Duodécimo domingo después de Pentecostés

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Mateo 15.(10-20) 21-28; Isaías 56.1, 6-8; Salmos 133; Romanos 11.1-2a, 30-32
Evangelio de Mateo 15.(10-20), 21-28: (Lo que hace impura a la gente no es lo que come, sino lo que dice y por qué lo dice). Jesús va a la región de Tiro y Sidón, se le acerca una mujer cananea, pidiéndole por su hija enferma, él le contesta que ha sido enviado solo al pueblo de Israel. Ella insiste, Jesús vuelve a rechazarla, ella insiste otra vez y Jesús finalmente reconoce: “¡Qué grande es tu fe!”
Isa 56.1, 6-8: Practiquen la justicia, ejecuten el derecho. A los hijos e hijas de los extranjeros que me sigan y me sirvan y se aferren a mi pacto, yo los llevaré a que se alegren en mi casa mi casa, que será llamada casa de oración para todos los pueblos.
Salmo 133: Miren qué bueno es que los hermanos vivan unidos: es como el buen perfume que nos consagra, es como el rocío que refresca los montes… ¡Cuando los hermanos viven unidos, allí el Señor envía la bendición de una larga vida!
Carta a los Romanos 11.1-2a, 30-32: Dios no ha rechazado a su pueblo antiguo. Ustedes desobedecieron antes a Dios, ahora los judíos desobedecen a la fe. Dios tiene compasión de ustedes, y tendrá también misericordia de ellos y de todos por igual.
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