Recursos para la acción pastoral

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Para estudiar el Génesis
Génesis es el primero de los cinco libros de la Torá o “Ley”. Los judíos que hablaban griego a veces llamaban a la Torá Pentateuchos, un adjetivo que significa “(el libro) que consiste de cinco libros”. De allí viene el nombre moderno Pentateuco que usan los estudiosos. El título más completo de la Reina-Valera, “El libro de Moisés: Génesis”, no es más antiguo que la Biblia alemana de Lutero, si bien refleja una antigua tradición de los judíos en el sentido de que toda la Torá había sido escrita por Moisés. Esta tradición era común en la época del Nuevo Testamento (ver por ej. Lc 24.27), pero no aparece en el AT. De manera que, estrictamente hablando, el libro de Génesis es anónimo.
El “genio” original del libro es el mismo pueblo de Israel. O, para ser más exactos, son los “juglares” anónimos o “cantores de relatos” profesionales. Aquellos que, durante el peregrinaje por el desierto y el período de los Jueces, dieron forma literaria por primera vez a los recuerdos, las experiencias, las esperanzas y los temores de la flamante nación. La obra de estos “cantores de relatos” era oral en su totalidad y ha desaparecido; pero si alguien merece el título de “autor” del Génesis, son ellos.
De lo que acabamos de decir se deduce que el Génesis es esencialmente una literatura folclórica. Consta es su mayor parte de relatos que todavía llevan la marca de haber sido compuestos para animar e instruir al común de la gente, con toda la profunda sabiduría de esa fe naciente. Debemos tener esto presente cada vez que lo estudiamos.
No está dirigido a gente moderna y sofisticada como nosotros que hemos perdido el gusto por la narración sencilla y que hacemos nuestra teología al estilo filosófico. No sabe nada sobre ideas abstractas o sobre los descubrimientos de la ciencia moderna y no se le deben hacer preguntas que den por supuestos estos datos. Tenemos muchas más posibilidades de captar su mensaje si hacemos un esfuerzo con nuestra imaginación por pararnos junto a sus primeros oyentes hebreos y lo escuchamos con sus oídos. Dios nos habla en el Génesis, pero debemos ser suficientemente humildes como para percibir que no nos haba directamente a nosotros sino a través de ellos. Luego podemos reformular el mensaje en términos que le hagan más relevante para nuestra generación. Así es como debe ser. Pero no hay dudas acerca de donde debemos comenzar.
El Génesis y la ciencia
Uno de los principales obstáculos que impiden que se escuchen con imparcialidad los primeros capítulos del Génesis es la opinión generalizada de que la ciencia los ha desacreditado. Lo primero que hay que decir sobre tales burlas es que son mucho menos comunes hoy que hace tiempo. No son los científicos de hoy quienes pretenden que la ciencia ha reemplazado a Dios sino sus seguidores más ignorantes que tienen tan poca noción de lo que la ciencia como la fe cristiana son en realidad. De hecho, algunos de nuestros mayores hombres y mujeres de ciencia son cristianos sinceros y militantes.
Al mismo tiempo, los cristianos también han cambiado en su actitud hacia la ciencia. La mayoría de nosotros estamos dispuestos a reconocer que la Iglesia se equivocó en el siglo 16 al anatematizar a Copérnico y Galileo por sostener que la tierra giraba alrededor del sol y no el sol alrededor de la tierra. Y que también se equivocó en el siglo 19 al condenar a Darwin por animarse a sugerir que los seres humanos descendían de los “monos”. Se equivocó porque trató de demostrar que el Génesis era un manual de ciencia además de ser un manual de fe.
En el siglo 21 estamos mucho más dispuestos a atribuir a Dios el universo sorprendente que ha revelado la ciencia moderna, un universo de vastas galaxias dentro del cual nuestra tierra e inclusive nuestro sol no son sino pequeñas partículas. Y un universo en el cual la vida ha ido evolucionando lentamente durante milenios de tiempos inimaginables. Ese, y no el pequeño mundo cerrado del cielo allá arriba y la tierra aquí abajo, es el universo que los cristianos de hoy creen que ha sido creado por Dios. Sostendríamos que, lejos de disminuirlo y convertirlo en una “hipótesis innecesaria”, acrecienta de manera inconmensurable su majestad y su gracia.
El salmista de antaño exclamó en su admiración ante todo ello:
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?
John Gibson, Antiguo Testamento comentado. Génesis II, La Aurora, Buenos Aires, 1989, pp 13-23, resumen y adaptación de GBH.
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