Recursos para la predicación

28 Mar 2023
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Recursos para la predicación 08 AbrilAbr 2023

Morado


Mateo 25.57-66. Sepultura de Jesús y custodia del sepulcro – Presentación de Armando J Levoratti

La sepultura de Jesús. 27.57-61

Los cadáveres de los ajusticiados terminaban por lo general en la fosa común. Esta privación de una sepultura honrosa formaba parte de la condena y debía servir para infundir terror tanto como la misma crucifixión. La privación de las honras fúnebres prolongaba la infamia ligada al suplicio. También la Ley judía preveía castigos póstumos para los condenados a muerte ( cf Dt 21.22-23).

El caso de Jesús constituye una excepción gracias a la intervención de una persona rica e influyente como José de Arimatea. Mt dice que este hombre se había hecho discípulo de Jesús pero omite recordar que era miembro del sanedrín (cf Mc 15.43), quizá para no incluirlo entre los responsables de la muerte de Jesús. Según Mc 15.43 y Lc 23.51, él esperaba el reinado de Dios.

Al presentarse ante Pilato para solicitar que le fuera entregado el cuerpo de Jesús, José de Arimatea se exponía a un riesgo seguro, ya que de ese modo manifestaba su adhesión al que había sido acusado de querer proclamarse rey, en franca rebeldía contra el César (cf Jn 19.12). Sin embargo, Pilato se muestra bien dispuesto y accede al pedido, aunque la ley romana no preveía la entrega del cadáver de un reo de lesa majestad. Esta concesión muestra que el prefecto romano no tenía a Jesús por un revolucionario peligroso. De lo contrario, no habría entregado el cadáver del crucificado a uno que ni siquiera pertenecía a su familia.

En conformidad con el estilo de Mt, el relato de la sepultura de Jesús se caracteriza por su extrema sobriedad. Una indicación cronológica (al atardecer) permite enmarcar la historia de la pasión en una sola jornada: desde la reunión matinal del Sanedrín (cuando amaneció, 27.1) hasta el desenlace final en el Gólgota (27.33).

José debió actuar con extrema rapidez. El día siguiente era sábado, y había que ultimarlo todo antes de que empezara el descanso sabático, cuyo comienzo, según la tradición judía, coincidía con la aparición de la primera estrella. Una vez obtenida la autorización para retirar el cadáver de la cruz, José envolvió el cadáver de Jesús en un paño de lino (Mt precisa que era “puro”) y lo depositó en la tumba que él había hecho excavar en la roca.

El hecho de sepultar a Jesús en la propia tumba equivalía a confesar la inocencia del crucificado. Si lo consideraba culpable, José de Arimatea no lo habría hecho, porque la Ley judía declaraba impuro el sitio donde había sido enterrado un criminal, y allí ya no podría ser sepultado nadie más.

Una indicación suplementaria preanuncia ya el prodigio de la mañana de Pascua: la piedra que José hizo rodar a la entrada del sepulcro era una piedra grande. Será necesario un gran temblor de tierra para quitarla de allí (28.2). El relato de la sepultura de Jesús apunta ya a la resurrección.

Una vez acabada su tarea, José de Arimatea se va. Solo quedan dos mujeres –María Magdalena y la otra María– sentadas frente al sepulcro (v 61). Ya las habíamos encontrado en el momento de la crucifixión (27.56) y se las volverá a encontrar un poco más adelante (28.1).

La custodia del sepulcro. 27.62-66.

Llama la atención en este relato el comportamiento de los sumos sacerdotes y los fariseos, que acuden a Pilato en día sábado y en la gran solemnidad de la Pascua judía (día de la Preparación se llamaba al viernes, porque en ese día se preparaba la comida para el sábado, que era el día de descanso). Es extraño que los judíos hayan esperado al día después que Jesús había sido sepultado para poner la guardia. Si los discípulos querían robar el cadáver, la primera noche habría sido el momento más apropiado. Además, es curioso ver a los jefes judíos preocupados por la resurrección, cuando no siquiera los discípulos pensaban en ella.

La visita tiene como finalidad pedirle al prefecto romano que haga custodiar el sepulcro. La respuesta de Pilato dice literalmente: (Ustedes) tienen una guardia. Esta expresión ambigua puede entenderse de dos maneras distintas: el prefecto manda poner como guardianes a un grupo de soldados romanos, o bien (menos probablemente) los sumos sacerdotes quedan autorizados a poner una guardia judía, formada por los soldados del Templo.

Las autoridades judías llaman a Jesús ese impostor. El último engaño al que se refieren es el kerigma de la primera comunidad cristiana: ¡Ha resucitado! (v 64).

Esta perícopa indica que en los años 80 algunos judíos combatían la fe en la resurrección de Jesús diciendo que su cadáver había sido robado. Es el reflejo de una polémica y tiene carácter apologético. Nació como respuesta a las voces que circulaban en los ambientes judíos cuando Mt escribía su evangelio, y se hace eco de las objeciones de los que negaban la resurrección de Cristo aduciendo el robo perpetrado por sus discípulos (cf 28.15). La presencia de los guardias y el sello puesto en el sepulcro atestiguan que el cuerpo de Jesús no pudo haber sido robado.

Armando J Levoratti, Evangelio según san Mateo, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2003.


Primera carta de Pedro – Presentación de José Cervantes Gabarrón

Introducción

La primera carta de Pedro es uno de los documentos más importantes del NT para conocer la altura de la reflexión teológica, la hondura espiritual y la fuerza vital de las comunidades cristianas de Asia Menor que aparecen mencionadas al comienzo de la carta como destinatarias.

El autor de 1 Pe pone de relieve la importancia de nuevas consideraciones cristológicas, que suponen un avance significativo en la comprensión de la figura de Jesucristo respecto de otros escritos neotestamentarios. Recurriendo sistemáticamente al pozo inagotable de la tradición judía del AT, 1 Pe va destacando nuevos aspectos teológicos de la figura de Jesucristo. Este es como el “cordero intachable e impecable” (1 Pe 1.19) , cuya sangre –la entrega de su vida– tiene un valor extraordinario de liberación para los creyentes, una vivencia de la redención solo comparable a las dos grandes experiencias de liberación acaecidas en la historia  de Israel, la del éxodo y la del exilio.

Mucho más importante aún es la cristología del “Siervo Sufriente” que aparece en el centro de la carta (1 Pe 2.21-25), siguiendo la tipología del cuarto cántico del Siervo en Is 53.1-12, y da la clave de interpretación de todo el contenido teológico y parenético de este escrito. Es novedosa asimismo la metáfora cristológica de la “piedra viva” (1 Pe 2.4), que, con el trasfondo combinado del Sal 118.22 e Is 8.14; 28.16, ofrece uno de los temas más originales de la carta, presentando a Cristo resucitado como pieza capital del nuevo templo de Dios en el mundo.

Finalmente la entrañable figura del “pastor” (1 Pe 2.25; 5.1,4), de gran raigambre bíblica (Ez 34.16; Jr 3.14-17; 23.3-4), constituye una característica genuina de este documento en la reflexión cristológica del NT.

Sobre los aspectos eclesiológicos destacados en esta carta, es clave la concepción de la Iglesia como “Pueblo de Dios”, (1 Pe 2.4-10), la comunidad de piedras vivas, que, unidas al Resucitado, la auténtica piedra viva desechada por los hombres, van construyendo el nuevo templo.

Así también llama la atención en este texto la teología del “sacerdocio” del pueblo de Dios, llamado a ofrecer siempre en medio de este mundo el único sacrificio espiritual agradable a Dios, es decir, la propia vida.

Siempre con elementos del AT como telón de fondo del escenario de la carta, el tratamiento dado a la familia cristiana en cuanto “casa de Dios”  (1 Pe 4.17) y “fraternidad” (1 Pe 2.17; 5.9) presenta nuevos paradigmas de relaciones de los cristianos entre sí y de estos en medio del mundo. De tal modo los creyentes son testigos de una ideología alternativa, de una utopía inédita, que socava los cimientos mismos de las estructuras sociales de poder vigentes en el Imperio romano, y proporciona elementos críticos para una transformación del sistema social, político y religioso en medio del cual viven las comunidades petrinas. La condición social, política y jurídica de los creyentes como ”forasteros y emigrantes” (1 Pe 2.11) se convierte en el supuesto básico de su identidad cristiana.

La gran paradoja de esta carta se presenta al abordar el problema del sufrimiento, especialmente en su texto central: 1 Pe 2.18-25. ¿No resulta extraño, a primera vista, que los cristianos estén llamados a soportar el sufrimiento injusto, como si el sufrimiento fuera bueno en sí mismo? ¿Invita la carta a la resignación como actitud ante el sufrimiento? ¿Cuál es el valor del sufrimiento en la vida cristiana? Más allá de las valoraciones éticas y espirituales que se deriven de las respuestas a estas cuestiones, puede resultar todavía más paradójico el alcance social de las posturas que la carta parece sostener.

Si se tiene en cuenta la problemática social que este escrito refleja, ¿se puede concluir que la carta pretender legitimar, de algún modo, los diferentes estratos sociales que allí aparecen? ¿Intenta justificar la sumisión de los cristianos y cristianas ante las instituciones públicas o ante las personas con roles sociales dominantes, como son el emperador, los gobernadores (2.14), los amos (2.18), los maridos (3.1), o los presbíteros (5.5)?

Mediante un estudio más profundo y exhaustivo de estos últimos textos mencionados y a través de la exégesis de otra perícopa capital en la carta, la de 1 Pe 3.8-17, seguramente se podrán entender mejor las exhortaciones que hace el autor de la carta a todos los creyentes, hasta poder captar en toda su profundidad el sentido de 1 Pe 4.12-19, que constituye, sin duda alguna, el colmo de la paradoja cristiana: ¿cómo es posible vivir la alegría en el sufrimiento?

1 Pedro 4.1-6 - La pasión de Cristo, origen de la nueva mentalidad cristiana

Este párrafo comienza con el tema de la pasión de Cristo: Así pues, dado que Cristo sufrió (4.1a). Esta es la primera motivación con vistas a asumir la auténtica mentalidad cristiana requerida en 4.1b. Es un versículo estrechamente vinculado a 1 Pe 3.18, que retoma lo esencial de la entrega de Cristo, aludiendo a la nueva mentalidad de los cristianos presentada ya en 1 Pe 1.13, y vuelve a la imagen de la lucha frente a los deseos humanos vigentes entre los paganos (1 Pe 12.11).

El sufrimiento de Cristo (4.1a) y su sentido esencial como primacía sobre el pecado (4.1c) muestran la razón profunda del cambio de mentalidad y de conducta que hacen un planteamiento cristiano de la vida. Los cristianos deben armarse de esta misma mentalidad para vivir según la voluntad de Dios. Esta nueva mentalidad es posible en los creyentes gracias a la eficacia de la acción de Cristo: Porque su sufrimiento ha acabado definitivamente con el pecado y ha transforma decisivamente el proceso de muerte en proceso de vida, es posible para los seres humanos vivir conforme a la voluntad de Dios (1 Pe 4.2), haciendo siempre el bien (1 Pe 3.17; 4.19).

En 1 Pe 4.2 se presenta la contraposición entre dos formas de vida: la vida según los deseos humanos y la vida según Dios. Los bajos deseos humanos pertenecen al pasado, al tiempo de la ignorancia, en el que todavía están los paganos (2.15). Los creyentes, en cambio, saben que han sido librados de la conducta sin sentido gracias a la muerte de Cristo, por medio de su sufrimiento. El segundo elemento de la oposición, la voluntad de Dios, implica romper con las conductas típicas y habituales de los gentiles, pero la propuesta de vida cristiana desborda ese planteo de la vida común, por muy arraigado que esté en la sociedad pagana.

La carta no enumera tampoco un catalogo de virtudes, que, aun siendo algo positivo, también quedaría desbordado como criterio moral por la exigencia de vivir conforme a la voluntad de Dios. Esto requiere algo más profundo y radical: la asunción del sentido de la entrega de Cristo en su doble dimensión de kerigma salvífico y de fundamento de la moral cristiana. Por eso la única exhortación de esta primera perícopa conclusiva consiste en armarse de esa misma mentalidad, la que deriva de la pasión de Cristo.

En 1 Pe 4.4 se deja notar la reacción pagana ante los cristianos que han abandonado el tipo de conducta retratado en la lista de vicios reseñada. Los cristianos ya no participan en ese  derroche de desenfreno y ello se ha convertido en motivo de animadversión y de insultos hacia los cristianos. El daño ocasionado por la palabra injuriosa es uno de los puntos capitales del sufrimiento que afecta a los miembros de la familia creyente (cf 1 Pe 2.12; 3.9,16; 4.14).

Mas la última palabra en esta confrontación de estilos de vida, el pagano y el cristiano, la tiene aquel que está dispuesto para juzgar a vivos y muertos (1 Pe 4.5). Esta fórmula, recogida posteriormente en el credo apostólico, también manifiesta la función judicial soberana de Cristo. En 1 Pe 4.6 el término muertos es una referencia solo a los cristianos que ya han muerto, de modo que el destino último de vida, como acción propia de Dios alcanza a todos los cristianos, a los vivos (cf 1 Pe 1.3) y a los que ya están muertos (1 Pe 4.6).

1 Pedro 4.7-11La glorificación de Dios mediante el amor y los demás carismas:

Con la proclamación del fin de todas las cosas comienza esta segunda perícopa conclusiva que centra su atención en aspectos que afectan más a la vida en el interior de la comunidad cristiana y por ello destaca la oración, la acogida, la hospitalidad, el amor y el servicio como respuesta a la múltiple gracia de Dios patente en los diversos carismas de la fraternidad eclesial.

La serie de exhortaciones de la perícopa va encabezada por una declaración en 1 Pe 4.7a que se presta a diversas interpretaciones. Al decir “el fin de todas las cosas está cercano” se puede entender el carácter escatológico de la afirmación, pero no estamos ante la expectativa de una escatología inminente sino solo ante la perspectiva escatológica común que ya cuenta con el retraso de la parusía. Tanto el discurso sobre el amor y la hospitalidad como la consideración de los diversos carismas de los miembros de la comunidad reflejan una cierta estabilidad en el proceso de consolidación organizativa e institucional de la fraternidad eclesial.

El amor (gr. agape) queda de relieve como nota esencial de la conducta cristiana en 1 Pe 4.8. Anteriormente el autor ya había exhortado a vivir en el amor (1 Pe 1.22; 2.17), pero ahora lo hace con más fuerza: “Ante todo mantened un amor intenso entre vosotros, porque  el amor tapa multitud  de pecados”. Recurre a una cita de Prov 10.12.

El amor es lo específico de la vida cristiana. Existe un paralelismo interesante entre 1 Pe 4.1c y 4.8b, pues en ambos casos se trata de la victoria sobre el pecado. En 4.1 es Cristo quien con su pasión ha terminado con el pecado, en 4.8 es el amor el que quita multitud de pecados. Podemos entender la pasión de Cristo como expresión concreta de su amor, y el amor, en cuanto fruto y exigencia de la vida cristiana, como posibilidad concreta de seguir a Jesucristo, tomando parte en su pasión para gloria de Dios.

José Cervantes Gabarrón, Primera carta de Pedro, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2003.


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