Recursos para la acción pastoral

07 Nov 2022
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Recursos para la acción pastoral
Recursos para la acción pastoral 20 NoviembreNov 2022

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Jesús: ni vencido ni monarca celestial

Primera imagen: la del Cristo sufriente, la del Jesús vencido. Las más de las veces  aparece como un moribundo, con los ojos en blanco, el rostro contra el suelo, con todo el cuerpo destrozado por los golpes de sus torturadores. Todas estas representaciones ejercen una fascinación mórbida: exhalan un olor a muerte.

Cuando el pueblo reza delante de estas imágenes o las venera, cuando ellas se graban en su espíritu a lo largo de toda una vida de pedagogía sometida y de práctica pasiva, está claro que encuentra ahí su propio destino y lo adora o acepta con identificación masoquista.

Y si, al lado del hombre abatido, la Virgen de los dolores ofrece a las miradas de la muchedumbre su pecho traspasado, es porque personifica a todas esas mujeres prematuramente envejecidas por las lágrimas que deben verter por sus maridos y sus hijos, y por ellas mismas también…

En las mismas iglesias se encuentran igualmente –cierto es que en menor cantidad, pues se ama la sangre y la muerte, desgraciadamente– las imágenes de Cristo y de la Virgen glorificados. No es extraño ver que llevan todos los rasgos y las insignias de los reyes católicos españoles.

El Cristo es representado como un celestial Fernando de Aragón, y María, como una eterna Isabel de Castilla. Sus vestimentas recargadas, el oro de sus coronas y de sus joyas, manifiestan su poder. Y el poder terrestre que, desde hace siglos en América Latina y en otras partes, organiza la muerte de los indios y el sometimiento de los pueblos, la explotación creciente de los pobres por los ricos, ¡se lo ve de repente transportado al cielo! Así transpuesto y fundado, recibe de arriba la legitimación y su última consagración.

Georges Casalis, en Jesús: Ni vencido ni monarca celestial, José Míguez Bonino y otros, Edit. Tierra Nueva, Bs. Aires, 1977, pp 119-124, extracto y resumen de GB.


Cristianismo

Cristianismo es la doctrina profesada por los cristianos. Ahora bien, ese nombre tuvo su origen en Antioquía de Siria, donde por primera vez los discípulos de Jesús de Nazaret fueron llamados cristianos (Hch 11.26). Y hemos de suponer que el adjetivo les provino más bien desde fuera, quizá de la misma administración romana que se vio en la necesidad de delimitar a aquel grupo de judíos que se diferenciaban notablemente del resto de sus connacionales. Por eso, el cristianismo no es más que la postura de quienes siguen a Jesús de Nazaret.

Jesús nunca pretendió fundar una religión nueva. Él fue un judío total y se comportó así en toda su vida. Los relatos evangélicos siempre ponen en su boca alusiones a la Sagrada Escritura (Antiguo Testamento), para indicar que el mensaje y la actuación de Jesús no es una novedad frente a los proyectos divinos patentes en los libros sagrados. Y así, el comienzo de su vida pública se realizó en la sinagoga de Nazaret, donde se dirige por primera vez a sus paisanos leyendo un texto programático del profeta Isaías: “El espíritu del Señor ha recaído sobre mí; por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado a proclamar a los cautivos amnistía y a los ciegos a recuperación de la vista, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar un año de gracia del Señor” (Is 61.1-2; 58.6). Tras la lectura, Jesús se atrevió a añadir: “Hoy se ha cumplido esta escritura en vuestros ojos” (Lc 4.21).

Desde esta presentación hasta el último acto de su vida, la referencia a la sagrada Escritura fue continua. Y así, cuando iba a ser arrestado en Getsemaní, se dirigió a sus verdugos de esta manera: “Todos los días estuve con ustedes enseñando en el templo, y no me aprehendieron. Pero… que se cumplan las Escrituras” (Mc 14.49).

Después de la muerte y resurrección de Jesús, los discípulos siguen la misma trayectoria. Se dirigen a los judíos partiendo de la común referencia a las Escrituras (Hch 2.14-36) y presentan a Jesús como el cumplimiento de todo lo pactado por Dios con el pueblo de Israel. Así también se explica que, en un primer momento, los discípulos (llamados posteriormente “cristianos”) siguieran frecuentando normalmente el templo de Jerusalén (Hch 3.1).

Así, pues, el cristianismo se presenta en medio de la cultura ecuménica de la época como una llamada universal, aunque su punto de partida es la antigua alianza que Dios hizo con Abrahán y, más tarde, con Moisés. En el plan del imperio romano, fue la primera religión que no se presentó con caracteres étnicos. Las demás religiones, incluso la judía, estaban, de alguna manera, ligadas a un determinado pueblo o grupo étnico. De aquí que el impero romano, tan tolerante, acuñara aquella frase: “Cujus regio, ejus et religio”: “a cada región le toca su religión”. El verdadero toque ecuménico  lo daba el culto imperial, al cual deberían someterse todos los pueblos. Los mismos judíos, que por su monoteísmo riguroso no podían adorar al emperador, pactaron un modus vivendi, en virtud del cual orarían por el emperador en sus sinagogas y pagarían un censo especial, el fiscus judaicus.

Realmente los judíos renunciaron a algo esencial de su tradición religiosa: el reino de Dios. Según la auténtica concepción bíblica, soplo Dios debería ser rey de la sociedad humana. Con ello se evitaría que unos individuos o grupos determinados impusieran su voluntad a los otros, creando así entre los humanos unas diferencias que no estaban en el plano primitivo de Dios sobre la creación humana. Así aparece el crimen prototípico de Caís, que se arroga caprichosamente el poder sobre la vida, poder que únicamente le correspondía a Dios. Y desde entonces los seres humanos rechazan a Dios como único rey.

Cuando Jesús aparece en su vida pública, proclama este sencillo mensaje: “Ha llegado el momento oportuno. El reino de Dios llega ya. Cambien de vida y crean en el evangelio” (Mc 1.15).

El cristianismo implica ciertamente un conjunto de doctrinas sobre Dios, su reinado y su misión o envío. Pero precisamente, por su estricta referencia a la tradición profética de Israel, se deprendió de la identificación de la fe con ciertas formas culturales o históricas. Se podría, pues, decir que el cristianismo introdujo en el mundo religioso de su época y de su ámbito el primer indicio de secularización. La respuesta de Jesús (”Paguen al César lo suyo, y a Dios lo suyo”, Mc 12.17) marca este momento culminante.

Dios será verdadero rey del mundo cuando deje de ser identificado con personas o símbolos inmanentes. El cristianismo nació como una crítica de cualquier usurpación religiosa por parte de una autoridad secular.

J M González Ruíz, pastoralista católico español (1916-2005) en Diccionario abreviado de pastoral, Verbo Divino, Estella, España, 1999. Extracto y adaptación de GBH.


La confesión del reinado de Cristo no es creíble, si no determina el comportamiento de los cristianos. Implica inmediatamente la praxis de la fe y del amor, que a su vez fundan la esperanza y viven de ella. Pero a la praxis de la confesión del aún oculto reinado de Cristo le pertenece también su anuncio a todo el mundo, en correspondencia a la universalidad del reinado de Dios y de su Cristo. La ocultación fáctica del reinado de Cristo en el mundo actual no debe, además, impedir que los cristianos vivan ahora ya públicamente este reinado, colaborando en las tareas de la sociedad humana. (…)

Pues nosotros no vivimos aún en la realidad definitiva, que se ha revelado ya en Jesucristo. Vivimos de la fe en ella en un conocimiento y en una acción siempre provisionales, que en el mejor de los casos corresponde solo provisionalmente al reinado de Cristo. (…)

Por esto la comunidad de los cristianos está todavía entorpecida por oposiciones en la comprensión de la fe y en el comportamiento, oposiciones que amenazan desgarrar la unidad de la iglesia. El reinado de Cristo no está abierto tampoco en la iglesia a los ojos que ven en lo visible, está abierto sólo a la fe que confiesa a Jesús sobre el fundamento de lo que ya ha acontecido en él, pero aún no en nosotros.

Wolfhart Pannenberg, teólogo protestante alemán, 1928-2014. La fe de los apóstoles, Edic. Sígueme, Salamanca, 1975, Cap. 10: Está sentado a la derecha de Dios todopoderoso y vendrá de nuevo a juzgar..., pp. 148-149.


Este Dios pastor de Israel, este Jesús buen pastor de su nuevo pueblo y de todos los pueblos, de nuevo nos juzga a los que nos llamamos pastores, pastoras y líderes, en las palabras del profeta Jeremías: lamento de lamentaciones por las ovejas no cuidadas o mal cuidadas, queja de Dios que nos cabe a todos –servidores inútiles hemos sido–, sólo atenuable por la promesa de que el Señor traerá nuevos y mejores pastores para todos sus rediles.


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