Recursos para la predicación

22 Nov 2022
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Recursos para la predicación 18 DiciembreDic 2022

Morado


Mateo 1.18-25

Análisis

Mateo 1.18-25 pertenece a la parte inicial del Evangelio que trata sobre el nacimiento e infancia de Jesús (Mt 1-2). El tema central de la perícopa es el anuncio del ángel sobre el nacimiento de Jesús y su significado (vv. 20-21), algo que ya se encuentra anticipado en 18b. Este núcleo del relato se complementa con la cita de cumplimiento de Isaías 7.14 acerca del Emmanuel (“Dios-con-nosotros”) en el versículo 23.

Luego los principales aspectos que están en un segundo plano son la rectitud y la obediencia de José (vv. 19 y 24) y las circunstancias sobre la concepción virginal de Jesús (vv. 18; 20b; 23a; 25a).

El v. 18 comienza la narración describiendo la relación de María con José, en ocasión de su embarazo. Estar “desposados” implicaba un compromiso formal y jurídico que, al igual que el matrimonio, solo podía disolverse mediante un acta de divorcio, que es lo que pensaba hacer José de manera discreta según el v. 19b. Por otro lado, los desposados normalmente vivían en la casa de sus padres y no mantenían relaciones sexuales, era una etapa previa y de preparación para el matrimonio.

El v. 19 pone el foco del relato en José a quien también le habla el ángel en los versículos siguientes (20-21). Esto concuerda con la opción que sigue la tradición del evangelista para establecer la línea genealógica de Jesús a través de José, hijo de David (Mt 1.16.20). Aquí se puede comparar con la tradición de Lucas que pone el foco casi exclusivamente en María, a quien el ángel anuncia el nacimiento de Jesús (Lc 1.26-38).

La pregunta aquí es si José sabía o no que el embarazo de María era por obra del Espíritu Santo antes de que el ángel le avisara, pues esto podría reflejar diferentes motivaciones de José para repudiar a su mujer. Las dos opciones pondrían igualmente a José en una situación difícil; si no sabía quizás podría haber sospechado el adulterio de María; y si sabía tal vez tendría temor de estar con una persona que había tenido contacto con el Espíritu Santo. De cualquier forma, José estaba decidido en repudiar a María, pero resolvió hacerlo en secreto para no ponerla en evidencia y armar un escándalo público. El texto destaca la rectitud de José en que quiso proteger a María, pues era ella seguramente la que llevaría la peor parte en un proceso de este tipo.

El mensaje del ángel (vv. 20-21), luego de prevenir a José en sueños para que tome a su prometida y reconozca al hijo que está por nacer, tiene como objetivo la imposición del nombre al niño. La etimología del nombre de Jesús que se presenta aquí responde al significado en su forma hebrea (yehoshua) que quiere decir “Yavé Salva”. La idea de un Mesías salvador de su pueblo era bastante difundida en el judaísmo, pero Mateo también tiene un interés especial en el perdón de pecados que se concede por medio de Jesús y se hace efectivo en la comunidad (ver Mt 9.6 y 26.28).

Los v 22-23 remiten a la palabra profética sobre un niño que estaba por nacer y al cual le pondrían por nombre Emmanuel, que en hebreo significa “Dios-con-nosotros” (Isaías 7.14). Cabe recordar que desde muy antiguo estaba la idea en el judaísmo de que la realización de la palabra profética era uno de los criterios de autenticidad de la misión del profeta (ver Dt 18.20-22); pero ahora esto también funciona en el sentido inverso, como Isaías era considerado un verdadero profeta, a través de su oráculo se avala también la misión de Jesús a quien se aplica. Por eso también está tan difundido en el Nuevo Testamento este tipo de citas de cumplimiento. Lo que en el contexto de Isaías probablemente se refería a Ezequías, hijo del rey Ajaz, aquí se aplica sin vueltas a Jesús como una forma de releer el antiguo oráculo.

Se ha discutido sobre la traducción de la palabra “virgen” (v. 23a) que en su sentido corriente describe la situación de una persona que no ha tenido relaciones sexuales. En el texto hebreo de Isaías se utiliza la palabra almah que significa “doncella, mujer joven” y que no tiene una connotación específica sobre la práctica sexual. El problema ya surge con la primera traducción del texto al griego (los LXX) en la cual se utiliza el término parthenos que significa “virgen”. Esta tendencia se fue consolidando en la historia de la exégesis cristiana que atribuía a Jesús un nacimiento milagroso.

Para Mateo el tema del nacimiento virginal no es el asunto central de su fe, sino una forma de realzar la idea de que Jesús era realmente “Dios-con-nosotros” (Emmanuel) que se revelaba en la historia a través de la vida de Jesús. La promesa de la presencia incondicional de Dios en medio de su pueblo se retoma significativamente al final del Evangelio (Mt 28.16-20) cuando Jesús ya resucitado exhorta a sus discípulos a la misión.

El Evangelio aquí nos revela un nuevo perfil del que viene. La presencia de Dios se revela en la historia a través un niño que viene al seno de una familia.

Samuel Almada, en el Encuentr Exegético-Homiléticos 2 1, ISEDET, diciembre de 2001.


Isaías 7.10-14. La señal del niño

El mensaje que el profeta Isaías le da al rey Acaz se encuadra en un complejo contexto de intrigas, conspiraciones y amenazas, políticas y militares; en un momento que el rey Acaz (de Judá) estaba amenazado y sitiado por los reyes Rasón (de Siria) y Pécaj (de Israel) que querían obligarlo a unirse a ellos para enfrentar a los asirios.

Mientras el rey Acaz preparaba su defensa le sale a su encuentro el profeta Isaías con una palabra de parte de Dios que le decía que “no tema y que no desmaye su corazón” (7.4 ss). Pero parece que el rey tenía sus dudas o confiaba más en la protección que le podría ofrecer el rey asirio; por tanto Isaías nuevamente insiste con otra palabra para que pida una señal de parte de Yavé (“tu Dios”) que le asegure que puede confiar (7.11). Finalmente, frente la persistente indecisión y negativa del rey, el profeta igualmente le da una señal de parte de Dios, que es la “señal del niño”.

Esta señal consiste en que una jovencita que está embarazada dará a luz un hijo y le pondrá por nombre “Emanuel” (Dios-está-con-nosotros), y que antes que ese niño pueda rechazar lo malo y escoger lo bueno, los dos reinos que amenazaban a Judá y que querían obligarlo a rebelarse contra Asiria, habrán desaparecido (vv. 14-16).

La imagen del embarazo sugiere que el nacimiento será inminente. En este contexto, el hijo anunciado es probablemente el futuro rey Ezequías, que fue un rey que confió en Yavé y no se sometió al rey de Asiria (ver 2 Reyes 18.5-7); todo lo contrario a su padre Acaz. Por eso también lo del nombre simbólico Emanuel (Dios-está-con-nosotros), pues significa la afirmación y la validez de la alianza de Dios con su pueblo. En todo caso, el significado del propio nombre de Ezequías = “Yavé se hace fuerte” también aporta en el mismo sentido.

Si tenemos en cuenta estos detalles se puede deducir que la señal del niño que Yavé da a Acaz por medio de su profeta, no es una señal de salvación sino de castigo para él por su infidelidad. Acaz fue puesto a prueba en su fidelidad, pero no la pasó y fue desechado. Habrá un “Dios-con-nosotros”, pero después de él; mientras tanto continuará la invasión y el desastre, de lo cual se dará más detalles en el oráculo siguiente (7.18-25).

Sin embargo, el texto ofrece un atisbo de esperanza a mediano y largo plazo, pues muestra que, a pesar de las penurias, Jerusalén se salva de la alianza arameo-israelita, y que también se salva la dinastía davídica en la línea de las grandes promesas (2 Samuel 7.9; 1 Reyes 1.37; 11.36,38; Salmo 89.21-30).

El motivo del nacimiento de un niño expresa de manera inmejorable la esperanza, y aquí también representa la presencia incondicional de Dios en medio de su pueblo. Por esta razón, el evangelio ha interpretado y aplicado este texto al nacimiento de Jesús (ver Mateo 1.23), pues es la revelación de Dios en la historia humana, “Dios-con-nosotros”.

Reflexión

Quizás uno de los mayores desafíos que nos plantea la palabra profética es aprender a mirar las cosas desde la perspectiva del anuncio, y no tanto desde su cumplimiento. Es desde esa perspectiva que cobra su verdadero significado la confianza en la palabra y las promesas de Dios, y en ese sentido la “señal del niño” en Isaías 7.10-16 es muy elocuente.

Samuel Almada, en el Encuentro Exegético-Homilético 57, ISEDET, diciembre de 2004. Extracto-resumen de este comentario, GB.


Del comentario de la Carta a los Romanos, por Martín Lutero

Lutero dictó las “Lecciones sobre la Carta a los Romanos” durante los años 1515 y 1516, dando término a esta labor aproximadamente un año antes de su famoso desafío a discutir el problema de las Indulgencias sobre la base de las 95 Tesis publicadas por él el 31 de octubre de 1517. Pero ya en esta obra temprana descubrimos muchos de los rasgos que habrían de caracterizar su teología.

Ya están presentes el énfasis en la justicia de Dios, el entendimiento histórico-cristológico de las Escrituras, la insistencia en la gracia divina que el pecador recibe por medio de la fe, y la convicción siempre creciente de  que nuestra fe y nuestra teología deben ser extraídas enteramente de la Biblia. También se hace evidente en estas Lecciones cómo Lutero vuelve siempre de nuevo sobre Cristo, su persona y su obra, actitud que llegó a ser dominante a lo largo de la vida entera del Reformador.

Ya podemos detectar los primeros peldaños de lo que más tarde llegó a ser la doctrina central en el pensamiento de Lutero, a saber, el aspecto declaratorio o “forense” de la justificación, por virtud del cual la justicia de Dios es imputada o adjudicada al pecador arrepentido por causa de Cristo el Mediador, a raíz de una acción de Dios que el ser humano se apropia por medio de la fe, no de las obras.

Es verdad que este concepto de la justificación forense aún no está desarrollado tan plenamente como en los últimos escritos de Lutero; pero los gérmenes están aquí, en las Lecciones sobre Romanos.

Dr. Jacobo Preus, Introducción al tomo X de las Obras de Lutero, La Aurora, 1985.


Prefacio a la Carta a los Romanos

Esta carta es la verdadera parte principal del Nuevo Testamento y el evangelio más puro. Es digna de que todo cristiano, no sólo la sepa de memoria palabra por palabra, sino también de que ocupe en ella como su pan cotidiano del alma. Pues nunca puede llegar a ser leída o ponderada lo suficiente; y cuanto más se la estudie, tanto más preciosa y apetecible se vuelve. Por tal motivo quiero hacer mi aporte y facilitar el acceso a ella mediante este prefacio –en cuanto Dios me ha dado capacidad– para que sea entendida mejor por todos…

  • Romanos 1.1 – Solamente resumimos el Comentario de Lutero sobre este versículo.
  1. 1. Pablo, siervo de Jesucristo. El propósito principal de esta carta es destruir, deshacer y desbaratar toda sabiduría y justicia de la carne –esto es, todas aquellas obras consideradas grandes ante los ojos de los hombres y aun ante nuestros propios ojos– por más que sean obras hechas de corazón y con ánimo sincero; y al mismo tiempo dejar bien sentado qué es el pecado, y mostrarlo en toda su dimensión.

Por esto dice San Agustín que “en la carta a los Romanos, esta cuestión es tratada casi como tema único y exclusivo, y con tanta tenacidad y en tan diversa forma que a veces llega a cansar la atención del lector. Sin embargo, es un cansancio útil y saludable”.

Dios quiere salvarnos no mediante una justicia y sabiduría dentro de nosotros, sino fuera de nosotros; no mediante una que es producida y que crece en nuestro interior, sino mediante una que viene a nosotros desde fuera; no mediante una que tiene su origen en nuestra tierra, sino mediante una que viene del cielo…

Creo que Pablo quiso aprovechar la ocasión de escribir a aquellos fieles que titula amados y santos, a fin de que tuvieran el testimonio de un gran apóstol en pro de la que ellos profesaban y de la verdad en que habían sido instruidos, en su lucha contra los judíos y gentiles en Roma que aún eran incrédulos y se gloriaban de sus perfecciones humanas, rechazando y denigrando la humilde sabiduría de los creyentes.

Pues es propio de un ministro prudente de Dios hacer que su ministerio sea honrado y respetado por parte de aquellos entre los cuales es ejercido. Propio de un ministro fiel es, empero, no caer en excesos en el ejercicio de su ministerio ni abusar de él para halagar su propia vanidad, sino desempeñarlo solo en beneficio de quienes han sido confiados a su cuidado. Un ministro de Dios debe ser un “siervo prudente y fiel” (Mt 24.45).

El que no se esfuerza por ser un siervo prudente llega a ser un ídolo, un perezoso, una persona indigna del honroso título de “siervo de Dios”. Las cosas que son de Dios y que fueron confiadas a ellos, las exponen al riesgo de ser pisoteadas en lugar de cumplir con su cometido de hacerlas respetar y honrar en la forma debida. Por otra parte, si el ministro de Dios no se esfuerza por ser un siervo fiel, llega a ser un tirano que constantemente atemoriza a la gente con su poder y quiere que se lo tenga por una persona temible. Estos dos males se llaman indulgencia excesiva y rigor excesivo.

A través de todo el preámbulo de su carta, el apóstol se presenta a sí mismo como luminoso ejemplo de oposición a estos dos monstruos. En primer lugar describe con vivos colores la gloria de su ministerio, para evitar que sus feligreses lo vilipendien como hombre perezoso y demasiado indulgente. Y en segundo lugar, para no ser tenido por tirano y hombre violento, se conquista el afecto de los suyos mediante toda suerte de demostraciones de su buena voluntad, con el objeto de prepararlos, con esta mezcla bien proporcionada de respeto y amor, para la recepción del evangelio y de la gracia de Dios…

Por esto, el apóstol dice: Siervo de Jesucristo. En esta expresión se combinan la majestad y la humildad. La humildad, porque Pablo no se presenta como amo y fundador, como acostumbran hacerlo los tiranos y los orgullosos, quienes abusan de su poder…, como si este poderío hubiera tenido su origen en ellos mismos, cuando en realidad lo recibieron de otro. Es como si Pablo dijera: “Es verdad, yo predico el evangelio y enseño a la iglesia; yo bautizo y hago todas las demás obras que, en definitiva, son las obras del solo Dios. Sin embargo, estas obras las hago no como un amo puesto sobre vosotros, sino como siervo a quien le fue encomendado desempeñar estas tareas en vuestro medio. Siervo soy en este sentido: para serviros a vosotros; y mi servir no apunta a otra cosa que a realizar aquello que se me ordenó hacer en bien vuestro”.

Llamado a ser apóstol. Con esta primera palabra, “llamado”, Pablo asesta un violento golpe a a tres tipos de personas que no son llamados a oficios de honor. Los primeros son los falsos profetas, que en aquel entonces abundaban y a los cuales el diablo sembró como cizaña entre el trigo (My 13.25). Los segundos son los que entran en el ministerio impulsados por su ambición personal. Es posible que no sean “ladrones y salteadores” (Jn 10.1) como los primeros. Sin embargo, son asalariados (Jn 10.12) que no tienen en vista más que su propio interés, no el de Jesucristo. Las ovejas les importan solo en la medida en que puedan obtener de ellas ganancias en forma de honores, oro o placeres.

Similares a estos son los del tercer tipo, los que entran en el oficio por la fuerza, o que son introducidos por la fuerza por otros, aun contra el deseo de sus súbditos. Siendo pues tan sublimes los ministerios sagrados, ¡hay que cuidarse muy bien de no entrar en este oficio sin haber sido llamados por Dios!

Con el segundo término, apóstol, Pablo pone de relieve la dignidad de su ministerio, para hacer que aumente entre sus feligreses y oyentes la respetuosa estima del mismo. Pues si a todo siervo de Dios se lo debe recibir con reverencia y amor por el hecho de que realiza entre nosotros la obra de Dios, ¡con cuánta mayor reverencia se debe recibir a un apóstol, el mensajero de Dios de más elevado rango, el ángel más eminente de las huestes del Señor, es decir, de Jesucristo.

Debemos reconocer con alabanzas y con el humilde agradecimiento también este beneficio: que Dios en su gran piedad haya dado tal poder a seres humanos, a fin de que no fuéramos amedrentados en demasía y con excesivo temor. Dios eligió a personas iguales a nosotros, gente conocida, criaturas ante las cuales no tenemos por qué sentir temor alguno, para que la obra de Dios prosperase entre nosotros y diera ricos frutos. Porque ahora el Verbo se ha hecho accesible a nosotros, se ha encarnado, y nos es trasmitido por hombres de carne y hueso; lo cual, sin embargo, no significa que ahora lo debamos amar y temer menos. Sigue siendo el mismo Verbo de antes, solo que ahora ya no inspira terror sino amor.

Apartado para el evangelio de Dios. Podemos interpretar la frase en concordancia con lo que el mismo apóstol escribe en Gá 1.15-16: “Pero Dios me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, y cuando a él le agradó revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciara entre los no judíos”. Un ejemplo prefigurativo tenemos en la persona del profeta Jeremías, al cual se le dijo (Jer 1.5): “Antes de que yo te formara en el vientre, te conocí. Antes de que nacieras, te santifiqué y te presenté ante las naciones como mi profeta”. Esta es la santa voluntad de Dios: que os apartéis de la gente mala, hablando en sentido alegórico, y de los pecados, hablando en sentido moral.

Martín Lutero, 1483-1546, en Obras, Tomo X, La Aurora, Buenos Aires, 1985. Extractos y resumen de GBH, pp. 9-35.


El Salmo 80

es una súplica por la restauración de la nación luego de los desastres de los reinos del Norte (Israel) y del Sur (Judá). El estribillo (vv. 4, 7, 19) expresa el clamor del pueblo hacia Dios para que “su rostro brille” (sea favorable a la súplica) y así poder volver y ser salvados de la disolución total. Se apela a la memoria histórica del Dios de la liberación, recordándole que es la “viña” que fue cultivada en Egipto, luego trasplantada a una nueva tierra, y que bajo sus cuidados las ramas y raíces alcanzaron un gran desarrollo.

Samuel Almada, en los Encuentros Exegéticos Homiléticos del ISEDET, Encuentro 21, diciembre de 2001.


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