Recursos para la predicación

10 Abr 2023
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 23 AbrilAbr 2023

Blanco


Lucas 24.13-35 – Presentación de Néstor Míguez

Análisis del texto

El relato de los viajeros de Emaús es quizás el único pasaje del Nuevo Testamento que nos permite atisbar algo de lo que pasó el sábado, cuando todavía no se sabía que esa noche era la “vigilia de Resurrección”, sino apenas el sábado del sepulcro. Un día después la experiencia de la Resurrección trajo una nueva luz y todo cambió definitivamente. Pero, ¿cuál sería el ánimo y situación de los discípulos ese sábado?

Pedro con el amargo sabor de haber negado a Jesús en el momento decisivo, y sin oportunidad de reparar su cobardía. El discípulo amado con el recuerdo nostálgico de aquellas últimas horas que no volverían. Las mujeres con las pesadillas de esas últimas horas de horror, del espectáculo desgarrador de la cruz, con ese último grito con el cual entregó el espíritu aún resonando en sus oídos...

Ahora Cleofas y su acompañante (quizás fuera María, su esposa, la que había estado a los pies de la cruz (Jn 19.25), también discípulo de Jesús. El texto griego permite entender esto sin dificultades... El relato supone que viven juntos y comparten la mesa) nos muestran qué significaba para ellos. Era la muerte de la esperanza, el fin definitivo de todo sentido.

Todo se volvía incomprensible (Jesús les dirá después que es porque no comprendían las Escrituras). Ellos habían visto en Jesús el profeta esperado, cumplimiento de la promesa davídica, el restaurador del reino de Israel y el que proclamaba la verdadera fe (lo que no podía separarse del Reinado de Dios, como el mismo Jesús lo había predicado).

La descripción que brinda Cleofas marca su comprensión del ministerio de “Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo lo entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y lo crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él fuera el que había de redimir a Israel” (v. 19-21a).

Explicable su obra, reconocible su carácter: También la mujer samaritana y el que había nacido ciego lo habían reconocido profeta, y así lo veía la mayoría del pueblo (Mt 14.5 y otros). De obras excelentes, de palabras coherentes. Inexplicable, o quizás sí, la reacción de los gobernantes que lo hacen matar. Totalmente inexplicable su muerte, finalmente, el fracaso del bueno elegido de Dios, del justo de palabra exacta y fe firme. ¿Qué podemos esperar los demás?

Ya van pasando los días y todo vuelve a la anormalidad cotidiana. La injusticia seguirá reinando, los poderosos seguirán burlándose del bienhechor e imponiendo sus “malas palabras”, generando muerte, disolviendo las expectativas y esperanzas de los humildes. Pascua recordaba la gesta liberadora del éxodo de Egipto, pero esta Pascua había significado la muerte del cordero y no había redención.

En seis días fue hecha la Creación, y el sábado estaba destinado a conmemorar y celebrar ese Dios y su obra maravillosa. Pero en este sábado en particular solo cabe lamentar, porque la creación fue desecha. Lo más noble que se conoció en ella yace en tumba, ¡en tumba ajena, para colmo!

Solo algunas mujeres (¿se habrán enterado por la amistad de María con las que fueron al sepulcro?) se atreven ahora a atisbar un futuro distinto, por la noticia de la Resurrección. Pero para salir de este sábado sin Dios habrá que dar aún un salto de fe, que solo podrán realizar cuando se les abran las Escrituras, y, ardiendo su corazón, puedan reconocer el gesto del pan compartido que muestra que no todo está perdido, que la esperanza se obstina en seguir viva, porque ese Jesús, profeta de buenas obras y buenas palabras, el Hijo de Dios, ha resucitado ciertamente.

Sugerencias homiléticas

El sábado no suele ser día de muchas celebraciones. Algunas Iglesia no tienen reunión ese día. Y sin embargo, no deja de ser significativo. Es el día del gran silencio, el momento en que fue más cierta que nunca la frase de F. Nietzche: “Dios ha muerto”. Nuestra humanidad, en muchos sentidos, sigue aferrada a ese sábado. Se ha olvidado, o aún no ha creído, que hay una Resurrección posible.

Por eso vivimos como vivimos, negando la humanidad de los otros, poniendo nuestra esperanza en el consumo, postergando el sentido de justicia y solidaridad. El panorama de la humanidad de este sábado sin gloria es desolador. Nuestra vigilia, sabiendo de la resurrección, es creer ese mensaje tempranero de las mujeres que fueron al sepulcro, y anunciarlo para que una nueva alborada se produzca para esta humanidad de conflictos.

Néstor Míguez, biblista metodista argentino en Encuentro Exegético-Homilético 24, ISEDET, Bs As, marzo de 2002.


Hechos 2.14a, 36-41 – Presentación de Mercedes García Bachmann

Análisis del texto

Recomendamos (re)leer las notas sobre el texto del domingo anterior, pues dicen mucho a los vv. de este domingo.

El v. 36 concluye el argumento comenzado en el v 21 con la profecía de Joel. Al darle a Jesús el título de Señor, que en la profecía se refería a Yahvéh, Lc está afirmando que este Jesús rechazado por los seres humanos pero afirmado por Dios, es verdaderamente Señor, kyrios, título que el judaísmo usaba desde tiempo atrás para referirse a Yahvéh sin nombrarlo. Para Lc, Jesús es profeta, Mesías, Cristo y Señor, sentado a la derecha del Padre.

La primera consecuencia del don del Espíritu Santo sobre la comunidad de creyentes fue la valentía y articulación con que mujeres y varones sin preparación teológica pudieron ser testigos de Jesús. El mensaje del Evangelio llega a judíos y judías de todos los pueblos, a cada cual en su propia lengua. Como muestra de semejante milagro, habla Pedro en nombre de los doce. La segunda consecuencia es el llamado o exhortación a sus oyentes, dividido en tres partes: a) prestar atención, escuchar; b) arrepentimiento y conversión; y c) el bautismo. Para ello, Pedro (Lucas) comienza por articular las conclusiones del caso que presentara en los vv 14-21. La “casa de Israel” no puede alegar ignorancia, pues su culpabilidad frente a sus acciones está patente. Le queda una sola posibilidad, que, a juzgar por el estado de los (¿y las?) oyentes, todavía es posible, y qué Lucas plantea mediante el recurso de una pregunta compungida: “¿Qué tenemos que hacer?”

Lc retoma el mensaje salvífico, esta vez mediante cuatro elementos interrelacionados: el arrepentimiento o conversión (en griego metanoia), el bautismo, el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. Con esto ha dado una vuelta completa y ha retornado a los eventos que dieran origen a todo el discurso al comienzo del capítulo. La promesa, que ya estaba presente en el v. 21, el centro de la estructura del discurso, es ahora ampliada: no sólo es para ustedes, sino también para su descendencia. Usando, una vez más, la profecía de Joel 3.4 (LXX; Hebreos 3.5), aquí Lucas les habla a sus propios/as contemporáneos/as, para el Israel de lejos y de cerca. Una vez más este discurso nos recuerda que no está pensado para nosotros/as (aunque es válido hacer una relectura), sino para una generación que todavía estaba insertada en el judaísmo.

Sugerencias homiléticas

El tema de estos vv se podría titular “Todavía hay una posibilidad”. Ni las acusaciones más terribles (¿qué puede ser peor que haber matado al Mesías y Ungido de Dios?) se sostienen cuando hay verdadero arrepentimiento y verdadera conversión, cambio. Esto fue así para la multitud que escuchó a Pedro según Hechos 2, para Pablo que persiguió a la Iglesia, para Pedro mismo que lo había negado y para multitud de otras personas a lo largo de la historia. También es cierto para cada uno y cada una de nosotros/as. Claro que la aceptación de Jesús como Mesías, con todo lo que ello implica (arrepentimiento diario, conversión diaria, etc.) es parte del “paquete”. No se puede “comprar” una parte sola, por ej., las bendiciones de Dios, sin un cambio de vida.

Quizás detrás de estas palabras que Lucas pone en boca de Pedro, está su intención de hacer de Pedro el sucesor del rol profético de Juan el Bautista, especialmente al relacionar el bautismo con la conversión, y la pregunta de las dos multitudes: “¿Qué debemos hacer?” Una posibilidad para este domingo sería explorar quiénes son las voces proféticas hoy, si están en la Iglesia o fuera, si llaman a la Iglesia o no, etc.

La conversión puede entenderse de varias maneras. Una es la experiencia que usualmente se asocia con este término y que se puede fechar hasta con minutos, de creer en Jesús / encontrarse con él / aceptarlo y dejar la vida llevada hasta ese momento. Para mucha otra gente, la conversión es un proceso gradual, que no se puede identificar con un momento determinado. En cualquiera de los dos casos, lo que realmente importa es que, tras el momento en que, con el corazón partido preguntamos “¿Qué debemos hacer?”, como dice Hechos 2: que volquemos toda nuestra vida a evitar el pecado o los pecados; pero también a ser fieles a Dios, a servirle y a construir comunidad con nuestro prójimo.

En mi tarea pastoral me he encontrado repetidamente con situaciones en las que una persona había estado involucrada en situaciones “non sanctas”, como tráfico de drogas y otras. Me hicieron pensar mucho, sobre todo, porque se trataba de situaciones resueltas legalmente (cárcel) y también “cristo-lógicamente” en cuanto a un arrepentimiento y conversión. Y sin embargo, había en la comunidad que rodeaba a estas personas, otras que se creían con derecho a seguir discriminando, a juzgar más duramente que Dios a estos/as hermanos/as, y aparentemente, a no perdonarles nunca su pecado. Sin ir a ejemplos tan drásticos, creo que cada predicador/a tiene a mano ejemplos de este tipo de conducta, que usar en la meditación. ¿Qué significa, entonces, el tema de este domingo, “todavía hay una posibilidad”? ¿De qué nos sirven los mismos ejemplos de Pedro y Pablo? Finalmente, ¿quiénes necesitan oír el mensaje de salvación? ¿No será por ejemplos como estos que muchas de nuestras comunidades están cada vez más vacías y más muertas?

Mercedes García Bachmann, biblista luterana (IELU) argentina, en Estudio Exegético-Homilético 25, ISEDEET, Buenos Aires, abril 2002.


1 Pedro 1.17-23 – Presentación de Samuel Almada

Dentro de la sección que hemos denominado “la nueva vida en Cristo” (vv. 1.13–2.10), esta perícopa (1.17-23) enfoca el compromiso y responsabilidad que implica para los conversos el ser beneficiarios de las obras generosas de Dios. Hay alusiones al contraste entre el antes y el después de la conversión, y a los cambios concretos operados por la fe (v. 18).

Al comienzo, el autor presenta a Dios como “padre” y también como “juez” que juzga a todos los seres humanos (v. 17). La figura del “juez” trae la idea de imparcialidad; de alguien que juzga a todos sin excepción según la conducta efectiva de cada uno. Por tanto se aconseja conducirse con todo cuidado y respeto, recordando la fragilidad de la situación de los creyentes que viven como “extranjeros”. Conviene ver que en 1 Pe la cuestión del “extranjero” o “expatriado”, además de algunas connotaciones referidas a la situación social y política de miembros de la comunidad, también tiene un sentido metafórico para expresar la separación o disidencia con el entorno de la sociedad dominante. Así mismo, ese “medio extraño” donde tienen que vivir provisoriamente también representa la forma de vida anterior dominada por la ignorancia y los deseos desenfrenados, y a la cual renunciaron para vivir el principio de la gracia y la esperanza; y esto se deberá reflejar concretamente en la conducta cotidiana de los miembros de la comunidad (v. 17b).

Los vv. 18-19 destacan la obra liberadora y transformadora de Dios, y el alto precio que tuvo que pagar por el rescate de la humanidad. La nueva vida desde la conversión es considerada como una liberación del cautiverio, y la referencia a la vida anterior como “vana” / “inútil”, y “herencia de los padres”, parece ser un rechazo a formas de vida que son contrarias a los enunciados propuestos. Probablemente también se esté haciendo alguna alusión a los antecedentes religiosos, tanto de los cultos locales como de las tradiciones judías, en tanto que no resultaban eficaces para honrar y dignificar la vida. La imagen del rescate como metáfora de la liberación podría tener varias vertientes, pero en un contexto donde existen tantas referencias a las tradiciones judías y bíblicas más antiguas, este parece ser su encuadre principal. Desde el éxodo y el exilio, la liberación era uno de los temas centrales de la esperanza salvífica y podría utilizarse sin dificultad en el lenguaje cristiano. La idea del “rescate” también hace recordar a Isaías 52:3, aunque con matices y connotaciones ciertamente diferentes.

Las comunidades de creyentes probablemente también estaban familiarizados con la idea de la ofrenda sacrificial y de sustitución que se aplica a Cristo como “cordero” sin mancha y sin defecto; pero esto no significa que haya alguna correspondencia concreta y específica con las prácticas cultuales judías que aparecen en la Biblia hebrea. La referencia a este tema probablemente sea una alusión general sin mayores connotaciones, aunque pertinente si tenemos en cuenta que el texto intenta una reelaboración tipológica del éxodo en la cual Cristo aparece como el “cordero pascual”. En cuanto al alto valor del rescate, no hay punto de comparación entre la sangre de Cristo y cualquier otra cosa material por más valiosa que sea; son especies esencialmente diferentes. De manera análoga, el texto remarca la diferencia fundamental entre el estado de ignorancia y esclavitud, y la nueva vida en Cristo.

La obra de redención de Dios a través de Cristo, a su vez, se inscribe en la cosmología bíblica universal que abarca toda la creación y la historia, desde los orígenes hasta el fin de los tiempos (v. 20). Esto sintoniza en parte con el tema de la revelación profética de los versículos 10-12, en cuanto al discernimiento e interpretación de los tiempos. Además, otro aspecto significativo es que estas dimensiones cósmicas del acontecimiento de Cristo tienen implicaciones directas sobre la situación y el destino de los interpelados (“a causa de vosotros”), de tal manera que los creyentes también participan del acontecimiento.

El acontecimiento de Cristo, y especialmente su resurrección, es un impulso poderoso para la recreación de la fe y la esperanza de los creyentes (v. 21). Esta fe está fundamentada en el Dios que no abandonó a Jesús entre los muertos, sino que lo levantó y le dio el máximo honor. Esto, sin duda, también representa un apoyo para poder sobrellevar y superar las aflicciones temporarias que se reflejan a través del contexto general de la epístola.

Al final, el énfasis se vuelve a poner en la obediencia y en una conducta convergente con la profesión de fe que se enuncia en el pasaje (v. 22). El tema central aquí es la exhortación al amor mutuo y no fingido entre los pares. Este compromiso y responsabilidad colectiva se deriva de la salvación otorgada y del nuevo nacimiento experimentado al haber obedecido a la “verdad” y a la palabra imperecedera de Dios (v. 23 y 24-25).

El autor conecta con uno de los ejes temáticos principales de toda la Biblia: el amor mutuo y concreto por nuestros semejantes es un indicador de la calidad y profundidad de nuestra fe y relación con Dios. Además, el amor fraterno permite a la comunidad estar unida y afrontar algunas situaciones conflictivas, tanto internas como externas, que se insinúan más adelante en la carta. Pero el autor parece bastante realista y sabe que el amor es algo que se va construyendo día a día con actitudes concretas en la vida cotidiana, siempre con tensiones y conflictos. La exigencia de un amor idealizado y sublime produciría frustración y desengaño; y lo que es peor, induce a la hipocresía que es una de las falsificaciones más comunes del amor sobre la que el autor advierte.

El “amor sin fingimiento” es el resultado y testimonio de una persona transformada y purificada; ese es precisamente el sentido del “ser santos” que se defiende anteriormente (cf. vv. 15-16). La propuesta de 1 Pedro no se interesa por una interiorización espiritualista, sino que apunta insistentemente a la exteriorización y eficacia social de la conducta de los cristianos.

En este contexto, también son relevantes las referencias a la “verdad” como objeto de la obediencia, y al “espíritu” como mediación, en el sentido que refuerzan la autodeterminación del creyente y su involucramiento voluntario en una forma de vida que se fundamenta en el amor. Como no puede ser de otra manera, el amor no se puede imponer a nadie pues, en su propia naturaleza, es hermano de la libertad.

De tal manera, a partir del nuevo nacimiento los creyentes se incorporan a un proceso permanente y de carácter liberador basado en el compromiso del amor y en la obediencia a la palabra viva y eficaz de Dios que permanece para siempre (cf. vv. 23 y 24-25).

Sugerencias homiléticas

Una propuesta de estructura y bosquejo podría ser la siguiente:

A - Invocación a Dios como padre y juez (v. 17a)
B - Conducirse con todo cuidado y respeto (v. 17b)
C - La obra liberadora y transformadora de Cristo (vv. 18-19)
X - La dimensión cósmica de la obra de Cristo (v. 20)
C’- El fortalecimiento de la fe y la esperanza de los creyentes (v. 21)
B’- La obediencia voluntaria al mandamiento del amor (v. 22)
A’- La palabra viva e imperecedera de Dios es semilla que da origen a la nueva vida (v. 23)

Una interpretación se podría enfocar en el punto central de la estructura: “la dimensión cósmica de la obra de Cristo” (v. 20), y sus implicaciones sobre los paradigmas teológicos del “ecumenismo”, “ecoteología” y “pensamiento holístico”.

Samuel Almada, biblista bautista argentino, en Encuentro Exegético-Homilético 61, abril 2005, ISEDET, Bs Aires


El Salmo 116

es un canto de acción de gracias, a través del cual la comunidad reunida expresa el reconocimiento y la alabanza a Dios por su oportuna salvación de muchas situaciones de grave peligro u opresión. La última parte (vv 12-19) es propiamente el canto de acción de gracias e incluye confesiones públicas de fe y confianza en Dios, a quien se invoca no solamente para pedir su ayuda en las situaciones difíciles (v 4) sino también para ofrecerle promesas y sacrificios (vv 13-14 y 17-18) en presencia de todo su pueblo. Conviene retener la referencia a “la muerte de los piadosos o fieles de Yavé” (v 15) como algo “caro”, “costoso”, “pesado”, “doloroso” (del hebreo yaqar) a los ojos del Señor; pues ofrece una pista para la reflexión sobre el significado de la cruz de Cristo y de la pascua cristiana, y tiene connotaciones relevantes para una teología sobre la justicia divina y la situación de las personas o pueblos que sufren.

Samuel Almada, en Encuentro Exegético-Homilético 61, abril 2005, ISEDET, Bs Aires


Fabula cortita

Había una vez un rey que quería ir de pesca. Llamó a su pronosticador del tiempo y le preguntó el estado del mismo para las próximas horas. Éste lo tranquilizó diciéndole que podía ir tranquilo pues no llovería. Como la novia del monarca vivía cerca de donde éste iría, se vistió con sus mejores galas. Ya en camino se encontró con un campesino montado en su burro quien al ver al rey le dijo: “Majestad, es mejor que vuelva a palacio pues va a llover muchísimo.”

Por supuesto el rey siguió su camino pensando: “Qué sabrá este tipo si tengo un especialista muy bien pagado que me dijo lo contrario. Mejor sigo adelante.”

Y así lo hizo… y, por supuesto, llovió torrencialmente. El rey se empapó y la novia se rió de él al verlo en ese estado. Furioso volvió a palacio y despidió a su empleado.
Mandó llamar al campesino y le ofreció el puesto, pero éste le dijo: “Señor, yo no entiendo nada de eso, pero si las orejas de mi burrito están caídas quiere decir que lloverá”.

Entonces el rey contrató al burro.

Así comenzó la costumbre de contratar burros como asesores que desde entonces tienen los puestos mejor remunerados en los gobiernos.

Anónimo


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