Recursos para la predicación
Evangelio de Lucas 17.11-19
En el relato que continúa al del domingo pasado, Lucas nos ofrece el episodio de los diez leprosos curados. El suceso tiene lugar “de camino a Jerusalén”, un dato recordado frecuentemente por el evangelista por tratarse de un viaje decisivo, con una meta precisa y un contenido teológico especial: es el profeta quien va a Jerusalén, donde recibirá el rechazo total de los poderes constituidos (hay que leer o recordar el centro del relato, en 13.31-33).
Las dos actividades de Jesús-profeta al estilo de Elías y Eliseo (predica y sana o resucita como ellos) son continuamente señaladas por Lucas. Hoy nos toca ver precisamente un relato de milagro. Jesús sana a diez leprosos. Aparte de lo que un leproso es por su misma enfermedad, hay que tener en cuenta que es una figura sobredeterminada culturalmente. El leproso produce rechazo, hay que mantenerlo aislado. Él mismo internaliza la conciencia de ser una persona marginada. Por eso, el dato de que los leprosos “se pararon a distancia” (v. 12b) tiene un doble sentido: para no contagiar, pero también porque se sienten rechazados por los sanos.
A pesar de eso, el texto valora los gestos. El de ellos, por pedir a Jesús que les tuviera compasión; no piensan que éste los rechace como hace la sociedad de aquel tiempo. El gesto de Jesús, por otro lado, es una respuesta a su confianza. Esta confianza se pone de relieve por el hecho de que no son curados in praesentia sino enviados a los sacerdotes. Fueron curados cuando estaban de viaje. Nos viene a la memoria el relato de la curación del hijo del funcionario real, que también tiene lugar “durante el camino” (Juan 4.50-51). De esta manera, la intervención de Jesús, a distancia, no se convierte en espectáculo, y da tiempo a los que la solicitaron a prolongar, sostener y profundizar la fe y la confianza en él. Por lo demás, la presentación a los sacerdotes podía tener un doble sentido: dar cuenta de que están en condiciones de reintegrarse en una sociedad que los consideraba “pecadores”, y testimoniar ante las autoridades religiosas sobre la acción del profeta taumaturgo Jesús.
Pero uno de ellos no da testimonio en el templo, sino en público (“glorificaba a Dios en alta voz”, v. 15) y regresa para agradecer a Jesús por la sanación. El gesto de postrarse implica una confesión de fe sobre el carisma divino mostrado por Jesús.
El texto da a entender que nueve de los ex leprosos volvieron a sus lugares o familias. Pueden haber agradecido a Dios, pero se olvidaron del mediador Jesús que había aceptado su pedido de curación. El único que se acuerda de volver para agradecer es alguien de quien se piensa lo peor: un samaritano. Tal vez porque los nueve judíos creen que es connatural el don de Dios, mientras que el samaritano lo aprecia más porque lo recibe a través de un judío.
Queda otro detalle a considerar. ¿Por qué este samaritano andaba con un grupo de judíos leprosos? La desgracia los había juntado, como decir que lo que los había unido era precisamente la marginación, doble para el samaritano, pero marginación al fin. Como leprosos, eran todos iguales ante la sociedad. Una vez sanados, la “diferencia” vuelve a manifestarse: los nueve judíos por un lado, el samaritano por el otro. Pero esa diferencia queda cualificada desde otro ámbito, el de la capacidad de gratificar al dador del don (gesto del samaritano), capacidad que no ejercen los nueve restantes.
El relato nos enseña que no sólo hemos de pedir a Dios el “don” que necesitamos, sino también agradecerle después de haberlo recibido. Y que Dios escucha a todos, no sólo a los “de adentro”. Los diez leprosos confiaron en Jesús por lo que sabían de él, no por ser judíos o samaritanos. Y Jesús los curó porque manifestaron su fe en él, no por ser judíos o samaritanos.
De las otras lecturas, el texto de 2 Reyes es recordado por la figura del leproso Naamán. El Salmo 111 es un elogio de las obras divinas en forma de agradecimiento y alabanza (comienza y concluye con este sentimiento). El término “obras” de Yavé aparece repetidas veces en el cuerpo del himno.
En cuanto a la carta a Timoteo, texto también semi-continuado, contiene una afirmación de la vida (v. 11) que bien puede relacionarse con el tema mayor ofrecido por la lectura del evangelio.
Severino Croatto, en los Estudios Exegético-Homiléticos 19, ISEDET, Bs Aires – octubre de 2001
Libro de los Reyes 5.1-27 - Eliseo, Naamán el sirio y Guejazí
En este célebre y admirable relato, el autor entrelaza en torno a la figura del profeta el mundo del poder político y militar y el de los simples servidores. En un texto lleno de humanidad y de fe, quedan expuestos problemas y actitudes, para que el lector comprenda y se convierta.
El v 1 introduce el personaje en su paradójica situación. Naamán es un gran hombre en varios sentidos: victorioso y estimado militar, servidor del rey de Aram. Instrumento de Yavé sin saberlo, este hombre valioso tiene una enfermedad de la piel (sara`at no se refiere a la lepra o enfermedad de Hansen, sino a un tipo de psoriasis, cf Lv 13).
El v 2 introduce un personaje menor, una muchacha pequeña, cautiva israelita servidora de la mujer de Naamán. En este mundo femenino, ella propone la clave de salvación: si mi señor se presentara ante el profeta en Samaria, él lo curaría. Esto es todo; pero su señor Naamán solo concibe la acción en términos de poder político: por eso, él la comunica a su señor el rey, para que la cuestión se negocie entre reyes. Regalos valiosos y cuantiosos a cambio de curación: esta es la propuesta (carta oficial) del rey de Aram al rey de Israel –no se dan sus nombres; están como “tipos” –. Este, en la misma lógica del poder, gesticula como ante una blasfemia (solo Dios da la muerte y la vida, la salud y la enfermedad; cf 1 Sm 2.6), pero imaginado un ardid en su contra. La acción queda detenida: el poder es impotente.
Entonces Eliseo entra en acción, volviendo las cosas a su cauce. Enterado (sin que se sepa cómo), envía su crítica al rey y su recado para Naamán: que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel (v 8). El gran militar arriba con toda pompa, pero Eliseo ni siquiera le concede audiencia. A través de un mensajero le da una orden simple y la garantía de sanación: ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne te renacerá y quedarás limpio.
Esto es todo; pero Naamán, fiel a sí mismo, se marcha furioso, exteriorizando sus sentimientos. Nada sucedió como se lo imaginaba; ninguna “grandeza” ni magia extraordinaria para él, un grande. A la desilusión sigue el desprecio por el Jordán, casi nada en comparación con los ríos de Damasco. El fracaso es evitado por los servidores, quienes de nuevo hacen avanzar la salvación. La sensatez de su mundo sencillo es escuchada por el gran hombre, el profeta es obedecido y su palabra se cumple. El gran hombre en su propia piel se ha vuelto un muchacho pequeño (cf v 2).
Por fin Naamán se presenta al profeta (cf v 3) y se despliega la dimensión religiosa del acontecimiento. El general va más allá del reconocimiento de un profeta; reconoce a Yavé, único Dios: no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel (v 15). Se dice ahora tu siervo cuando ofrece a Eliseo un presente, que este rechaza con juramento por Yavé, ante quien sirvo. Naamán no solo confiesa; quiere dar culto solo a Yavé, y por eso pide tierra de Israel, quizá para construir un altar en Aram. La materialidad del caso no desdice la universalidad confesada; reconoce, más bien, el compromiso de Yavé con este pueblo y este lugar, al que antes despreció. Y pide perdón por anticipado por tener que acompañar a su rey en el culto a Rimón (única vez en la Biblia; los testimonios externos hablan de Ramman, apelativo de Hadad, dios de la tormenta y el trueno). La respuesta del profeta es de confianza y consuelo: ve en paz. No hay idolatría en el corazón de este humilde servidor de Yavé y de su profeta.
Pero el relato culmina con la acción de otro servidor, Guijazí, el israelita criado de Eliseo, que marcará un nuevo contraste (vs 20-27). Desprecio por el extranjero (ese arameo), crítica de su maestro (mi amo lo ha dejado marchar) y codicia confluyen en un juramento por Yavé de correr para tomar algo de él (antítesis del juramento de Eliseo, v 16). Naamán es cortés, interesado pero generoso; Guejazí, ávido y mentiroso. Logra botín abundante y valioso (cf v 5): ha entrado en la dinámica del poder humano. También aquí se necesitan colaboradores (cf vs 23-24) para asegurar la posesión. Parece que el plan ha funcionado, pero falta el encuentro final y decisivo.
Eliseo comienza con una pregunta casual y, ante la negativa del servidor, anuncia –sin nombrar a Yavé– la justicia que se cumplirá. Dos preguntas retóricas muestran a Guejazí que Eliseo conoce lo ocurrido (la ampliación del botín logrado con olivares y viñas, rebaños de ovejas y bueyes, siervos y siervas podría mostrar los proyectos del ambicioso criado; parece inspirarse en los “derechos del rey” de 1 Sm 8.11-17). La consecuencia es la inversión total de la situación inicial: la enfermedad de Naamán se pegará a Guejazí y (según la mentalidad del autor) también a sus descendientes para siempre. Una vez más, la palabra del profeta se cumple, con creces: Guejazí se vuelve blanco de nieve.
Gerardo José Söding, biblista y teólogo católico argentino, en Los libros de los Reyes, Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Navarra, España, 2005.
Segunda Carta a Timoteo 2.8-15
El texto de la epístola en nuestro leccionario tiene puntos de contacto con la lectura de la epístola del domingo anterior, pero permite profundizar en algunos aspectos significativos. Nuevamente comienza con un imperativo: “haz memoria”. No tiene por objeto que “Timoteo” recuerde él estas cosas, sino que constituyen el núcleo fuerte de contenidos de la enseñanza y proclamación en la que se debe esforzar.
Esta memoria que debe estar siempre presente es el Evangelio de Jesús, de la simiente de David. La fórmula empleada es similar a la que encontramos en Rom 1.3-4, aunque aquí se prioriza la resurrección: recuerda al que resucitó, que era Hijo de David.
El Evangelio que “Timoteo” es exhortado a predicar es un evangelio de Resurrección. Mientras que en Gál 1 el Evangelio de Pablo es fundamentalmente un evangelio de redención del imperio de la ley –y de la ley del Imperio– aquí salvación y resurrección (vida inmortal –ver comentario domingo anterior) se han asimilado. Esto indica la preocupación de una segunda generación de creyentes.
Este evangelio lo ha llevado a Pablo a sufrir en la prisión, como un malhechor (v. 9). Indirectamente se hace alusión a la cruz de Cristo, en la cual Pablo está siendo “cocrucificado” (cf. Rom 6.6-8). Sin embargo la Palabra de Dios no puede ser detenida. La dificultad aumenta el valor de su testimonio de Cristo, lo muestra en su radicalidad, revela su capacidad de superar a la propia muerte, como ocurrió con Jesús. La voluntad salvífica de Dios no puede ser detenida en las prisiones del imperio.
En el v. 9 aparece por primera vez en la perícopa la referencia a la “palabra” (logos). En este caso, la Palabra de Dios. Este concepto de logos ordenará el discurso: aparecerá aquí, en el v. 11 (palabra confiable), en el v. 14 (logomaquía = lucha de palabras) y finalmente en el v. 15 (palabra de la verdad).
El v. 10 destaca la fuerza de la Palabra que es transmitida a sus testigos: la perseverancia de Pablo en su palabra y misión, pese a los padecimientos que conlleva. El testimonio perseverante y firme de uno alcanza a los muchos. Hay una dimensión comunitaria que el sufrimiento revela, cuando el que padece es consolado al ver de qué manera su disposición ayuda a la fe de otros.
De esta manera se introduce el ejemplo de Cristo, con un poema o himno que seguramente tenía uso litúrgico (vs. 11-13). Este poema es una “palabra confiable”. Aquí hay un juego literario interesante: la palabra (lo que el poema dice) es digna de confianza, porque “aquél” es confiable. Lo traduzco casi literal para notar estos juegos, y agrego las referencias a otros textos temáticamente o lingüísticamente vinculados:
Si, pues, con-morimos, también con-viviremos (Rom 6.6-9)
Si perseveramos, también con-reinaremos (Ap 5.9, et al.)
Si negamos, también aquél nos negará (Mateo 10.33)
Si des-confiamos, aquél confiable permanece (1Co 1.9; 10.13 et al.)
pues negarse a sí mismo no puede.
Si bien el poema, por la referencia contextual, parece referido a Cristo (v. 10) el nombre de Jesús o Cristo no aparece explícito, y bien podría referirse a Dios Padre.
El paralelo con Mt 10.33 es evidente. Pero probablemente se refiere a la situación actual de los que niegan la ética de la vida en Cristo por las atracciones que ejercen las “pasiones mundanas”. La carta nombra explícitamente algunos casos en ese sentido. Es evidente que en tiempos de persecución este fue un tema mayor.
Pero también lo es cuando la persecución es reemplazada por el facilismo, donde la negación de Cristo no toma la forma dramática del tribunal, sino la forma más sutil de la atracción hedonista, de la autojustificación, o del olvido del compromiso con la justicia de Dios.
La des-confianza (del que confía más en las “luces del centro” o en las luminarias de los carteles de publicidad que en la luz de Cristo) no cambia, sin embargo, la realidad de la presencia de Dios. Más allá de nuestra conducta, la actitud de Dios es “fiel a sí misma”. El poema destaca la coherencia divina frente a la incoherencia humana, y por lo tanto invita a superar el sufrimiento mediante la perseverancia, y no por la renuncia a los dilemas que plantea el seguimiento.
La lección se extiende hasta el v. 15, para cerrar la estructura abierta en v. 9, con una nueva referencia a la palabra: si en v.11 es palabra confiable, al final del v. 15 es “palabra de la verdad”. Las disputas en torno de palabras (que tantas divisiones han traído en la historia de la Iglesia) no deben ocultar que todas esas palabras señalan a “la Palabra de Dios”.
Muchos quedan enredados en el discurso de la fe, y enredan a otros, desviándolos de su sentido final: mostrar la novedad de vida que se abre en Cristo. Por eso la preocupación del creyente es la obra que hace: procura presentarte como quien ha pasado la prueba de fidelidad (v. 15a), como el que obra sin tener de qué avergonzarse (v. 15b), que “corta correctamente” la palabra de la verdad (15c): un uso de la palabra de la verdad como forma de acabar con discusiones estériles y dar lugar a un testimonio afirmado en la vida.
Sugerencias homiléticas
Un modo de aprovechar este texto en la predicación o enseñanza es destacar el uso de “Palabra” (logos). Es una posibilidad de mostrar otras formas en que aparece este concepto, que casi siempre se restringe a su concepción en el Prólogo joanino. Aquí se puede mostrar en este texto:
- La “Palabra de Dios” que no puede ser detenida (v. 9). Sale de la boca del Señor y hace su obra (Isaías 55.11). Es una palabra que cura (lectura del Evangelio). Es la palabra que sostiene al prisionero. Es la palabra que se proclama y que pasa de generación en generación y envía a liberar.
- Es la “palabra confiable” (v. 11). Es la palabra de la promesa que da vida al que ha muerto con Cristo, que persevera para llevar al Reino. Es una palabra que no se niega a sí misma, y que permanece confiable aún cuando nosotros la neguemos.
- Es una palabra para hacer, para poner en obra, y no para “definir” en argumentos que enredan a los oyentes. Es una palabra útil que se muestra en la actitud leal del que la practica.
- Es la palabra de la verdad, que nos señala el “camino recto” de la fe, que se hace visible en la vida del justo, que se hace visible en la gracia de Dios, que levanta a vida a los muertos, según su poderoso Evangelio.
Néstor Míguez, en los Estudios Exegético–Homiléticos del ISEDET, N° 55 – 10 de octubre de 2004. Hacemos un extracto de este comentario.
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