Recursos para la predicación

11 Sep 2023
en
Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 24 SeptiembreSep 2023

Verde


Mateo 20.1 16 – Presentación de Severino Croatto

Los dos domingos anteriores nos habíamos ocupado de las enseñanzas de Jesús en su sermón a la comunidad (cap. 18 de Mateo). En el cap. 19 se retoma la parte narrativa (caps. 19-22), con dos instrucciones, sobre el matrimonio y sobre las riquezas. Al terminar el logion sobre la recompensa al desprendimiento (19.27-29), Jesús decía aquel célebre aforismo: “muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros” (v.30).

Ahora bien, como nuestro relato de hoy empieza con “pues” (gár, en griego), es evidente que el redactor quiere relacionarlo con lo anterior, en especial con el dicho de Jesús. De hecho, Jesús lo repetirá al final de la parábola (v.16) y lo insinúa en la reflexión del v.8b: “empezando por lo últimos hasta los primeros”. La parábola establece una paradoja aparente, la no-relación constante entre trabajo y salario, pero salva y pone de manifiesto dos valores esenciales: el de la justicia (se paga lo prometido, v.13) y el de la generosidad (se puede dar más de lo que correspondería, v.15). Si es menos, es injusticia.

Lo que también resulta del texto, es que todos guardamos en nuestro interior tendencias negativas que afloran cuando un “hecho” las hace emerger. La queja de los primeros obreros no habría sido expresada de haber sido los únicos trabajadores de aquel día. Habrían salido contentos con la paga contratada. Habrían llenado su jornada y aportado algo para la familia. Pero la intención de la parábola es precisamente mostrar por qué y cuándo nace el rencor y la rebeldía.

En este caso, no es por una injusticia de parte del dueño de la viña, sino por su generosidad a los otros. Normalmente, y de haber motivaciones personales, esto sería favoritismo, pero siempre queda a salvo la justicia. Tal vez lo difícil es esa relación equilibrada entre justicia y generosidad, como también entre justicia y perdón. Cuando se oponen estos pares de cosas (generosidad sin justicia, perdón sin justicia, justicia sin perdón) se perpetúa el conflicto; cuando se unen, cesa.

Para entender mejor la parábola, hay que tener en cuenta que el trabajo “de sol a sol” suponía que el día laborable tenía doce horas, que eran divididas generalmente de tres en tres. Pongamos que de 6 a 18hs. Los primeros jornaleros fueron contratados a las 6 de la mañana, y los últimos, a las 5 de la tarde, la undécima hora. Por eso a ellos les dice el dueño de la viña: “¿Por qué estáis aquí todo el día parados?”.

En este caso cabe otra observación. La generosidad del propietario no debe medirse sólo en términos de justicia, y en comparación con los de la primera hora (las 6 de la mañana), según la queja de estos mismos (v.12). También hay que considerar las necesidades de los que no habían conseguido trabajo hasta última hora. La generosidad, por tanto, resulta ser también consideración hacia los últimos. En definitiva, todos pudieron llevar a sus casas un jornal que les permitiría satisfacer sus mínimas necesidades. Eso también es justicia objetiva, que no se ve mucho ni poco en nuestra sociedad calculadora y egoísta.

Severino Croatto, biblista católico argentino, 1930-2004, en Comentario Exegético-Homilético 30, ISEDET, septiembre 2002. Publicamos un resumen del comentario aludido.


Introducción al libro de Jonás – Presentación de Erik Eynekel

El libro de Jonás es único en la literatura profética, ningún otro libro del canon profético contiene tanta narrativa y tan poco discurso profético (solo cinco palabras). La audiencia de Jonás (los ninivitas) es también única. Hay profetas, como Jeremías, que predicaron contra los gentiles, pero solo en el libro de Jonás no solo no son condenados, sino que se les da una oportunidad para convertirse. La razón por la que Jonás es incluido en los Profetas (y no p.ej. en la literatura sapiencial) es porque habla esencialmente de reconciliación (cf. La liturgia judía, donde nuestro libro es leído en Yom Kippur).

Primera lectura

Para entender el libro de Jonás es esencial tener en cuenta la referencia a este profeta en 2 Re 14.25-27. Aquí se dice que Jonás proclamó un mensaje de redención a Jeroboam II (787-747), no porque el rey fuese justo (al contrario: “Hizo lo que estaba mal a los ojos del Señor”) sino porque Dios tuvo misericordia de Israel (“El Señor vio la aflicción de Israel”). Al mismo tiempo, Jonás es un profeta de calamidades para el enemigo de Israel, pues el territorio recuperado por Jeroboam suponía una pérdida para los arameos.

En este sentido, el Jonás mencionado en 2 Re 14.25 es con todo rigor uno de los profetas preliterarios, comparable a Samuel, Natán, Gad y Elías: uno de los principales rasgos de sus profecías era su naturaleza incondicional e irrevocable: el veredicto puede retrasarse, pero no anularse (p.ej. 1 Re 21.27-29).

De nuestra lectura de 2 Re 14.25 podríamos esperar que el Jonás del libro de Jonás actuase como el Jonás de 2 Reyes. Pero no es así. En el libro que lleva su nombre, Jonás no es un profeta glorioso que proclama la salvación a Israel, sino un testarudo que trata de escapar a su misión profética. Sin embargo, deberíamos tener en cuenta que el Jonás histórico de 2 Re 14 es una realidad distinta del Jonás del libro de Jonás. La relación con el Jonás de 2 Re 14.25 es literaria, no histórica.

El libro de Jonás fue escrito mucho después de la época de Jeroboam II. En la obra, Nínive era ya un nombre legendario; en cambio, en tiempos de Jeroboam II, Nínive no era todavía la capital de los asirios. Más aún, desde el punto de vista histórico, el rey de Asur nunca fue llamado “rey de Nínive” (3.6), sino siempre “rey de Asur”, incluso cuando residió en Nínive. Por otra parte, el diámetro de Nínive nunca fue superior a cinco kilómetros en su lado más largo, y no “un camino de tres días” (3.3).

Más aún, el lenguaje, que evidencia la época de composición, contiene expresiones arameas como “el Dios del cielo” (1.9) o “los nobles” para referirse a los oficiales de la corte. Estas influencias tuvieron lugar durante el período persa tras el exilio. Era la época de la reconstrucción del segundo Templo y de la restauración particularista y exclusivista de la religión judía en tiempos de Nehemías y Esdras. Tomaron medidas para “purificar” la religión de toda influencia que sonara a sincretista. Se anularon los matrimonios mixtos (Esd 9-10; Neh 8-10) y no se permitió a las poblaciones vecinas, especialmente a los samaritanos, que cooperasen en la reconstrucción del Templo (Esd 4.2-3).

No es de extrañar que esta política fomentara la oposición y la literatura de protesta: Rut y Jonás contra ese particularismo; Job y Qohélet (Eclesiastés) contra la interpretación rigorista de la enseñanza sapiencial en aquel tiempo. Toda esta literatura de protesta fue publicada de manera seudónima o anónima. Pero, al decidir dar a su protagonista el nombre del profeta de salvación de 2 Re 14.25, el autor del libro de Jonás provoca una pregunta en sus lectores: ¿qué mensaje de salvación ofrecerá Jonás a Israel aquí?

Si consideramos a Jonás como el personaje principal del libro (y realmente lo es), podemos describir la formación del libro en dos series de tres escenas:


1-1

 

1-2

 

1-3

 

Jonás es enviado a los gentiles, pero desobedece deliberadamente (1.1-3)

Los gentiles frente a Jonás: los ninivitas se convierten (3.4-10)

Jonás frente a Dios: formula una lamentación (2.1-6) transformada en alabanza (2.7-9), que redunda en su salvación (2.10)

2-1

 

2-2

 

2-3

Jonás es enviado a los gentiles y obedece (3.1-3)

Los gentiles frente a Jonás: los marineros se convierten (1.4-16)

Jonás frente a Dios: formula una lamentación (4.1-3) transformada en otra lamentación (4.8) que termina en una reprimenda (4.11)


Los exégetas discuten sobre el género literario del libro de Jonás. La mejor propuesta es la de parábola. Hay que reconocer que es excesivamente larga si la comparamos con las parábolas del NT, pero el libro de Jonás nunca tuvo una fase oral como el resto de las parábolas de la Biblia. El mejor paralelo del libro de Jonás es la parábola del Padre Amante de Lc 15.11-31, pues la pregunta “¿aceptas a tu hermano convertido?” es también central en Jonás.

Erik Eynekel, biblista de los Países Bajos, en Comentario bíblico internacional, Verbo Divino, España, 1999.


Jonás 3.10–4.11 – Presentación de Enrique Vijver

Jonás 3 – El creyente: ¿misionero o turista?

Jonás 3.10 – Este librito de Jonás es todo un canto a la gracia de Dios! Dios ve cómo se convierten los ninivitas de su mala conducta y entonces Él mismo se convierte, se arrepiente del mal que había determinado hacerles. Se salva la ciudad perversa de Nínive. Es increíble, pero es la verdad. No hay límites para el amor de Dios; su plan de salvación abarca a todo el mundo y a toda la humanidad. Nínive puede festejar la llegada de la salvación. Por supuesto, no es todavía la salvación definitiva y completa –en ese caso ya estaríamos en el reino de Dios–, pero sí es una primicia del Reino; los ninivitas pueden ya beber el aperitivo del gran banquete.

En el monte Sión, el Señor Todopoderoso
preparará para todas las naciones
un banquete con ricos manjares y vinos añejos
con deliciosas comidas y los más puros vinos.
En este monte destruirá el Señor
el velo que cubría a todas las naciones.
El Señor destruirá para siempre la muerte,
secará las lágrimas de los ojos de todos
y hará desaparecer en toda la tierra
la deshonra de su pueblo.
El Señor lo ha dicho.

Isaías 25.6-8, Dios habla hoy

En Nínive ya empezó esta cena. Allá, en un lugar fuera de la Iglesia, lejos de la tierra prometida, Dios ya está presente, Dios quiere estar presente con su salvación en todo el mundo; en todas las ciudades y pueblos y aldeas; hay que dejarlo entrar y para eso no hace falta que primero perfeccionemos a nuestro mundo. Ya lo vimos antes: Dios quiere entrar justamente en este mundo sucio y Él puede entrar donde haya un principio de justicia y amor, donde haya –para empezar– por lo menos 10 justos.

La historia de Nínive terminó, la ciudad se salvó y ese fue el propósito del Dios Salvador. Ahora falta una cosa: que se salve Jonás, el profeta, que se convierta el “convertidor”, ¡que se cristianice el cristiano!, ¡que se salve el predicador! Vamos a ver si Dios después de dar la salvación alos paganos logra salvar a su siervo.

Jonás 4

Parece que el autor del libro quiere decirnos: lo que más le cuesta a Dios, lo que más trabajo le da, no es la salvación del mundo no-creyente, sino la salvación del propio creyente. Por eso tiene que agregar un cuarto capítulo para profundizar la problemática del profeta mismo. En este libro el problema es el creyente y no tanto el mundo no-creyente.

Jonás es un libro profético, pero lo es diferenciándose de los demás libros proféticos. La diferencia con estos libros es que al autor de Jonás le interesa la actitud del profeta, su reacción ante la Palabra de Dios, mientras que en los otros libros proféticos la Palabra de Dios ocupa el lugar central como una realidad y un poder. En Jonás contemplamos la actitud tremendamente humana del creyente frente a esa Palabra de Dios.

Esta es una de las razones por las cuales se fecha este libro en una época bastante tardía en la literatura profética. Jonás ya no es el profeta obediente, dominado por la Palabra de Dios y dedicado a su misión. El libro de Jonás podría llamarse “Crítica al creyente puro”. Jonás es el profeta-rebelde, el profeta a disgusto, el creyente que a veces lleva las características de un payaso más que las de un profeta. El creyente puro no existe. Solo existimos nosotros, los cristianos, creyentes manchados por nuestras malas prácticas, siempre huyendo del Señor.

Vs 1-2 – Este es uno de los credos más hermosos sobre Dios: “Tú eres un Dios clemente y piadoso, lento para la ira y grande en misericordia, y que te arrepientes del mal”. Es un credo que podemos encontrar en muchos otros lugares del AT, por ejemplo Éx 34:6-7; Sal 103.8; Joel 2.13. Jonás conoce bien su Biblia, sabe citar los textos más lindos. Pero claro, Jonás es un buen creyente, recibió una buena educación religiosa, es como un calvinista que aprendió su catecismo de memoria. Pero le falta una cosa importantísima: aprendió el credo sobre Dios, pero ese credo nunca logró entrar en su corazón. Por eso es que esas palabras hermosas sobre Dios clemente y misericordioso en la boca de Jonás se convierten en una acusación en vez de ser una alabanza.

¡La gracia de Dios es causa de desgracia para el creyente! Ahora descubrimos cuál es fue el motivo de la huida de Jonás. No era que Jonás fuera cobarde o simplemente perezoso, sino algo mucho más grave: a Jonás no le gusta su tarea, el misionero no acepta su misión. No quiere la salvación del mundo, quiere que Dios lo salve a él y a los demás creyentes, pero no al mundo.

La actitud de Jonás la encontramos en muchas personajes bíblicos. Jonás es el hermano mayor de esa parábola tan conocida de Jesús (Lc 15.11-32), que no quiere alegrarse cuando su hermano menor vuelve a casa, es decir: cuando ese hermano perdido se salva. Como Jonás son los obreros en otra parábola de Jesús (Mt 20.1-16), que trabajan todo un día y que después se enojan cuando el señor de la viña paga el mismo salario a los trabajadores que habían trabajado mucho menos que ellos. Para la Biblia el problema de Jonás aparentemente es el problema general de todos los creyentes.

Jonás tiene su esquema, porque en el fondo le conviene bastante, por supuesto. Es muy cómodo saber que los otros –los que no tienen tu fe o tu moral o tu ideología política– son todos malos. Jonás se compara permanentemente con los otros, los no-judíos, los paganos. Y no deja de asombrarse por la maldad de esa gente: “¡mira lo malo que son ellos! Jonás tampoco se da cuenta de que algo estaba cambiando en Nínive. Ni podía verlo, porque no estaba interesado en esa ciudad decadente.

Entre tanto Jonás se había hecho una cabaña fuera de la ciudad (vs 5). Allí se sienta, esperando contemplar lo que pase con Nínive. Es una cabaña de ramas, una enramada, como traduce correctamente DHH. Esas cabañas son típicas de una de las grandes fiestas religiosas de Israel (Lev 23.42s). Los israelitas se sentaban bajo las enramadas para celebrar y recordar su liberación de la esclavitud. Bajo tal cabaña se sienta Jonás, pero aquí es para ver la destrucción de Nínive. El profeta está sentado en su casita religiosa, ¡su pequeño templo! Ojala que nuestras Iglesias nunca lleguen a parecerse a esa enramada de Jonás!

Vs 6-9 - ¿Qué puede hacer Dios con este profeta, completamente pervertido en su propia caricatura? ¿Hay alguna forma de salvarlo? El autor del libro lo narra con mucho sentido de humor (algo que es una característica de todo este librito). Vemos a Dios, infinitamente paciente que trata de hacer reír a su profeta malhumorado. Pero Jonás no entiende, se enoja. Jonás está “emperrado” en su enojo y su desgracia: no quiere cambiar, no le brota la menor sonrisa ni se da cuenta de su propia obstinación.

Vs 10-11 – Así va terminando el libro de Jonás. Vemos a un profeta preso de su propia desgracia y por eso cerrado a la gracia de Dios. Las últimas palabras del libro son de Dios: insiste, trata de cambiar el corazón de Jonás, apela a los sentimientos de Jonás. Dos veces se usa el verbo “tener lástima”. Se lo puede traducir también con “llorar”. Así tan metido está Dios en el mundo, que le duele todo lo que pasa en esa ciudad. El librito de Jonás quiere contarnos de la gracia de Dios, de su amor universal, de su plan de salvación para toda la humanidad y para todo el mundo.

Este Dios quiere usar a los creyentes –gente como Jonás– para la realización de sus propósitos. ¿Qué hacen los creyentes? ¿Cuál es la respuesta de Jonás a esa última pregunta de Dios con la cual termina el libro? No sabemos. El libro termina con una pregunta abierta. ¿Qué haremos? ¿Seremos, por fin, misioneros en el mundo al servicio del amor de Dios? ¿O seguimos huyendo lejos del Señor, escondiéndonos en nuestros templos hermosos? Dios está esperando nuestra respuesta, porque todavía le está yendo mal a Nínive. El mundo todavía es gigantesco y grotesco; el mundo necesita profetas del amor y de la gracia.

Enrique Vijver, reformado holandés, en Jonás: ¿profeta o payaso? La Aurora, Buenos Aires, 1988.


Salmo 145 – Presentación de Kathleen Farmer

Titulado “tehillah de David” (se intuye la raíz hll, “alabar” que resonará en los aleluyas de los salmos sucesivos), este cántico acróstico alfabético fue definido por Orígenes “el canto de acción de gracias por excelencia” y por Agustín “la alabanza perfecta de Cristo, oración para todas las circunstancias y acontecimientos de la vida”, según un típica relectura cristológica. El propio Agustín empezará sus Confesiones citando precisamente el vs 3 de nuestro salmo, un himno cuyo centro literario y teológico se encuentra en los vs 11-13, donde se celebra la malkût de Dios, es decir, su suprema realeza (cf Sal 47; 93, 96-99).

La soberanía de Dios comprende creación y providencia, se difunde sobre todo el ser, carece de principio y fin (vs 13), es eterna y se manifiesta en la majestad (vs 3-5), es justicia y bondad (vs 6-7), clemencia y amor (vs 8-9), fidelidad y protección (vs 13-14), liberalidad (vs 15-16) y ternura paterna (vs 17-20). Pero el rostro real de Yavé dibujado por el salmo se parece mucho más al de un padre amoroso que al de un emperador. Ciertamente Dios es un soberano trascendente, pero está también atento al hambre de sus criaturas (vs 15-16).

Kathleen Farmer, profesora emérita de AT en el Seminario Teológico Unido en Dayton, Ohio, USA, en Comentario Bíblico Internacional, Verbo divino, Estella, Esoaña, 1999.


Disfrutando la fe - Una mirada desde la ventana de la carta a los Filipenses - Presentación de Américo Jara Reyes

La carta a los Filipenses es la epístola más personal que Pablo escribió a una comunidad. El apóstol tiene un afecto entrañable por Filipos, la primera comunidad a la que dio vida en lo que siglos después sería Europa.

La ciudad de Filipos fue fundada en el año 358 aC por el rey Filipos, padre de Alejandro Magno, que dará comienzo al gran imperio Griego. En el año 148 el Imperio Romano la anexó a la provincia romana de Macedonia y se convirtió en una importante posta en la ruta que conectaba Oriente con Occidente.

En el año 42, los generales Octavio y Antonio vencieron allí a Bruto y Casio, asesinos de César, el gran emperador. Antonio es quien pobló la ciudad con veteranos romanos. En el año 30 aC se desarrolló como colonia militar. Las religiones y los cultos mistéricos encontraron una masa ávida de tales propuestas en la ciudad, caracterizada como un crisol religioso.

Pablo llega a Filipos por el año 50 dC y encuentra allí una importante colonia de judíos, que tenían un lugar de oración fuera de la ciudad. Es en este lugar donde Pablo predica el mensaje de Jesucristo provocando la conversión de la conocida Lidia, comerciante de telas. Ella acoge al equipo de misión en su casa dándoles hospedaje. Esta comunidad acompaña la misión encarnada por Pablo con ofrendas permanentes: todo un privilegio de los cristianos filipenses, ya que en general Pablo buscó no ser carga para nadie, y se ganaba el sustento con el trabajo de sus manos, como constructor de tiendas para los viajeros.[1]

Pablo escribe su carta estando en prisión y es probable que estuviera encarcelado en Éfeso. No está claro el desenlace de todo su proceso. Por eso resulta llamativo que esta carta convoque permanentemente el tema de la alegría desde la experiencia desoladora de la prisión. Esto marca cómo la fe en Cristo no se dejaba impresionar por hechos penosos como la misma cautividad y una posible condena a muerte. La alegría por la fe y la redención en Jesucristo son más fuertes que todas las tribulaciones infringidas por el mundo.

Desde la cárcel, el Apóstol de la gentilidad no se preocupa por sí mismo, sino que más bien se interesa por la buena marcha y el valiente testimonio de la comunidad en Filipos. Sus preocupaciones reiteradas son la unidad y la comunión, la alegría y la libertad en la fe. Registramos la dimensión de la lucha personal de Pablo, a la espera de un incierto desenlace de su proceso judicial. Pero no se deja llevar por el miedo y menos aún por el espanto, sino que se fortalece en la alegría y la confianza.

Los destinatarios de la epístola probablemente son mayormente mujeres, grandes y valerosas lideresas. Ellas, junto con otros líderes varones, como Clemente y el misterioso “amigo fiel” (4.3), están al frente de la comunidad cristiana en Filipos.[2] Están angustiadas por la situación de Pablo en la prisión y realizan un gran esfuerzo para solidarizarse con Pablo económicamente. También sufren la intimidación de parte de alguna gente del lugar que se opone al evangelio. Es probable que la hostilidad provenga también por su negativa a rendir culto al César.

Esta carta nos ayuda a fortalecernos en confianza y alegría, mucho más fuerte que el desconsuelo del presente tiempo y las adversidades padecidas, por más grandes que sean.

Aquí resuena, como les decía, el motivo principal de la carta a los filipenses. Pablo no se cansa de exhortar a la alegría. Una alegría que no está fundamentada en un desenlace favorable a su proceso judicial o por la amistad entrañable con la comunidad de fe; sino que tiene su fundamento en el Señor, en la nueva vida centrada en Jesucristo.

Es saberse refugiado, sostenido por su amor. Un amor que impregna la vida transformando la existencia misma. Fue Jesús mismo quien prometió que su alegría estaría en medio nuestro y no sería destruida por humores pasajeros, decepciones, tristezas o adversidades. Esta alegría nunca se agota, porque tiene su fundamento en Dios, es la “comunión en el evangelio desde el primer día hasta ahora” (1.5).


[1] Cuando Pablo visitó Corinto por primera vez, se quedó con Áquila y Priscila “por ser del mismo oficio”. (Hch 18:1-3.) El apóstol Pablo era de Tarso (Cilicia), una zona famosa por su tela de pelo de cabra llamada “cilicio”, con la que se fabricaban tiendas de campaña. (Hch 21:39.)
[2] Filipenses 4:2 “Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio”
Américo Jara Reyes, 2019, en Carta Pastoral a la Iglesia Metodista Argentina


Filipenses 1.21 30 – Presentación de Pablo Andiñach

El texto de la carta a los Filipenses nos introduce de lleno en el tema de la vida y la muerte. Es un tema central a la existencia humana y en esta oportunidad el apóstol lo encara desde la experiencia de fe, particularmente desde el lugar de quien tiene un vínculo con Cristo por el cual lo considera Señor de su vida. De modo que vida y muerte en este caso no son temas pasibles de ser considerados desde una filosofía o desde una religión liviana sino a partir de experimentar la fuerza de la presencia del Cristo resucitado en la vida del creyente. Pablo entonces no desarrolla un argumento racional sino que habla desde la fe y desde la misión y desde ese lugar presenta una propuesta de vida y entrega que no tiene paralelo en pensamiento alguno. Asume que la vida es un don de Dios y a él le pertenece, de modo que el sentido y las decisiones deben tomarse en relación a la voluntad de Dios y no en búsqueda de un premio celestial.

Vivir y morir

La situación de Pablo es peligrosa y su vida tiene un futuro incierto. Él sabe que puede morir en cualquier momento en manos de quienes lo encarcelan. Cuando se está en una situación como esa las palabras pierden su valor ambiguo y remiten a cosas bien concretas: vivir es continuar respirando, despertarse cada día y caminar por esta tierra. Morir es reducirse a polvo y dejar de transitar los caminos. El apóstol no está para juegos de palabras ni retórica. No hay espacio para frases ingeniosas ni para decir lo que no pensamos o querer engañar a los demás o engañarse a uno mismo. Entonces nos da una lección de fe y confianza en Dios cuando dice: “para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia”. ¿Qué quiere esto decir?

El creyente transita por la vida como subiendo una escalera. Cada día hay nuevos escalones que lo conducen un poco más alto y lo desafían con nuevas situaciones. No hay quien haya llegado tan alto que no pueda ser perfeccionado por la luz de Cristo ni quien haya caído tan bajo que su mano no pueda alcanzarlo. Pero en la lucha cotidiana y en el camino de todos los días se llega a un momento donde se percibe que el sentido de la vida –y de transitar por el mundo– no está en nuestras propias habilidades y traspiés sino en el ser fortalecidos por la presencia de Dios en nosotros. Así afirma Pablo que “el vivir es Cristo”.

Esto no significa que todo lo que no sea religioso, o particularmente cristiano, no tenga valor. En realidad podría decirse lo opuesto. En Cristo todas las cosas se hacen nuevas, es decir, adquieren un valor que antes no tenían. La amistad, la belleza, el dolor, los sentimientos, el trabajo, las luchas, todo aquello que conforma la vida cotidiana reciben un impulso saludable cuando se hacen en el contexto de la fe y la misión que Cristo da a quienes lo siguen. Entonces, “vivir es Cristo” significa que la presencia de Dios en la vida del creyente convierte lo estéril en fértil y lo marginal en piedra angular. Se puede decir que cuando se sintoniza con el proyecto de Dios se abandona una vida en la que los días y las horas se desperdician para colocar la totalidad de lo que somos al servicio del prójimo y de lo que el Señor quiere de nosotros. Se pierde el sentimiento de que estamos tan solo durando, esperando el día en que alguien se apiade de nosotros y de nuestra vida gris nos lleve a un lugar mejor.

De allí que el apóstol puede decir esto en el momento en que su vida corre un serio peligro de ser abatida. Él comprende que su vida tiene sentido por la presencia de Cristo en ella y que esa presencia no puede ser eliminada por la espada o la corrupción de la carne. Sus enemigos pueden matarlo y destruir su cuerpo pero no podrán quebrar el vínculo que lo une con Cristo. Esto nos da pie para el segundo aspecto de su declaración.

Que el “morir es ganancia” no debe entenderse como una búsqueda de la muerte y menos aún un visión romántica del descenso a la tumba. Pablo no quiere morirse ni le propone ese camino a nadie. Es bueno recordarlo porque en la historia del cristianismo muchos interpretaron este texto y otros del mismo tenor en el sentido de que debía despreciarse la vida concreta y vivir deseando el día de la muerte. Buena parte de aquellos que se retiraban a orar y vivir en la miseria interpretaban que más valía estar muertos “en la presencia de Cristo” que vivos gastando el tiempo en cosas de todos los días.

El apóstol está muy lejos de esa postura. Él claramente dice que duda sobre qué es lo mejor, ya que partir para estar con Cristo es algo bueno y deseable pero enseguida menciona que vivir “es más necesario” a fin de contribuir a la fe de sus hermanos y a desarrollar la misión que el Señor le ha encomendado. Es decir que el apóstol evalúa el valor de la vida y de la muerte en función de la misión que se le ha dado, la que tiene por referentes preferenciales a los hermanos y hermanas que se benefician de su obra misionera. Finalmente dice que confía en que “sé que quedaré” para “vuestro provecho y gozo en la fe”.

Lejos, muy lejos está el apóstol de aquellos que lo interpretaron en el sentido de despreciar la vida y ansiar la muerte para estar junto a Cristo. Quienes así pensaban –y vivieron– pensaban en ellos y su salvación y no en la misión de salvar al mundo. Por aquella vía se ganaba la salvación y el mundo se perdía –o al menos se restaba un testigo de la fe a quienes aún no la conocían–. Pablo, por el contrario, posterga su encuentro final con Cristo para permanecer en algo que “es más necesario”, a saber, contribuir a la salvación de este mundo. De modo que su decisión no se basa en la búsqueda de su salvación sino en llevar adelante la misión que le ha sido encomendada. Seguirlo a Cristo aquí en la tierra es más necesario que irse con él por la eternidad. En todo caso, el apóstol se pone en las manos de Dios para que sea él quien marque los tiempos.

Tu vida y la mía

Traducir esta experiencia y mensaje en nuestra vida de hoy es lo que nos reclama el evangelio. En una predicación sobre este texto no debería estar ausente el hecho de que nuestra experiencia con la vida y la muerte se ha modificado sustancialmente desde los tiempos del apóstol. Hoy ya no nos amenazan las enfermedades como ayer y las guerras no son la forma cotidiana de relacionarse entre los pueblos, al menos en esta parte del globo. En la inmensa mayoría de los países donde el cristianismo es masivo y en buena parte donde es minoritario no hay persecuciones ni violencia contra la fe. Por otro lado –y felizmente– la sociedad ha superado ese pensamiento por el cual la vida en el más allá era un valor superior a la vida en esta tierra y hoy es difícil ver personas que se laceren el cuerpo o se abandonen a la miseria para llegar al cielo. ¿Cuál es entonces el mensaje a predicar sobre este texto?

Identificamos tres aspectos:

  1. En primer lugar el pasaje nos habla de la centralidad de la misión de Dios como tarea para la Iglesia y el creyente. Pablo coloca la misión y el llamado como eje de su decisión de vida. Lo que decide lo hace en función de que quienes lo rodean puedan conocer y crecer en la fe de Cristo. Es una vida para otros, donde el interés del prójimo prima sobre su deseo de estar “antes” con Cristo. Pero a la vez esto se revela como un mandato divino, pues es Dios quien le ha puesto delante tal tarea. De modo que la “postergación” no obedece a su voluntad ni a un cálculo espiritual sino al sometimiento sereno y decidido al plan de Dios para su vida y ministerio.
  2. En segundo lugar, insta a los creyentes a ser valientes y enfrentar las consecuencias de su fe. Pablo dice que mientras para quienes se oponen a ella todo lo que hagan los conduce a la perdición, en verdad quienes viven en la fe están yendo por el camino de salvación. Lo que a los ojos del incrédulo es muerte y pérdida, a los de los cristianos –y de Dios– es vida y ganancia.
  3. En tercer lugar, el creyente es invitado no solo a creer en Jesús sino incluso a aceptar padecer por la fe que sostiene. Pablo y otros sufrieron cárcel, nosotros quizás tengamos la bendición de no enfrentar esa situación, pero debemos ser conscientes de que ser cristiano no es fácil y en ocasiones puede exigirnos asumir situaciones por causa de la fe que pueden llevarnos a sufrimientos. En esos casos es bueno recordar que todo sufrimiento es producto de la violencia humana y no un camino buscado ni deseado por Dios para los seres humanos. En otras palabras, el sufrimiento en sí mismo no salva ni tiene sentido a menos que sea por causa de otros. La entrega de la vida a favor del prójimo tiene un sentido propio que no puede equiparase al flagelo voluntario o al sufrimiento buscado de los eremitas.

En consecuencia lo que está en juego en este texto es el sentido de tu vida y la mía. Para el apóstol el sentido de la vida se encuentra en el vínculo con Cristo y en el seguimiento de su mensaje. Es anunciando en carne y hueso su Palabra que se halla la salvación y se emprende el camino hacia un encuentro total y definitivo.

La unidad de los creyentes

Hacia el final de nuestro texto el apóstol insiste en la importancia de permanecer unidos entre los creyentes. No es una exhortación explícita pero sí tiene el sabor de una advertencia sobre el riesgo de que las divisiones debiliten el testimonio y la misión de la Iglesia. Deben estar “en un mismo espíritu”; “combatiendo unánimes por la fe del evangelio”. Estas menciones no son gratuitas y deben incluirse en la predicación pues aluden a la triste situación de la iglesia dividida en su interior, donde el sentir no es unánime sino todo lo contrario. Las divisiones en la Iglesia de ayer y de hoy debilitan su mensaje y lesionan el testimonio ante un mundo que ya está dividido.

Conclusión y esquema

El mensaje deberá enfatizar:

  • El valor de la vida y la comprensión de que mientras el Señor tenga tareas para darnos aquí, hemos de encararlas con toda nuestra fuerza.
  • Las decisiones no deben construirse sobre nuestros intereses sino sobre la propuesta de Dios para nuestra vida y la sociedad. La misión y el testimonio son prioridad sobre otros aspectos de la vida.
  • La importancia de que la Iglesia esté unida para enfrentar los desafíos de este tiempo.

Proponemos el siguiente esquema para un sermón sobre este texto:

  1. Introducción planteando el tema de la vida y la muerte.
  2. La valoración positiva de la vida concreta en el plan de Dios.
  3. La entrega del creyente al proyecto de Dios.
  4. Vivir en Cristo significa darle un nuevo valor a las cosas:
  • Centralidad de la misión.
  • Tener coraje para enfrentar la tarea.
  • Asumir el seguimiento de Cristo hasta sus últimas consecuencias.
  1. Señala la importancia de la unidad de la Iglesia en vistas de su misión.
  2. Concluir con una invitación al discipulado.
Pablo Andiñach, biblista metodista argentino en Estudio Exegético-homilético 65, ISEDET, Buenos Aires, septiembre de 2005


Agregar a Calendario Google
  • Calendario
  • Guests
  • Attendance
  • Forecast
  • Comentarios

Weather data is currently not available for this location

Weather Report

Hoy stec_replace_today_date

stec_replace_today_icon_div

stec_replace_current_summary_text

stec_replace_current_temp °stec_replace_current_temp_units

Wind stec_replace_current_wind stec_replace_current_wind_units stec_replace_current_wind_direction

Humidity stec_replace_current_humidity %

Feels like stec_replace_current_feels_like °stec_replace_current_temp_units

Forecast

Date

Weather

Temp

stec_replace_5days

Next 24 Hours

Powered by openweathermap.org

Compartir