Recursos para la predicación

29 Abr 2021
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Recursos para la predicación 16 MayoMay 2021

Blanco


Lucas 24.44-53

Repaso exegético

Proponemos comenzar la lectura con el v. 36 y no recién con el 44, dado que Lc 24.44-53 es parte de la tercera unidad del gran tríptico pascual en que se divide el cap. 24 del EvLc. Estas tres partes son Lc 24,1-11; 12-35 y 36-53. Cada una de estas unidades tiene un centro estructural y teológico (v. 7; 18-27 y 44-46, respectivamente) formado por la afirmación de la necesidad de la Pasión y Resurrección de Jesús el Cristo.

Hay un progreso cualitativo en la superación de la incredulidad y el miedo. Los tres grupos son testigos “cada vez más complejos”. Las mujeres se convierten en anunciadoras por las palabras de los enviados de Dios; los discípulos de Emaús quedan convencidos por el encuentro personal; los apóstoles y demás son instituidos explícitamente en el papel de testigos, recibiendo la promesa de ser revestidos de poder de lo Alto.

Los centros teológico-estructurales de las unidades del tríptico pascual indican que el hecho de la resurrección de Jesucristo es la clave hermenéutica para la comprensión de las Escrituras. El AT por sí mismo no pudo llevar a los discípulos al reconocimiento de la necesidad del camino del Mesías a través de pasión y muerte a resurrección y gloria. Recién el Crucificado-Resucitado los condujo a la comprensión de las Escrituras. De esta manera, quedó establecido un círculo: del Resucitado al AT y del AT –gracias al Resucitado– a la aceptación de la relación Pasión-Resurrección. El Resucitado mismo inculca la necesidad divina de este camino (v. 44). Se trata de una necesidad histórico-salvífica, no de un mero cumplimiento mecánico de hechos profetizados en el pasado. Menos aún se trata de un supuesto “destino” trágico.

Lc 24 cierra la historia terrenal de Jesús, creando la necesaria expectativa en quienes leen el EvLc y se disponen a esperar el cumplimiento de la promesa del Padre y la realización del mandato misionero. Las lectoras y los lectores acompañan a los discípulos en su espera, alabando y bendiciendo a Dios por todo lo que él realizó hasta ahora. El Evangelio está por hacer eclosión en la proclamación misionera: todo el capítulo apunta al anuncio.

La afirmación de la vida, la identificación con el Resucitado, la capacitación como testigos, no presupone determinadas condiciones de fe o esperanza por parte de quienes han de ser enviados. Presupone que el Resucitado mismo crea las condiciones necesarias para la fe y otorga la fuerza para el testimonio. Esta creación de fe y poder se instrumentaliza a través de varias vías. El Resucitado dirige su palabra a las personas, muestra sus heridas, establece las referencias a las Escrituras, come con los discípulos y les encomienda su mandato.

El mensaje peculiar del capítulo 24 consiste en este salto de la situación de muerte, derrota y frustración a la vida, el testimonio y la alegría del testimonio; el salto de la finitud de la muerte a la apertura del Reino de Dios. Lo que empezó con una tumba de un crucificado, culmina con la alabanza de Dios por el Señor glorificado.

La Ascensión es el punto culminante de la Pascua de Resurrección, pues marca definitivamente la glorificación de Jesucristo. En un primer momento de la historia de la Iglesia primitiva, se concebía que la Resurrección del Domingo de Pascua era correlativa a la glorificación o la exaltación. Este estado lo reflejan los Evangelios de Mateo y Juan y el final original de Marcos (16.1-8, sin los agregados del final largo y el final breve). Luego, en el transcurso del desarrollo de la fe, la piedad, la liturgia y la reflexión teológica, la fe en la exaltación del Señor encontró una mejor expresión en el relato de la Ascensión. Esta fase quedó plasmada en la doble obra lucana, el Evangelio (24.50-53) y los Hechos de los Apóstoles (1.1-12), como también en el final largo agregado al Evangelio de Marcos (16,19), recibido como canónico por la Iglesia (hay un llamado “final breve”, que no fue aceptado por la Iglesia al formarse el canon del NT).

La Ascensión, formada literariamente en parte sobre la base del paradigma veterotestamentario de la ascensión de Elías según 2 Reyes 2, es situada geográficamente en Betania, un sencillo pueblo en el Monte de los Olivos. Aquí tuvieron lugar varios acontecimientos importantes de la vida de Jesús. En Betania vivían sus amigos María, Marta y Lázaro; en Betania Jesús fue ungido; de allí emprendió la entrada triunfal a Jerusalén.

El relato contiene una peculiaridad: la bendición (mencionada dos veces) de los discípulos por Jesús. Se trataba de un gesto singular, empleado p. e. por el Sumo Sacerdote, y expresado mediante las manos levantadas y con una fórmula especial. La bendición era pronunciada por alguien que revestía autoridad sobre aquellas personas que estaban bajo esa autoridad. Esta bendición de los discípulos es única. Las demás bendiciones de Jesús, relatadas en los Evangelios, se aplican a los niños (Mc 10.16) y a alimentos. La bendición en Betania sintetiza la presencia de Dios en Jesús para los discípulos. Jesús se vincula a sí mismo con los discípulos y los liga a ellos con Dios.

En respuesta a esta bendición, los discípulos se postran y adoran a Jesús. Este gesto proviene del ritual del AT y de todo el Antiguo Cercano Oriente. La inclinación del cuerpo implica sumisión, y en la práctica bíblica se dirige a Dios. Es importante recordar que el EvLc emplea este término (proskyneo) sólo en el relato de la tentación de Jesús (4.7-8) y aquí en la Ascensión. Si en la tentación Jesús mismo había dejado establecido la validez del mandato veterotestamentario de que sólo se ha de adorar y servir a Dios, esta adoración de los discípulos expresa su fe en la divinidad de Jesús. (Mt 28.9 y 19 también hablan de la adoración del Resucitado).

El regreso de los discípulos a Jerusalén está marcado por una gran alegría. Este gozo transformó sus vidas y fue la constante que atraviesa su testimonio, tal como nos lo relata Lucas en Hechos. El texto sugiere varias causas de esta alegría: la superación de la muerte por la resurrección, la presencia del Señor, la comprensión de las Escrituras, la confirmación de que Jesús es el Mesías, la transformación de testigos, la promesa del Poder desde lo alto, el mandato de ser testigos.

El Evangelio concluye allí donde había empezado todo el relato (Lc 1,.5): en el Templo. Este lugar congrega por ahora la primera comunidad cristiana, y aquí tiene su inicio el largo camino de la misión universal. Esta ubicación cúltica remite al SitzimLeben de todo el relato pascual lucano: la celebración cúltica –semanal– de la Resurrección de Jesucristo.


Breve reflexión teológica

¿Qué lugar ocupa actualmente el día de la Ascensión en la vida cúltica de las Iglesias? ¿Qué lugar le damos a la Ascensión en nuestra vida? Es una fiesta cristiana prácticamente borrada de los almanaques; y como siempre se trata de un jueves, pasa también desapercibida para un gran número de miembros de las Iglesias que a excepción de Viernes Santo y Navidad, suelen vincular todas las celebraciones con los domingos. ¿Por qué no hacer el intento de recuperar la celebración de la Ascensión?

Con seguridad, más de una persona tendrá sus problemas con una lectura literal del relato de la Ascensión, pues le costará imaginarse un viaje estratosférico de Jesús. Pero recordemos lo indicado: el breve texto de la Ascensión es una forma “gráfica”, si se quiere, de expresar la exaltación de Jesús. Nos regala en forma de relato la fe en la glorificación de Jesús. Habla de la instalación o entronización de Jesús como Señor del universo. Es el “momento” en que Jesús recibe toda potestad en el cielo y en la tierra (como dice Mt 28.18). El Apóstol Pablo expresa exactamente lo mismo al decir con palabras muy profundas en Fil 2.9-10: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. En otros textos, está implícita la Ascensión (Rom 8.24; Ef 1.20; Heb 1.3). 1 Tim 3.16 y 1 Pe 3.21-22, por su parte, hacen referencia a la Ascensión como una afirmación teológica.

Juntamente con esta imagen de la exaltación, recordemos que para Jesús mismo, el cielo, el Reino de Dios o de los cielos, es la participación plena en la vida de Dios. Es la comunión con Dios y las demás personas. Es una nueva relación entre el Creador y sus hijas e hijos. Entendido así, el cielo no es una “recompensa” para “gente que se porta bien”; ni es una promesa barata para quienes sufren desgracias. Menos aún es una escapatoria para no comprometerse con el prójimo y sus necesidades. El cielo comienza con la presencia del Señor en sus hijas e hijos por medio de su Espíritu. El cielo inicia con la vida con el Señor; junto con toda una comunidad de testigos que caminan en la misma dirección, y encontrará en Dios mismo su cumplimiento total.

Jesús convierte al pequeño grupo de seguidores y seguidoras en testigos, que deben dar testimonio de lo que Dios realizó en él; y que quieren anunciarlo a todos los pueblos y personas, para que se conviertan y reciban el perdón de los pecados. La Ascensión es una especie de nexo entre la historia de Jesús y nuestra historia como creyentes y testigos. Por eso, Lucas presenta dos veces el mismo evento: una vez al final del Evangelio, cerrando la actuación terrenal de Jesús; y luego al comienzo de Hechos, dando inicio a la acción de sus seguidoras y seguidores.

El testimonio que Jesús nos encomienda no es una misión triunfalista. A lo largo de la historia, las campañas triunfalistas de la Iglesia fácilmente solían convertirse en cruzadas violentas, que más de una vez despreciaban la vida, la integridad física y psíquica de las personas; y que frecuentemente procedían a eliminar a quienes no se subyugaban.

El verdadero testimonio cristiano es fruto del amor a Jesús y de la serena convicción de que Jesús da sentido a nuestra vida. Esto se manifiesta de dos maneras complementarias, una tan importante y decisiva como la otra. Por un lado, están nuestras actitudes, mediante las cuales podemos expresar la solidaridad con el prójimo. Esto es un testimonio implícito, absolutamente necesario para corroborar nuestra fe. Por el otro, igualmente irreemplazable es nuestro testimonio explícito. Es fundamental confesar a Jesús como Señor y Salvador y anunciar su señorío; e invitar a las personas a la fe, a la integración en la comunidad y al seguimiento.

En este sentido, la Ascensión es una fiesta de victoria, pero –reiterémoslo– no de una victoria triunfalista que se jacta de la futura destrucción de todos los enemigos de Cristo. La victoria de Cristo compromete a extender humildemente su señorío, empezando por nosotros mismos, por nuestras actitudes, acciones y palabras. Esto jamás fue fácil. Al contrario, toda vida cristiana y todo testimonio siempre tendrán reveses y fracasos. Pero ello no impide celebrar la Ascensión. El culto de Ascensión –celebrado el mismo día jueves de la Ascensión o el domingo siguiente– es un momento importante del camino con Cristo y hacia Cristo.


Pistas para la predicación

  • Recuperemos la Ascensión como celebración festiva. Más allá de las preguntas acerca de una lectura literal o no del relato, se trata de un poderoso texto que nos hace mirar al Señor Resucitado y que nos quiere entusiasmar por él y para su misión. Esta mirada “hacia lo alto”, hacia Él, es sumamente necesaria en un momento en que toda la sociedad está en crisis, se cierran muchos horizontes, muchísimas personas son marginadas y excluidas de las posibilidades de una vida digna, y son cada vez más los que viven situaciones apremiantes.
  • La Ascensión nos recuerda que Jesucristo es el Señor del universo; y, por consiguiente, Señor mío, Señor tuyo, Señor nuestro y Señor de toda la humanidad. La celebración de la Ascensión es parte de la lucha de Dios contra todos los poderes y mecanismos que producen desesperación, exclusión y muerte.
  • El señorío de Jesucristo sobre nosotros ha de ser vivido en actitudes y acciones de solidaridad; y ha de ser anunciado con nuestra confesión y el anuncio explícito de Jesucristo.
René Krüger, biblista y pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, en Encuentros Exegético-Homiléticos 14, mayo de 2001, ISEDET, Bs Aires. Texto resumido.


Evangelio de Juan 17

El acontecimiento salvador es la muerte de Jesús, un hecho que sucede en la historia y que revela en primer lugar lo que es Dios, amor total y gratuito al ser humano; a esta realidad de Dios corresponde el nuevo nombre de “Padre” (17.1, 24).

Revela al mismo tiempo lo que es el hombre, es decir, el proyecto de Dios sobre él: que sea, como es el Padre, don gratuito y total de sí a los demás (17.1, 26), haciéndose así “hijo” o “hija”.


La unidad

Del hecho de la muerte por amor al ser humano, que identifica a Jesús con el Padre, nace la petición principal de su oración, a la que todas las otras se subordinan, la unidad perfecta entre los suyos, que todos sean uno (17.11, 21, 23). Esa unidad realiza a los discípulos (17.23).

Las otras afirmaciones o peticiones de Jesús expresan los presupuestos que permiten alcanzar esa unidad; tales son la entrega del mensaje (17.14), la consagración con la verdad (17.17) y la comunicación de la gloria-amor (17.1), tiene por objetivo dar vida definitiva, que se identifica con el conocimiento propio de los hijos, efecto del Espíritu (= amor, gloria) comunicado (17.2-3). Todas estas formulaciones describen una misma realidad: la capacitación de los discípulos para hacerse hijos de Dios (1.12) por la comunicación del Espíritu (1.13: nacer de nuevo; cf 1.14,32; 3.5s; 7.37-39),que es la gloria (1.14, 32), el amor leal (1.14, 16, 17), el mensaje (17.17) y el principio de vida (6.63).

Juan Mateos y Juan Barreto, El evangelio de Juan,Edic. Cristiandad, Madrid, 1979, en las “Síntesis” del comentario del texto aludido, pp. 728-729.


Evangelio de Juan 17.6-19

Todo el cap. 17 es tenido como una oración donde Jesús pide por los creyentes y hace explícita su voluntad de protegerlos e invitarlos a una vida junto a él más allá de las limitaciones terrenales. Es también parte de un estilo muy semita de hablar y escribir en el que se recurre a la repetición de ciertas palabras y frases una y otra vez a fin de fortalecer el mensaje y recalcar los puntos centrales. Era una cultura donde la transmisión de los conocimientos y enseñanzas se hacía más por el discurso hablado que por la letra escrita.


1. El nombre revelado

En el v. 6 Jesús dice que ha “manifestado tu nombre”. Si tenemos en cuenta que en la tradición judía el nombre era representante de lo que era una persona o lugar en sentido profundo y esencial, decir “manifestar tu nombre” significa dar a conocer a Dios mismo. En aquellos tiempos el nombre de Dios se expresaba libremente como una forma de certificar quién era el Señor de ese pueblo. De hecho el nombre dado a Moisés en el monte sagrado significa “yo soy el que estoy, el que acompaña”.

Pero en el tiempo de Jesús se había creado una tradición que omitía nombrar a Dios y que eludía su pronunciación reemplazándolo por “el Señor” con el argumento de que no debía nombrarse a la divinidad en vano. Así se había alejado el nombre de Dios (y su misma esencia) del habla y la vida cotidiana. Por temor a utilizarlo mal se había abandonado totalmente su uso. Y en el nivel de la palabra oral se había transformado el Dios amistoso, compañero, siempre presente en un Dios innombrable, lejano, al que había que temer.

Jesús anuncia que él ha venido a volver a colocar el nombre de Dios en el medio de la vida y el lenguaje de las personas de su tiempo. Como en tantas otras cosas Jesús viene a rescatar un vínculo que se había perdido por la acción humana. Podríamos describir este proceso de la siguiente manera:

  1. Dios se da a conocer libremente (Abraham, Moisés, profetas…)
  2. Israel (la humanidad) teme pronunciar el nombre de Dios y lo destierra de su vocabulario.
  3. Israel (quizás sin desearlo) se aleja de Dios y va desconociendo (olvidando) su verdadero nombre.
  4. Se crean en reemplazo de Dios otros ídolos que lo sustituyen piadosamente: reglas alimenticias, calendarios religiosos rígidos, leyes sanitarias que inhiben de una buena relación con Dios a los enfermos, etc.
  5. Dios queda relegado al círculo de los sacerdotes, eruditos, y al de los poderosos que utilizan su nombre (sin nombrarlo) para sus propios intereses en detrimento de las mayorías.
  6. Para cuando llega Jesús Dios es el desconocido, el innombrable, aquel al que no podía invocarse por su nombre.

Cuando Jesús dice que manifiesta el nombre de Dios lo que está haciendo en poniendo en claro quién es este Dios a quien sus antepasados adoraban y sus hermanos y hermanas adoran pero no nombran. En un sentido es volver a presentar al Dios en el que ya creían pero del que habían olvidado quien era.


2. Hacia la predicación

vocabulario, pero debemos admitir que se lo nombra en vano más de lo que deberíamos aceptar: se justifican guerras en su nombre, se planifican maldades bajo su supuesta protección, se miente y se bastardea el nombre de Dios transformándolo en un objeto de uso a la medida de las intenciones del que habla. Pero la solución a todo esto no reside en prohibir su nombre sino en nombrarlo en lo que realmente es. Hay que dejar que fluya su nombre sin segundas intenciones ni manipulaciones espurias.

Esa fue la estrategia de Jesús: antes que eliminarlo lo “manifestó” en toda su dimensión. En las palabras de Jesús Dios es siempre el protector, el que envía a una misión, el que acompaña y espera, el que exalta a aquellos que los demás desprecian. Dios confía en nosotros y es más un amigo que un juez, se muestra más como sostenedor en nuestras debilidades que como un patrón exigente ante nuestras faltas. En Jesús Dios reconstruye el vínculo roto por el pecado y nos da una nueva oportunidad de vivir la fe de cara a él y al prójimo.

¿Dónde estamos hoy respecto a la relación con Dios, en nuestras relaciones sociales y personales? Es probable que no estamos lejos de las prácticas en tiempos en Jesús. Hoy también necesitamos que a través de su Palabra se nos manifieste la verdad de Dios, sin tapujos ni dobleces. Proponemos entonces organizar la predicación de acuerdo a los siguientes puntos:

  1. ¿Qué significa manifestar el nombre de Dios?
  2. Las razones para que no se nombrara en tiempos de Jesús.
  3. ¿Con qué sentido se lo nombra hoy? ¿Hacemos justicia a su nombre cuando lo nombramos?
  4. El contenido que Jesús da al nombre de Dios.
  5. ¿Cuál es nuestra tarea como actuales manifestadores del nombre de Dios?
Pablo R. Andiñach, en Estudios Exegético-Homiléticos39, ISEDET, junio 2003. Resumen de GB.


Hechos de los Apóstoles 1.1-11 – Los inicios

Retomando el pasado. 1.1-5

Estos cinco versículos fueron agregados posteriormente, cuando la obra de Lucas fue dividida en dos. Era necesario resumir el evangelio (v 1-2) y volver introducir el segundo volumen que posteriormente se llamaría Hechos de los Apóstoles (vs 3-5). El prólogo en el evangelio (Lc 1.1-4) era primitivamente el prólogo a toda la obra de Lucas (Evangelio y Hechos). En estos cinco primeros versículos de los Hechos de los Apóstoles tenemos la conexión con el evangelio de Lucas y también claves importantes para interpretar los Hechos.


Resumen del evangelio. Vs 1-2

Lucas retoma aquí la referencia a Teófilo que puso al comienzo de su evangelio (“excelentísimo Teófilo”, Lc 1.3). Este Teófilo pudo haber sido una persona concreta (era costumbre dedicar una obra a personajes ilustres) o es un nombre simbólico para designar a sus interlocutores. Optamos por esta segunda posibilidad, dado que Teófilo significa “amigo de Dios” y podría referirse a los futuros catequistas y evangelistas para quienes Lucas escribe este tratado de enseñanza superior. Todos los que estudiamos este libro somos Teófilos. Para nosotros se escribió Hch.

El contenido del evangelio que Lucas resume aquí, es “todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar… hasta el día que fue llevado al cielo”. Se deja entender que Jesús continua su acción y enseñanza después de ser arrebatado al cielo; Jesús resucitado sigue actuando y enseñando en la comunidad después de su ascensión. El evangelio es solo el comienzo; nosotros vivimos la continuación iniciada por el relato de los Hch. El texto destaca que antes de ser llevado al cielo dio “instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido”. Los apóstoles aseguran la continuidad entre el tiempo del evangelio y el comienzo del tiempo de la Iglesia.


Los días de la resurrección. 1.3-5

Los vs 3-5 retoman el final del evangelio de Lucas (cap 24.50-53), pero ahora con un sentido diferente: en el evangelio la resurrección es el final de la vida de Jesús; aquí en Hch es el comienzo de la misión. En el evangelio el tiempo después de la resurrección es un solo día; aquí en Hch son 40 días. El texto destaca que Jesús está vivo corporalmente y que en este tiempo de 40 días les habla del reino de Dios. Jesús en el evangelio, antes de comenzar su ministerio, es conducido por el Espíritu al desierto y es tentado por el diablo durante 40 días (Lc 4.1-2); ahora también los apóstoles, antes de comenzar su testimonio, tienen este mismo tiempo de 40 días con Jesús vivo en medio de ellos.

Lucas pone aquí estos 40 días al comienzo de los Hch para sugerir que también la comunidad de los apóstoles vivió un tiempo de tentación y discernimiento antes de comenzar este tiempo nuevo de la misión. Posiblemente la crisis giró en torno al reino de Dios como realidad posterior a la resurrección de Jesús. La pregunta del vs 6 refleja esa crisis; también la actitud de los dos discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús (Lc 24.13-24). Estos 40 días de los apóstoles con Jesús, después de su pasión y antes de su ascensión, quedan en la memoria de la Iglesia como paradigma de todo comienzo importante en la historia de la salvación. Toda obra importante debe tener esta experiencia de 40 días.

Jesús se presenta vivo a los apóstoles (vs 3) y ahora les ordena no ausentarse de Jerusalén y esperar la promesa del Padre. El “bautismo en el Espíritu Santo” está al comienzo de la misión de los apóstoles, así como el bautismo de Jesús en el Jordán está al comienzo de su ministerio. Ya Juan el Bautista había anunciado este bautismo en el Espíritu Santo como obra del mismo Jesús (Lc 3.16). Pentecostés es este bautismo en el Espíritu Santo, realizado por Jesús resucitado y exaltado.

Y esta orden de Jesús la recibe la comunidad “mientras comía con ellos”. En el evangelio (Lc 24.41-43) Jesús come con ellos, como prueba de su corporeidad, de su pertenecía como Resucitado a nuestra historia. Ahora la comida anuncia aquí la comensalidad como signo de la comunidad cristiana. Es en torno a una mesa para comer donde la comunidad hace la experiencia de Jesús resucitado, en el partir el pan.


Jesús resucitado orienta a la comunidad.1.6-11

Comencemos con lo que llamamos el Testamento de Jesús resucitado (vs 6-8). El texto comienza con la referencia a “los que estaban reunidos”. ¿Quiénes son? En Lc 24 se dice claramente que las mujeres anuncian el hecho del sepulcro vacío “a los once y a todos los demás” (24.9) y que los discípulos de Emaús vuelven a Jerusalén y encuentran reunidos “a los once y a los que estaban con ellos”. El texto explicita quiénes son estos que están con los once:

  • “María Magdalena, Juana y María la madre de Santiago y las demás que estaban con ellas (Lc 24.10)
  • Los dos discípulos que parten del grupo camino a Emaús y que retornan al grupo (Lc 24.13,33).
  • En Hch 1.14 se dice que con los once –nombrados por sus nombres– estaban “algunas mujeres, María la madre de Jesús y sus hermanos”.

Esta constatación rompe el imaginario impuesto desde fuera al texto, de que sería solamente el grupo de los once apóstoles el grupo ante el cual se aparece Jesús resucitado y el grupo que es enviado y que recibe el Espíritu en Pentecostés. El texto restrictivo es Hch 1.1-5 que, como ya vimos, es agregado posteriormente cuando la obra lucana es separada en dos. En este agregado son solo los apóstoles los que reciben las últimas instrucciones de Jesús resucitad y a quienes se promete el bautismo en el Espíritu Santo. Este agregado testimonia un desarrollo teológico posterior, restrictivo frente al texto global original de Lc 24 y Hch1.6s.

Ahora nos preguntamos ¿cómo se explica que el grupo todavía mantenga la pregunta por la liberación o restauración del reino de Israel? Jesús predicó el reino de Dios y lo identificó claramente con la vida del pueblo, especialmente con la vida del pueblo pobre y oprimido (Lc 4.16-21; 7.18-23). Jesús tomó radical distancia del proyecto teocrático y político que identificaba el reino de Dios con el reino de Israel (reino davídico opuesto al imperio romano); también se confrontó con el proyecto sacerdotal, que identificaba el reino de Dios con el Templo.

Jesús responde a la pregunta en cada una de sus tres partes. En primer lugar, que no deben preocuparse por el cuándo, si ahora o después, que eso solo es competencia del Padre. En segundo lugar, que no es Jesús el sujeto de la nueva estrategia, sino el Espíritu Santo. En tercer lugar, que no se trata de restaurar el reino de Israel sino de dar testimonio en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta el fin de la tierra. La culminación del proyecto de Jesús en el evangelio (Lc 24) es el comienzo de un proyecto del Espíritu y de los testigos de Jesús, ahora con una dimensión universal (Hch 1.8).


La exaltación del resucitado (la ascensión). 1.911

Lucas es el único autor del NT que habla de la exaltación de Jesús en la forma de una ascensión, y el que separa la ascensión de Jesús de su resurrección. La tradición originaria común presenta la resurrección de Jesús directamente como exaltación (cf por ejemplo Rom 1.4: “constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”, y toda la tradición del cuarto evangelio que habla de la resurrección en términos de glorificación). Lucas separa ambos eventos (resurrección y ascensión) para subrayar el carácter histórico que cada uno de ellos tiene.

Lucas insiste más que otros en la corporeidad del Resucitado: no es un fantasma, tiene carne y huesos, puede comer y lo pueden tocar (Lc 24.39-43). Hay continuidad entre el Jesús antes de su muerte y el Jesús resucitado: Jesús conserva su identidad y su corporeidad. La resurrección tiene así un carácter histórico: Jesús resucita en nuestra historia. Pero también hay un cambio, una dis-continuidad en Jesús resucitado. Ese cambio Lucas lo expresa con la ascensión.

El relato de la ascensión tiene claramente un lenguaje mítico: Jesús es levantado de la tierra al cielo, lo oculta una nube y aparecen dos hombres vestidos de blanco. La teología liberal interpreta falsamente el mito como una realidad no histórica. Los mitos son siempre históricos. Se expresa con un lenguaje cósmico o simbólico una realidad histórica.

En la ascensión el lenguaje mítico expresa la realidad histórica de la exaltación o glorificación de Jesús. Esto también lo acentúa Lucas cuando dice que Jesús fue levantado mientras conversaba con sus discípulos, y que Jesús vendrá de la misma manera como ha sido llevado. Por eso a los discípulos se les pide que no estén mirando al cielo. Deben mirar a la tierra.

La ascensión siempre ha sido interpretada erróneamente como una salida de este mundo, como una ausencia de Jesús, como un Jesús que se va para volver al fin de los tiempos. En esta interpretación la ascensión pierde todo el carácter histórico que ha querido darle Lucas. En la ascensión Jesús no se va, sino que es exaltado, glorificado.

La parusía no es el retronó de un Jesús ausente, sino la manifestación gloriosa de un Jesús que siempre ha estado presente en la comunidad, como lo dice Jesús en sus últimas palabras en Mt 28.19: “he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de este mundo”.


Reflexión pastoral sobre Hechos 1.1-11

  1. Lucas se comunica con su comunidad representada aquí por Teófilo, a través de todo el relato de Hch. Un relato es un texto global y completo. No se puede leer solo una parte. También hoy Lucas se comunica con nosotros a través del relato de Hch. Nosotros somos los Teófilos a los cuales Lucas habla hoy, y, a través de Lucas, el mismo Espíritu Santo se comunica con nosotros. Esto nos obliga a tomar en serio el relato de Hch como una totalidad. Teófilo es aquel que en el relato de Hch escucha directamente a Lucas y al mismo Espíritu Santo. ¿Somos hoy en día una Iglesia que realmente escucha en el relato completo de Hch la Palabra de Dios revelada por el Espíritu Santo? ¿Somos como Iglesia ese Teófilo a quien Lucas se dirige?
  2. La Iglesia hoy también vive esos 40 días con Cristo resucitado y es instruida sobre todo lo referente al reino e Dios. Como el Pueblo de Dios en el desierto y como Jesús al comenzar su misión, también la Iglesia se hace Iglesia en una experiencia profunda con Jesús resucitado durante “40 días”. Es un tiempo de tentación y de encuentro con Jesús resucitado, que nos prepara para ser bautizados en el Espíritu Santo. ¿Cómo vive la Iglesia hoy este paradigma de fundación de la Iglesia, tal como aparece en Hch 1.1-5?
  3. El día de su ascensión Jesús vivió un desencuentro con sus discípulos y discípulas. A pesar de haber abierto sus inteligencias para que comprendieran las Sagradas Escrituras (Lc 24.45), ellos siguen pensando que Jesús va a restaurar ahora el Reino político de Israel. ¿Existe también hoy un des-encuentro entre Jesús resucitado y su Iglesia? ¿Entiende la Iglesia el proyecto del Reino tal como lo predicó Jesús o sigue soñando en proyectos humanos de poder religioso?
  4. ¿Es hoy en día la Iglesia una comunidad trascendente y escatológica, que vive en medio de la historia la presencia de Cristo resucitado?
Pablo Richard, biblista católico chileno, Hechos de los Apóstoles, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Edit. Verbo Divino, España, 2003.
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