Recursos para la predicación

20 Mar 2023
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 26 MarzoMar 2023

Morado


Análisis del texto de Juan 11.1-45 – Presentación de Néstor Míguez

¿Nos atrevemos otra vez a una mirada femenina? Recuperemos este relato desde las dos hermanas de Lázaro. ¿Cómo habrán vivido ellas este episodio, parte de su larga relación con Jesús? ¿Qué diríamos si Marta y María hubieran escrito este Evangelio, en lugar del discípulo amado? Ellas también son discípulas amadas de Jesús (11.5) Como ejercicio exegético propongo reconstruir este relato contado por ellas.

“Lázaro, nuestro hermano, estaba enfermo. No sabíamos cuán grave podría ser. Jesús estaba del otro lado del Jordán, en los parajes que solía frecuentar Juan cuando bautizaba (cf. Jn 10.40). Son como dos días de camino, por lo menos, hasta nuestra casa en Betania. No queríamos distraerlo en su tarea, pero también sabíamos cuánto amaba a nuestro hermano. Así que le avisamos.

Pero él pareció no darle mucha importancia. Comentó que esto era parte de la Gloria de Dios... no entendimos qué quería decir, pero no nos dejamos abatir. Estábamos seguras que él nos amaba, como a Lázaro. Con todo, decidió quedarse cumpliendo con su ministerio allí. Pasaron un par de días. De improviso, así nos contaron Tomás, y Pedro y los otros, dijo que volvería a Judea.

Dijo que Lázaro dormía, pero creemos que ya sabía la verdad, que para ese entonces estaba muerto. A ellos les extrañó que se decidiera a volver. Sabían que las cosas estaban difíciles, ya una vez lo habían querido apedrear en la puerta del Templo. Él replicó con aquellas palabras que gustaba usar, hablando de la Luz, de su lugar en este mundo, de su misión.

Tomás tomó la palabra: –“Nosotros vamos para morir contigo”. ¡Ay, estos varones!... muy machitos para hablar, sacando pecho a la distancia. Pero unos días después, cuando llegó “su hora”, como él decía, no los podíamos encontrar por ningún lado. El mismo Tomás tardó en reaparecer una semana más que los otros. Fuimos nosotras para acompañarlo en su agonía, con las otras mujeres que venían de Galilea...

Cuando llegó Jesús ya nuestro hermano había muerto. Entre que le llegó el mensaje, lo que esperó y el regreso había transcurrido casi una semana. No solo por lo que significa perder a un ser querido. Ahora nosotras quedábamos expuestas. Dos mujeres solas, en Israel, es nada. Así son las cosas; sin varón que nos ampare no nos quedaba protección jurídica, desvalidas, expuestas a los arbitrios de sacerdotes y escribas... Él no se casó, y necesitaba mujeres en la casa. Y cuando murió sentimos un terrible desamparo. Ahora es distinto, sabemos que los hermanos de la comunidad nos van a ayudar.

Por eso, cuando llegó Jesús, Marta, que salió a recibirlo, no pudo evitar un cierto reproche. Lo habíamos conversado entre nosotras y no pudo refrenarlo. Ahora queríamos que él orara a Dios por nosotras, para que pudiéramos arreglarnos en esta situación. Seguíamos confiando en que Dios le escucha, y que nos daría alguna salida. Después nos dimos cuenta que habíamos sido injustas...

Pero Jesús nos sorprendió con otra cosa, con ese anuncio de la Resurrección. Nosotras somos de aquella tradición judía que cree en la Resurrección final. Pero Jesús dijo una de sus enigmáticas frases que tanto nos asombran y espantan a la vez, esos “Yo Soy” que tanto se parecen al nombre de Dios, que lo ponen tan cerca de Dios mismo... Resurrección y Vida. Dijo que los muertos que han confiado en él vivirán. Y resultó cierto...

Marta quedó impactada. Él la confrontó directamente: “¿Crees esto?” Aún no sabemos de donde surgieron las palabras... “Sí, Señor. Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” –me escuché decir (soy yo Marta, la que escribe ahora). Nunca dije una verdad tan cierta. Poco después lo comprobaría...

Pidió ver a María. No pudo contenerse ella tampoco. Como un calco le dijo el mismo reproche. Se ve que le llegó hondo. Nuestro llanto lo conmovió. Y vimos a un hombre llorando. A Jesús llorando... Verlo llorando a él nos pareció increíble... nos conmovía su amor. Pero también nos asustaba notarle esa fragilidad. Él, que siempre consolaba a los demás, tan seguro del amor del Padre, ahora mostraba su lado débil, que era tan humano como cualquiera.

Fue al sepulcro. Pidió que sacáramos la piedra que lo tapaba. Nos asombró su voz. Ya no lloraba. Había recobrado su compostura, su fuerza. Le hicimos notar que el cadáver ya había comenzado a descomponerse. La verdad es que nosotras también estábamos sintiéndonos mal. Nos miró con esa mirada de amor y reproche a la vez que nunca olvidaremos. La centró en Marta. “Si crees, verás la Gloria de Dios”.

Ahora se imponía, todo cambió en segundos. Parecía otra vez lleno de ese poder misterioso que emanaba de él y que nos permitió después decir que “vimos su gloria”. Nadie se atrevía a desobedecer. Sacaron la piedra unos muchachos que estaban por allí. “Padre, dijo, te doy gracias por haberme oído”. Era a la vez el frágil que lloraba y el confiado anunciador del amor de Dios que habíamos conocido. Lo reafirmó: “quiero que sepan que tú me enviaste”.

Y luego... qué podremos decir... No entró a la bóveda... lo llamó a Lázaro afuera. En otro momento hubiéramos pensado que se había vuelto loco, pero no podíamos pensar. Todo parecía ponerse de otros colores. Eran todas sensaciones. Misterio, alegría, asombro, miedo; todo latía en nuestros corazones de una manera increíble. Porque nuestro hermano salió caminando...

Sugerencias homiléticas

Si es cierto que la comunidad de fe es la continuidad de Jesús en el mundo, cómo “hacemos resucitar” a los Lázaros de nuestro tiempo. Cómo atendemos a las hermanas y hermanos que quedan desamparados. Explorar estas preguntas es una de las posibilidades de contextualizar el mensaje en nuestra realidad de hoy.

Complementariamente podemos hablar sobre Jesús confirmado como Resurrección y Vida en situaciones de exclusión y muerte. Afirmar la fe en estas circunstancias es mostrar una alternativa al reproche y el llanto desesperado mediante el llanto compasivo, el que mueve a la acción.

Finalmente, ninguna causa está definitivamente perdida, ningún sepulcro cerrado para siempre, mientras se siga afirmando el camino de la fe. Por cierto las acciones de fe despertarán adhesiones y enojos, suscitarán la fe en otros o la enemistad de los que esperan que la muerte sea muerte. El reconocimiento a ese amor puede ser muy mal interpretado, pero brilla y es aceptado en la gloria de Dios.

Néstor Míguez, en Encuentros Exegético-Homiléticos del ISEDET, Encuentro 24, marzo de 2002. Podemos enviarles el texto completo de este texto, aquí muy resumido.


Ezequiel 37.1-14 – Presentación de Mercedes García Bachmann

Ezequiel era un sacerdote del templo de Jerusalén llevado al exilio a Babilonia en tiempos de la caída de Jerusalén y del templo (586 aec.). Allí Dios lo hizo profeta. Sus profecías, así como algunas de sus acciones, son las que están contenidas en el tercer libro dentro del grupo de los profetas mayores.

En el cap. 37 tenemos la descripción de una visión (no introducida formalmente como tal) o una “experiencia personal o mística”. Quiere decir que lo que Yavé le quiere enseñar, se lo hará saber mediante imágenes y movimientos y no mediante palabras: “Vino sobre mí la mano de Yavé y me sacó en un viento muy fuerte y me hizo reposar en medio del llano (o valle)” (v.1). A partir de allí, seguirán tanto las imágenes de los huesos secos como el diálogo entre Yavé y Ezequiel al respecto, que terminan con los huesos convertidos en un pueblo vivo.

Comentario

Mucho se discute (y se seguirá discutiendo) sobre la relación de este texto con la versión cristiana de la resurrección de los/as muertos/as. Es indudable que hay elementos para establecer esta correlación; hay que recordar, sin embargo, que esta idea ya está en el judaísmo del tiempo de Jesús y que –como la historia de la Iglesia muestra– no había (ni hay) una, sino muchas ideas de qué significa y cómo se da y dará la resurrección; si se trata de revivificación o resurrección, etc.

Teniendo en cuenta que Ezequiel era sacerdote y había servido en el templo de Jerusalén, hay que considerar el impacto que esta visión, con todas sus connotaciones de impureza, tiene que haberle producido (véase al respecto Jer 7-8; 20:1-6). Sin embargo, como si en tamaña crisis toda consideración habitual quedara suspendida, no objeta al paseo que Yavé le ofrece entre el campo de cadáveres.

Temas fundamentales: la necesidad del Espíritu / viento/ aliento para producir algún cambio: no son Ezequiel ni la comunidad quienes lo producirán, sino Yavé. La correspondencia entre su palabra / promesa y su cumplimiento (v. 14) es la que le da credibilidad como Deidad de una comunidad que cree haberlo perdido todo: yo soy quien lo dice y lo hace. Recuerda textos como Ex 3, Gen 1 y otros.

Otro tema importante es que esa restauración o resurrección de los cuerpos, que es colectiva y no individual, está entrelazada con el regreso a la tierra. Y el término “tierra” no es, sorprendentemente, ’eres, tierra en sentido de “mundo, mundo subterráneo o país”, sino ’adamá, “tierra cultivable, suelo, humus” de la cual fue tomado el humano. La conexión entre estos dos textos, Génesis 2 y nuestro capítulo está dada también en que “se percibe la referencia de Yavé como artesano”, recreando su obra, como comenta Almada.

Pistas para la predicación

Considerando que estos textos son para el quinto domingo de Cuaresma y no para Pascua; y considerando que Cuaresma es un tiempo de autoexamen y de preparación para la Semana Santa, sugiero no pensar tanto en la visión de Ezequiel en términos de resurrección (cristiana), sino en términos de restitución a una vida plena, tanto individual cuanto colectiva. El tema entonces será: “Tener el Espíritu de Dios, la rúaj, significa vivir. Lo contrario es morir.”

La pregunta casi tramposa de Yavé a Ezequiel en el v. 3 puede ser el punto de partida de la predicación: “Mortal / humano, ¿vivirán estos huesos?” Decir que si sería pecar de ingenuo: ¿cuántos han vuelto de la muerte siendo ya huesos – no tantos, no? Pero decir que no sería ignorar el poder de Dios... Entonces, si Dios sabe la respuesta a esta pregunta, es necesario mirar la situación con los ojos de Dios y no los nuestros. (Aquí hay una conexión con la semana pasada). Esto es lo que también plantean la epístola a los Romanos y el Ev.Jn. Se trata de vivir según el Espíritu o vivir según la carne. ¡Pero cuidado! Carne y espíritu no es lo mismo que alma y cuerpo en la filosofía griega. “Carne” tiene que ver con la forma humana de ver las cosas, como las palabras de Israel citadas por Yavé en 37:11: “... diciendo: ‘se secaron nuestros huesos, murió nuestra esperanza, hemos sido cortados’”. Lo contrario de la carne es la visión del Reino de Dios, por ej., como la percibe Ezequiel al final de este pasaje: donde hay espíritu, en vez de quejas y desolación hay vida. Y esto es fundamental, no vida individualista, sino vida como pueblo.

La resurrección de Lázaro y el diálogo previo de Jesús con María y Marta, incluyendo, notablemente, la confesión del mesianismo de Jesús de ésta en contraste con los murmuradores, también ilustra esta diferencia entre carne y espíritu, vida y muerte.

Mercedes García Bachmann, pastora y biblista luterana argentina, en Estudio Exegético-Homiléticos, ISEDET, 60, marzo 2005.


 Romanos 8.6-11 – Presentación de René Krüger

Ubicación

Un análisis del contexto algo mayor de Ro 8.1-11 evidencia que el texto se halla permeado transversalmente por dos binomios oposicionales: espíritu y carne, y vida y muerte. Con el primero, Pablo confronta a dos grupos de personas: de un lado se hallan las que están en Cristo Jesús (v. 1) y que no caminan según la carne, sino según el Espíritu (v. 4); y del otro están quienes no son propiedad de Cristo porque no tienen el Espíritu (v. 9), y cuya existencia se encuentra determinada por la carne (v. 5). El segundo binomio oposicional se introduce para afirmar a los creyentes en el camino que tomaron. Pablo trata de responder aquí la pregunta acerca del ethos que se desprende del evangelio como anuncio de la justificación por la sola fe y la sola gracia (Ro 6.1–7.6).

El texto

Entrando al texto, se constata que la posición de la carne es polémica contra Dios y es mortal; en cambio, la solidarización con el espíritu trae vida y paz. La orientación según la carne es rebelión contra la voluntad de Dios; es el reverso agresivo de una incapacidad de vivir según esa voluntad o de agradar a Dios. A esta caracterización negativa Pablo opone la alternativa positiva, interrumpida brevemente por la frase condicional en la segunda parte del v. 9. (Esta oración se parece a un pequeño epílogo del episodio en Éfeso, donde Pablo según Hch 19.1-7 se topa con un grupo que parecen ser cristianos, pero que resultan ser discípulos de Juan el Bautista.) La frase condicional presupone que los romanos pueden examinarse y autoevaluarse, preguntándose si conocen el don del Espíritu. El apóstol plantea esta misma cuestión en varias de sus cartas (2 Co 13.5; Ga 3.2; etc.

Caminar según la carne (Ro 8.4) es oponerse al seguimiento de Cristo y atender sólo sus intereses egoístas. El calificativo carnal expresa la autosuficiencia humana. En lo que Pablo llama carne actúa la debilidad humana del amor propio, teniendo como consecuencia la muerte.

En cambio, el Espíritu es la expresión de la acción de Dios en la persona creyente. En Ga 5.22-23 Pablo dibuja con rápidas pinceladas cuáles son o deberían ser los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Esta fuerza de Dios en última instancia no es sino Dios mismo.

En el v. 10, Pablo describe el ser cristiano o cristiana como una vida en la tensión entre un cuerpo enfermo por el pecado y por ello mortal, y una dimensión espiritual. En este versículo, espíritu, por su contraposición a cuerpo, se refiere a una dimensión del ser humano, y no al Espíritu Santo en sí. Ahora bien, el texto no hace referencia a prácticas comúnmente consideradas como espirituales. Se trata más bien de la orientación de la vida según Jesucristo. Por la justificación obrada por Dios en la persona creyente, esta dimensión del espíritu significa vida.

Esta descripción de la existencia cristiana se relaciona en cierto sentido con la conocida formulación de Martín Lutero Simul justus et peccator, a la vez justo/justificado y pecador. La experiencia de la justificación por la fe en la pura gracia de Dios no cambia el hecho de que sigamos cayendo y que morimos y moriremos por nuestra dependencia del pecado, que continúa ejerciendo su influencia hasta nuestro fin en esta tierra.

Con todo su énfasis en el don del Espíritu, Pablo de ninguna manera representa un cristianismo “entusiasta” o perfeccionista en lo ético. Tiene sobrada conciencia acerca de la lucha contra el pecado, que continúa –incluso con mayor fuerza– en los creyentes renacidos. La vida cristiana consiste en una larga cadena de victorias y fracasos. Continúa hasta el fin en una constante vacilación y fluctuación. Nuestra experiencia cotidiana evidencia cuánta razón tuvo Pablo. Caemos –y que nadie presuma ni aduzca su “grado de perfección”; pero Dios nos levanta– para que nadie tenga que desesperarse.

En el v. 11, Pablo establece una relación entre la ética y la escatología (tal como en Ro 6.1-11); entre la renovación cualitativa de la vida en el presente y la promesa de resurrección a la vida eterna. El Espíritu, que quiere darnos la orientación en materia ética, es el Espíritu de Dios que ha mostrado su poder sobre el pecado y la muerte en la resurrección de Jesucristo, y que por ello es garante de nuestra futura resurrección. Esta perspectiva de esperanza, basada exclusivamente en la obra de Dios y jamás en nuestros mejores y bien intencionados intentos de “mejorarnos”, es motivación fundamental para el ethos cristiano.

Reflexión sobre el texto

Carne y Espíritu son descripciones de esferas, campos, ámbitos, espacios de poder que ejercen su influencia sobre el ser humano y en los cuales éste se mueve. Pablo no está hablando de la parte carnal del individuo, de su estado físico o de su naturaleza somática (considerada mala y perdida por los gnósticos; considerada creación del único Dios por la Biblia). Vivir según la carne de ninguna manera se limita a prácticas del cuerpo que pueden o suelen calificarse como pecaminosas, bajas, “carnales”. El intento tan piadoso de cumplir la Ley para lograr méritos ante Dios y quedar justificado también es una actitud carnal, aunque se sitúe en el ámbito religioso. Ciertos esfuerzos perfeccionistas que luego desembocan en soberbia frente a los menos “buenos” también son carne. Es decir, no sólo pecados cometidos con el cuerpo en su parte “carnal”, sino sobre todo actitudes, mentalidades, opciones, perspectivas de vida, omisiones y orientaciones son vida según la carne.

Martin Lutero expresó esta dimensión con la imagen del ser humano encorvado sobre sí mismo o en sí mismo. Es la imagen de una persona que curva su espalda para ver su propio ombligo; su perspectiva se reduce a su propio ser, y ya no se abre al mundo, ni a los demás ni a Dios. En esta actitud, también se toman opciones entre lo bueno y lo malo; sólo eligiendo lo que sirve al propio bien y se evita lo que podría darlo a uno mismo. Fuera del propio provecho no hay más nada.

De no mediar la gracia de Dios, aceptada por fe, ese homo incurvatus in seipsum no sale de su encogimiento. Cuando se abre esta vida a la acción de Dios, la persona gana en vida, justicia (Ro 8.4), paz (Ro 8.6) y en el estatuto de hija o hijo de Dios (Ro 8.14). Según la interpretación de Pablo, la orientación y las actitudes de la persona responden a la lógica de la esfera en la que se encuentre, y responderán a la respectiva influencia que ejerce la una u la otra. Ello se evidenciará en las relaciones que la persona cultive con Dios y con su prójimo.

La antropología de Romanos 8 no parece ser la de una persona de la época actual, que sostiene su autonomía y se preocupa sólo por su bienestar. No es la del yo libre, autoconsciente, autónomo y soberano que se cultiva actualmente. Pablo subraya que las actitudes y orientaciones dependen de fuerzas o ámbitos que ejercen su influencia; su visión antropológica es la de un ser dependiente en un u otro sentido; un ser que tiene sólo autonomía relativa; y que como creyentes en Jesucristo está llamado a vivir bajo la dependencia del Espíritu Santo.

Aquí hay un amplio espacio para la reflexión sobre la supuesta o real autonomía del ser humano. De ninguna manera Pablo es determinista, al contrario: con su caracterización de los dos ámbitos carne y espíritu y su insistencia en la vida en el espíritu afirma la capacidad y la necesidad de la opción. Tampoco es dualista, en el sentido de que todos los cristianos están bajo el espíritu y los no cristianos bajo la carne. Al contrario: al colocar una y otra vez ante los destinatarios de su carta –la iglesia cristiana de Roma– la disyuntiva entre una y otra manera de vivir, muestra que sabe que esa línea divisoria pasa por la vida de cada uno y cada una, y no por la simple pertenencia religiosa. Es más: quien se halla en la esfera del evangelio, sufrirá mucho más ese tironeo que aquellos que no se encuentran en la necesidad de tomar decisiones claras.

La enseñanza sobre la salvación sostenida por Pablo es que el ser humano alejado de Dios y pecador queda justificado por pura gracia por la obra de Dios en Cristo, aceptada por fe. El acto salvífico no representa ninguna liberación misteriosa del pecado y de la muerte, ni suministra la capacidad automática para evitar de aquí en adelante el pecado y obrar sólo el bien. No hay ausencia mágica de pecado. Hay sí liberación de la coerción que ejerce el pecado sobre el ser humano. La libertad del pecado consiste en la posibilidad de realizar el intento de optar por la vida. Esta concepción –liberación de la coerción y posibilidad de realizar el intento de elegir la vida– constituye un acercamiento a la solución de la discusión entre “dominación” (acaso dualista) y “total soberanía” del ser humano.

En algunas ocasiones, Pablo empleó el simbolismo del vestido para hablar del cambio fundamental y de la necesidad del cambio continuo. En el sí a Jesucristo como Señor y Salvador, en la conversión, se inicia el caminar en el Espíritu que implica ruptura con la vida que se lleva hasta el momento, y comienza un nuevo camino con avances y retrocesos. La conversión no es la meta del caminar cristiano ni su culminación, sino apenas su comienzo. Esta tensión se refleja en diversas imágenes: por una parte, la persona cristiana fue revestida de Cristo, por eso es hijo o hija de Dios; y a la vez Pablo exhorta a revestirse de Jesús. La nueva identidad debe ser ejercitada continuamente. Toda la vida de la persona creyente es un proceso de vida y muerte, caerse y ser levantado por el Señor, opción, decisión. Pero no es un ¡Tú debes!, sino un ¡Tú puedes!, como lo formulara en cierta ocasión Karl Barth en sus reflexiones sobre Jer 31.33, referido a cuando Dios inscribe la ley en nuestro ser.

La convicción con respecto a la dimensión del Espíritu por un lado, y la total sobriedad del apóstol por el otro, constituye una notable diferencia entre las iglesias paulinas y muchos cristianos y cristianas de la actualidad, que tienen cierto temor a vincular sus experiencias de fe con la dimensión del Espíritu Santo; mientras que por otro lado otras iglesias reducen todo el cristianismo al acto de recepción del Espíritu, transformando este hecho y/o el ejercicio de ciertos dones en su único programa, acaparando el término “carisma” y reduciéndolo a ciertas manifestaciones emocionales (llorar, cantar de una determinada manera, aplaudir, saltar, practicar la “risa sagrada”, caerse, y otras cosas más), olvidándose de la amplitud y del carácter edificante de lo que el NT llama carisma, y de su utilidad en términos de amor al prójimo. Los primeros han de preguntarse qué hacer ante el déficit pneumatológico en sus experiencias de fe y en su reflexión teológica; los segundos deben revisar cuidadosamente a la luz de las Escrituras lo que suelen llamar “carismas” y preguntarse qué es verdadero carisma en el sentido neotestamentario y qué prácticas de amor concreto al prójimo corresponden al carisma supremo del amor, ese camino más excelente de todos los dones (1 Co 12.31).

Rumbo al sermón

  1. Nuestra existencia cristiana, nuestro ser cristiano, no nos proporciona ninguna libertad “mágica” del pecado, sino la libertad de la coerción que el pecado –cifrado bajo el calificativo de carne– ejerce sobre todo ser humano. La ventaja que tenemos es que podemos tomar conciencia de esa coerción, mientras quienes no le han dado su sí a la oferta de Dios en Cristo, lo toman como algo “natural”, “humano”, o también como “destino”.
  2. Carne no se refiere a nuestra parte física (huesos, músculos, tendones, órganos, sangre, piel, nervios, etc.); sino a la orientación de la vida de una persona sobre sí misma; “encogida” sobre su yo y sus propios intereses, repletada sobre sí mismo, encerrada y cerrada. Sólo Dios nos puede abrir en una situación así.
  3. Espíritu no se refiere a “ejercicios espirituales” ni a experiencias psicológicas (acaso de dudoso origen y de manifestaciones a veces cuestionables), sino a la orientación de la vida abierta a Dios y al prójimo, agradecida por la salvación, dispuesta a la obediencia. Es vida realizada en la comunidad de creyentes que da testimonio y sirve al mundo.
René Krüger, biblista luterano-reformado argentino en Estudio Exegético-Homilético 96, ISEDET, Buenos Aires, 2008.


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