Recursos para la acción pastoral

14 Jul 2022
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Recursos para la acción pastoral 07 AgostoAgo 2022

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El sacramento del pan

De vez en cuando allá en casa se hace pan. En una gran ciudad, con tantas panaderías, y en un departamento, esto no deja de ser extraño. ¡Alguien se da el lujo o el trabajo de hacer pan! No es una necesidad. Ni es pan para matar el hambre. Hacer el pan obedece a un rito antiguo. Surge de una necesidad más fundamental que la de saciar el hambre. Se repite un gesto arquetípico. El hombre primitivo repetía algunos gestos, gestos primordiales con los que se sentía unido al origen de las cosas y al sentido latente del cosmos. También en este caso se repite un gesto lleno de sentido humano que va más allá de las necesidades inmediatas.

Ahora el pan se hace en la estrechez del horno de una estufa de gas. Ya no es como en otros tiempos, en un enorme horno de ladrillos. El pan se amasa con la mano. Largamente. Las cosas no se amasan sin dolor. Se cocía y se repartía entre los hermanos, que eran muchos y ahora ya están fuera, tiene sus familias y sus hijos. Para todos ellos el pan era sabroso. “Era el pan de mamá”. Había algo especial en él que no tenía el pan anónimo, sin historia, comprado en la panadería del portugués de al lado o en el supermercado del centro.

¿Qué tiene ese pan? ¿Por qué se reparte entre los miembros de la familia? Porque ese pan es un pan sacramental. Está hecho de harina de trigo y con todos los ingredientes de cualquier pan. Sin embargo, es diferente. Diferente porque solamente él evoca otra realidad humana que se hace presente en ese pan hecho por la mamá, con sus cabellos blancos, ya viuda, pero ligada a los gestos originarios de la vida, y, por eso, al sentido profundo que lleva consigo cada cosa familiar.

Ese pan evoca el recuerdo de un pasado, cuando se cocía semanalmente con mucho sacrificio. Eran once bocas, como pajaritos, esperando el alimento materno. Temprano se levantaba aquella mujer que se convirtió en el símbolo de la mujer fuerte y de la gran mamá. Amontonaba mucha harina de trigo blanquísima. Tomaba el fermento y añadía muchos huevos. Y después, con brazo fuerte y mano vigorosa, revolvía todo aquello hasta que se formaba una masa uniforme. La cubría con un poco de harina de maíz, más gruesa, y finalmente, con una enorme servilleta blanca.

Cuando nos levantábamos ya estaba sobre la mesa la enorme masa. Nosotros, aún pequeños, espiábamos por debajo de la servilleta para ver la masa esponjada y blanda. A escondidas, con el dedo índice, tomábamos un poco de masa y la cocinábamos en el hierro caliente del fogón de leña. Después venía el fuego del horno. Se necesitaba mucha leña. Las peleas eran frecuentes… ¿A quién le toca hoy ir a buscar la leña? Pero cuando salía el pan rosado como la salud, todos se alegraban. Los ojos de mamá brillaban entre el sudor del rostro enjugado con el delantal blanco.

Como en un ritual, todos tomaban un trozo. El pan nunca se cortaba. Hasta hoy. El pan se partía. Tal vez para recordar a Aquel que fue reconocido al partir el pan (cf Lc 24.30,35).

Aquel pan amasado en el dolor, fermentado en la expectativa, cocido con sudor y comido con alegría es un símbolo fundamental de la vida. Siempre que papá viajaba, mamá lo esperaba con una gran hornada de pan. Y él, como nosotros los niños, se alegraba con el pan fresco, que comíamos con queso o salame y una buena copa de vino. Nadie como él gozaba tanto del sabor de la existencia sencilla, con la frugalidad generosa de estos alimentos primarios de la humanidad.

Ahora, cuando se hace el pan en el departamento, cuando se distribuye entre los hermanos, es para recordar el gesto de otros tiempos. Ninguno de los hermanos percibe esto. Quien lo sabe es el inconsciente y las estructuras profundas de la vida. El pan trae a la memoria consciente lo que está encubierto en las profundidades del inconsciente familiar. Éste siempre puede reavivarse y revivirse. Para los hermanos este pan será el mejor del mundo. No porque sea fruto de alguna fórmula secreta, con la que los negociantes pudieran hacer fortuna, sino porque es un pan arquetípico y sacramental. Como sacramento participa de la vida de los hermanos. Es bueno para el corazón. Alimenta el espíritu de la vida. Está saturado de un significado que se trasluce y transparente en su materialidad de pan.

Leonardo Boff, Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos, Santa María, Bs As, 2014, pp 24-26. Continuamos este texto en los Recursos del próximo domingo.


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