Recursos para la predicación

08 Ago 2023
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 13 AgostoAgo 2023

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Evangelio de Mateo 14.22-33 – Presentación de Pablo Andiñach

Introducción

Luego de la multiplicación de panes y peces Jesús envía a sus discípulos a cruzar el mar de Galilea mientras él despide a las personas que lo siguieron para entonces retirarse a orar. ¿Será que desea continuar con su meditación motivada por la muerte de Juan el Bautista (14.1-12), la que fuera interrumpida por la gente? ¿O se retira para meditar en el milagro reciente, el que acaba de efectuar? No lo sabemos con exactitud pero lo que sí podemos afirmar que cuando se hizo la media noche y finalizó su tiempo de oración se dirigió nuevamente hacia sus discípulos. Y como estaban en medio del lago y para colmo el viento era fuerte y contrario a su dirección, lo hizo caminando sobre las aguas. ¿Por qué?

El sentido de los milagros de Jesús

Hace algunos años se intentaba mostrar que las narraciones de milagros de Jesús eran relatos construidos sobre hechos naturales comunes que se agigantaban a fin de exaltar la divinidad del Mesías. En este caso se sugería que la barca no estaba lejos de la orilla pero la oscuridad nocturna y el viento les daban la sensación de estar en medio del lago. Así, Jesús se habría acercado caminando sobre las piedras de la orilla pero fue visto por los discípulos como caminando sobre las aguas. Pedro también habría pisado sobre piedras o el mismo lecho del lago pero a poco de andar su temor a las olas y la oscuridad lo habría hecho caer y hundirse.

Como alternativa racional no está mal pensada, pero adolece de considerar los milagros como desafíos a la razón más que como testimonio de la diferencia esencial entre Dios y nosotros, entre nuestros caminos y los suyos. Aquella reflexión se pregunta cómo sucedió tal hecho milagroso y cuál es su posible explicación racional. Esta otra se pregunta por el sentido del milagro, lo que encierra y lo que muestra, el desafío a la fe que supone su trama que supera largamente los mismos hechos físicos sucedidos.

Las narraciones de milagros tienen al menos cuatro intenciones. En primer lugar, dan testimonio del poder de Dios sobre todas las cosas, incluida la naturaleza por él mismo creada. Las leyes naturales rigen el desarrollo de las cosas pero éstas están también sujetas de la acción de Dios. Con esto se opone al fatalismo de ayer y hoy que supone cierta incapacidad para la sorpresa, para lo distinto en la historia humana.

En segundo lugar, los milagros ponen en evidencia la distancia entre Dios y nosotros. Cuando nuestras fuerzas están agotadas y cuando nuestra capacidad de acción está vencida, Dios vuelve a sorprendernos con su propuesta que supera no sólo la miopía humana sino que devuelve la esperanza en el plan que tiene para nosotros. Esta distancia también ayudaba a distinguir entre Jesús y los abundantes y cotidianos Mesías de su época. Sin llegar a afirmar que lo único característico de Jesús fuera el hecho de obrar milagros, es claro que los evangelios insisten en que en él las leyes naturales se flexibilizaban para ponerse al servicio de su mensaje.

Un tercer elemento es que los milagros en determinadas situaciones mostraban la voluntad de Dios. En este caso están en peligro de muerte y el Señor viene a salvarlos. Cabe la pregunta si no podía calmar las aguas desde la orilla, si necesitaba de este milagro para preservar la vida de los discípulos. Creo que la respuesta es que como en tantos otros casos la intención de Jesús no es solo una sino que en un milagro se tejen varios hilos a la vez. Aquí preserva la vida de ellos, pero a la vez prueba su fe, pone en evidencia su duda, convoca a la adoración, y manifiesta que es el hijo de Dios.

El cuarto elemento de los milagros es que se hacen para provocar la fe. Ningún milagro tiene un fin en sí mismo, sino que apunta siempre en otra dirección, distinta del hecho en sí y más profunda que el acto de saltar por encima de las leyes naturales. Si valieran por sí mismos tendríamos derecho a reclamarle más milagros a Dios para que solucione los múltiples problemas que hoy como ayer aquejan a la humanidad. Es más, cabría considerarlo un Dios cruel pues teniendo las facultades para evitar el dolor y la angustia no las utiliza tan sólo para dejarnos a nosotros la libertad de hacerlo, incluso sabiendo que lo hacemos muy mal.

Pero cuando leemos los evangelios vemos que Jesús hizo muy pocos milagros si los comparamos con el tiempo que duró su ministerio. Y los que hizo están vinculados a provocar o fortalecer la fe de los que asistían como testigos. De modo que entender los milagros como una “prueba de que Dios estaba en Cristo” o tan solo como una “prueba de la existencia de Dios” por demostración de sus poderes, es errar la intención del texto. Al evangelista le interesa hacer crecer en el oyente la fe en Cristo, así como a Jesús le interesó modelar la fe de sus discípulos.

Confiar en Cristo

Ver una figura que venía a ellos caminando por las aguas y considerarlo un fantasma es una prueba de que Jesús no hacía milagros a cada rato. A pesar de haber presenciado la multiplicación de panes y peces no se les ocurría que el Señor podía estar obrando un nuevo milagro. De hecho, Jesús no actuaba así cotidianamente. Que Pedro pida una prueba de identidad solicitándole caminar él también sobre el agua refuerza esto que estamos diciendo. Ni aceptando que alguien está caminando sobre el agua piensan que ese tiene que ser Jesús. Es curioso que la certificación solicitada por Pedro no consiste en dejar ver su rostro o acercarse a fin de tocarlo sino consiste en que comparta el milagro con los discípulos, en este caso él mismo. Es como si Pedro dijera “si tienes poder como para que yo pueda hacerlo entonces voy a creerte”. Pero los papeles se van a invertir. Mientras el planteo de Pedro es poner a prueba a Jesús, que demuestre quién es y qué poder tiene, el probado va a ser él mismo que luego de comenzar a caminar sobre el lago no acepta ni sus propias palabras (“si eres tu, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”) y se hunde en medio de un bochornoso fracaso. Es decir, Jesús le concede lo que pide pero Pedro fracasa por su incredulidad, por su falta de confianza en el Cristo que tiene delante caminando hacia él.

Pablo Andiñach, biblista metodista argentino en Comentario Exegético-Homilético 29, ISEDET, agosto 2002. Publicamos solamente una parte


1 Re 19.9-18 – El Señor encuentra a Elías – Presentación de Gerardo Söding

Entre las grandes teofanías bíblicas, la de Elías ha ocupado en la tradición judía y cristiana un lugar de privilegio, solo comparable a las de Moisés, tal vez seguidas por Isaías y Ezequiel. Sin negar su potencial inspirador, se trata aquí de leerla con atención en su contexto literario.

Elías recupera sus fuerzas con una comida especial, después de jornadas agobiantes y sangrientas, y camina hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. Elías entra en una gruta, que evoca la hendidura de la peña donde estuvo Moisés (ver Éx 33.22). El lugar es importante, como lo muestra la pregunta de YHWH: ¿qué haces aquí, Elías? Es una sorpresa y un sutil reproche al profeta, dando a entender que no debería estar allí.

Para Elías la situación es terminal: acusa a los israelitas de apostasía y asesinato de los profetas y se dice solo y perseguido a muerte, ardiendo de celo por YHWH Sebaot. Ya no se presenta como profeta, y trae una acusación injusta, pues quedan en Israel fieles y profetas de YHWH (ver 18.4), y todo el pueblo acaba de reconocer que YHWH es Dios (ver 18.39). Pero Elías es un apasionado inflexible y, según sus términos, su fracaso acarrea el de su Dios, quien es, además, el último y único responsable.

YHWH lo arranca de su queja para concederle una experiencia extraordinaria de revelación. Su palabra (vs 11-13) comienza con una orden de gran fuerza simbólica: sal y permanece ante YHWH, es decir, fuera del encierro y de nuevo a la misión (estar ante es ser el servidor; cf 17.1), y sigue anticipando la teofanía en todos sus detalles. Los tres primeros elementos, viento, terremoto, fuego, están en las tradiciones del éxodo (cf Éx 3.2; 19.16-18) y del mismo Elías (cf 18.38, 45); en ellos no estaba YHWH; ellos no pueden contener la presencia divina, aunque sí anunciarla. El susurro de una brisa suave es una aproximación a una frase única que une los contrarios silencio y sonido (cf Job 4.12-16), quiere situar lo divino más allá de todo fenómeno cósmico y de toda capacidad de comprensión y expresión humanas.

Así sucede, pero cuando Elías lo oye, se cubre el rostro con el manto (¿temor sagrado, recuerdos de Moisés, incapacidad de aceptar este desafío nuevo?), sale y permanece a la entrada de la cueva. YHWH repite su pregunta para escuchar literalmente la misma respuesta. Quiere decir que, a pesar de la teofanía, nada ha cambiado en Elías. Al que desea renunciar a su servicio, YHWH lo envía de nuevo, para una última misión: ve, vuelve a tu camino; no solo a Israel, sino más allá, al desierto de Damasco a ungir a un nuevo rey de Aram (YHWH se arroga este poder, fuera de Israel); a ungir un nuevo rey de Israel y a ungir (quizá por asimilación a los reyes, con el sentido de “instituir” ) a un profeta sucesor suyo. Ellos actuarán en la historia los designios de YHWH. Finalmente, corrige la injusta y errónea percepción de Elías: hay siete mil, una gran cantidad, un resto fiel en Israel, que no han besado a Baal (cf Os 13.2).

Gerardo José Söding, biblista católico argentino, en Los libros de los Reyes, Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Navarra, España, 2005.


Romanos 10 – Presentación de Juan Calvino

En el capítulo 10, comenzando directamente por la protesta de amor hecha a los judíos (al pueblo de Israel), dice claramente cómo la vana confianza en sus obras es causa de su ruina, y con el fin de que no intenten cubrirse con la Ley, les previene diciendo que hasta la misma Ley nos lleva a la justificación por la fe.

Después, añade que esta justificación es ofrecida indistintamente a todas las naciones por la benignidad de Dios; pero que únicamente la reciben quienes son iluminados por la gracia especial del Señor.

En cuanto al hecho de que un gran número de gentiles, más numerosos que el de los israelitas, la reciben, demuestra que eso fue predicho también por Moisés e Isaías, pues uno habló de la vocación de los gentiles directamente y el otro se refirió al endurecimiento de los judíos.

Juan Calvino, reformador francés, 1509-1564. Epístola a los Romanos, que comienza con un resumen del “Contenido” de la Carta, pp 13-21. Publicaciones de la Fuente, México, 1961.


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