Recursos para la predicación

07 Abr 2021
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Recursos para la predicación 02 MayoMay 2021

Blanco


Evangelio de Juan 15.1-8

Actividad del Padre

La vid o viña era el símbolo de Israel como pueblo de Dios. Así Sal 80.8-19: “De Egipto sacaste una vida; arrojaste a los paganos y la plantaste. Limpiaste el terreno para ella { y la vid echó raíces y llenó el país.” Entre otros textos, ver Is 5.1,7; Jr 2.21; Ez 19.1012 (cf sobre el rechazo Os 10.1; 14.8; Jr 6.9; Ez 17.5-10).

La afirmación de Jesús se contrapone a otros textos del AT. Él es la vid verdadera, el verdadero pueblo de Dios. No hay más pueblo de Dios que el que se construye a partir de Jesús. Continúa el tema de las sustituciones, comenzando en la escena de Caná (2.1-11). Él es la luz verdadera, vs la Ley (1.4-9; cf 8.12); es el verdadero pan del cielo, vs el maná (6.32); ahora se define como el verdadero pueblo de Dios. Y como en el AT, es Dios, el Padre de Jesús, quien ha plantado esta vid. Él mismo la cuida, demostrándole su amor. La viña es cosa del Padre, porque es la comunidad que él ha fundado.

“Todo sarmiento que en mí no produce fruto, lo corta” (2a). Empieza Jesús con una advertencia severa, que define ya la misión de esta comunidad. Él no ha creado un cenáculo cerrado ni un ghetto, sino una comunidad en expansión: todo miembro tiene un crecimiento que realizar y una misión que cumplir.

El fruto ha aparecido ya en 4.36: la cosecha de Samaria, con horizonte universal; y en 12.24 con el acercamiento de los griegos (12.20s) que provoca la declaración de Jesús: el fruto es el efecto de la muerte del grano de trigo, es decir, de la expresión del amor sin límite. El fruto es la realidad de hombres nuevos y mujeres nuevas por el dinamismo del Espíritu; a nivel de individuo y de comunidad (crecimiento) y a nivel de propagación, es decir, en intensidad y en extensión. Un sarmiento no produce fruto porque no responde a la vida que se le comunica. Jesús no excluye a nadie (6.37), pero el Padre sí. En la alegoría de la vid, la sentencia toma el aspecto de la poda. Pero esa sentencia solo refrenda la que el ser humano mismo se ha dado (cf 3.17-18; 5.22).

“Y a todo el que produce, lo va limpiando, para que dé más fruto” (2.b). Quien practica el amor, tiene que seguir un camino ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre hace, haciendo que el sarmiento/discípulo sea cada vez más auténtico, más libre, y su mayor capacidad de entrega aumenta su eficacia. El Espíritu es un dinamismo que no se detiene: fruto de amor en el discípulo, fruta de nueva humanidad.


La comunidad: condición para el fruto

“Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he comunicado”. Los discípulos están limpios, como había afirmado Jesús (13.10). Hay, por tanto, una limpieza inicial y otra de crecimiento. La primera se realiza al insertarse en la vid separándose del orden injusto, lo que requiere del discípulo la decisión de poner en práctica el mensaje de Jesús. La segunda, hecha por el Padre, mira a la fecundidad de esa inserción. Se expone la realidad de esta comunidad en el mundo, como sociedad nueva y alternativa que comienza con Jesús y que vale para toda época.

El término “limpio”, -en lenguaje religioso, “puro”- vincula este pasaje con las purificaciones mencionadas en la escena de Caná (2.6) y con las discusiones en el círculo de Juan Bautista (3.25) y con el lavado de los pies (13.10s). Las tinajas vacías de Caná eran una falsa promesa de purificación, y en aquella escena Jesús promete la purificación por el Espíritu (el vino nuevo). Los discípulos del Bautista interpretaban erróneamente el bautismo como purificación ritual, mientras que su significado era la ruptura con el orden injusto: esa ruptura es la condición para ser purificado, puesto que el pecado consiste en pertenecer a ese orden (8.23s). En referencia al lavado de los pies, no es el ser lavado lo que purifica, sino el lavar los pies a los demás; quien demuestra su amor, queda limpio.

“Quedaos conmigo, que yo me quedaré con vosotros”… (4). La unión con Jesús no es algo automático ni ritual; pide la decisión del hombre o de la mujer, y a la iniciativa del discípulo o discípula responde la fidelidad de Jesús. Su comunidad no tendrá verdadero amor al ser humano sin el amor a Jesús (14.15), y sin amor al ser humano no hay fruto posible.


El discípulo: fruto y esterilidad

La frase de Jesús recoge la pronunciada en 6.56: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él. Esta explica el significado de la unión con la vid: consiste en comer su carne y beber su sangre, es decir, es asimilarse a su vida y muerte, expresión de su amor. El texto alude a la eucaristía, explicada como el compromiso con Jesús que lleva al compromiso con los demás, y que supone la ruptura con el mundo injusto, hasta el desprecio de la vida (12.25). Quien renuncia a amar renuncia a vivir. La muerte en vida acaba en la muerte definitiva, opuesta a la vida definitiva del que se asimila a Jesús (6.54).


La fidelidad, condición para la alegría

Si permanecen unidos a mí, fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran… (7). Jesús responde a la adhesión de los suyos haciéndose solidario de su tarea, sin límite alguno. La condición para que Jesús se asocie de esta manera es que los discípulos y discípulas permanezcan unidos a él, con su persona y con su mensaje (mis enseñanzas). Cuando en la comunidad reina ese ambiente de unión con Jesús y entrega a la misión, puede pedir lo que quiera: la sintonía con él, creada por el compromiso a favor del ser humano, establece la colaboración activa de Jesús con los suyos. Pedir significa afirmar la comunión con Jesús y reconocer que la potencia de vida proviene de él.

“En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre”… (8). La gloria, que es el amor del Padre, se manifiesta en la actividad de los discípulos y discípulas, que siguen trabajando a favor del ser humano (5.18). Esta constatación lo pone en el contexto de las comunidades posteriores.


Síntesis

En medio de la sociedad comienza a existir la humanidad nueva. Su existencia no depende de una institución, sino de la participación de la vida de Jesús, de la comunicación de su Espíritu. Cada miembro está llamado a producir fruto. Con este término se expresa el compromiso del cristiano. Si Jesús ha dado a los suyos el mandamiento de un amor como el suyo, no por eso los cierra en sí mismos; son una comunidad en expansión. Jesús crea la alternativa al “mundo” opresor: la sociedad del amor mutuo, expresión de la vida y ambiente de la libertad, hacia la humanidad entera.

El compromiso cristiano no es algo externo y añadido, es el dinamismo de una experiencia que busca comunicarse. La unión con Jesús y el Espíritu que él infunde llevan necesariamente a la actividad. El fruto tiene un doble aspecto inseparable: el crecimiento personal y comunitario, realizado por el don de sí a los demás.

El Padre cuida de los miembros de su pueblo. Su labor en cada uno es la eliminación progresiva de todo factor de muerte para llevarlo a su autenticidad y a su plenitud, liberando así la capacidad de amar que da el Espíritu.

Identificado con Jesús y su mensaje, el grupo tiene su plena solidaridad y apoyo. El amor del Padre se manifiesta en el fruto que produce la comunidad; la actividad de ésta no es más que la prolongación del amor de Dios que ofrece vida al hombre para que salga de la situación de muerte en que se encuentra.

Juan Mateos y Juan Barreto, biblistas católicos españoles, en El Evangelio de Juan, Cristiandad, Madrid, 1982. Extractamos las “Síntesis” de ese comentario, pp. 657, 666.


Hechos 6.1-6; 8.26-40. Felipe, el diácono-evangelista.

En el relato de Hch aparece por primera vez un conflicto interno en la comunidad (entre Hebreos y Helenistas. Los helenistas son un grupo judeocristiano, de habla y cultura griega, residente en Jerusalén y posiblemente originarios de la diáspora. Pero además los helenistas –según Lucas– configuraban un grupo profético, crítico de la Ley y del Templo (léanse las acusaciones que se hacen contra Esteban y su discurso ante el Sanedrín).

Lucas presenta a Esteban lleno del Espíritu, discípulo fiel de Jesús, que muere como su Maestro (7.59-60). Los helenistas son también los únicos perseguidos el día de la gran persecución contra la iglesia de Jerusalén después del martirio de Esteban (8.2); son los mismos helenistas dispersados los que anuncian la Palabra por todas partes: Felipe a los samaritanos y al eunuco etíope (8.5-40) y otros del mismo grupo a los griegos (11.19-21).

En síntesis, para Lucas los helenistas son en ese momento la mejor expresión del movimiento de Jesús, como movimiento del Espíritu y movimiento misionero. El grupo de los hebreos, opuesto al de los helenistas, son judíos cristianos, de habla aramea y de cultura tradicional hebrea. Lucas los presenta en Hch como fieles observantes de la ley, centrados en la vida cúltica del templo. Los doce apóstoles son presentados como los líderes de este grupo, posteriormente conducidos por Santiago, el hermano de Jesús.

Uno de los Helenistas dispersados es Felipe. Los Hechos de Felipe los tenemos en 8.5-40 y en 21.8-9. En estos Hechos de Felipe hay dos momentos contrapuestos. El primero (8.5-25) nos narra la evangelización en la ciudad de Samaria, donde hace muchas señales y milagros y tiene mucho éxito. En la evangelización masiva y extraordinaria de Felipe todavía no había Espíritu Santo. Este llega solo con la visita de Pedro y Juan desde Jerusalén.

El gran triunfo de Felipe, que era Simón el mago, cree más en el poder del dinero y busca comprar el don del Espíritu. Es un rotundo fracaso para Felipe. Por eso Lucas nos narra el segundo momento de la evangelización de Felipe (8.26-40). Ahora no va al norte, sino al sur; no a una ciudad, sino al desierto; no a evangelizar multitudes, sino a una sola persona: el eunuco etíope. Felipe ya no hace señales y milagros, sino que se pone a caminar con el eunuco y a escuchar lo que iba leyendo.

Felipe anuncia la buena nueva de Jesús a partir del texto que el etíope iba leyendo. Felipe imita exactamente el método que utilizó Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24). Felipe actúa ahora conducido por el Espíritu (v 29) y después es arrebatado por el mismo Espíritu (v 39).


Reflexión pastoral sobre Hechos 6.1-6 y 8.26-40

  • En el relato de Hch el conflicto interno se hace público con el grito de protesta de las viudas de los Helenistas. Es el grito de los pobres lo que denuncia el problema de discriminación en la comunidad. La Iglesia tiende a marginar, y a veces a condenar a los grupos proféticos, con lo cual se apaga el Espíritu y se daña la misión de la Iglesia.
  • La elección de los siete Helenistas fue necesaria para asegurar la misión fuera de Jerusalén hacia los samaritanos y gentiles. El movimiento profético y misionero de los Helenistas impuso a la Iglesia de Jerusalén un cambio estructural profundo: la constitución del grupo de los siete junto al grupo de los Doce. ¿Cómo hoy el movimiento misionero y profético del Espíritu (hacia fuera) transforma las estructuras internas de la Iglesia jerárquica?
  • Una lectura profunda y atenta del relato de Lucas nos muestra que había mucho más que un problema práctico de falta de servidores de las mesas, sino un problema profundo de discriminación de los helenistas. Como vemos en el texto de Hch 6-15 los Helenistas lo que menos hacen es servir a las mesas; se dedican más bien al servicio de la Palabra. En todo caso, el texto nos muestra el carácter profético del compromiso con los pobres (la diakonía de las mesas) y su coherencia con la evangelización (diakonía de la Palabra).
  • En el relato de los Hechos de Felipe (8.5-40) tenemos un cambio profundo de estrategia pastoral. Comparemos 8.5-25 con 8.26-40. ¿Qué grupos siguen hoy una y otra estrategia pastoral? ¿Cuál es para Lucas la auténtica práctica pastoral conducida por el Espíritu? Comparemos Lc 24-13-35 con Hch 8.26-40 y reflexionemos sobre cómo este modelo puede inspirar la práctica de la Iglesia hoy.
Pablo Richard, sacerdote católico chileno, n. 1939, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2003. Resumen de GB.
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