Recursos para la predicación

15 Abr 2024
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 28 AbrilAbr 2024

Blanco


Evangelio de Juan 15.1-8 – Presentación de Juan Mateos y Juan Barreto

Actividad del Padre

La vid o viña era el símbolo de Israel como pueblo de Dios. Así Sal 80.8-19: “De Egipto sacaste una vida; arrojaste a los paganos y la plantaste. Limpiaste el terreno para ella { y la vid echó raíces y llenó el país.” Entre otros textos, verIs 5.1,7; Jr 2.21; Ez 19.1012 (cf sobre el rechazo Os 10.1; 14.8; Jr 6.9; Ez 17.5-10).

La afirmación de Jesús se contrapone a otros textos del AT. Él es la vid verdadera, el verdadero pueblo de Dios. No hay más pueblo de Dios que el que se construye a partir de Jesús. Continúa el tema de las sustituciones, comenzando en la escena de Caná (2.1-11). Él es la luz verdadera, vs la Ley (1.4-9; cf 8.12); es el verdadero pan del cielo, vs el maná (6.32); ahora se define como el verdadero pueblo de Dios. Y como en el AT, es Dios, el Padre de Jesús, quien ha plantado esta vid. Él mismo la cuida, demostrándole su amor. La viña es cosa del Padre, porque es la comunidad que él ha fundado.

“Todo sarmiento que en mí no produce fruto, lo corta” (2a). Empieza Jesús con una advertencia severa, que define ya la misión de esta comunidad. Él no ha creado un cenáculo cerrado ni un ghetto, sino una comunidad en expansión: todo miembro tiene un crecimiento que realizar y una misión que cumplir.

El fruto ha aparecido ya en 4.36: la cosecha de Samaria, con horizonte universal; y en 12.24 con el acercamiento de los griegos (12.20s) que provoca la declaración de Jesús: el fruto es el efecto de la muerte del grano de trigo, es decir, de la expresión del amor sin límite. El fruto es la realidad de hombres nuevos y mujeres nuevas por el dinamismo del Espíritu; a nivel de individuo y de comunidad (crecimiento) y a nivel de propagación, es decir, en intensidad y en extensión.Un sarmiento no produce fruto porque no responde a la vida que se le comunica. Jesús no excluye a nadie (6.37), pero el Padre sí. En la alegoría de la vid, la sentencia toma el aspecto de la poda. Pero esa sentencia solo refrenda la que el ser humano mismo se ha dado (cf 3.17-18; 5.22).

“Y a todo el que produce, lo va limpiando, para que dé más fruto” (2.b). Quien practica el amor, tiene que seguir un camino ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre hace, haciendo que el sarmiento/discípulo sea cada vez más auténtico, más libre, y su mayor capacidad de entrega aumenta su eficacia. El Espíritu es un dinamismo que no se detiene: fruto de amor en el discípulo, fruta de nueva humanidad.

La comunidad: condición para el fruto

“Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he comunicado”. Los discípulos están limpios, como había afirmado Jesús (13.10). Hay, por tanto, una limpieza inicial y otra de crecimiento. La primera se realiza al insertarse en la vid separándose del orden injusto, lo que requiere del discípulo la decisión de poner en práctica el mensaje de Jesús. La segunda, hecha por el Padre, mira a la fecundidad de esa inserción. Se expone la realidad de esta comunidad en el mundo, como sociedad nueva y alternativa que comienza con Jesús y que vale para toda época.

El término “limpio”, -en lenguaje religioso, “puro”- vincula este pasaje con las purificaciones mencionadas en la escena de Caná (2.6) y con las discusiones en el círculo de Juan Bautista (3.25) y con el lavado de los pies (13.10s). Las tinajas vacías de Caná eran una falsa promesa de purificación, y en aquella escena Jesús promete la purificación por el Espíritu (el vino nuevo). Los discípulos del Bautista interpretaban erróneamente el bautismo como purificación ritual, mientras que su significado era la ruptura con el orden injusto: esa ruptura es la condición para ser purificado, puesto que el pecado consiste en pertenecer a ese orden (8.23s). En referencia al lavado de los pies, no es el ser lavado lo que purifica, sino el lavar los pies a los demás; quien demuestra su amor, queda limpio.

“Quedaos conmigo, que yo me quedaré con vosotros”… (4). La unión con Jesús no es algo automático ni ritual; pide la decisión del hombre o de la mujer, y a la iniciativa del discípulo o discípula responde la fidelidad de Jesús. Su comunidad no tendrá verdadero amor al ser humano sin el amor a Jesús (14.15), y sin amor al ser humano no hay fruto posible.

El discípulo: fruto y esterilidad

La frase de Jesús recoge la pronunciada en 6.56: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él. Esta explica el significado de la unión con la vid: consiste en comer su carne y beber su sangre, es decir, es asimilarse a su vida y muerte, expresión de su amor. El texto alude a la eucaristía, explicada como el compromiso con Jesús que lleva al compromiso con los demás, y que supone la ruptura con el mundo injusto, hasta el desprecio de la vida (12.25). Quien renuncia a amar renuncia a vivir. La muerte en vida acaba en la muerte definitiva, opuesta a la vida definitiva del que se asimila a Jesús (6.54).

La fidelidad, condición para la alegría

Si permanecen unidos a mí, fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran… (7). Jesús responde a la adhesión de los suyos haciéndose solidario de su tarea, sin límite alguno. La condición para que Jesús se asocie de esta manera es que los discípulos y discípulas permanezcan unidos a él,

con su persona y con su mensaje (mis enseñanzas). Cuando en lacomunidad reina ese ambiente de unión con Jesús y entrega a la misión, puede pedir lo que quiera: la sintonía con él, creada por el compromiso a favor del ser humano, establece la colaboración activa de Jesús con los suyos. Pedir significa afirmar la comunión con Jesús y reconocer que la potencia de vida proviene de él.

“En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre”… (8). La gloria, que es el amor del Padre, se manifiesta en la actividad de los discípulos y discípulas, que siguen trabajando a favor del ser humano (5.18). Esta constatación lo pone en el contexto de las comunidades posteriores.

Síntesis

En medio de la sociedad comienza a existir la humanidad nueva. Su existencia no depende de una institución, sino de la participación de la vida de Jesús, de la comunicación de su Espíritu. Cada miembro está llamado a producir fruto. Con este término se expresa el compromiso del cristiano. Si Jesús ha dado a los suyos el mandamiento de un amor como el suyo, no por eso los cierra en sí mismos; son una comunidad en expansión. Jesús crea la alternativa al “mundo” opresor: la sociedad del amor mutuo, expresión de la vida y ambiente de la libertad, hacia la humanidad entera.

El compromiso cristiano no es algo externo y añadido, es el dinamismo de una experiencia que busca comunicarse. La unión con Jesús y el Espíritu que él infunde llevan necesariamente a la actividad. El fruto tiene un doble aspecto inseparable: el crecimiento personal y comunitario, realizado por el don de sí a los demás.

El Padre cuida de los miembros de su pueblo. Su labor en cada uno es la eliminación progresiva de todo factor de muerte para llevarlo a su autenticidad y a su plenitud, liberando así la capacidad de amar que da el Espíritu.

Identificado con Jesús y su mensaje, el grupo tiene su plena solidaridad y apoyo. El amor del Padre se manifiesta en el fruto que produce la comunidad; la actividad de ésta no es más que la prolongación del amor de Dios que ofrece vida al hombre para que salga de la situación de muerte en que se encuentra.

Juan Mateos y Juan Barreto, biblistas católicos españoles, en El Evangelio de Juan, Cristiandad, Madrid, 1982. Extractamos las “Síntesis” de ese comentario, pp. 657, 666.


Hechos 6.1-6; 8.26-40 – Presentación de Pablo Richard

Felipe, el diácono-evangelista

En el relato de Hch aparece por primera vez un conflicto interno en la comunidad (entre Hebreos y Helenistas. Los helenistas son un grupo judeocristiano, de habla y cultura griega, residente en Jerusalén y posiblemente originarios de la diáspora. Pero además los helenistas –según Lucas– configuraban un grupo profético, crítico de la Ley y del Templo (léanse las acusaciones que se hacen contra Esteban y su discurso ante el Sanedrín).

Lucas presenta a Esteban lleno del Espíritu, discípulo fiel de Jesús, que muere como su Maestro (7.59-60). Los helenistas son también los únicos perseguidos el día de la gran persecución contra la iglesia de Jerusalén después del martirio de Esteban (8.2); son los mismos helenistas dispersados los que anuncian la Palabra por todas partes: Felipe a los samaritanos y al eunuco etíope (8.5-40) y otros del mismo grupo a los griegos (11.19-21).

En síntesis, para Lucas los helenistas son en ese momento la mejor expresión del movimiento de Jesús, como movimiento del Espíritu y movimiento misionero. El grupo de los hebreos, opuesto al de los helenistas, son judíos cristianos, de habla aramea y de cultura tradicional hebrea. Lucas los presenta en Hch como fieles observantes de la ley, centrados en la vida cúltica del templo. Los doce apóstoles son presentados como los líderes de este grupo, posteriormente conducidos por Santiago, el hermano de Jesús.

Uno de los Helenistas dispersados es Felipe. Los Hechos de Felipe los tenemos en 8.5-40 y en 21.8-9. En estos Hechos de Felipe hay dos momentos contrapuestos. El primero (8.5-25) nos narra la evangelización en la ciudad de Samaria, donde hace muchas señales y milagros y tiene mucho éxito. En la evangelización masiva y extraordinaria de Felipe todavía no había Espíritu Santo. Este llega solo con la visita de Pedro y Juan desde Jerusalén.

El gran triunfo de Felipe, que era Simón el mago, cree más en el poder del dinero y busca comprar el don del Espíritu. Es un rotundo fracaso para Felipe. Por eso Lucas nos narra el segundo momento de la evangelización de Felipe (8.26-40). Ahora no va al norte, sino al sur; no a una ciudad, sino al desierto; no a evangelizar multitudes, sino a una sola persona: el eunuco etíope. Felipe ya no hace señales y milagros, sino que se pone a caminar con el eunuco y a escuchar lo que iba leyendo.

Felipe anuncia la buena nueva de Jesús a partir del texto que el etíope iba leyendo. Felipe imita exactamente el método que utilizó Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24). Felipe actúa ahora conducido por el Espíritu (v 29) y después es arrebatado por el mismo Espíritu (v 39).

Reflexión pastoral sobre Hechos 6.1-6 y 8.26-40

  1. En el relato de Hch el conflicto interno se hace público con el grito de protesta de las viudas de los Helenistas. Es el grito de los pobres lo que denuncia el problema de discriminación en la comunidad. La Iglesia tiende a marginar, y a veces a condenar a los grupos proféticos, con lo cual se apaga el Espíritu y se daña la misión de la Iglesia.
  2. La elección de los siete Helenistas fue necesaria para asegurar la misión fuera de Jerusalén hacia los samaritanos y gentiles. El movimiento profético y misionero de los Helenistas impuso a la Iglesia de Jerusalén un cambio estructural profundo: la constitución del grupo de los siete junto al grupo de los Doce. ¿Cómo hoy el movimiento misionero y profético del Espíritu (hacia fuera) transforma las estructuras internas de la Iglesia jerárquica?
  3. Una lectura profunda y atenta del relato de Lucas nos muestra que había mucho más que un problema práctico de falta de servidores de las mesas, sino un problema profundo de discriminación de los helenistas. Como vemos en el texto de Hch 6-15 los Helenistas lo que menos hacen es servir a las mesas; se dedican más bien al servicio de la Palabra. En todo caso, el texto nos muestra el carácter profético del compromiso con los pobres (la diakonía de las mesas) y su coherencia con la evangelización (diakonía de la Palabra).
  4. En el relato de los Hechos de Felipe (8.5-40) tenemos un cambio profundo de estrategia pastoral. Comparemos 8.5-25 con 8.26-40. ¿Qué grupos siguen hoy una y otra estrategia pastoral? ¿Cuál es para Lucas la auténtica práctica pastoral conducida por el Espíritu? Comparemos Lc 24-13-35 con Hch 8.26-40 y reflexionemos sobre cómo este modelo puede inspirar la práctica de la Iglesia hoy.
Pablo Richard, biblista católico chileno, n. 1939, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2003. Resumen de GB.


Salmo 22 – Presentación de Pablo Manuel Ferrer

Repaso exegético

Las palabras de Jesús en la cruz citando este salmo hacen del mismo un texto muy rico para acercarse en tiempo de Pascua puesto que se quiere saber qué pasaba por el corazón de Jesús en ese momento de la cruz.

Podremos encontrar en este salmo un movimiento desde la mayor soledad hasta un encuentro con Dios y la congregación de hermanos y hermanas. La soledad, hay que notar, se da en un momento de extremo dolor donde se precisaba una mayor compañía.

Este movimiento de la soledad a la compañía se puede ver en principio en la estructura misma del salmo 22:

Lamento personal vs 1-21
Adoración personal vs 22-26
Adoración comunitaria vs 27-31

a. Lamento personal, vs 1-21

Los vs 1 y 2 dejan ver la más grande de las soledades: la ausencia de Dios en alguien que esperaba su compañía. La forma de nombrarlo a Dios muestra una estrecha relación: Dios mío, lo cual hace el lamento mucho más fuerte y personal. La ausencia de Dios, el silencio de Dios, el desinterés por el pedido son la puerta del salmo. El dolor es total, de día y de noche. Del lado humano hay palabras de clamor (en Job este clamor corre como el agua, Job 3.24), del lado de Dios silencio.

vs 6-8. El dolor de la ausencia de Dios se intensifica. El angustiado es colocado en el medio de todo el pueblo. La expresión de la falta de solidaridad hacia el necesitado son llevadas al punto de que el mismo necesitado se siente gusano y no hombre. La opinión pública ha quebrado de tal forma su personalidad que ya no puede sentirse parte de la humanidad, es un gusano.

vs 12-18. Rodeado por el poder, rodeado por la incomprensión humana. Este párrafo tiene vs muy interesantes: en el 12 y 16 se repite a modo de inclusión la idea de estar rodeado por poderosos: toros, vs 12: perros, vs 16: banda de malvados, vs 16. Es en medio de estas afirmaciones de estar rodeado que el salmista se expresa desde el interior, con el dolor de su cuerpo: vs 14-15. Otro vs interesante es el 17b donde el condenado social es sólo un objeto de observación y no un ser al que hay que ayudar y con el que hay que comprometerse.

Sin embargo, el lamento mezcla la expresión de dolor con expresiones de fe. Parecería que aún en el más grande de los abandonos el ser humano buscara herramientas para enfrentarlo. Estas herramientas se pueden ver intercaladas en el lamento y son los vs 3-5, 9-10. También en el medio del lamento se pueden ver oraciones directas a Dios pidiendo su ayuda vs 11, 19-21.

a.1. Expresiones de fe dentro del lamento:

vs 3-5. La primera de las expresiones de fe que tienden a fortalecer al que se encuentra en angustia es la memoria de los hechos pasados de Dios en su pueblo. En esto consiste que Dios sea santo: en haber actuado a favor de su pueblo, en haber acudido al clamor del pueblo. Las figuras parecen recordar al Exodo: clamor de los padres y liberación. No hay una memoria individualista de las bendiciones de Dios, sino que es un hecho social, histórico, que en los momentos de angustia personal le sirven al salmista para recomponer su fe.

vs 9-10. La segunda de las expresiones de fe tienden a fortalecer al angustiado por medio de la memoria personal. El recuerdo del vientre y pechos de la madre hacen a la memoria de tiempos de certeza y confianza.

Ambas memorias, la personal y la social, ayudan en la recomposición de la relación con Dios. Y, por medio de esta recomposición, a una resistencia al dolor. La recomposición de la relación con Dios en medio del dolor supone una memoria de la propia personalidad: la personalidad social y la individual. La social es lo que lo hace al ser sufriente parte de una historia, de un pueblo que estuvo en relación con Dios. La personal es la que lo reubica como ser único, cuidado y protegido por una madre y por Dios.

a.2. Peticiones dentro del lamento:

vs 11. Parecería difícil encontrar una oración dirigida a Dios cuando en el comienzo del salmo se dudaba de su presencia. Sin embargo el salmista apela en la oración a la misma presencia. La soledad total y al único que se puede pedir una ayuda es a Dios: “no hay quien ayude.”

vs 19-21. Oración simbólica, expresando personajes a través de animales. Todos los animales expresan poder y uso del poder contra el ser humano. La nominación de los enemigos como animales era (y es en la actualidad) algo corriente, quitándole dignidad. Nuevamente aparece el pedido de la presencia de Dios.

b. Adoración personal, vs 22-26

El tono del salmo cambia repentinamente pasando ahora a una afirmación de la presencia de Dios. El vs 22 pone el contexto en un momento litúrgico en donde se declara el Nombre de Dios.

El vs 23 es una invitación a los temerosos de Yahveh a alabarlo, a la descendencia de Jacob a glorificarlo y a la descendencia de Israel a temerlo.

El vs 24 es una explicación del motivo de la alabanza, el vs comienza con un “porque” dando la razón para alabar. Es más que interesante notar que el vs no está en primera persona singular, es decir el motivo de agradecimiento no es la acción de Yahveh sobre la misma persona sino una observación del que alaba sobre la acción de Dios en un tercero. Éste sobre el cual Yahveh actúa respondiendo es el humilde, el pobre, el afligido (ānî) . Otra posible lectura es entender los vs 22-26 como una respuesta litúrgica que se da desde el que dirige. Entonces éste que conduce la liturgia llama a la alabanza por la acción de Dios en el afligido.

Los vs 25-26 siguen la misma estructura que 22-24: La alabanza en primer lugar y luego el origen de la misma en la respuesta de Dios al pobre, al sufriente, al humilde.

c. Adoración comunitaria, vs 27-31

Los vs siguientes amplían la mirada de la alabanza hacia todas las naciones. El vs 27 comienza nuevamente con la memoria como lo esencial para volver a Dios.

Comentario

Tener en cuenta la fuerza de la liturgia como instrumento para recomponer la personalidad humana es algo que debemos reforzar. El salmo ayuda a comprender cómo el ser humano puede ser quebrado tanto en su auto comprensión, como en su comprensión social y en su relación con Dios.

La liturgia puede ser un buen espacio y tiempo para que cada persona recuerde su lugar frente a sí mismo, su lugar en un pueblo, su lugar frente a Dios. Y como el salmo lo realiza, descubriendo primero, la ausencia, la negación, el silencio de Dios.

Recomponer la persona es una tarea que requiere entender que el dolor y el clamor deben ir juntos.

Sugerencias homiléticas

Tal vez sería bueno enfocarel sermón en las “herramientas de la resistencia” que como cristianos poseemos. Y sería bueno también pensar qué es lo que hay que resistir.

El de hoy podría ser un sermón que convoque a testimonios personales. Formas en que las personas de nuestra congregación han resistido en momentos difíciles. Tal vez para esto es bueno remarcar que la resistencia no es sólo a una enfermedad, se podría completar con los testimonios de aquellos y aquellas que luchan por justicia social, por la dignidad humana.

También sería oportuno marcar la diferencia entre resistir y resignarse. Tal vez ambas actitudes puedan parecer similares pero son diametralmente opuestas. En la resistencia continúa la construcción de lo nuevo, en la resignación se abandona. En la resignación se siente el abandono de Dios y el poder del injusto. En la resistencia se mantiene la certeza que los que cometen injusticias no tienen el poder eternamente y si lo tienen los que celebran a Dios. En la resistencia hay una fuerte apelación a la memoria (“esto antes no pasaba”, “antes no se vivía así”…) como una fuerte idea de comunidad. Saber que no se está solo es una buena herramienta de la resistencia.

Pablo Manuel Ferrer, biblista metodista argentino en Estudios Exegético–Homiléticos 49, Abril 2004, ISEDET, Buenos Aires, Argentina


1 Juan 4.7-21 – Presentación de Néstor Míguez

Notas exegéticas

Ciertamente esta es una de aquellas citas neotestamentarias más conocidas. El lema, que aparece dos veces en esta perícopa, “Dios es amor” (vs. 8 y 16) es una de las expresiones bíblicas más repetidas. No por ello deja de ser importante un análisis detallado del texto. Podemos subdividir nuestra lectura en tres partes, que forman una progresión. Los vs. 7-11 forman una unidad en torno de la expresión del amor como la comunicación de lo divino; 12-17 nos hablan del conocimiento y permanencia en Dios, y los vs. finales, 18-21, vuelven sobre las consideraciones éticas implícitas en esta afirmación.

El v. 7 opera como una gran introducción para todo el pasaje. Resume la temática que desarrollará en los versos siguientes. Comienza por vincularla con el motivo de la lección del capítulo anterior, el amor mutuo, insistiendo en la misma expresión de 3.11 y 23. Esta expresión servirá también de inclusión a esta primera parte de la lección que hoy analizamos, pues la encontramos en los vs. 7 y 11. Ahora esta exhortación se afirmará en el don de Dios: el amor procede de Dios (en una traducción literal: desde Dios es). Agregará dos temas importantes como corolario de esta afirmación, que luego desarrollará en orden inverso, en las secciones siguientes: el ser nacido de Dios y el conocimiento de Dios.

El desarrollo de estas primeras líneas comienza por el argumento negativo: no amar es desconocer a Dios, porque Dios es amor. El amor se comunica desde Dios (se manifiesta) en la persona de su Hijo, que cumple la misión de dar vida (v. 9). Es justamente esta iniciativa divina la que posibilita nuestro conocimiento de lo que es el amor (v. 10). Por el amor con que Dios nos ama en su Hijo podemos nosotros llegar a comprender qué es el amor. Por lo tanto, sólo quien percibe esta presencia del amor de Dios y le recibe aparece “capacitado” para amar.

El final del v. 10 aparece el sentido de ese amor, la posibilidad de los seres humanos de poder nuevamente vivir orientados por la presencia divina. La palabra que nuestras Biblias traducen por “propiciación”, expiación” (hilasmos), que aparece frecuentemente en el Antiguo Testamento, está casi ausente del Nuevo. Sólo la encontramos en esta epístola, en 2.2 y en este pasaje. La palabra vinculada hilasterion, de la misma raíz, aparece en Rom 3.25. En Heb 9.5 se usa con el sentido técnico de la tapa del arca. La raíz aparece vinculada a su forma verbal (hilaskomai) dos veces (Lc 18.35, la oración del fariseo; Heb 2.17, donde relaciona el ministerio de Jesús con el del Sumo Sacerdote de la tradición israelita). Destaco esto porque justamente una teología sacrificial propiciatoria, de la expiación sustitutiva, ha ocupado el centro de la doctrina cristiana de la redención en muchas expresiones tanto católico-romanas como evangélicas, cada una a su manera. Esto a pesar del pequeño papel que desempeña en la propia teología del Nuevo Testamento. Hay otras formas de entender la redención que no se apoyan en esta visión de un dios que necesita sangre para aplacarse y que reclama sacrificios y víctimas expiatorias. Y no puede menos que llamar la atención que esta palabra aparezca justamente en el pasaje que señala que Dios es amor. Propongo que hay que entender “propiciación por nuestros pecados” en el contexto del amor de Dios, y no al revés (pensar a Dios desde el concepto de propiciación sacrificial). Porque Dios es amor, la redención pasa también por el amor, y la expiación no se da por el sacrificio, sino por la visita del Hijo (envió a su hijo para expiar nuestros pecados). En la teología joanina, y así lo aclara también el Evangelio, poner la vida no es un acto de sacrificio reclamado por Dios, sino una muestra de la profundidad y amplitud del amor redentor. La venida del Hijo, el acto por el cual Dios muestra qué es el amor, quién toma la iniciativa en restablecer la relación quebrada por el pecado, sustituye al sacrificio. Si el Hijo muere, se debe a la incomprensión por parte del mundo y sus poderes de ese acto de suprema bondad. Son ellos, y no Dios, quien demanda la sangre. Dios, por cierto, es amor y el Hijo vino para que haya vida (vs. 8-9).

En conclusión, este modelo de una relación novedosa, posible porque hay perdón, porque hay posibilidad de restablecer un nuevo vínculo afirmado en la visita y el envío, se extiende desde la experiencia del amor divino al ámbito de las relaciones fraternales. Esta será la consecuencia que saca el autor en el v. 11.

El v. 12 arranca un nuevo argumento, que se extenderá hasta el v. 17, en torno del conocimiento y permanencia de Dios. Nuevamente comienza desde una negación. Nadie puede ver a Dios. Pero ese Dios que es invisible se hace presente y permanece en nosotros (nosotras) cuando se vive la experiencia del amor que nos hermana. Esto permite perfeccionar la experiencia de Dios. La expresión griega usada aquí (del verbo en pasivo, teleiomai) en realidad significa “alcanzar el fin”, completar. Es decir, el amor mutuo expresa que la presencia de Dios se ha hecho realidad en nosotros, y en ello llega a su meta. Pero nuevamente, esto es posible por la presencia del Espíritu en nuestras vidas. El texto avanza aquí un concepto trinitario, donde el Espíritu nos es dado para poder testificar de la acción del Padre en el Hijo. Y nuestra participación en ese Espíritu nos permite convertirnos en testigos, lo cual afirma la permanencia de Dios en nosotros. Sin duda este es un importante texto para destacar la dialéctica de la inmanencia y trascendencia divina. El amor de Dios permanece en nosotros cuando testificamos acerca de la filiación divina de Jesús, y ese testimonio alcanza su plenitud mediante el amor de la hermandad cristiana[1]. El “principio activo”, digámoslo así, de ese amor es siempre Dios. Lo que nosotros conocemos y en lo que confiamos es en “el amor que Dios tiene en nosotros”. El amor de Dios está en nosotros mediante la fe, y desde nosotros actúa en el testimonio de Cristo y en la construcción de la comunidad.

El v. 17 constituye un corolario y transición al siguiente párrafo. Este amor de Dios en nosotros alcanza su fin en la libertad (parresía, ver nota 4) que tenemos frente al juicio. Aquí las posibilidades interpretativas difieren. Algunos apuntan a que el amor se da por la presencia de Dios, y ello nos da la confianza necesaria para amar por el solo gusto de amar, y no por temor al castigo. Otros van más allá y señalan que esta fe amorosa nos libra del Juicio eterno, de manera que podemos afrontar sin temor el juicio de Dios pues su propio amor en nosotros nos pone a salvo de la condena.

Prefiero una interpretación más contextual. Los y las creyentes de la comunidad joanina eran perseguidos y debieron afrontar juicios, en muchos casos condenatorios, sea de la sinagoga, en el caso de los de origen judío, sea de las autoridades del Imperio. Algunos mantenían la fe, pero otros cedían y renegaban de Cristo (2.22-23), maldiciendo su nombre, según la exigencia de los tribunales. Hubo quienes, para congraciarse con las autoridades, llegaron a denunciar a otros, lo que podía significar la muerte (¿3.12-15?). El día del juicio que debe afrontarse es el momento del testimonio público, ante la sinagoga o ante el poder imperial. Allí, sin temor, con entera libertad ante la asamblea del pueblo (parresía) habrá que expresar la fe en Jesús el Cristo. El amor por los hermanos, que es el amor de Dios en nosotros, se sobrepone al temor del castigo. Y si, después de todo, sufrimos por este testimonio, no haríamos sino asumir nuestro compromiso: “como él es, así somos nosotros en este mundo”. Expresamos el amor victorioso aun cuando tenga apariencia de padecimiento.

Los vs. 18-21 expresan una vez más la dimensión ética de esta presencia de Dios en nosotros. Quien vive de ese amor, amor de Dios y amor al hermano, supera el temor al castigo. Por el contrario, quien teme es quien, finalmente, se hace castigo, pues no alcanza el sentido pleno del amor de Dios (v. 18) ni ha comprendido la iniciativa divina (v. 19). Ese amor no permite disociación entre la dimensión divina y la humana (v. 20). Aquí retoma el argumento iniciado en el v. 12. El Dios invisible se hace presente en la persona del hermano. El texto culmina retomando la idea del mandamiento de amor, que recorre toda la epístola.

Líneas homiléticas

Predicar sobre “Dios es amor” es un sermón infinito. Uno podría decir que toda auténtica predicación cristiana es una de las tantas variaciones posibles sobre este gran tema total. Y también podría decirse, por el contrario, que habiendo dicho esto, todo lo demás sobra. Para quien percibe realmente que Dios es amor, cabría agregar el refrán de Agustín “Ama, y haz lo que quieras”.

De la multitud de puertas que nos abre este pasaje tenemos que elegir una, ya que la tentación es hablar de todo un poco, mientras que los manuales de homilética nos aconsejan mantenernos centrados en un tema. De manera que pienso sensato tomar una de las tres partes de la lección y desarrollar nuestra reflexión desde ella. Si se opta por la primera (vs. 7-11) podemos trabajar sobre la imagen del amor de Dios en Cristo, y mostrar el fruto de ese amor en el perdón de los pecados. Puede ser una oportunidad para un sermón o meditación con sentido didáctico, tratando de superar las teologías sacrificiales que están tan metidas en nuestra cultura, y que son tan aprovechadas por quienes nunca hacen sacrificios para demandar sacrificios de los demás. Lo que Dios nos da es su amor sin fin, que es darnos su propio ser, y no exige nada a cambio. Esa es la verdadera liberación. Dios no es un Dios sediento de sangre, y menos la de su propio Hijo, sino un Dios que se anima a encarnarse en la debilidad y fragilidad del amor para que podamos iniciar una nueva humanidad.

Si se opta por la segunda parte, (vs. 12-17) podemos plantearnos una aproximación homilética de “Dios en la vida del creyente”, del Dios que está en nosotros por su amor, de cómo conocemos y experimentamos la presencia y permanencia de Dios en nuestra vida. Puede ser una reflexión en torno de lo que significa nuestra experiencia de Cristo como salvador de nuestras vidas, y cómo podemos dar testimonio, siendo en el mundo parte de esa presencia, de ese amor, de esa salvación.

Finalmente con el tercer párrafo (vs. 18-21) podemos expresarnos en torno de la oposición amor-temor. El Dios de amor nos impulsa a creer contra toda evidencia que la verdad descansa en el amor y no en el poder. Que el poder de Dios se hace visible en quienes viven afirmados en su amor, y no al revés, que quienes se creen poderosos pueden mostrar a Dios. A Dios se lo ve en el cumplimiento y la obediencia a sus mandatos. Pero este mandato no es una ley rígida que se basa en la fuerza para castigar, sino el don de un amor que supera toda prueba, que se nutre de la propia experiencia del amor con que Dios nos amó primero.

[1] Debe reconocerse que “Juan”, en ese sentido, es bastante restrictivo. El amor es sobre todo una dinámica interna de la comunidad de fe, y no necesariamente implica una solidaridad con el “afuera” (aunque hay algunas expresiones de mayor amplitud, pero son las menos). Probablemente esto se deba a la situación de la comunidad, perseguida y discriminada, y al factor de que algunos de sus miembros hayan quebrado la solidaridad interna, sea por temor, conveniencia, renuncia a la fe o posiciones de compromiso con el poder “mundano”, que llevaron a actitudes “heréticas”.
Néstor Míguez, biblista metodista argentino en Estudio Exegético-Homilético 38, Mayo 2003, ISEDET, Buenos Aires, Argentina


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