Recursos para la predicación

17 Jul 2023
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Recursos para la predicación 06 AgostoAgo 2023

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Evangelio de Mateo 14.13-21 - Presentación de Pablo Andiñach

Introducción

La narración del milagro de multiplicación de los panes y peces está presente en los cuatro evangelios. Eso muestra el fuerte impacto que tuvo en las primeras comunidades cristianas y cuán difundida estuvo la imagen de Jesús como aquél que se compadecía de la necesidad del otro y actuaba en su ayuda.

Milagro y números

Este domingo leemos la versión de Mateo del cap. 14. Notemos que en el capítulo siguiente (15.32-39) vuelve a contarse un milagro similar pero con algunas diferencias. Es notable el juego de los números dentro de estas narraciones. En el cap. 14 parten de cinco panes y dos peces. La suma es siete, un número que en la simbología bíblica significa la totalidad, lo acabado. En este caso podría entenderse como “lo suficiente, lo que alcanza”.

Al finalizar el relato sobran doce canastas, otra vez un número clave que alude a aquello definido por la voluntad de Dios: doce tribus de Israel, doce discípulos de Jesús. Expresan la voluntad de abundancia de alimento y la saciedad de aquellos que son alimentados por los que Dios da. En el caso del cap. 15 se parte de “siete panes y algunos peces” y arriban a un sobrante de siete canastas llenas. En este segundo caso el recurso al número siete es mayor porque aquí se enfatiza el resultado directo de pasar de siete unidades a siete canastas. En ambos casos los números aluden a la totalidad con que Dios responde frente a la necesidad. Expresan la generosidad de Dios en contraste con la mezquindad humana.

Volviendo a Mateo 14.13-21 vemos que el contexto narrativo ubica a Jesús apartándose para lamentar la muerte de Juan el Bautista. Se señala que se fue solo a un lugar desierto. Con esto se quiere decir un lugar apartado, donde no hay aldeas ni pasa gente en forma habitual. Allí el Señor se lamenta por el trágico final de quien lo había bautizado. Pero la multitud lo sigue hasta donde él está. Uno puede preguntarse si lo siguen para acompañarlo en un momento de suma tristeza, para estar con él en la lamentación y fortalecerlo como cuando visitamos a los deudos de un reciente fallecido, o si lo hacen porque buscan su palabra y compañía sin considerar su angustia. Es muy probable que lo primero esté más cerca de la verdad debido a que la figura de Juan el Bautista había llegado a ser muy conocida y apreciada (véase 14:5) y su muerte violenta sin duda muy lamentada por muchos de quienes seguían a Jesús y conocían a ambos. Si bien el camino de Jesús parece haberse bifurcado respecto a Juan, no se puede afirmar que los vínculos se hubieran roto. Prueba de ello es el impacto que produce en Jesús su muerte y su alejamiento a orar. De modo que al dejar Jesús su lugar de soledad y llanto se encuentra con la multitud que ha venido a compadecerse de él, a consolarlo en un momento tan difícil.

Tuvo compasión de ellos

La primera sorpresa del relato es que Jesús se compadece de ellos. Venían a consolarlo y él los consuela a ellos. Se nos dice que sanó a los que estaban enfermos de entre ellos. Luego entran en escena los discípulos, despistados y equivocándose como suelen hacerlo: le aconsejan despedir a la gente y enviarla a comprar el alimento que necesitan. Uno puede señalar la prudencia y razonabilidad de la actitud de ellos. Los discípulos piensan en la inmediatez de los hechos y no consideran la oportunidad que Jesús ve de dar un testimonio de la voluntad de Dios. Por otro lado –y para ser justos con los Doce– si hubieran solicitado del Señor un milagro probablemente no lo habría hecho, para mostrarnos que Dios a diferencia de nosotros no actúa por presión externa sino por propia voluntad. Pero en este caso Jesús encuentra sobrados motivos para poner en evidencia la voluntad del Creador. Ante la noticia de la muerte de uno de sus mayores profetas, y ante el éxito de las políticas y voluntades de los poderosos todo parece indicar que el proyecto de Dios pierde terreno, que triunfan aquellos que ejercen la fuerza y el poder sobre los débiles y desamparados.

Entonces Jesús decide que es oportuno manifestar el plan de Dios una vez más. A nuestro entender uno de los elementos centrales de este relato es la gratuidad de lo que Dios da. En esta idea nos ayuda el texto elegido de Isaías 55.1-5 que además de ser literariamente de una altura suprema es de una profundidad querigmática notable. Lo que Dios otorga lo hace sin pedir nada a cambio. La sed y el hambre se sacian sin dinero, sin transacción comercial.

Las bendiciones del Señor no son parte de un negocio celestial donde se nos da sólo en respuesta a nuestro ofrecimiento en trueque de algo que poseemos (¿y que a Dios le falta?). Dios bendice gratuitamente y en respuesta a esa bendición es que obramos testificando su evangelio, la gratuidad de su amor. Como vemos la desproporción es enorme, casi infinita. Si se nos diera en razón de lo que nosotros ofrecemos estaríamos las más de las veces con las manos vacías. Pero sobraron doce canastas llenas…

El final de un mensaje

No estamos hoy reunidos para clamar al Señor por otro milagro de multiplicación de los alimentos. Aquel fue suficiente para mostrarnos su amor, su voluntad para con los pobres. Pero sí clamamos y oramos por la conversión de aquellos que tienen el poder para hacer que el hambriento y el pan se encuentren, el poder para crear las condiciones sociales donde la vida sea dignificada.

Oramos para que comprendan que las buenas noticias a los pobres no son malas noticias a los ricos si estos son creyentes y viven incómodos por la miseria de millones, y anhelan con todo su corazón el fin de las injusticias. Tampoco serán malas las noticias si están dispuestos a orar con nosotros y también con los más pobres de nuestro tiempo “hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo”.

Pocos panes, pocos peces, mucha hambre. Y Jesús respondió con generosidad a la multitud que confiaba en él. Hoy somos invitados a poner nuestros panes y nuestros peces, nuestras manos y nuestros corazones, nuestros pensamientos y nuestros cuerpos al servicio del hermano y la hermana que tienen hambre de pan y sed de justicia. Jesús una y otra vez responderá con la misma generosidad de aquel día en la colina de Galilea.

Pablo Andiñach, biblista metodista argentino en Estudio Exegético-Homilético 29, ISEDET, agosto 2002. Publicamos solamente una parte del comentario aludido.


Isaías 55.1-13 – Presentación de Samuel Pagán

Con este capítulo finaliza la segunda gran sección del libro de Isaías (40-55). La invitación a los sedientos y a los que no tienen dinero recuerda el llamado de la Sabiduría personificada en  el libro de los Proverbios (Prov 9.1-6), que invita a los caminantes a participar de un gran banquete. El poema sugiere que la sabiduría consiste en escuchar el mensaje del profeta y en regresar a Sión para trabajar en la reconstrucción de Jerusalén.

El banquete aludido o la fiesta especial de celebración se relaciona con las “misericordias” (es decir, con las promesas) hechas a David. Así como el famoso rey de Israel era presentado como testigo y mensajero divino para los otros monarcas, así el pueblo debía hacer lo mismo con  las otras naciones. De hecho, el “pacto eterno” de David, que era principalmente una promesa de permanencia de la dinastía davídica (2 Sm 76.1-29), no se había roto, porque durante el exilio se mantuvo viva la esperanza de restauración y de retorno a Jerusalén en la figura de Joaquín y sus descendientes. El Señor anuncia de esta forma que las promesas hechas al rey David se aplican ahora a todo el pueblo de Israel.

En la tradición bíblica la conclusión de una alianza iba acompañada de señales y signos especiales. El pacto con Noé tuvo como señal el “arco iris” (Gn 9.13-16); el de Abraham, la circuncisión (Gn 17.9-14), y la marca de la alianza del Sinaí fue la aspersión con la sangre de los sacrificios (Éx 24.8). Así el “pacto eterno” tendrá un signo extraordinario: la renovación y transformación de la naturaleza:

En lugar de la zarza crecerá el ciprés
y en lugar de la ortiga el arrayán;
esto dará al Señor un gran renombre,
una señal eterna que nunca será borrada (55.13).

Según Jeremías, el Señor iba a establecer una “nueva alianza” con su pueblo, porque el antiguo se había roto e invalidado debido a los pecados y transgresiones del pueblo de Israel (Jr 31.31-34). Esta nueva alianza no solo debía sustituir a la del Sinaí, sino que se iba a grabar en el corazón y en el interior de las personas, a fin de facilitar el cumplimiento de la voluntad divina.

Es esa inquebrantable y necesaria fidelidad al Señor la que hace que la nueva alianza de Jeremías se relacione íntimamente con el “pacto eterno” de Is 55.3. Esta tradición teológica se incorporó más tarde en las narraciones de la institución de la Cena del Señor en la época del NT (Mt 26.17-29; Mc 14.12-25; Lc 22.7-23; Jn 13.21-30; 1 Cor 11.23-26).

Con la desaparición de los símbolos que habían sostenido la fe de Israel –la tierra, el rey, el templo–, el pueblo en el exilio tenía que apoyarse únicamente en la palabra de Dios y en sus promesas. Por eso este es uno de los temas que atraviesan toda la sección de Is 40-55 y que se formula explícitamente en 40.8: “La palabra de nuestro Dios permanece para siempre”. Ahora el epílogo retoma la idea y añade que esa palabra nunca deja de cumplir la misión que el Señor le encomienda (55.11).

En este contexto son particularmente relevantes las imágenes de la lluvia y la nieve, tan importantes en un país como Israel, ya que de ellas depende el renacimiento de la vegetación. Como las aguas que riegan y fecundan la tierra, así la palabra que sale de la boca del Señor cumple su obra salvadora: “no volverá a mí vacía” (v 11).

La segunda sección de Isaías había empezado con el llamado dirigido al profeta para consolar a su pueblo (40.1) y termina con otro llamado, esta vez a participar del banquete que el Señor prepara para sus fieles. La imagen del banquete es particularmente significativa en todo el lenguaje bíblico. En el Sal 23, el salmista presenta al Señor con la imagen del pastor y luego añade: “Preparas ante mí una mesa frente a mis enemigos” (v 5). Esta referencia al banquete no es  solamente un reclamo a comer y a disfrutar de los alimentos, sino una manifestación de la alianza, un gesto importante de hospitalidad. También la iglesia cristiana instituyó un banquete como expresión visible de fraternidad y solidaridad entre los creyentes.

Samuel Pagán, biblista puertorriqueño, Discípulo de Cristo, Isaías en Comentario bíblico latinoamericano, Verbo Divino, Navarra, España, 2007.


Romanos 9 – Presentación de Juan Calvino

Por el hecho de que muchos se turbaban, observando a los judíos (como sujeto colectivo), primeros guardianes y herederos de la Alianza, desentenderse así de Cristo (pues deducían de ello: o que la Alianza era negada a la posteridad de Abrahán, puesto que rechazaba lo que había de cumplir, o bien que Cristo no era el Redentor prometido, porque no proveía mejor al pueblo de Israel), el Apóstol comienza a refutar esta cuestión desde el comienzo del capítulo nueve.

Habiendo primero afirmado el amor que sentía por sus compatriotas, de tal manera que nadie pudiera creer que hablaba por odio; después de haber reconocido también las prerrogativas que el pueblo judío tenían sobre los demás, acaba dulcemente por mencionar y quitar el escándalo que se derivaba de su ceguera. Presenta dos especies de hijos de Abrahán, para demostrar que todos sus descendientes, según la carne, no son considerados como descendientes participantes de la gracia de la Alianza y que, por el contrario, los extranjeros, siendo injertados por la fe, son considerados como verdaderos hijos de Abrahán.

Nos presenta, por ejemplo, a Esaú y Jacob. Sobre este particular el Apóstol nos conduce a la elección de Dios, obligándonos a pensar que todo depende de ella; pero como esta elección está basada en la sola misericordia de Dios, sería locura buscar su origen en los seres humanos o en sus méritos. Existe, por otra parte, la reprobación, la cual está llena sin duda de equidad, y es imposible encontrar su causa en otra cosa distinta a la voluntad de Dios.

Al final del capítulo demuestra que los profetas habían predicho tanto la vocación de los gentiles como la reprobación de los judíos, (vistos como entidad nacional en general).

Juan Calvino, reformador francés, 1509-1564. Epístola a los Romanos, Publicaciones de la Fuente, México, 1961. Agregados aclaratorios de GBH entre paréntesis y cursiva.


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