Recursos para la acción pastoral

05 Sep 2022
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Recursos para la acción pastoral
Recursos para la acción pastoral 18 SeptiembreSep 2022

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Ingenuos y astutos

No podemos acepar la neutralidad de las iglesias frente a la historia, como tampoco la neutralidad de la educación. De este modo no puede haber más que dos formas de interpretar a los que proclaman tal neutralidad: o son, por un lado, totalmente “ingenuos” en su percepción de la iglesia y la historia: o, por el otro, “inteligentemente” saben encubrir su opción real. Desde el punto de vista objetivo, todos ellos se identifican, sin embargo, en la misma perspectiva ideológica. Vale decir, todos ellos, al insistir en la necesaria neutralidad de la iglesia frente a la historia, frente a la política, no hacen otra cosa que ejercer una actividad política, en favor lógicamente de las clases dominantes, y en contra de las clases dominadas. No es posible “lavarse las manos” frente a irreconciliables, a no ser poniéndose del lado de los más fuertes.”

Existe, sin embargo, un modo más sutil, menos explícito, de servir a los intereses de los más fuertes, en la apariencia de una acción en favor de los sectores oprimidos. Una vez más nos encontraremos en esta modalidad de acción a los “ingenuos” y a los “astutos” anteriormente mencionados. Nos referimos aquí a las prácticas que solemos llamar “acción anestesiadora” o “acción aspirina”, expresiones de un idealismo subjetivista que sólo puede favorecer a la conservación del status quo.

De esta manera los “ingenuos”, desde su propia praxis histórica frente al conflicto social, al darse cuenta de su ubicación frente a los “condenados de la tierra” pueden optar por asumir la ideología de la dominación, transformando su “inocencia” en “astucia”, o bien pueden renunciar a sus ilusiones idealistas. En este caso, retiran su adhesión acrítica a los sectores dominantes y, comprometiéndose con los oprimidos, inician una nueva fase de aprendizaje con ellos.

Esto no significa sin embargo que su compromiso con los oprimidos ya se haya realizado en forma verdadera. Es que en la praxis de su nuevo aprendizaje tendrán que enfrentar de manera más seria y profunda el riesgo de la existencia histórica. Este aprendizaje requiere como condición sine qua non que hagan realmente su “Pascua”. Vale decir, que mueran en cuanto elitistas para renacer, con los oprimidos y oprimidas que quieren ser, mientras muchos les quieren trabar en su realización histórica.

La verdadera Pascua no es una prédica conmemorativa, sino praxis, compromiso histórico. La Pascua en la pura verbalización es “muerte” sin resurrección. Solo en la autenticidad de la praxis histórica la Pascua es morir para vivir. Pero una tal forma de pasar la Pascua, eminentemente biofílica, no puede ser aceptada por la visión burguesa del mundo, necrofílica, y por eso mismo estática. La mentalidad burguesa, que no existe como abstracción, mata el dinamismo históricamente profundo que tiene la Pascua y hace de ella una fecha del calendario.

En su nuevo aprendizaje con el pueblo no hay otro camino que el del Éxodo, la larga marcha, oscilando muchas veces entre el subjetivismo idealista y el objetivismo mecanicista, entre el intelectualismo verbalista y el activismo que rechazan la reflexión seria.

No es posible hablar de un papel unificado de las iglesias latinoamericanas ante la educación. Por el contrario, existen papeles distintos, incluso antagónicos, en función de las líneas políticas, ocultas o disfrazadas, que diferentes iglesias están asumiendo históricamente en América Latina.

El papel, por ejemplo, que corresponde una iglesia “misionera” en el mal sentido de la palabra, tradicionalista, “conquistadora” de almas, necrofílica. Por eso su placer masoquista en hablar de tantos pecados, de amenazas de fuego eterno. La mundanidad es la “porquería” en la cual los seres humanos tienen que pagar sus pecados. El trabajo no es la acción de los hombres y las mujeres sobre el mundo, rehaciéndolo y haciéndose en él, sino “la pena que pagan por ser hombres y mujeres”.

Esta línea tradicionalista, no importa si protestante o católico-romana, se constituye en lo que el sociólogo suizo Christian Lalive llamó el “refugio de las masas”. Cuanto más inmersas estén los pueblos en la cultura del silencio y el desprecio de su palabra, tanto más tenderán aquellos sectores a “refugiarse” en tales iglesias. Por otro lado, ha surgido una iglesia modernizante que perfecciona su burocracia para ser más eficaz, ya en su actividad social-asistencial, ya en su acción pastoral, transformando sus antiguos “centros de caridad” en “centros sociales” bajo la dirección de asistentes sociales, hablando de “promoción humana” pero sin transformación social.

Finalmente, tan vieja como el cristianismo mismo, se sigue afirmando cada vez más una línea distinta: la iglesia profética, combatida, perseguida por los golpes militares y por golpes culturales y mediáticos, combatida por las iglesias tradicionales y por las modernizantes. Esta línea profética, utópica y llena de esperanza, se compromete con experiencias transformadoras que cambian el silencio y la alienación de los oprimidos por nuevos mensajes liberadores. Esta perspectiva profética requiere un nuevo aprendizaje y una nueva pedagogía, desde y con los sectores populares: requiere reconocer y comprender las nuevas situaciones de opresión, requiere denunciar el pecado real y anunciar un evangelio realmente liberador.

Paulo Freire, Las iglesias, la educación y el proceso de liberación humana en la historia, La Aurora, Buenos Aires, 1974. Texto adaptado por GB.


Entre águilas y gallinas…

Leonardo Boff escribió un hermoso libro llamado “El águila y la gallina” (Edit. Bonum): un pichón de águila cae desde las altas cumbres y queda enceguecido, patas rotas, en una granja. La recoge el granjero, la cura y alimenta, y finalmente la pone entre las gallinas. Cuando al tiempo pasa un experto en aves pregunta cómo es que llegó allí esa águila, ya grande, que cacarea y da pequeños saltitos solamente… Después de varios intentos frustrados, finalmente el aguilucho remonta el vuelo airosamente…

Hay varias moralejas en esta fábula de origen africano. Una es que estamos llamados a volar más allá de nuestras limitaciones. Pero la otra es el valor de los espacios de cuidado y curación, como el gallinero donde se repuso el pichón de águila. Vale por el comentario de Néstor Míguez sobre el texto de Timoteo.


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