Recursos para la predicación

10 Abr 2023
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 16 AbrilAbr 2023

Blanco


Comentario de Juan 20.19-31 – Presentación de Ricardo Pietrantonio

Jesús se aparece a los discípulos (20.19-23)

El rasgo de las puertas cerradas con llave mencionada al principio, muestra la habilidad de Jesús de presentarse en cualquier lugar; “atravesando puertas cerradas con llave”.Sin embargo, es inapropiado denotar ese poder, o la habilidad del Jesús resucitado de “materializarse”; el Señor se revela donde quiere, de un modo más allá de nuestra comprensión, y es correcto que reconozcamos aquí los límites de nuestra comprensión.

La referencia al miedo de los discípulos de los judíos como motivo para las puertas cerradas con llave se explica por los sucesos de la semana; el saludo de Jesús: “¡Paz a ustedes!”  Se sabe bien que ese era (y todavía lo es) el saludo común de los judíos en Palestina, “¡Shalom!” Pero éste no era ningún día ordinario. Nunca una “palabra común” estuvo tan llena de tanto significado como cuando Jesús la profirió en la tarde de Pascua.

Todos los profetas habían puesto en el shalom el epítome de las bendiciones del reino de Dios que esencialmente se habían realizado en los hechos redentores del Hijo encarnado de Dios “resucitado” para la salvación del mundo. Su “Shalom” en Pascua complementa ahora el “todo se ha cumplido” en la cruz, para la paz y reconciliación y vida desde Dios. “Shalom” es el saludo de Pascua. No sorprende que Pablo la incluya junto con “gracia” en el saludo en cada epístola.

Jesús les muestra sus manos –en realidad serían sus muñecas, donde se clavaban los clavos para que soportara el peso del cuerpo– (¡y sus pies!, realmente sus tobillos) a los discípulos, pero para que comprendan que era él, su Señor crucificado que estaba de pie ante ellos. Esa identificación clara era extremamente importante para la Iglesia; el Crucificado era el Resucitado.

Los discípulos, por consiguiente “se llenaron de alegría” cuando se dieron cuenta que quién estaba de pie ante ellos era su propio Señor muerto aunque vivo. La promesa que Jesús hizo a ellos en el Aposento Alto de que él habría de “venir” a ellos (14:18) para convertir su pesar en alegría (16.20-22) se cumple ahora. La alegría es una bendición fundamental del reino de Dios (ej. Is. 25.6-9; 54.1-5; 61.1-3), y es el sentir básico de la Pascua.

La misión del Hijo no ha finalizado con el “haber sido elevado” porque los asistirá en el tiempo de la misión (14.12-14). Esta asistencia había sido prometida antes a través del Espíritu (15:26; 16:8-11) y ahora la impone (22) soplando (cf. Gen 2.7; Ez. 37.9-10) para transmitirla a toda la iglesia. Pascua unida con Pentecostés (cf. Hch 2.32-33 = el derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés es un acto del Señor resucitado). Ya el Señor lo había prometido a toda la Iglesia en su oración (17.20 ss). Tarea permanente de los discípulos (23).

Jesús se aparece a Tomás (20.24-29)

Tomas ha actuado ya antes en el Evangelio (11.16 y 14.5), donde se lo ve no como un escéptico sino como fiel seguidor de Jesús, pero pesimista, listo para morir con él si fuera menester, pero tardo en comprender (14.5). Su contestación a sus compañeros discípulos acerca de la resurrección de Jesús es una expresión exagerada de la actitud que ellos mismos manifestaron a las mujeres que dijeron que ellas habían visto a Jesús.

Pero las condiciones que pone para creer suenan irrazonables. Ellas son un ejemplo de la actitud condenada por Jesús en 4.48. “Después de ocho días” el Señor aparece de la misma manera que antes, o en el “octavo” día, es decir, el domingo siguiente (esto según el modo judío de calcular, contando el primero y el último día en el período). El lenguaje habrá recordado a los lectores primitivos de sus propias reuniones para el culto en el primer día de la semana, marcando el día cuando Jesús resucitó de los muertos.

Recuerda la costumbre en el Medio Oriente, Asia Menor y aún Egipto de nominar algún día en honor de un gobernante. Ese es el día del Kyrios, del Señor cuando resucitó para ser soberano del Universo que llevó a los cristianos primitivos a que el primer día, el domingo, y no ya más el sábado, como el Señor resucitado, al Trono de Dios. Lo dice claramente la Epístola de Bernabé (15.9): “Por eso justamente nosotros celebramos también el octavo día con regocijo, por ser el día en que Jesús resucitó de entre los muertos y después de manifestado, subió a los cielos”.

El Señor, cuyo cuidado por su pueblo se extiende por todos los tiempos, ha oído la declaración de Tomás, y asume el desafío. Cuando extiende sus manos, con la invitación de tocarlas y de poner su mano en su costado, agrega un refrán que es un poco un reproche para Tomás y un poco una apelación: “no seas incrédulo sino creyente”.

¿Habrá Tomás extendido sus dedos cuando fue invitado? La escena en la que Tomás extiende su mano para tocar al Señor se volvió un tema favorito para los artistas más tarde. No obstante es improbable que Tomás hizo tal cosa; por otra parte el Evangelista habría apuntado que Tomás se convenció cuando tocó el cuerpo del Señor resucitado. El v 29 sólo dice que Tomás ve al Señor.

Su declaración es una confesión emitida desde las profundidades del alma de Tomás: “Mi Señor y mi Dios”. El incrédulo más ultrajante de la resurrección de Jesús profiere la más grande confesión del Señor resucitado, que expresa su último significado, la revelación de quién es Jesús (cf. 5.33).

El énfasis en el v. 29 no es Tomás sino aquellos que no han “visto”. Su encomendación toma la forma de una bienaventuranza (cf. Sermón del Monte, Mt. 11.6; 13.16; 24.46; sólo una más en Jn 13.17 y ambas tienen una nota de amonestación) que no se aplicará a todos los lectores del evangelio. Si la experiencia directa de Tomás se cree se es bienaventurado.

Conclusión (20.30-31)

Los “signos” que hay en los primeros 12 capítulos de Jn son acciones del Mesías que se expanden en discursos de interpretación. Hina con pisteusete o pisteuete expresa propósito: a fin de que, para que… El Evangelio es un testamento sobre la fe

para despertar la fe y edificar a los creyentes en la fe.

Breve reflexión teológica

Es muy interesante que un domingo posterior a Pascua de resurrección, con toda la alegría que ello implica en la comunidad, en el siguiente aparezca este texto sobre Tomás y sus dudas racionales. La gran bienaventuranza viene hacia todos los creyentes que no vieron y que creyeron por el testimonio de los que vieron. Y siempre se podría dudar de esos testimonios como se duda de la resurrección del Señor. Pista para la predicación: La confianza en los testigos.

Ricardo Pietrantonio, biblista luterano (IELU) argentino en Encuentros Exegético- Homiléticos 13, ISEDET, 2001.


Hechos Apóstoles 2.14, 22-28, 31-32 – Presentación de Mercedes García Bachmann

Introducción

Todos los textos de este mes son del libro de los Hechos; éste, como sabemos, toma el lugar del AT durante los domingos de Pascua (tres de estas lecturas son del discurso de Pedro el día de Pentecostés y el resto del cap. no aparece en el ciclo A). Nos parece importante, entonces, hacer algunas consideraciones acerca de la teología de Lc antes de entrar a los detalles de cada perícopa. Estas servirán de base para toda la reflexión del mes y permitirán revertir, al menos en parte, la atomización que trae la lectura en perícopas.

En la teología lucana, el don del Espíritu el día de Pentecostés es paralelo al bautismo de Jesús en el Jordán. Ambas experiencias son denominadas “bautismo”, uno de agua y el otro del Espíritu (Lucas 3.16, 21-22; Hechos 2.1-13). Ambos sirven para inaugurar una misión; ambos suceden mientras la/s persona/s está/n en oración (Jesús) o reunidas (la comunidad); en ambos relatos el Espíritu baja en forma visible (“como una paloma”, “como llamas de fuego”); y estas personas quedan llenas del Espíritu. Este es uno de los diversos recursos del evangelista para alentar a su comunidad, a la que escribe, en su misión. La misión de la Iglesia no es un agregado o una opción, sino que es la continuación del ministerio de Jesús durante su vida terrena. ¡Ni siquiera deberíamos recordárnoslo mutuamente!

Otro elemento fundamental en Lc es el hecho del testimonio primero de Jesús y después de la Iglesia con palabras y con hechos, no sólo con palabras. Otra vez, ¡ni siquiera deberíamos recordárnoslo mutuamente!

El día de Pentecostés estaba ligado, en la tradición judía, a varios eventos de la vida de Israel. Por una parte, a la alianza entre Dios y Noé; a esta alianza posteriormente se le agregó, en conexión con Pentecostés o fiesta de las Semanas, la alianza en el Sinaí y la donación de la Torá en el Sinaí. No debemos confundir estos dos últimos elementos; podría haber habido una sin la otra. Pero por el hecho de que Israel tendió a concentrar diferentes eventos en las fiestas principales (en este caso, Pentecostés), terminan estando todas entrelazadas en nuestra mente. De todos éstos, aparentemente para el tiempo de Jesús la donación de la Torá era el evento más importante. Éste y otros datos de la historia y del texto permiten a O’Reilly afirmar (y nos convence) que el centro del cap. 2 de Hechos es la palabra de Dios, a pesar de que “palabra” apenas aparezca.

La estructura del discurso de Pedro es, según O’Reilly, la siguiente:

a (14)              sea conocido

b                          levantó la voz y dijo

c                               mis palabras

d (17)                            sobre toda carne

e                                         vuestros hijos y vuestras hijas

f (18)                                       derramaré mi espíritu

g (19)                                           prodigios y señales

h (21)                                                el nombre del Señor

i (22-23)                                                se salvará… escuchad estas palabras

h’ (22)                                              Jesús el Nazoreo

g’                                                 prodigios y señales

f’ (33)                                      del espíritu … derramado

e’ (39)                                vuestros(as) descendientes

d’                                   y todos(as) los(as) que están lejos

c’ (40)                       y con otras palabras

b’                          declamaba y llamaba

a’                     diciendo

El centro está compartido por dos versículos, el 21 y 22. El 21 contiene un mensaje querigmático muy claro: “Toda persona que invoque su nombre se salvará”. El v. 22 introduce la siguiente sección del discurso, que liga a Jesús, sobre cuyo nombre ya se ha hablado (“quien invoque el nombre de Jesús se salvará”), con la palabra que se proclama y que trae la salvación al ser aceptada y producir conversión y bautismo. O’Reilly afirma que la palabra de Dios llega a existir en el día de Pentecostés por el poder del Espíritu Santo; una palabra que remite a Jesús y a la obra de Dios en Jesús, y por eso puede salvar.

En los vv. 14-21, el segmento del discurso de Pedro que no cabe en nuestro leccionario ciclo A, Lucas utiliza una profecía de Joel 3.1-6 (LXX) que se refería a Yahvéh y el cumplimiento de prodigios en los últimos días (Lucas agrega “y señales”), junto con el derramamiento del Espíritu de Dios sobre toda criatura; no sólo sobre reyes, reinas, profetas o profetisas, sino sobre “toda carne”, incluyendo jóvenes y ancianos, varones y mujeres, esclavos y esclavas. A semejanza de los ancianos que, con Moisés, habían recibido del Espíritu de Dios y profetizado, en los últimos tiempos el Espíritu no será monopolio de una persona, por más grande que ésta sea, sino que será derramado sobre “toda carne”. Pedro muestra en su discurso que en Jesús y en el don del Espíritu en Pentecostés, Dios cumple la profecía de Joel (incluso el v. 36 hace alusión a esta profecía, véase más abajo).

Un tema más para reflexionar a partir de este capítulo. Cinco veces se usa el término “varones”, andres en griego. Primero se usa para hablar de los judíos de todas las naciones reunidos en Jerusalén (v. 5); luego Pedro lo usa tres veces en frases de alocución directa en su discurso (vv. 14, 22, 29); finalmente, los varones a quienes Pedro ha predicado responden a la Palabra preguntando qué deben hacer, y allí (v. 37) son ellos quienes se dirigen a Pedro y los once con el término “varones hermanos”. ¿Dónde estaban las mujeres mientras tanto? ¿Qué pasó con ellas? Este es un ejemplo claro de un discurso en el cual lo masculino es al mismo tiempo propio de los varones y se asume erróneamente como inclusivo de mujeres. En efecto, ¿podemos suponer que sólo los varones acudieron al escuchar el ruido fuerte que precedió al don del Espíritu? Posible, pero improbable. Es posible que Lucas estuviera pensando en Isaías 2, especialmente en la profecía del v. 3, donde gente de todas las naciones iría a reunirse en Jerusalén sedienta de la palabra de Dios. En el hebreo el término es ‘amim y en la LXX es ethne ¿son estos términos = “varones”? Aparentemente para Lucas, sí. Hoy nosotras/os diríamos “no”, pues la presencia de las mujeres, incluidas las reunidas con los once y Pedro esperando el Espíritu, es silenciada de esta manera. Un tema para tener presente.

La mayoría de los comentarios toma como una unidad los vv. 22-40, el discurso con la respuesta de la multitud que escuchaba (el v. 41 es un resumen lucano). Nuestro leccionario divide estos vv. en dos domingos, de modo que habría que tener cuidado de no repetir el sermón, pero al mismo tiempo de hacer las conexiones necesarias entre ambas predicaciones. Podemos pasar ahora a un análisis más detallado de cada perícopa.


Hechos 2.14, 22-32 – Presentación de Mercedes García Bachmann

Análisis del texto

Los vv 22-32 forman lo que sería la segunda parte del discurso de Pedro. Aquí Pedro realmente actúa como testigo de Jesús (“y seréis mis testigos…”). Primero lo hace apelando a lo que –en su discurso– es cosa sabida por su audiencia: “Ustedes saben de los milagros, prodigios y señales que hizo Jesús” (v 23). A continuación, su discurso hace un giro. A este Jesús, ustedes lo mataron –argumenta– clavándolo en una cruz. Aquí Lc usa varios recursos. Por un lado, el kerygma cristiano: a) a este Jesús Dios acreditó mediante palabras y obras durante su vida; b) sufrió y murió en manos de ustedes, y c) Dios lo resucitó. Este es un esquema básico de la fe cristiana.

Por otro lado, Lucas usa el recurso literario de “la escena del reconocimiento”, mediante la cual en el momento cumbre de la obra (en este caso, el discurso), quienes han procedido creyendo hacerlo para su bien, ahora descubren lo contrario. Cuando negaron a Jesús o cuando prefirieron a Barrabás, creían ser fieles a Dios (acá podemos pensar en Pablo persiguiendo a la Iglesia). ¡Y estaban matando a su propio Mesías! Pero hay una salida, porque Dios estaba detrás de todos estos acontecimientos (v. 23), y esa salida es: arrepentimiento, conversión, bautismo, invocación/reconocimiento del nombre de Jesús. En suma, salvación por Cristo. Pero este será el tema central de los vv del próximo domingo.

A continuación (vv 25-31), de modo típicamente rabínico, Pedro (Lucas) argumenta usando las Escrituras. El argumento es el siguiente: David afirmó (Salmo 16.8-11, LXX) que Dios no permitiría que conociera el Hades, el lugar de la muerte. Sin embargo (v 29), su tumba está entre nosotros. Esto que dijo, por tanto, no podía referirse a sí mismo. ¿A quién entonces? A Jesús, por supuesto, de la línea davídica (aquí Lucas usa el Salmo 132.11 LXX) y de quien además no tenemos tumba porque resucitó.

Finalmente, en el v. 32 vuelve el tema del testimonio (habla en primera persona del plural), de los y las testigos de la resurrección de Jesús. El principio del argumento se basaba sobre hechos públicos (prodigios y señales, pasión y muerte); la última (de esta perícopa), en hechos de fe. ¡Pero no por ello menos reales para los y las creyentes, en este caso, para Pedro y los Once!

Sugerencias homiléticas

Con respecto a la acusación de haber matado a Jesús, tenemos que tener cuidado en no transponer un argumento lucano a nuestra realidad presente. Lucas escribe para una comunidad formada por personas de origen judío (algunas) y gentil (muchas), que se sienten el nuevo Israel producido por la palabra. Pero al mismo tiempo se siente presionada, interna o externamente, a mantenerse en el Israel conocido, el de la circuncisión, el sábado y la sinagoga (ya para cuando escribe no había templo en Jerusalén). En el v. 40 llega a llamarla “generación depravada”, pero de nuevo, este v. es parte del texto del próximo domingo.

Como recuerda Comblin, Pedro aparece como el fundador de una nueva secta, con el entusiasmo y el dolor que traen tal corte con el pasado, la identidad y la tradición; entusiasmo y dolor que se perciben también en los escritos de la Reforma o en movimientos surgidos últimamente. Pero ni a Lucas ni a su comunidad se le hubiera ocurrido nunca justificar la persecución o matanza de judíos por el argumento de que “ellos mataron al Señor”, como lamentablemente todavía escuchamos. Pedro y los once, que en Pentecostés se dirigen a la multitud, así como Pablo y otros, eran judíos dirigiéndose a judíos. Era una cuestión interna, entre judíos que habían desconocido al Mesías (y que, en la teología de Lucas, habían matado a Jesús) y judíos que lo habían reconocido como Mesías. Históricamente no es exacto decir que los judíos presentes en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés lo habían matado, pues los únicos que tenían poder para matar y que lo ejercitaban, eran los romanos. Y como justamente los y las seguidoras de Jesús eran un peligro para los romanos y sus señores, Lucas elige (creo que sin prever las consecuencias que eso tendría en la historia) culpar de la muerte de Jesús a sus oyentes judíos.

Un asunto difícil de estos vv. es el tema del plan de Dios y su conocimiento previo de lo que sucedía (v. 23). ¿Qué significa esto? ¿Que Dios sabía que lo matarían? Muy probablemente, puesto que así habían tratado ya a muchos profetas (y posiblemente profetisas, aunque no lo sabemos) ¿Que era el plan de Dios que muriera? Muchos/as teólogos/as dirían que sí. Pero también es posible interpretar este conocimiento de Dios en el sentido de saber cómo somos los seres humanos y cómo reaccionamos frente a alguien como Jesús, y dejar que los acontecimientos siguieran su curso. En este caso, no se trata de la retribución (“entregado por nosotros”) sino de esperar a ver hasta dónde llegaría la obediencia de Jesús y la maldad humana y decir la última palabra sobre el asunto (la resurrección).

Como ya quedó claro, no sólo no creemos que históricamente hablando sea justo echarle la culpa de la muerte de Jesús al pueblo judío, sino que además no creemos que sea un buen motivo de predicación para hoy, ni el tema central. Lucas se enfrenta, con su comunidad, a estos dilemas: ¿Lo viejo o lo nuevo? ¿La continuidad o la ruptura? ¿Dónde o con quién/es está Dios? Este tema sigue siendo fundamental. Lo fue para los y las cristianas de los primeros siglos de la era común, lo fue para las Iglesias en la época de la Reforma y Contrarreforma, lo es hoy y lo es siempre que tenemos que preguntarnos si nosotros/as y nuestras comunidades estamos siendo fieles a la Palabra de Dios. ¿Y qué hace Dios cuando no somos fieles, no nos arrepentimos, no escuchamos, nos aferramos a nuestras tradiciones, himnarios, costumbres, amistades, templos, finanzas y no queremos cambiar? ¿Debe Dios permanecer atado/a a nuestras costumbres y templos?

Si se quisiera dejar este tema para el próximo domingo, cuando también es fundamental, otro tema importante en los vv. de hoy, y relacionado con el mencionado, es el de los fundamentos de nuestra fe. Pedro los tenía muy claros (y viendo la estructura del discurso, más arriba, se hace más fácil verlo): Jesús es el nombre/la persona en quien alcanzamos la salvación. Este Jesús predicó y obró durante su vida y murió como otros profetas de Israel, pero Dios lo levantó de la muerte y, desde lo alto, derrama el Espíritu Santo. La primera obra producto de ese don del Espíritu Santo es, según Hechos, la habilidad y valentía de Pedro y los demás en proclamar a viva voz a este Mesías, y la dispersión del mensaje en todas las lenguas. Es decir, ser testigos suyos. ¿Somos testigos de Jesús? ¿Cómo y dónde? ¿Cuáles son los lugares y ocasiones en que damos testimonio? ¿Por medio de qué palabras y qué obras, personales y comunitarias?

Mercedes García Bachmann, biblista luterana (IELU) argentina, en Estudio Exegético-Homilético 25, ISEDET, Buenos Aires, abril 2002.


1 Pedro 1.1, 3-9 – Presentación de Samuel Almada

Otra introducción general a la primera carta de Pedro

La primera carta de Pedro es considerada tradicionalmente como una de las siete cartas católicas o universales entre las que se encuentran también Santiago, 2 Pedro, las tres de Juan y Judas. Esta colección reúne escritos de diversos orígenes, que a su vez eran utilizados como manifiestos dirigidos a los cristianos en general; de allí el apropiado e inclusivo título de “católicas”.

En el saludo inicial (v. 1) el apóstol Pedro aparece como el remitente de la carta, y sus destinatarios son los creyentes que viven como “extranjeros”, y que están “dispersos” en las regiones del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia (estas regiones abarcan prácticamente todo Asia Menor). En el saludo final (5.12-14) se presenta al fiel hermano Silvano como mensajero, y se trasmiten los saludos de “mi hijo Marcos” y de la iglesia que está en “Babilonia”.

Se ha discutido bastante sobre la autoría de este escrito que se presenta como carta. Tradicionalmente se ha atribuido al apóstol Pedro o a su círculo de influencia, pero salvo el nombre en el primer versículo, no hay nada que ofrezca un sustento firme a esta hipótesis. El texto muestra un griego de notable nivel literario que no corresponde con los antecedentes de un humilde pescador de Galilea. Por otro lado, hay indicios que apuntan más bien hacia el círculo de influencia paulino, entre ellos: las afinidades literarias y temáticas con las epístolas de Romanos y de Efesios; las regiones mencionadas son los lugares de misión de Pablo; la mención de Silvano es el equivalente latino del arameo Silas y probablemente se refiere a quien fuera compañero de viaje y colaborador de Pablo (ver Hechos 15.22–18.5). La mención de Babilonia también es significativa, pues seguramente es una referencia velada hacia Roma, la capital del imperio (comparar con Apocalipsis 14.8; 17.5; 18.2,10,21).

Los últimos estudios apuntan a una data de composición más tardía de lo que se pensaba anteriormente. Habría que pensar hacia el final del primer siglo, en un clima general adverso y de persecución; quizás la época de Domiciano (81-96) o incluso la de Trajano (98-117). No hay motivos para asociarla con las represalias tomadas por Nerón contra los cristianos hacia mediados de los sesenta por el incendio de Roma, pues en todo caso esto estuvo muy restringido en lo geográfico, y en la carta se hace referencia a los creyentes de Asia Menor.

Los destinatarios de la carta son probablemente comunidades mixtas, donde convivían creyentes provenientes de los cultos locales con conversos de origen judío; y a juzgar por la abundancia de referencias a las escrituras sagradas hebreas (el Antiguo Testamento en griego = Septuaginta) se puede decir que no eran neófitos.

El contenido general de la carta es de carácter eminentemente práctico, parenético y pastoral. Su objetivo es alentar a los lectores a mantener una conducta digna y limpia aun en medio de persecuciones y adversidades, teniendo a Cristo como modelo. Transmite un mensaje de fe que ofrece consuelo y fortaleza en medio de las pruebas, con una perspectiva optimista de que las dificultades no permanecerán para siempre (ver 1.6 y 5.10).

La primera carta de Pedro es una declaración original y vigorosa sobre la función social de un movimiento minoritario cristiano en medio de una sociedad no cristiana que le era hostil, y trata de ofrecer algunos recursos para resistir las presiones de la sociedad dominante para que el grupo se asimile y se conforme. Es la carta que aborda con mayor claridad y de forma integral la cuestión de los cristianos como “extranjeros en el mundo” y sus responsabilidades y deberes dentro de las estructuras del mundo no cristiano.

Uno de los ejes temáticos principales que presenta la carta es la correlación entre pároikoi = “ser extranjero / expatriado” y oikos = “casa” más en el sentido de hogar, familia, lugar de pertenencia, y no de edificio o templo; entre ser como extraños en la sociedad dominante y tener lugar en la familia de Dios. Esta es principalmente la pista explorada en el sustancioso estudio de John H. Elliott, Un hogar para los que no tienen patria ni hogar.

Parte de la tesis de Elliott intenta demostrar que tanto los términos pároikoi y parepídemoi = “extranjeros” identifican una condición política, jurídica y social de los destinatarios independientemente de su conversión al cristianismo; es decir, que estos términos no tendrían únicamente un sentido figurado, como algunos autores pretenden, en el que se estaría describiendo la condición de extraños que tienen los creyentes como consecuencia de su conversión al cristianismo y de la elección divina de la que han sido objeto.

También es evidente que las alusiones a la Diáspora (v. 1.1) y al ser extranjero evocan las tradiciones judías del exilio y la consiguiente esperanza del regreso a su tierra (hogar), reunión y restauración de la comunidad; y este es otro aspecto que conviene retener.

Un esquema del contenido de la primera carta de Pedro podría ser el siguiente:

Presentación y saludos (1.1-2)
Acción de gracias por el renacimiento a una esperanza viva (1:3-12)
La nueva vida en Cristo (1.13–2.10)
Deberes y responsabilidades de los creyentes (2.11–4.19)
Consejos particulares (5.1-11)
Saludos y despedida (5.12-14)

Comentario sobre 1 Pe 1.1,3-9

1 Pedro 1.3-9 es una expresión de acción de gracias que constituye una forma de introducción general a la epístola y se extiende hasta el versículo 12. Aquí se reproduce un esquema clásico del formulario epistolar que incluía, después de los saludos, el agradecimiento a los dioses por la felicidad y el bienestar en que se espera encontrar a los destinatarios. Aunque aquí el canto de alabanza es mucho más denso en contenido que la rutina epistolar común, y anticipa referencias a situaciones y temas decisivos desarrollados en la carta: la bendición de haber recibido la salvación (vv. 5 y 9), la esperanza (v. 3) y la alegría inefable (vv. 6 y 8) a pesar de las situaciones de sufrimiento y adversidades (v. 6).

La bendición del versículo 3 está dirigida a Dios como padre de “nuestro Señor Jesucristo” y autor de la regeneración de nuestra esperanza y de la salvación. El texto nombra a Jesucristo como mediador y participante de dicho proceso, especialmente a través de su resurrección de entre los muertos, que es la premisa fundamental de la nueva vida y la esperanza que orienta el mensaje de toda la epístola.

Se utiliza el lenguaje tradicional bíblico (judío y cristiano) del credo o confesión para describir el encuentro de los conversos con la comunidad de fe y su decisión de integrarse a ella. La imagen de la “regeneración” (ver también vv. 1.23 y 2.2) o del “nuevo nacimiento” es muy conocida en el contexto cristiano (ver Juan 3.3-8; Tito 3.5; 1 Juan 3.9), y aquí probablemente hace referencia al bautismo como representación de la vida antigua que llega a su fin y el comienzo de una nueva vida que Dios da a los creyentes; es una bella forma de expresar un nuevo comienzo radical, existencial y religioso.

Sin duda, la cuestión del bautismo puede ser significativa como rito de pasaje y de pertenencia a un grupo conversionista como el que se refleja en la carta, pero esto no implica necesariamente que toda la epístola sea una homilía o una liturgia bautismal como algunos sugieren a partir de esta presentación. En varios aspectos este canto de alabanza introductorio orienta más el tema hacia la teología de la Alianza.

El versículo 4 profundiza la idea del “nuevo nacimiento a una esperanza viva” que se menciona en el versículo anterior, y la relaciona con la idea de una “herencia reservada” que es incorruptible, no contaminada y que no se marchita; es decir algo que es permanente. Este concepto de “herencia” evoca asimismo la esperanza de la tierra prometida que se encuentra en las tradiciones judías de la Biblia hebrea (Salmo 37.3,9,11,22,29), y también es bastante utilizado en el Nuevo Testamento (Mateo 5.5; 25.34).

La referencia al “cielo” en el versículo 4 destaca que la certeza de la cual se habla viene de Dios, en un contexto donde todo parece ser adverso y cuya lógica parece ser muy diferente a la de la comunidad de fe. Si tenemos en cuenta el tenor de toda la carta, el versículo 5 sugiere que la esperanza y la “herencia celestial” no son en 1 Pedro evasivas ni únicamente perspectivas de futuro; es una fe eficaz para la situación presente. La perspectiva del futuro determina la conducta presente, y el anuncio de la herencia y la salvación hace ver la situación actual con nuevos criterios.

El versículo 6 produce una ruptura estilística en el canto de alabanza y pasa a una alocución directa; también hace un corte temático que nos lleva a abordar el problema del sufrimiento y la aflicción. De ese modo se muestra que la situación de los destinatarios contrasta con el discurso optimista sobre la salvación presente y futura. Anteriormente se afirmaron todos los motivos para la alegría: la realidad del nuevo nacimiento, la esperanza, la herencia, la salvación, el final inminente (vv. 3-5); pero la condición cristiana trae de entrada también aflicciones y adversidades (vv. 6-7), y estos sufrimientos son frecuentemente el resultado de una auténtica vida cristiana en medio de la sociedad.

En todo caso, el autor y la tradición que representa asumen que es posible la esperanza y la alegría inclusive en medio y a pesar del sufrimiento. Esta posición no es algo original de 1 Pedro sino que también aparece en otras tradiciones cristianas primitivas (Mateo 5.11-12; Lucas 6.22-23; Santiago 1.2,12; Hebreos 10.32-36) y en la literatura judía más antigua. En este sentido también se ofrece cierta analogía entre el sufrimiento de Cristo y el sufrimiento de los cristianos (ver v. 11).

Sobre la difícil cuestión que plantea el sufrimiento y su eventual sentido dentro del plan de Dios, en primer lugar aparece una interpretación teológica más tradicional del problema a través de la utilización del término “prueba” o “tentación” (peirasmós) (v. 6), entendido como un examen que viene de parte de Dios; lo cual aparentemente no presentaba mayores problemas para la espiritualidad judía de la época. También la metáfora de la “purificación del oro por fuego” (v. 7) aplicada al fortalecimiento de la fe en medio situaciones de persecución y sufrimiento proviene de las tradiciones judías, y representaba un intento de comprender el asunto.

Pero uno de los aspectos significativos de 1 Pedro es que su abordaje del sufrimiento no se refiere a circunstancias individuales y ocasionales, sino a la situación de una minoría activa y oprimida en el contexto de una sociedad dominante (ver 2.12; 3.15ss; 4.12ss). El sufrimiento en muchos casos es inevitable y no debe resultar extraño para las comunidades cristianas que tratan de acreditar concretamente su fe en medio de la sociedad. Por eso también, no viene al caso adoptar una actitud de resignación o de víctima.

En el versículo 8 se deja la cuestión del sufrimiento y la prueba, y se vuelve al énfasis de los vv. 3-5 exaltando el grado de realización de la experiencia cristiana, que no parece tan fácil de alcanzar en las circunstancias concretas. Aquí la dificultad parece ser, no ya la aflicción sino cierta incertidumbre provocada por la imposibilidad de ver a quien era el tema central de la fe cristiana; pues en situaciones de persecución es cuando más se busca un apoyo tangible. Así pues, se renuncia a la necesidad de “ver”, señalando que el amor y la gran alegría (“sin haberle visto”) constituyen la figura real y principal de la condición cristiana en las actuales circunstancias.

El versículo 9 constituye un punto culminante de toda la perícopa, pues destaca el motivo principal que se viene desarrollando desde el versículo 3, y que aquí se sintetiza como la “salvación de vuestras vidas” como meta o propósito de la fe; ese es el motivo de la alegría más desbordante e inexplicable que nada ni nadie puede desvirtuar ni invalidar; y que ya está presente a pesar de los inconvenientes diarios de la profesión cristiana.

Algunos sugieren que la expresión “salvación de vuestras vidas” proviene de una tradición especial, y que se explica en parte a través de los versículos siguientes (10-12), los cuales reflejan cierta tendencia apocalíptica-escatológica. Esto destacaría el sentido de resistencia activa frente a las dificultades y la confianza en la victoria, gracias a la fe mantenida fielmente hasta el final.

Conviene recordar que el sentido bíblico de la palabra psyjé (“vida, alma”) es el de ser humano en su totalidad, su vida y existencia. La idea de alma inmortal en contraposición al cuerpo, y representando lo mejor y lo permanente del ser humano, es algo desconocido en estos medios. En todo caso, lo que le importa señalar a 1 Pedro es la efectividad de la salvación en el presente, ya que se trata de dar seguridad a los fieles en medio de las dificultades actuales. La alegría profunda de la fe se conjuga en el presente y no sólo en el futuro.

Sugerencias homiléticas

En general el texto confiere dimensiones trascendentes y entusiastas a la salvación, mientras que el factor opresivo pierde relevancia (vv. 6-7) y aparece como un mal necesario: “un poco” de aflicción, solo “por el momento” y “si Dios así lo permite”.

Temas principales que podemos destacar:

* Premisa básica: la resurrección de Jesús (v. 3)
* Medio principal: una fe probada en las dificultades (vv. 5.6.7.8.9)
* Meta: la salvación de la vida y las personas en su integridad (vv. 5 y 9)
* Corolario: alegría abundante y esperanza en el presente

El Salmo 16

es una oración de súplica en la que el orante expresa su confianza, gratitud y gozo de vivir en relación permanente con el Señor Yavé. Yavé mismo es la parte o herencia que recibió, y en la que se siente plenamente realizado. El Salmo expone la importancia de la cercanía de Dios que abarca toda la existencia humana, y lo hace examinando los peligros concretos que la amenazan, en particular la muerte (v. 10). La idea de que el camino de la vida trasciende a la muerte está presente en este Salmo, y esto ha cobrado un nuevo significado en la relectura neotestamentaria a la luz de la resurrección de Jesús de entre los muertos.

Bibliografía de consulta:

John H. Elliott, Un hogar para los que no tienen patria ni hogar. Estudio crítico social de la Carta primera de Pedro y de su situación y estrategia. Estella, Verbo Divino, 1995.

Norbert  Brox, La primera carta de Pedro. Salamanca, Sígueme, 1994.

Samuel Almada, bautista, en Encuentros Exegético-Homiléticos 61, abril 2005, ISEDET, Bs Aires


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