Recursos para la predicación

13 Mar 2023
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Recursos para la predicación 19 MarzoMar 2023

Morado


Análisis del texto de Juan 9 – Presentación de Néstor Míguez

Siguiendo una aproximación similar a la usada con el pasaje anterior, nos detendremos en las actitudes de los diversos personajes. No uno, como en el caso anterior, pero sí las conductas humanas que se muestran en la galería de protagonistas que van apareciendo.

Si bien la actitud de Jesús y su acto de darle vista al que había nacido ciego está en el trasfondo de la narrativa, Jesús solo aparece al principio y al final del mismo. Es el que pone la cosa en movimiento y quien luego evalúa el resultado. Jesús ha desatado los egoísmos, mezquindades, orgullos o indiferencias de otros participantes. Pero vayamos por partes...

Los primeros que intervienen son los discípulos. Ellos perciben que Jesús se ha fijado en ese ciego a la orilla del camino, y largan su pregunta. Como buenos aprendices de teólogos, más que ocuparse de la situación del hombre ciego (¿podrá, o querrá, curarlo Jesús?) buscan una respuesta sobre la teología de la culpa.

Las situaciones dolorosas son motivo de especulación. Jesús no los desecha, no ignora la pregunta, pero la reconduce: Lo importante es dar lugar a que se manifieste la gloria divina... comienza a arrojar luz declarándose la luz del mundo, y señalando que esa luz está para iluminar las posibilidades de vida antes que discernir culpas o méritos.

Miremos los otros personajes que van asomando: los vecinos. Parece que ciertas actitudes son universales en lugar y tiempo. Se forma el corrillo, comienzan los chismes y las desconfianzas. ¿Qué habían hecho ellos por él antes? Algunos no están en condiciones siquiera de afirmar su identidad, lo único que sabían era de su ceguera. Una vez que escucharon el relato, pierden interés en él. Ahora quieren saber qué pasó con el otro hombre, con el que le dio la vista. Los mueve la curiosidad, no el amor.

Ahora intervienen los fariseos y jefes sinagogales. Releyendo, veremos personas interesadas en preservar sus saberes y costumbres como algo inamovible. Todo cambio o surgimiento de algo inesperado los pone nerviosos, a la defensiva. Ellos son los dueños de una verdad legal y doctrinal definitiva, pero no de un amor sanador, de una actitud comprensiva. Son también los dueños del poder de incluir o excluir. Y no dejarán de usarlo.

Y qué de los padres... Si bien las primeras palabras de Jesús los disculpan de la ceguera de su hijo, ellos ahora se inculpan de su situación, porque se desentienden de él. Ya lo han desatendido antes, cuando, ciego, lo dejaron pidiendo limosna a orillas del camino. (Es grande, que se arregle solo... nosotros no vamos a correr riesgos y problemas por su condición...) –Sí, es nuestro hijo, nació ciego... (Ya bastante carga nos fue de chico, ahora que se arregle solo, parecen decir. Si ciego nos fue un problema, no nos será ahora que ve...) Entonces responden: “Pero no sabemos cómo es que ahora ve...”

Es esperable que los discípulos se preocupen por cuestiones teológicas, que los vecinos sean curiosos, que los funcionarios se aferren a su poder..., pero que los padres muestren tal desaprensión por un hijo nos choca. Y sin embargo, cuántas veces sucede, cuánta violencia directa o simbólica invade hoy nuestros hogares, cuántos niños son abandonados o usados para mendigar, cuántos discapacitados son excluidos, comenzando con sus propios familiares y vecinos...

Y está el que había sido ciego. Si antes estaba al costado de la sociedad porque no veía, ahora es expulsado porque vio demasiado. Vio la indiferencia de los vecinos, el desamor de sus padres, el autoritarismo orgulloso de los poderosos. Vio lo que discípulos, vecinos, funcionarios y padres no pudieron ver: vio en aquél viajero que lo socorrió al Salvador que le dio luz, al Hijo de Dios.

No de golpe: primero lo menciona como hombre (v. 11), luego lo reconoce como profeta (v. 17) y finalmente lo adora como Hijo de Dios (v. 38). Un camino similar al que hizo la mujer de Sijar. Desde un mismo y único acto su fe va creciendo, mayor es la confrontación y más se afirma su testimonio. Desde la simple obediencia esperanzada de lavarse los ojos en un estanque, su fe crece hasta la obediencia coherente que le hace jugarse por ese desconocido, porque en él encontró su verdad.

La evaluación final de Jesús es muy simple: la Luz ha venido al mundo, pero algunos prefieren permanecer ciegos, porque temen mirarse a sí mismos... El texto comienza con una pregunta sobre el pecado... al final Jesús deja una respuesta: el pecado de la ceguera es el pecado de los que dicen que lo ven todo, pero que no ven el desamor de sus propias actitudes.

Sugerencias homiléticas

¿Cuánto de cada uno de estos personajes hay en nosotros mismos? ¿Cuánto de las abstracciones sobre culpas y pecados, condenaciones y castigos que señalan los discípulos? O de la curiosidad ociosa de los vecinos, de la rigidez y autoritarismo de los fariseos y jefes sinagogales, de la desaprensión de los padres…

La luz de Jesús también desnuda nuestra debilidad y limitaciones. Incluso como Iglesia, decidiendo a quien incluimos o excluimos. Ante los ojos de otros aparecemos reclamando adhesiones (y ofrendas), pronunciando condenas, proclamando doctrinas, imponiendo esquemas, jerarquías, organizaciones antes que sensibilidad por la necesidad real del otro. Cuánto de esto hace que permanezcamos ciegos.

Pero el camino del que recobró la vista nos muestra otra posibilidad: la de ir creciendo en el testimonio, la de ir construyendo coherencias a partir de la debilidad, la de sobreponernos a nuestra marginación a partir de la dignidad recuperada por la acción de Cristo. No para adquirir un nuevo poder que margine a otros.

A veces el precio de ser creyentes es que nos ponen en tela de juicio, ser desoídos o dejados de lado. Pero es la posibilidad de vivir de tal manera que la luz del mundo no solo ilumine nuestras debilidades, sino que alumbre el camino de nuestra recuperación, nos oriente por sendas de salvación.

Néstor Míguez, biblista metodista argentino, en Encuentros Exegético-Homiléticos del ISEDET, Encuentro 24, marzo de 2002. Resumen de GBH.


Primer Libro de Samuel 16.1-13 - Presentación de Mercedes García Bachmann

El texto del AT para este domingo es el de la unción de David por parte del profeta Samuel, una vez que Yavé hubo rechazado al rey anterior (Saúl) y a su dinastía (esto es relatado en el cap. anterior). Algunos comentarios incluyen también el último versículo del cap. anterior, con lo cual se logra una relación impresionante entre la pena de Samuel, llorando porque Saúl ha sido rechazado por Yavé como rey y el pesar o arrepentimiento de Yavé de haber elegido a Saúl.

Dado que Saúl sigue siendo rey y pronto irá sintiendo cómo pierde poder frente a este “advenedizo” con el cual tiene una relación ambivalente de amor y odio, las preguntas de Samuel (“¿Cómo iré? Saúl escuchará y me matará” v. 2) y de los ancianos de la ciudad (“¿Has venido en son de paz?” v.4) apuntan a la tensión que se irá haciendo más evidente a medida que pasan los capítulos, que un rey es rechazado, otro rey va subiendo y las relaciones interpersonales se entremezclan con las cuestiones de Estado.

Las comparaciones entre estas dos figuras se hacen inevitables.

La tradición bíblica está tan acostumbrada a centrarse en David que se olvida de lo importante que fue Saúl; muestra de ello es el apego de Samuel así como el mismo esfuerzo de la Biblia por explicar por qué éste y su dinastía (especialmente Jonatán) no continuaron en el trono.

Saúl provenía de la familia más pequeña del clan más pequeño de Israel; él era, sin embargo, alto y de buena figura. David, por su parte, provenía de la familia de Jesé/Isaí, de la tribu de Judá, que llegará a ser la más importante (o al menos, la que llegue hasta el exilio con un descendiente davídico). Así como Saúl (1 Sa 9-11) es autorizado como rey mediante tres procedimientos (unción, suertes y batalla), 1 Sa 16-17 dan tres primeras caracterizaciones de David como pastor del rebaño, músico y guerrero.

Se podría encontrar todavía otra comparación entre ambas figuras: está en la alusión de Yavé a Samuel cuando éste piensa que el mayor de los hijos de Jesé será el elegido (v. 7, traducción literal): “No te fijes en su apariencia ni en la fuerza de su estatura, pues lo he rechazado. Porque no (miro) como el ser humano; porque el ser humano mira a los ojos pero Yavé mira al corazón”.

Dado que la descripción de Saúl era la de alguien lindo y fuerte, podría haber aquí otra comparación velada en contra de aquél y a favor del que todavía no ha aparecido en escena, David. Cuando finalmente David es traído, es “de buen color (rojizo), de hermosos ojos y bueno para mirar” (v. 12): ¡la confirmación a Samuel de que ha encontrado al que debe ungir está dada, irónicamente, por su aspecto físico!

La unción ocurre en privado, con la presencia de sus hermanos solamente; David es totalmente pasivo en este episodio. Sin embargo, a su unción sigue inmediatamente el don del Espíritu de Yavé, podemos muy bien decir el Espíritu Santo, que legitima la acción del profeta. De nuevo hay aquí una comparación, puesto que en el caso de Saúl hubo una separación cronológica entre su unción y su manifestación carismática.

Pero sobre todo legitima a David, al agregar que –de nuevo a diferencia de Saúl, pero esto se sabrá más tarde– el Espíritu no se separará más de David. Como señala uno de los comentarios, “de las 34 veces en que ‘ungido’ se usa de una persona real, siempre aparece con el nombre de Yavé o el pronombre personal referido a él. Esto quiere decir que en el AT uno es llamado “ungido” por haber sido ungido por Yavé y no por los ancianos del pueblo”.

Pistas para la prédica

El Salmo 23 y 1 Sa 16 tienen en común el tema del pastor, sus rebaños y sus cuidados. Mientras en Samuel ese pastor es David, en el Salmo es Yavé. La imagen tiene mucho que ofrecer, puesto que cubre al cuidador de animales en el campo, con todos los peligros que esto conllevaba (por algo es capaz de destruir a Goliat con una honda). Además, en el antiguo cercano oriente también el gobernante es pastor de su pueblo (esto es muy claro en Ezequiel), por lo cual también cubre al futuro rey David, de pastor de animales a pastor de su pueblo (esto también es muy claro en la parábola de Natán a David cuando éste toma a Betsabé y asesina a Urías).

Una posibilidad, entonces, sería la de estructurar el sermón alrededor de esta imagen y mostrar cómo, cuando Dios mira al corazón y no a lo que ven los ojos, puede ver en un joven olvidado por su familia fuera de casa (“¿queda todavía algún hijo?” pregunta Samuel a Jesé; “no seguiremos hasta que venga”), despreciado por ser el menor y quizás el más chiquito físicamente, al futuro rey, cuyos descendientes se sentarán en el trono “para siempre”. De usarse esta imagen, podría contrastarse la fuerza y valentía de David, sin las cuales no podría haber cuidado a los animales y las cuales se pondrán en evidencia pronto en este mismo libro de Samuel, con su pasividad en este episodio: es Dios, mediante su profeta, quien actúa. A David sólo le queda recibir. También así deben ser los buenos pastores...

Otra posibilidad es, después de explicar el texto, hacer una relación más amplia con los otros textos para este domingo. La idea central sería la de ver-no ver en un sentido más amplio que el literal. En casa de Jesé, nadie “veía” a David hasta que la ausencia de elegido reclama la presencia del ausente en el campo. A Samuel Yavé le tiene que decir explícitamente “no mires solamente la apariencia de los hijos de Jesé; hay algo más que tener en cuenta. Algunos comentarios piensan que en estas palabras también podría haber una cierta autocrítica divina: “Cuando ungiste a Saúl, vos y yo nos dejamos llevar por su apariencia física, ahora no será así”.

Si esta idea es chocante, se puede ver sólo como una crítica a Samuel –y a cada uno y cada una de nosotros/as, pues ¿quién está exento/a?) por no pensar como Dios piensa y dejarse llevar por las apariencias corporales. Aquí los ejemplos son muchísimos y cada contexto particular debe proveerlos: desde los pedidos de trabajo donde “buena presencia” significa un cierto color de cabello y de ojos y ciertas medidas de busto y cadera (para mujeres) o la cosificación sexual del cuerpo en la propaganda hasta la discriminación a los/as ancianos/as y a quienes sufren algún tipo de enfermedad o de impedimento físico, pasando por otra cantidad de señales de que seguimos viendo con los ojos y no con el corazón.

Ya que estamos en Cuaresma, se podría hacer una relación con los cánticos del Siervo Sufriente en Isaías, aplicados a Jesús: su apariencia fue como la de quien no es humano... golpes... etc.

Para Jn 9.1‑41 ya hay un EEH del año 2002. Allí, hablando del ciego que recobró la vista gracias a Jesús, Néstor Míguez escribía: “Pero el camino del que recobró la vista nos muestra otra posibilidad. La de ir creciendo en el testimonio, la de ir construyendo coherencias a partir de la debilidad, la de sobreponernos a nuestra marginación a partir de la dignidad recuperada por la acción de Cristo. ... Pero es la posibilidad de vivir de tal manera que la luz del mundo no solo ilumine nuestras debilidades, sino que alumbre el camino de nuestra recuperación, nos oriente por sendas de salvación.”

Así como David fue el nuevo comienzo para el proyecto de Dios cuando el de Saúl falló, Jesús es el nuevo comienzo cuando los demás han fallado. Lo es teológicamente en el testimonio de las Escrituras (y aquí podríamos incluir la epístola) y lo es pastoralmente en nuestras vidas. Este puede ser el eje de este sermón: es hora de dejar de llorar por lo que no funcionó y mirar lo nuevo que Dios está haciendo y en este sentido, los cuatro textos proveen abundantes ejemplos. La vida a nuestro alrededor también.

Mercedes García Bachmann, biblista luterana argentina (IELU), en Estudios Exegético-Homiléticos 60, marzo de 2005.


Efesios 5.8-14 – Presentación de René Krüger

Breve excurso sobre el querigma-didajé (información exegético-teológica general, no para la elaboración del sermón)

La carta se estructura según un conocido esquema conocido como querigma–didajé. Partiendo del significado griego básico del término, en la exégesis del NT se entiende bajo querigma la proclamación, la predicación y específicamente el anuncio del evangelio a judíos y paganos. De allí que el concepto también sea la encarnación del evangelio en sí. Como término técnico para la proclamación del Señor Jesucristo crucificado, resucitado y que ha de volver a venir, querigma abarca varios elementos estereotipados, que han hallado su expresión literaria en los sermones contenidos en los Hechos de los Apóstoles y en varias formulaciones sintéticas. Se trata de datos breves de la vida de Jesús, su muerte y su resurrección; eventualmente de una prueba escriturística y un llamado al arrepentimiento o la conversión y a la fe en Jesucristo. La síntesis neotestamentaria más antigua del querigma es citada por Pablo en 1 Co 15.3-5.

Este querigma dirigido a quienes aún se hallan fuera de la iglesia debe distinguirse de la didajé o enseñanza ofrecida a miembros que ya pertenecen a la congregación.

Como concepto colectivo para la doctrina y la enseñanza, didajé designa la suma de las instrucciones y orientaciones sobre la nueva vida en Cristo. Esto incluye tanto la profundización de los contenidos de la fe como primordialmente las instrucciones concretas sobre la manera de vivir de los creyentes y la comunidad.

El concepto de querigma y el correspondiente verbo poseen un significado central en los Sinópticos y Hch. Hay varios textos que sintetizan el querigma del cristianismo primitivo. Ejemplos sobresalientes son Lc 24.46-47; Jn 20.31; Hch 2.22-24; 3.15; 4.10; 5.30-31; 10.39-43; 13.37-39; 17.3; 1 Co 15.3-5.

La proclamación convierte la realidad histórico-salvífica esencial en acontecimiento presente, que llama a las y los oyentes a la decisión. De aquellos que aceptan el querigma, es decir, que se adhieren con fe a Jesucristo, se espera o se solicita que se orienten según él y obedezcan la voluntad de Dios. Ésta es la entrada a la nueva vida con el Señor y en la comunión de los creyentes. Precisamente en ese punto comienza la didajé, que es la suma de las enseñanzas e indicaciones para la nueva vida, conteniendo explicaciones, exhortaciones, preceptos, mandamientos, prohibiciones, diferentes tipos de tablas, ejemplos, listas de pecados y virtudes, modelos de vida, pruebas escriturísticas, y a menudo también instrucciones muy contextuales.

En la persona de Jesucristo se hallan inseparablemente unidos el evangelio y la ética y se vinculan directamente con él, tal como el querigma y la didajé se compenetran y se condicionan mutuamente en los evangelios. El querigma también es presentado constantemente en las instrucciones ético-morales de las epístolas. Esto resulta del hecho de que el proclamador, convertido por su muerte y resurrección en Proclamado, había subrayado fuertemente en el marco de su anuncio de la venida del reino de Dios la necesidad de una nueva obediencia a la voluntad de Dios. Es interesante notar que para la instrucción no es tan significativa la distinción entre obras y palabras de Jesús, pues la mentalidad bíblica es más armónica que el pensamiento occidental. Además, la presentación de estas obras y palabras no constituye una biografía, sino que se propone el fortalecimiento de la fe y la fundamentación de la enseñanza y la práctica de las cristianas y los cristianos. Por ello los evangelios tampoco son libros históricos propiamente dichos, sino testimonio de la fe para la fe y la vida concreta, basados sí en la historia concreta de Jesús y las personas indicadas. De por sí los evangelios no son ni querigma puro ni didajé pura. Quieren suministrar fundamento y seguridad a la fe y a la vida de los cristianos y las cristianas; y al mismo tiempo apoyan y amplían el querigma y la didajé. Ya antes de la redacción de los evangelios se hicieron composiciones de textos especiales para la instrucción. Así encontramos en Mc 4 una colección de parábolas; en Mt 18, una especie de catecismo familiar y comunitario; y en la fuente del Sermón del Monte, una combinación voluminosa de instrucciones. En conjunto, el Sermón del Monte constituye la síntesis más importante de la proclamación ética de Jesús.

En los evangelios, el querigma se desarrolla en el relato de la pasión y resurrección; mientras que los dichos, historias, enseñanzas y sermones de Jesús frecuentemente se orientan más hacia la instrucción; aunque por supuesto también se toca reiteradamente el tema central del querigma: el perdón de los pecados por Jesucristo; sobre todo porque el proclamador del reino de Dios no es un predicador de moral o un gurú, sino el Mesías, el Libertador y Salvador; y porque los evangelios fueron escritos bajo el impacto de la experiencia pascual y a partir de la fe pascual.

Así como ya en Jesucristo mismo, existe también una relación inseparable entre querigma y didajé en la misión y la vida de la iglesia. Un perdón de los pecados sin nueva vida en Cristo sería “gracia barata”; una instrucción con mandamientos y prohibiciones sin la atribución libre de la gracia, que sólo puede ser aceptada por la fe, sería una religión legalista y un intento de justificación por las obras. La instrucción parenética siempre es precedida por la proclamación del reino de Dios, el mensaje de salvación, el evangelio, el Cristo y la conversión que corresponde a esta proclamación.

De allí que todo dependa de la correcta relación entre querigma y didajé. Sin la conversión que la precede, no es posible comprender la didajé del NT. Por su parte, la Reforma ha dejado bien en claro en su discusión sobre la justificación por las obras que éstas se hallan plenamente justificadas no como méritos, sino como respuesta de las personas creyentes a la libre gracia de Dios, aceptada por la fe. La conexión entre la atribución de la salvación y nuestras obras suele describirse con frecuencia mediante la secuencia indicativo-imperativo: la obra salvífica de Dios en Jesucristo es un hecho, no podemos ganarnos la salvación, Dios nos la regala; nuestra responsabilidad consiste en la nueva vida en esta gracia regalada. Los mandamientos del Señor, es decir, los imperativos, mantienen su plena vigencia para la construcción de esta nueva vida, dado que su propósito consiste en transformar la fe en una fe vivida.

El doble esquema de querigma y didajé se halla en varias epístolas paulinas, en la que una sección con materiales de didajé sigue a una primera en la que se desarrolla el querigma. Así también Efesios. Una primera sección doctrinal abarca de Ef 1.3 a 3.21; y la segunda parte, Ef 4.1 a 6.20, contiene la parte parenética con exhortaciones. El saludo inicial y el epílogo completan la epístola.

Análisis del texto

El corte aplicado por el Leccionario a partir del v. 8 no es “saludable”. La unidad comienza en realidad en el v. 6. El v. 7 tiene un paralelo en 2 Co 6.14, un texto que ha sido considerado como interpolación pospaulina, más cercano al lenguaje y la teología de los documentos de Qumrán que del pensamiento del Apóstol. Ef 5.6-7 es una exhortación que parece reaccionar a algún peligro bien concreto.

Si Ef 3.6 establece que dentro de la comunidad cristiana ya no hay ningún tipo de fronteras, y asimismo es sabido que hacia fuera el evangelio y la misión de la iglesia tampoco ya tienen límites, ¿por qué esta exhortación a distanciarse y no ser partícipe con determinadas personas, llamadas aquí “hijos de desobediencia”? Es muy simple: para proclamar el evangelio, la iglesia debe distanciarse de la vida sin perspectivas (Ef 4.17). En este sentido, la exigencia de Ef 5.7 cabe perfectamente en la teología de la epístola. Según Ef 5.29-32 el distanciamiento del entorno pagano es una expresión de la fidelidad de la iglesia a su Señor.

Los “hijos de la desobediencia” representan lo que pertenece al pasado superado y lo que la iglesia puede reconocer como tal. El texto contrapone el ahora al otro tiempo, lo que implica que el presente ya es tiempo de salvación y del anticipo de la resurrección (v. 14). Este esquema de una separación de los tiempos queda caracterizado mediante la oposición entre luz y tinieblas.

Las categorías de la luz y las tinieblas pertenecen al lenguaje universal del simbolismo religioso. Son comunes a la mayoría de las religiones, y no menos a la fe bíblica. En la Biblia se las usa metafóricamente en varios sentidos. Intelectualmente, la luz es la verdad y las tinieblas, la ignorancia o el error. Moralmente, la luz es la pureza y las tinieblas, el mal. La tradición gnóstica usó mucho la idea de luz como sabiduría y tinieblas como ignorancia. El eje semántico luz-tinieblas también es característico para el dualismo de los escritos de Qumrán, donde en buena parte el proyecto de vida comunitario es concebido dentro de estos parámetros.

Si uno quisiera rastrear este simbolismo dentro de la tradición hebrea, podría encontrar:

― La tradición de la creación donde se separa la luz de las tinieblas. Si bien esto es un evento cosmogónico, también tiene su alegorización ética. Esto se da mucho en Job, Eclesiastés y Salmos, es decir, en la tradición poética de la Biblia. Pero también la tradición profética tiene esta alegorización, especialmente el libro de Isaías (Isaías 5.20; 45.7; 59.9)

― La tradición de la luz que se hace fuerte en la fiesta de las enramadas con el encendido de antorchas durante la misma. Jesús durante esta fiesta utiliza este simbolismo para autoproclamarse luz del mundo.

― La tradición profética que entiende la luz como expectativa mesiánica o bien como el nacimiento de un nuevo tiempo. Se encuentra en Isaías 9.2; 42.16.

― La tradición profética donde se une la luz con el testigo, el que abre camino. Isaías 42.6; 49.6.

― La idea de Dios (o el rostro de Dios) como luz. Salmo 4.6; 27.1; Miqueas 7.8.

― La revelación de Dios por la Palabra, la Ley y los profetas como luz. Salmo 119.105.

― La luz como el carácter-espíritu de una persona. Job 3.4; 12.24-25; 18.5; 29.24; 33.30; 38.15; Salmo 38.10; 56.13.

― En Isaías 5.20, el profeta trabaja con la aplicación moral de la oposición entre la luz y las tinieblas. Pablo también emplea esta metáfora en diversos textos.

Unos cuantos de estos textos son asumidos por el NT. Especialmente el EvJn trabaja el simbolismo de la luz y las tinieblas. En tres pasajes habla de la luz como revelación de la verdad: en el prólogo, en Jn 1.4.5.9; en 8.12, como autorrevelación de Jesús; y en 12.35,36,46, también como autorrevelación, incluyendo también un elemento moral.

El efecto de la luz no es simplemente hacer que las personas vean, sino capacitarlas para andar en la luz. La luz no sólo confiere buena visión, sino también buena conducta. Esto lleva al cuarto texto del EvJn, 3.19-21, donde se hace explícita la relación entre la luz y la pureza por un lado y las tinieblas y el mal por el otro. La verdad, al igual que la luz, tiene un contenido ético-moral en las Escrituras. Por eso la verdad no es contrastada con el error, sino con la maldad y la injusticia.

La afirmación de 1 Jn 1.5 que Dios es luz no se encuentra en ningún otro pasaje en el NT.

Las implicaciones ético-morales de la luz quedan claras en varios de los textos mencionados. La luz de la que hablan las Escrituras no es una iluminación esotérica, particularista, individualista, intelectual; tampoco es inspiración personal para un grupito agraciado de iluminados; sino que la luz difunde justicia y amor. Quien pretende estar en la luz, sólo es creíble si anda en amor. Esto es evidente también para el autor de Efesios, que en 5.8 emplea el verbo andar, en su clásico significado metafórico referido a la conducta cotidiana, al estilo de vida, al camino de la vida.

El sintagma (conjunto de términos que forman una determinada expresión) hijos de la luz era una autodesignación corriente de los cristianos (Lc 16.8; Jn 12.36).

Ya que el Cristo resucitado es la fuente de la luz, la vida en la luz implica reflexionar sobre lo que agrada al Señor. Para la comprensión de esta propuesta es importante la exhortación a comprobar, examinar, probar. Esto es buena tradición paulina que examina decisiones éticas, revisa la experiencia y juzga las situaciones. El espíritu y la mente de la persona creyente, renovados por el Espíritu Santo, deben ejercitar su capacidad de discernimiento. Un mandamiento “a secas” aparentemente no alcanza. Muestra y establece la dirección, y luego hay que tomar decisiones según las circunstancias. Y eso es lo que hay que examinar. Comprobar implica examinar las actitudes y prácticas tomando en consideración la gracia de Dios (Ef 4.32–5.2), el prójimo (Ef 5.21ss) y la obra escatológica de Dios (Ef 1.10; 6.10ss). En sentido negativo implica desenmascarar aquellas obras que no se adecuan a este patrón.

La orientación ética de la vida renovada se concentra en una tríada de actitudes: bondad, justicia y verdad, frutos de la luz (la Versión RV dice “fruto del Espíritu”, siguiendo una variante muy extendida que se introdujo aquí por influencia de Gá 5.22; el sentido en realidad es el mismo).

La bondad, contrapuesta a la maldad, es una virtud que fomenta y fortalece la comunidad.

La justicia implica la correcta relación para con Dios y con el prójimo. Es parte de la armadura espiritual (Ef 6.14), imprescindible para el desarrollo de la vida cristiana.

La verdad, también enumerada en el cuadro de la armadura espiritual, va unida a la justicia. Es el nuevo ser, creado por el evangelio, del cual debe revestirse la persona creyente.

En franca oposición al fruto de la luz se mencionan las obras infructuosas que pertenecen a las tinieblas y al pasado. No sólo han de ser evitadas, sino también desenmascaradas.

El v. 12 es algo enigmático. Puede tener su explicación en el contexto de ciertas enseñanzas y prácticas del entorno. Las doctrinas y los ritos de los grupos pregnósticos, ya en actividad cuando se escribió la epístola; como también los cultos de misterios debieron parecerles peligrosos a los miembros de la iglesia, cuya enseñanza y cuyas conductas eran públicas. Reconociendo una cierta dosis de demagogia en la polémica contra lo secreto, oculto y misterioso, es evidente que el evangelio es un proyecto de fe, vida y salvación sin ningún tipo de ocultamiento ni cosas secretas.

La polémica contra las prácticas perniciosas del entorno incluye la oposición a la fijación exclusiva en el más allá de ciertos grupos religiosos, contra las que el autor de Efesios sostiene la responsabilidad social de la fe cristiana. Exige, pues, un claro distanciamiento en teoría y práctica.

Aún no se sabe de qué fuente proviene el llamado a despertarse en el v. 14. Hay diversos paralelos en la literatura cristiana como también extracristiana y apócrifa. Así, por ejemplo, en un texto importante una figura llamada Protenoia despierta a los que duermen y los llama al conocimiento (gnosis); pero en Efesios el despertarse equivale a asumir una nueva vida social.

La relación de esta cita con todo lo anterior, que es parenético (exhortativo), no parece totalmente lógica. Pero la cosa adquiere cierto formato si la cita se toma como fundamentación de lo anterior, y no como nueva exhortación. En el contexto general, el sentido sería entonces: ustedes han sido despiertos para vivir en la luz.

Vivir en la luz no significa escaparse del mundo, sino vivir de la gracia de Dios en comunión con las demás personas creyentes, dando testimonio del evangelio.

En dirección al sermón

  1. Jesucristo nos ha logrado despertar. ¿Vivimos despiertos? ¿Vivimos en su luz?

Para cada situación concreta, la predicadora o el predicador podrá encontrar aplicaciones y plantear preguntas pertinentes. No podemos determinar desde estas páginas de los EEH qué significa vivir despierto en cada una de las miles de circunstancias locales tan diferentes como las hay en toda América Latina y en otros lugares. El mismo hecho de haber sido despiertos por Jesucristo con seguridad tiene colores y modalidades muy distintas de una persona creyente a otra y de una iglesia a otra. Pero con cualquiera de estas modalidades, la pregunta es pertinente.

  1. ¿Qué significa vivir en su luz? Vivir en la luz significa discernir, evaluar, examinar, probar; pero no como ejercicio intelectual, sino verificando qué es lo que Dios quiere de nosotros en cada paso.

Aquí la predicadora o el predicador podrá analizar cuáles son las modalidades de tinieblas que afectan a su congregación, y brindar reflexiones que animen a discernir y examinar. Tampoco es cuestión responder desde el sermón todas las preguntas que plantean las tinieblas; pero sí es importante animar a cada uno y cada una a asumir su madurez y a examinar con responsabilidad las propuestas y ofertas del entorno, y a responder desde el evangelio de Jesucristo y no desde la inercia del difuso “espíritu del tiempo”.

  1. Se nos proponen tres frutos concretos de la luz: bondad, justicia y verdad.

En este punto, el sermón puede reflexionar sobre el significado y eventuales aplicaciones concretas, como respuestas a situaciones precisas en las que haga falta contribuir con nuestra dosis de bondad, justicia y verdad. Pero estas reflexiones no han de quedar en el nivel abstracto de definiciones de diccionarios teológicos.

En el orden de los recursos litúrgicos, no hay límites para la fantasía creadora de elaborar algo llamativo y sugestivo con velas, juego de luces, transparencias; incluso con espejos y luces.

René Krüger, biblista luterano-reformado argentino en Estudio Exegético-Homilético 96, ISEDET, Buenos Aires, 2008.


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