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17 Oct 2022
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Recursos para la predicación 23 OctubreOct 2022

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Evangelio de Lucas 18.9-14

Una vez más, el texto lucano nos propone reflexionar sobre la oración. Ahora de otra manera. En 11.1-4 Lucas nos señala qué hay que orar, y además nos pone a Jesús como modelo de oración (“estando él orando en cierto lugar”, v. 1). Se le pide que enseñe a sus discípulos a orar, como Juan el Bautista lo había hecho con los suyos. Dado que la oración expresa el credo o la cosmovisión, es natural pensar que cada grupo o religión tenga su propio modo de orar (gestos y sobre todo contenido).

Ahora bien, el relato de este domingo es la contraparte estructural de 11.1-4. Si en este pasaje Jesús nos enseñaba qué debemos pedir en la oración, en 18:9-14 nos advierte sobre lo que no hemos de expresar al orar. El ejemplo es el del fariseo. Que su oración esté ante todo en la mira de Jesús, lo anuncia el v. 9 introductorio y el hecho de poner su oración en primer lugar.

El fariseo ora de pie. El contenido de su plegaria tiene tres partes, una central:

  1. Agradece porque no es como “los demás”; hace una comparación que lo pone en ventaja delante de Dios. Él es justo, “los demás” son transgresores (se dan tres calificativos).
  2. Él mismo se encarga de enumerar ante Dios sus buenas acciones (ayuna dos veces por semana; da el diezmo de todas sus ganancias).
  3. Esta proclamación personal (los dos extremos de la oración) cobija en el centro un gesto de desprecio hacia “ese publicano” en especial. Él es diferente y mejor, y se lo recuerda a Dios.

Podemos constatar un detalle notable: el fariseo no pide nada a Dios. Tampoco le agradece por dones recibidos. Solo habla de su propia excelencia. Solo se alaba a sí mismo como justo, como “diferente” del publicano, como sujeto de buenas acciones. Parece tratarse de una notificación a Dios. Ni siquiera plantea la posibilidad de que, si es justo y “diferente”, lo sea por una protección o gracia divinas. Da gracias no porque Dios le haya hecho lo que es sino porque él es lo que proclama ser. En el fondo, se agradece a sí mismo...

La actitud del publicano, por el contrario, se caracteriza por la humildad y por el sentimiento de indignidad: se mantiene a distancia (ambos habían subido hacia el templo, v. 10), no se atreve a levantar los ojos al cielo, se golpea el pecho en señal de arrepentimiento (v. 13). ¿Qué ora? Se reconoce pecador y solicita el perdón divino.

La lección: “éste bajó a su casa justificado”. El fariseo, que se creía justo y mejor que todos, volvió vacío. Y sobre todo, subió al templo con la plena conciencia de ser uno de los mejores justos, pero volvió como “no justificado” a los ojos de Dios.

La segunda lección, permanente, es que “el que se ensalza, será humillado, pero el que se humilla será ensalzado” (v. 14b).

En ambos casos hay una inversión de situaciones.

La relación con Dios debe partir del reconocimiento de la distancia. A él le corresponde acercarse. Cuando el ser humano proclama la cercanía con Dios como logro personal, se distancia objetivamente de él.

Hay mucho para pensar.

El Salmo 84 es un ejemplo de oración que habla a Dios y de Dios. Las referencias al templo nos remiten al escenario del texto evangélico de este domingo.

Por último, las reflexiones del autor de 2 Timoteo 4.6-8 nos recuerdan un poco la actitud del fariseo (autoproclamación), pero en realidad son un testimonio de la perseverancia en la fe y de la esperanza en la manifestación del Señor. El orante es inclusivo, habla de una comunidad que espera con amor esa manifestación (v. 8 final).

Severino Croatto, en los Estudios Exegético–Homiléticos del ISEDET, 19 – octubre de 2001.


Profeta Joel 2.26-32 - El libro de Joel

El libro del profeta Joel contiene un fuerte mensaje de esperanza para un pueblo que está sufriendo opresión e injusticias. Cuando parece que los acontecimientos históricos contradicen la promesa de Dios de proteger y acompañar a su pueblo, el profeta Joel llama a recuperar la confianza en la justicia de Dios, anunciando que todavía van a pasar nuevas cosas dentro del propósito de Dios.

Joel significa “Yavé es Dios”, lo cual parece anunciar su mensaje de confianza en Dios, en un tiempo cuando había dudas en el pueblo respecto a la vigencia de la fortaleza y bondad del Dios de sus antepasados. Para eso, el autor parte de la experiencia traumática de una invasión de langostas seguida de una sequía, elevándose simbólicamente para señalar la tragedia de la invasión de un ejército enemigo, y a sus consecuencias de opresión e injusticias todavía impunes.

Introducción

El v 1.1 presenta como autor a Joel, hijo de Petuel. Mientras otros profetas acompañan el título con  anuncios de visiones, oráculos, y una alusión a la época en que estos se producen, en este caso casi nada se nos dice sobre esa persona ni sobre el tiempo de su ministerio.

Aunque el texto no nos da la fecha de su composición, el contenido del libro nos deja pistas sobre el contenido histórico en que se compuso. El libro muestra un lugar destacado en la sociedad de los ancianos y sacerdotes (1.2,13-14: 2.16-17), quienes son los referentes dentro de la ciudad. El poder político es ejercido por estos ancianos y sacerdotes.

La ausencia del toda mención al rey al momento de convocar a la población está señalando un tiempo donde la monarquía ha dejado de existir.  El tiempo más probable es durante el imperio persa hacia su final, al promediar el s IV. Esto se ve en términos y expresiones propios de la literatura tardía, como la frase “porque él es compasivo y clemente” (2.13b), y “quién sabe, quizá vuelva y se arrepienta”, ambas repetidas en el libro de Jonás. Las palabras “saetas” (2.8) y “retaguardia” (2.20) sólo aparecen en libros como Job, Crónicas y Nehemías, todos ellos de redacción tardía –respecto al conjunto de la literatura del AT– y finalizados durante el período persa.

Esta ubicación histórica es crucial para entender el contenido del libro. Esta época se caracterizó por establecer una suerte de libertad condicionada. En ella el imperio persa respetaba las instituciones locales, el culto y cierta autonomía municipal, a cambio de ser puntuales en el pago de los impuestos. En el período anterior de la monarquía israelita, el poder político estaba cercano y visible cara a cara, ahora estaban sometidos a un gobierno lejano e impersonal, mediado a través de gobernadores y autoridades locales que solo implementaban y cumplían órdenes emanadas desde la capital del imperio.

De modo que cuando los impuestos se hacían una carga insoportable se producían protestas y levantamientos que eran reprimidos militarmente desde el poder central. Un pueblo sometido a esas cargas y ante la imposibilidad de un reclamo ante las autoridades reales haya caído en el desánimo, concluyendo que su Dios se había olvidado de ellos. Tengamos en cuenta además que una de las formas de desarticulación de los pueblos rebeldes era el traslado de sus jóvenes a otras tierras y lenguas en calidad de esclavos (4.1-3). Toda esta crueldad deja huellas en la sensibilidad del pueblo, y el texto de Joel es una denuncia del horror pero también de la esperanza en la realización de la justicia todavía largamente postergada.

Estructura literaria y contenido

La estructura literaria de Joel es compleja. Se habla de un profeta Joel autor de buena parte de 1.1–2.17 y un segundo autor tardío para 2.18–4.21 probablemente del período helenístico donde comienza a surgir el lenguaje apocalíptico. Pero una obra tiene unidad literaria no porque sea el producto de un solo autor, sino porque revela coherencia interna y sus elementos están amalgamados en forma armónica.

Distinguimos la siguiente estructura general:

Prólogo

 

Clamor

 

 

 

Respuesta

 

Epílogo

1.1-4

1.5-14

1.15-20

2.1-11

2.12-17

2.18-27

2.28-32

3.1-17

3.18-21

la tragedia

convocatoria al pueblo

devastación de la tierra

invasión militar

convocatoria al pueblo

restauración de la vida

promesa del Espíritu

juicio de los opresores

la justicia

El redactor que dio forma a estas páginas tenía como contexto la desazón de su pueblo por el silencio de Dios ante las tragedias que se vivían. Tomó textos antiguos –de Joel– y los refundó en una nueva obra relevante para los desafíos de su época. Esto supone que el redactor final leyó la narrativa de 1.1–2.17 como una descripción de una tragedia que si bien estaba construida sobre un desastre ecológico (langostas, sequía), ahora evocaba imágenes de destrucción militar, opresión y muerte producidas por seres humanos y contras la vida de su propio pueblo.

Al leer el texto actual es evidente que la segunda parte, de lenguaje más apocalíptico, no tiene como referencia una plaga de langostas sino la destrucción histórica obrada por ejércitos y pueblos, El redactor ha releído y ha vuelto a caracterizar aquellas viejas palabras de Joel surgidas al calor de una invasión de langostas para ahora ponerlas como refiriéndose a una tragedia mucho mayor y más significativa que una plaga de insectos. Los insectos no venden niñas (4.3) ni derraman sangre inocente (4.19), pero la agresión del imperio sí.

Joel 2.12-32

La oración que se espera del pueblo y la primera respuesta de Yavé. 2.12-27

En el diálogo tenso y a veces desesperado entre el profeta y el pueblo (ver 2.12-17), que culmina con la oración que los sacerdotes y ministros del Yavé elevarán pidiendo perdón por el pueblo (2.17), “el Señor responderá y dirá al pueblo” (2,19) que Dios dará alimento a su pueblo, a la vez que promete no dejar que las naciones vuelvan a burlarse y enseñorearse de ellos.

El v 20 menciona a “esa gente del norte”, obviamente un pueblo enemigo, del que se anuncia su destrucción con expresiones muy fuertes que suponen actos cometidos con mucha crueldad. El camino del norte era la ruta regular de las invasiones mesopotámicas o europeas, y esa “gente del norte” no puede ser otro que el ejército asirio o persa (y más tarde el griego o romano).

Ahora habla el profeta y anuncia la restauración de la vida. Los pastos volverán a crecer y los árboles frutales volverán a dar su fruto, las lluvias permitirán que el trigo y el olivo den sus dones y habrá aceite y vino. La acción de Dios se nuestra en la reconstrucción de la naturaleza dañada por el enemigo (cf 1.4). Se trata de un juego semántico de Joel de ir y venir respecto a lo histórico y lo escatológico para dejarnos entre ambas esferas, gustando de lo concreto pero con la sensación de lo trascendente a través de él.

Como consecuencia de la acción de Yavé se volverá a alabar el nombre de Dios. Esto puesto en boca de Dios mismo revela que la confianza en él se había debilitado, probablemente por la situación que reflejaba 2.17. Si la angustia de la opresión había debilitado la fe, la intervención de Dios a favor de la vida al fortalecía.

Y la triple afirmación del v 27, de que Yavé está con Israel, que él es su Dios, y de que no hay otro Dios, debe entenderse como una desesperado llamado a volver a los fundamentos de la fe de Israel y a restituir la confianza en aquel que puede salvar. Es interesante observar que esto es dicho en el marco de promesas aún no cumplidas, de bendiciones que más que tenerlas delante  han de esperarse como palabra comprometida.

Promesa del Espíritu. 2.28-32. En las versiones católicas de la Biblia este texto está ubicado en 3.1-5.

La tensión entre lo histórico y lo trascendente llega en esta unidad a su expresión superlativa. Si en la unidad anterior la restitución es básicamente agrícola con excepción del versículo final, esta nueva unidad debe leerse a la luz de esta última estrofa.

La presencia de Yavé en medio de la comunidad tendrá un efecto transformador en ella misma. El Espíritu será entregado a toda persona, en un acto sorprendente, ya que incluirá a los sectores desvalorizados y normalmente excluidos de las bendiciones divinas. Que el Espíritu sea dado a “hijos e hijas… ancianos… jóvenes… siervos y siervas” asombra por varias razones. Porque incluye mujeres. Porque los siervos y siervas eran el sector más bajo de toda la sociedad de la época. También porque hijos e hijas estaban siempre por debajo de sus padres, así como lo estaban los jóvenes. Y finalmente porque los ancianos a los que se alude seguramente son aquellos a los que ya no se considera aptos para tomar decisiones, por su salud débil o porque su liderazgo ha sido arrebatado por la generación que la sucede.

Es imposible no señalar los ausentes de esta lista: los sacerdotes y los líderes naturales. Concluimos que son los sectores desvalorizados socialmente los que Dios utilizará para transmitir su mensaje y ser vehículos de su bendición. Si leemos esto en perspectiva mayor, podría suponer una sutil crítica a la dirigencia religiosa y política, quizá una forma de responsabilizarla por la pérdida de fe y confianza en que había caído el pueblo tal como se manifiesta en varias partes del libro.

La unidad es también una declaración de la dignidad de los desvalorizados. Y es más significativa porque surge como consecuencia de la experiencia de opresión y de una tragedia militar. Al lado de quienes dudan de las bondades de Dios, otras distintas personas son llamadas a proclamar que Yavé no se ha olvidado de su pueblo. Y estos nuevos actores hablarán no a través de los principales líderes, sino que dará su palabra por boca de los desposeídos y olvidados.

La primera comunidad cristiana leerá este texto como profecía cumplida en los eventos de Pentecostés (Hch 2.17-21).

Pablo Andiñach, biblista metodista argentino, Joel, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Navarra, España, 2007.


Segunda Carta a Timoteo 4.6-12,16-22

Sugerimos leer el texto completo, sin el corte propuesto por el leccionario. Los detalles cotidianos que traen esos versículos intermedios muestran que la vida apostólica también son amistades y abandonos, olvidos y disidentes, libros y encargos. Estos versículos reflejan los avatares del día a día de la misión y situación, donde se muestra “la humanidad de Pablo”, con sus momentos de dolor, sus enemistades y enseres cotidianos. Es por ello que defiendo la idea de que, de las pastorales, es la más cercana en afecto y tiempo al Pablo real.

Entramos de lleno en el “testamento paulino”, con palabras que ciertamente constituyen una despedida del apóstol. Él ve cercana su muerte –ver también Flp. 1 y 1 Co 15.32–. Pero el tono de estos versos muestra una cierta resignación: no hay un espacio de duda, el fin está próximo, y hay una urgencia para que Timoteo venga (v. 9) si aún ha de ver con vida al Apóstol, y han de servirle la capa y libros que le traiga (v. 13).

Sin embargo, el tono no es de angustia. Pablo puede mirar atrás en su propia vida y evaluar qué ha sido de ella. Y no se lamenta, sino que se afirma en lo que ha hecho: he peleado una buena lucha, he concluido la carrera, he conservado la fe. Así marca una diferencia con Flp 3.13-14, donde se hace referencia a una carrera que aún no termina, cuyo tramo final aún está por correrse. Ahora, la prueba está llegando a su fin.

Las metáforas remiten al mundo de los juegos atléticos –la lucha que se menciona no es la batalla guerrera sino el pugilato, las justas atléticas: testimonio de integridad en la confrontación, y por eso la metáfora se completa con la premiación correspondiente, la corona de los vencedores, como en los juegos olímpicos. El juez que observa los eventos y dictamina es justo y reconocerá sus esfuerzos.

Aquí se demuestra que la “justificación por la fe” no evita el juicio sobre los actos de la propia vida. Pero esta corona es la de la justicia, la que el Señor le otorgará “en aquél día”. Pero, a diferencia de los juegos en los que hay un solo ganador, son muchos los que recibirán esta corona: todos los que “aman su presencia” (epifanía).

Luego vienen estos versos que abundan en nombres y situaciones particulares. Hablan de quienes son los amigos fieles y quienes no, de quienes han emprendido misiones para continuar la obra del apóstol, y quienes se han quedado cerca de él para hacerlo compañía en estos momentos difíciles y finales. Habla de las personas a quienes Pablo estima y le pueden ayudar en el ministerio, aunque quizás en algún momento anterior lo defraudaron.

Pablo no sólo mira su pasado sino también el futuro de la iglesia, la continuidad del ministerio y su tarea misionera. Por otro lado, no deja de interesarse en sus libros, en su estudio; y eso no quita que, frente a un tiempo aún difícil en prisión, quiera protegerse del frío con su capa. Aquí se ve una iglesia en misión: nombres de misioneros enviados y de desertores, y también se menciona al matón de la esquina, el tal Alejandro el herrero, que se divierte en causar problemas.

Finalmente el autor alude a una instancia de juicio anterior, de la que Pablo salió indemne. Y vemos que el miedo fue más fuerte que la amistad: lo dejaron solo. Pero esa soledad fue compensada por la compañía del mismo Cristo. Con las fuerzas que le dio su Señor Pablo afrontó la prueba, salió vencedor, e incluso fue una oportunidad para cumplir su ministerio de anunciar el Evangelio de salvación.

Pero ahora el resultado es otro: y por lo tanto ahora pide Pablo es ser librado de “toda obra mala”. “El Señor me salvará para su reino celestial”. De esa manera ve ahora Pablo su suerte. Si en otras oportunidades el Señor lo salvó de la boca del león para que pudiera seguir predicando el Evangelio, ahora mira más allá de la frontera de la muerte.

Se prepara para ir al encuentro definitivo con su Señor, al que ya encontró en el camino de Damasco, y al que una y otra vez rogó y le escuchó. La idea de que estaría vivo en la manifestación gloriosa final de Cristo (1 Ts 4.15) ha quedado atrás. Pero no la certeza del Reino, ni de la gloria eterna que el Señor reserva para sus santos.

Sugerencias homiléticas

  • Mirar atrás en la vida, ver el camino recorrido, las luchas libradas, las pruebas superadas (o no tanto...), sentir la presencia del Señor en los avatares más diversos, hacer un recuento de amigos y oponentes, de circunstancias dichosas y de las otras... ¿sólo cuando uno ya ve venir la muerte? ¿No es este un ejercicio también útil en distintos momentos de la vida personal, o de la congregación?
  • El texto se presta para un momento de reflexión, un “sermón armado con la congregación”, dando oportunidad a expresar las instancias de alegría y tristeza, donde y cuando “el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas”, me acompañó en mi defensa y me libró de la boca del león. También cuáles son nuestros “libros y capas”, aquellas cosas de las que nos equipamos para crecer en el evangelio y para abrigarnos en el mal trance.
  • Y también vemos cómo son las formas de la continuidad, aunque nosotros mismos no podamos ya ser parte de ello. Cómo somos parte de una iglesia que también está en “Galacia”, “Dalmacia”, “Éfeso” y “Troas”, por citar los lugares que menciona la epístola. Cómo sigue obrando en nosotros la certeza del Reino, aunque no lo veamos en esta vida, pero que influencia y nos guía en esta vida “para ser librados de toda mala obra”.
  • La identidad se construye en el ejercicio de la memoria y la esperanza, en la mirada sobre lo que pasó y lo que ha de venir, en la continuidad entre mi persona y la de los que me rodean. Quizás también así se pueda construir una predicación.
Néstor Míguez, en los Estudios Exegético–Homiléticos del ISEDET, N° 55 – 24 de octubre de 2004. Hacemos un extracto de este comentario.


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