Recursos para la predicación

01 Oct 2021
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 24 OctubreOct 2021

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Evangelio de Marcos 10.46-52  – “Habla” el evangelista Marcos

Un ciego proclama Mesías a Jesús, ya cerca de Jerusalén.

El camino que viene del norte hacia Jerusalén pasa por Jericó la ciudad más antigua de Palestina. Había estado habitada ya desde 7.000 años atrás, y era de gran importancia para Jerusalén, porque allí vivían los sacerdotes y los levitas que servían en el Templo.

Jerusalén estaba a una jornada de camino (unos 30 kms.). Y cuando salía hacia allá, acompañado por sus discípulos y mucha gente que lo seguía, y que iban también a celebrar la Pascua; saliendo de la ciudad se encontraron con un  mendigo ciego, llamado Bartimeo (hijo de Timeo), sentado al lado del camino que iba a Jerusalén.

Le extrañó al ciego aquel percibir que pasaba tal cantidad de gente y preguntó qué era aquello. Le dijeron que era Jesús, el de Nazaret. Y entonces empezó a gritar con todas sus fuerzas: “Hijo de David, Jesús, apiádate de mí”. Por lo que había oído de él, era sin duda el Mesías esperado. Y tal vez él pudiera devolverle la vista.

La gente lo regañaba para que se callara; pero él gritaba todavía más fuerte: “Hijo de David, apiádate de mí”. Jesús lo oyó y se detuvo; y mandó que lo trajeran. Entonces la gente cambió de tono con él. “Animo, te está llamando, levántate”. El ciego arrojó su manto a un lado, y se le acercó casi corriendo. Jesús lo recibió y le preguntó qué quería que le hiciera. Claro que ya lo sabía, pero quería darle la oportunidad de enfrentar su fe, a ver si realmente creía que él pudiera darle la vista.

Esa era su petición: “Maestro: que vuelva a ver”. Aún recordaba con nostalgia sus primeros años, cuando tenía ese regalo maravilloso de Dios. Y luego, aquella enfermedad que nadie pudo detener: poco a poco se le fue nublando la mirada, ante la tristeza de sus padres, ante su propia desesperación. Y después, los años habían transcurrido en soledad y en amargura, cuando todos lo fueron abandonando, como si fuera un maldito de Dios. Y ahora, la esperanza de nuevo anidaba en su corazón; más que la esperanza, la certeza. Y Jesús le dijo: “Anda, esa fe que tienes es lo que te da la vista”. Y volvió a ver. Y desde aquel momento su vida tuvo rumbo: decidió seguir a Jesús por el camino.

Si quieres entender lo que quiero decir, no se queden sólo en la curación, porque allí no está el mensaje que quiero darles. Me he servido de ese hecho como un pre-texto para que descubran lo que estaba pasando con los discípulos de Jesús: son como ciegos, que lo proclaman Mesías de acuerdo a sus expectativas. Acuérdense del primer ciego, el que curó en Betsaida: veía a medias, como ellos. A pesar de las instrucciones que les ha dado y de los criterios que les ha corregido, todavía no lo ven como lo que es en verdad. Pero también como este ciego, cuando vean quién es Jesús, se levantarán y lo seguirán por el camino. Y yo espero que pase lo mismo con todos los que lean lo que estoy escribiendo.

Carlos Bravo, en Galilea Año 30.Historia de un conflicto (Para leer el evangelio de Marcos), Centro Bíblico Verbo Divino, Quito, 1993.


Introducción a Jeremías

El libro de Jeremías recoge una amplia variedad de oráculos relacionados con un profeta de Judá de fines del siglo VII y principios del VI a.C. En esta época uno de los imperios más poderosos y crueles de la historia, Asiria, había llegado a su fin luego de varios siglos de dominio sobre extensos territorios de Mesopotamia, Asia Menor y Egipto; y emergía el imperio neobabilónico. El reino de Judá y el templo de Jerusalén se encontraban en medio del conflicto de poder entre Babilonia y Egipto por el control de los territorios heredados de los asirios.

El tenor del mensaje del profeta es muy crítico; denuncia la infidelidad de su pueblo al pacto con Dios y la ingenuidad de confiar en las potencias extranjeras para la salvación del país y la nación. Por tanto, el profeta anuncia que Judá va hacia el desastre y la destrucción del templo de Jerusalén es inminente. Esto sin duda provocaba la antipatía y la animosidad de muchos, y en reiteradas ocasiones el profeta se vio perseguido y maltratado. Las conocidas confesiones del profeta reflejan sensibilidad, pasión y fidelidad a su ministerio profético (ver p. ej. 20.7-18); su sufrimiento lo convirtió en un prototipo de profeta perseguido y humillado, y como consecuencia, en prefiguración de Jesús.

Pero Jeremías no había sido enviado solamente para arrancar y destruir, sino también para edificar y plantar (1.10), y por tanto encontramos bellos pasajes que dan lugar a diversas promesas de esperanza y salvación (cap. 30-33), donde el texto de 31.31-34 representa un punto culminante.

Samuel Almada, Encuentros Exegético-Homiléticos 37, ISEDET, abril 2003


Jeremías 31.7-9

Como se recordará, el profeta Jeremías vivió en Jerusalén durante los últimos años de la monarquía y los primeros años del destierro. A diferencia de su colega Ezequiel, Jeremías no conoció el exilio en Babilonia. A él le fue dada la oportunidad de elegir entre irse a Babilonia con los/as desterrados/as o quedarse en la tierra con el pueblo pobre, y eligió esta posibilidad. Según los últimos capítulos del libro, sin embargo, Jeremías terminó su ministerio y probablemente su vida en Egipto, llevado a la fuerza por un grupo de judeos que huyeron allí tras haber sido asesinado Godolías, el gobernador judeo dejado por los babilonios. Así, Jeremías terminó en el “anti-éxodo”, en un país que no era el suyo y al que, según su teología, no había que volverse, ni literal ni ideológicamente.

El libro de Jeremías en su versión masorética –es decir, la que figura en el texto hebreo– es uno de los más difíciles de dilucidar, porque su estructura es concéntrica y no cronológica. Aparentes repeticiones e “idas y vueltas” del texto no son producto del descuido de copistas y teólogos, sino que son recursos literarios propios de la literatura semita, que a menudo no llegamos a apreciar como se merecen. Intentar una cronología de su vida o de los acontecimientos narrados en el libro de Jeremías es tarea muy ardua y –en nuestra opinión– bastante inútil.

Los cap. 30 y 31 de este libro forman el llamado librito de la consolación, compuesto por una introducción (30.2-4), seis poemas (30.5-11; 30.12-17; 30.18-31:1; 31.2-6; 31.7-14; 31.15-22) y una conclusión (31.23-40). La introducción y conclusión y unos pocos versículos aislados están en prosa, todo el resto es poesía. Exceptuando el último poema, formado por tres estrofas, todo el resto está formado por dos estrofas cada uno. La mayoría de los poemas usa esa estructura de dos estrofas para contrastar una nota positiva con otra negativa. Otro elemento que hace de estos poemas una obra maestra es su alternancia de destinatarios/as. Mientras que los poemas 1ro, 3ro y 5to están dirigidos a una audiencia masculina, los poemas 2do y 4to se dirigen a una audiencia femenina; el 6to alterna entre Raquel, Efraim y la doncella-Israel. Este equilibrio contribuye aún más a la conclusión de que estos capítulos, independientemente del origen de sus diversas subunidades y versículos, han sido acomodados y estructurados con un propósito y no son fruto de la casualidad ni de las circunstancias.

Los versículos que nos ocupan forman el quinto poema, dividido en dos estrofas, v. 7-9 y 10-14. Ambas son introducidas por imperativos llamando a cantar con gozo y a proclamar el regreso del pueblo dispersado. El hecho de que la dispersión de la cual Yavé los traerá sea caracterizada como “el país del norte” y “los confines de la tierra” (v. 8) indica una fecha tardía, pues la dispersión de entre las naciones no se remite al exilio babilónico, sino al período persa. En otras palabras, al menos la preocupación por el regreso de todas las naciones es una preocupación de fines del período persa o comienzos del helenístico, cuando la dispersión judía era mucho más generalizada.

El contraste que presenta es el de la dispersión con dolor y lágrimas y el regreso con alegría y cantos; tales cantos que hasta las naciones y las islas se unirán a éstos. El pueblo que retornará es caracterizado como una asamblea grande, inclusiva de los grupos más débiles: no sólo participarán los varones israelitas aptos para la guerra, sino también las mujeres (¡hasta las parturientas!) y los/as impuros/as. La segunda estrofa del poema retoma imágenes de la danza ya usadas en Jeremías, así como las de la inclusión en la comunidad de toda persona: sacerdotes, jóvenes, ancianos/as.

Sugerencias para la prédica

  1. ¿Cómo nos podemos imaginar el Reino de Dios? ¿Qué imágenes podríamos usar fuera de las tradicionales? Podemos imaginarnos, por ejemplo, un mundo hecho a la medida de los niños y las niñas, uno de los segmentos más débiles de nuestra sociedad. Un mundo donde la calle y los automóviles, los horarios, las actividades, estén al servicio de los niños y las niñas. Poniendo un ejemplo que he visto en mi propia congregación, ¿cómo sería un culto hecho a la medida de ellos/as y no de los mayores? ¿Qué tipo de ruidos y movimientos habría? ¿Qué se predicaría? ¿Qué se cantaría? ¿Cómo habría que comportarse? ¿Qué estaría permitido y qué estaría mal?
  2. ¿Cómo podemos imaginarnos espacios comunitarios/ congregacionales que reflejen esa visión? Pensemos para esta semana, estos meses, el desafío de que no haya exclusiones de los más débiles, de las mujeres, las parturientas, los débiles y enfermos, los y las que tienen capacidades especiales. Jeremías presenta el regreso a la ciudad santa y a la Casa del Señor en ésta como una gran procesión o peregrinación en la que toda persona va a poder participar, en la que no habrá excluidos ni excluidas. Nuestras iglesias necesitan imaginarse una apertura de este tipo –y ponerla en práctica, desde sus estamentos de decisión, mayoritariamente en manos de varones, hasta sus cultos y actividades informales.
Mercedes García Bachmann, biblista luterana (IELU), en Encuentros Exegético-Homiléticos 34, ISEDET, enero 2003.


Hebreos 7.23-28

Análisis

Este texto pone énfasis en el sacerdocio único e irrepetible de Cristo. Obviamente lo anima una polémica con el culto del Templo, y podría decirse, en términos modernos, que opone la “religiosidad del ritual” a una fe relacional. El argumento se hará repetitivo y alcanza su culminación en el cap. 9. Pero el modo en que se expone en esta perícopa nos permite avanzar algunas consecuencias con fuerte contenido homilético.

Al analizar el pasaje se puede señalar un pequeño quiasmo:

23-24: diferencia de Jesús y el sacerdocio del Templo por su unicidad.

25: El poder salvador de Cristo

26-28: diferencia de Jesús y el sacerdocio del templo por su santidad.

23-24: El poder de la muerte marca la fragilidad de los sacerdocios humanos. El sacerdote está para sacrificar, pero ese hecho de “violencia simbólica”[1] no lo libera a él mismo de la muerte. Y esto marca la limitación de los sacerdocios humanos y la necesidad de su pluralidad. Pero Jesús ha superado la muerte, al no ejercer la violencia sobre otros, sino al recibirla él, y así derrotar a la muerte por la gracia de Dios. Por ello no es necesario ni posible que se repita el sacerdocio ni el sacrificio. Al no matar a otros, el Cristo se hace imperecedero, saca a la muerte de su territorio.

25: Por eso puede salvar por completo (o: para siempre). Constituye un camino para acercarse a Dios, que no necesita del sacrificio, de “aplacar la ira divina”, ya que el propio Jesús es el continuo intercesor. La religión ritual, que necesita de la violencia simbólica, es reemplazada por una fe relacional. Ahora podemos estar cerca de Dios, no ya por el rito, sino porque Dios se ha acercado en Cristo. La eternidad de Cristo es la apertura al amor incondicional de Dios. Fuera de ello, se sigue comprendiendo a Dios como un dios exigente e implacable. La particular forma del sacerdocio de Jesús nos permite entender de una nueva manera nuestra relación con Dios. Se ha abierto un nuevo camino “a través” de él.

26-28: Esta condición del Cristo marca su exclusiva santidad. Esta santidad tiene una dimensión vinculada, en la tradición israelita, a la presencia de Dios. La santidad divina, que en la tradición sacerdotal habitaba el templo en el lugar Santísimo, ahora habita en la persona de Jesús, el Cristo, el mediador. Cómo destacará repetidamente Heb, ahora, por el ministerio de Jesús, esta santidad está abierta para nosotros sin necesidad de otra cosa. La ley ha superado a la propia ley, la promesa ha dejado atrás el sistema que había construido.

Comentario

Comentando el v.25, dice Calvino: “¡Cuán grande prueba de su buena voluntad y cuán inmenso su amor para con nosotros! Cristo vive para nosotros, no para él. Él fue recibido dentro de una bendita inmortalidad para reinar en el cielo, tal como lo declara el apóstol, por causa nuestra. Por consiguiente, la vida, y el Reino y la gloria de Cristo están destinados para nuestra salvación como su objeto. Cristo conserva todo lo que puede ser aplicado a nuestro provecho, pues él nos ha sido dado por el Padre de una vez por todas, bajo esta condición que todo él sea nuestro”.

Así entendido, el sacerdocio único de Cristo es un don de salvación, que no necesita de ningún otro. Con él, todo lo necesario para la vida es dado. El énfasis homilético puede estar justamente en esto: ¿de qué manera esta dádiva e intercesión continua de Cristo nos abre a una nueva forma de relación con Dios y nuestro prójimo? ¿En qué medida nuestra fe sigue “ritualizada” en lugar de profundizarse como una relación viva y continua con Dios? ¿Qué significa para nuestra vida personal y social que la salvación ya no depende de sacrificios, cuando tantos nuevos “sacerdotes” de la economía, de la política, etc., nos piden un “nuevo sacrificio” para poder salvarnos? ¿De qué manera esta comprensión del Evangelio quiebra las legitimaciones de la violencia simbólica, y desnuda las falsas justificaciones de quienes ejercen la violencia sobre los más débiles?

[1] Aquí usamos el concepto de “violencia simbólica” en la línea de René Girard. Las religiones, con sus ritos sacrificiales, actúan la violencia social, y por lo mismo la legitiman. Si es legítimo descargar los pecados en un “chivo expiatorio” y sacrificarlo, y así satisfacer la ira divina, queda simbólicamente justificada la necesidad de sacrificar algunos para aplacar la ira de los poderosos, para contener la violencia mediante el sacrificio.

Néstor Míguez, biblista metodista argentino en Encuentros Exegético-Homiléticos 8, noviembre de 2000, ISEDET, Buenos Aires.
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