Recursos para la acción pastoral

Articulación entre la fe y el aprendizaje

La articulación entre fe y aprendizaje propuesta por Segundo está fundada sobre la fe creída. ¿Existe también una relación entre la fe por medio de la cual uno cree y el aprendizaje?

Podemos proponer aquí distinguir entre enseñar y aprender la fe. Los contenidos de la fe pueden ser enseñados. En cambio no sucede lo mismo con la fe, don de Dios, ya que es precisamente un regalo que no proviene de nosotros.

Hay, con todo, un aprendizaje posible de la fe en sus dos acepciones.

Este don es también objeto de un  aprendizaje el cual puede ser estimulado. De hecho, no basta con anunciar alto y fuerte que toda persona es destinataria de la confianza básica. Hace falta todavía darle la oportunidad de vivirla. Y eso… podría consistir en el ofrecimiento de estructuras de plausibilidad de dicha confianza.

Dubied, Pierre Luigi, 1991, en Cahiers de l’IRP, Lausanne

Hay que crear y ofrecer unas “estructuras de plauisibilidad” de la confianza de base. Para Dubied la comunidad cristiana tendría que ser un lugar de aprendizaje, un lugar donde se experimentara el cambio del contenido de la fe a la relación de fe.

Por mi parte, creo que ese aprendizaje se realiza sobre todo en los márgenes de la Iglesia, en la frontera donde creyentes y no creyentes se ponen en marcha, interpelados por los desafíos de la pobreza y de la injusticia. Ahí donde la zanja entre los valores proclamados y sus concreciones reales llega a ser insoportable y desencadena una profunda crisis.

Crisis y sujetos

La revelación y la fe están ligadas a una crisis dentro del sistema de las creencias. Esta permite un aprender que no es ni un progreso lineal ni un círculo de problemas en el cual nuestra condición nos condenaría a recaer siempre de nuevo. La crisis desencadena un  cambio que nos invita a seguir un camino cuyo itinerario queda siempre por descubrir.

Sin embargo, no toda crisis conlleva siempre a un desbloqueo del sistema; éste se cierra sobre sí mismo cuando no soporta la angustia provocada por la crisis.

Teológicamente, para un sistema de creencias, la experiencia de la Cruz es la crisis más radical y definitiva de todas. Frente a la Cruz, nuestras afirmaciones sobre la revelación, los contenidos de nuestra fe, el aprendizaje de nuestras creencias… se derrumban. Para entender la Cruz en América Latina, la teología no puede ignorar la situación de explotación y empobrecimiento de los sectores populares. El mensaje de la Cruz pasa por una mediación social e histórica que provoca la crisis y que permite la comunicación de la revelación y el aprendizaje de un aprendizaje.

La teología latinoamericana se deja interrogar por los pobres en cuanto actores sociales y en cuanto signo visible de la injusticia crucificada en la Cruz. Los pobres se encuentran entre la revelación y la fe, entre la intervención de Dios en medio de las víctimas de la sociedad y el reconocimiento paradójico de nuestra salvación bajo la forma del abandono y de la miseria, entre los testigos de referencia, pequeño resto que apuesta a lo largo de la historia por la fuerza de los pobres, y la decisión personal de seguir el mismo itinerario.

Desde esas comunidades de fe, comunidades del amor y la esperanza, comunidades de pobres y con los pobres y empobrecidos, se hace visible la inhumanidad de las estructuras económicas, sociales y políticas. Con su anuncio y su denuncia, actualizan la Cruz que interroga a todos los poderes y la legitimidad de sus discursos.

Nos preguntamos si la fe puede aprenderse. Vimos que se aprende en el aprendizaje renovado de sus contenidos y en la recepción del don de la fe presente en su contrario: el poder del Dios crucificado. La fe es un aprender con los pobres, con las víctimas de la sociedad.

Matthias Preiswerk, Educación Popular y Teología de la liberación, CELADEC Argentina, 1995, p 236. Texto adaptado por GBH.

Entre andrajosos y rechazados, somos comunidades abiertas y solidarias

Vemos a los andrajosos que siguen a Jesús, andrajosos socialmente, moralmente, intelectualmente. Casi todos son pobres, pero algunos de ellos se han enriquecido, son corruptos, como los publicanos Mateo y Zaqueo, como los que se han enriquecido robándole al sindicato, los que se quedan con el dinero de la cooperativa de vivienda.

Son también los enfermos de SIDA, son los transexuales, los que tienen problemas con su identidad sexual y que nadie los quiere con ese problema y que muchos de ellos terminan empujados al comercio sexual, como si no tuvieran derecho a vivir como personas normales, solo que con una sexualidad diferente… Con ellos y con ellas andaba y comía Jesús.

Por eso estas parábolas no están destinadas a los publicanos ni a las pecadoras y pecadores sino para quienes pretenden ubicarse por encima de toda sospecha y de toda mancha y con capacidad de murmurar con relación a las comidas de inclusión de Jesús de Nazaret.

La inclusión de Jesús en su comunidad de seguidores y seguidoras resultó escandalosa para fariseos y maestros de la ley, y sigue siendo escandalosa para muchos religiosos de hoy. Pero nosotros seguimos siendo comunidades abiertas y solidarias para todos y todas, más allá de toda discriminación, y seguimos siendo de bendición para cualquiera que necesite o espere esa bendición, en nuestras celebraciones o en nuestra vida cotidiana.

¡Somos comunidades de pecadores perdonados por Jesucristo! En ellas somos todos iguales, todos hermanos y hermanas, todos siervos del Jesús Señor que nos salva, nos libera, nos hace ser todos de nuevo hijos e hijas del mismo Padre. Nuestra alabanza y nuestra confesión de pecados en el culto deben expresar y subrayar esta experiencia. Y nuestros grupos juveniles o de niños o de mujeres, en nuestros grupos de estudio bíblico o de diaconía deben ser escuelas de igualdad y de fraternidad.