Recursos para la predicación

18 Mar 2021
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Recursos para la predicación 03 AbrilAbr 2021

Morado


Evangelio de Juan 19.38-42

19.38 - El cuerpo quitado de la cruz

Nada se dice sobre la posición social de José ni sobre su filiación religiosa; se menciona solamente su origen, Arimatea. Era discípulo, había manifestado su adhesión a Jesús, pero no lo manifestaba públicamente por miedo a los dirigentes. No se atreve a pronunciarse por él desafiando a la institución judía. 

La situación de José de Arimatea es comparable a la de los discípulos en 20.19: con las puertas atrancadas por miedo a los dirigentes judíos. El discípulo clandestino representa una postura ante el poder religioso institucionalizado, que caracterizará también a los demás mientras Jesús no se les manifieste: en este momento todos son clandestinos. La actitud de José refleja, por tanto, la de la entera comunidad después de la muerte de Jesús; es una figura representativa. 

“Los Judíos” habían pedido a Pilato que quitasen los cuerpos de la cruz (19.31); pero no son los soldados los que los quitan, sino un discípulo que los representa a todos. José pide a Pilato el cuerpo de Jesús. Jn, que se ha esforzado por hacer recaer sobre la institución de “los Judíos” la mayor responsabilidad en la condena y muerte, muestra ahora que mientras el odio de ésta continua siendo una amenaza para la comunidad, Pilato mismo no es causa de temor. 

José quiere rendir a Jesús los últimos honores. Todo ha terminado con una condena injusta y quiere mostrar su solidaridad con el ajusticiado. 

19.39-40 – La sepultura a la manera judía

Jn no llama a Nicodemo discípulo. Era, por el contrario, fariseo y jefe entre los Judíos (3.1). Había esperado que Jesús fuese el Mesías-maestro y realizase la restauración promoviendo la rigurosa observancia de la Ley (3.2), pero su propia fidelidad a ésta le impidió captar el mensaje de Jesús. Jn recuerda su primera visita de noche; conociendo que “la noche” significa el espacio de donde Jesús, la luz, está ausente (cf 9.4s), alude Jn con este detalle a la resistencia de Nicodemo a admitir el mensaje de Jesús (3.4,9,12). 

Siendo, sin embargo hombre de la Ley, escrupuloso de su observancia, considera injusto el modo de proceder de sus compañeros fariseos y salió en defensa de Jesús en nombre de la misma Ley (7.50-51). También él considera una injusticia el acuerdo del Consejo de matarlo sin haberlo escuchado (11.53)y quiere protestar honrando su sepultura. 

Los aromas son símbolo de vida. Con la enorme cantidad que lleva, se propone Nicodemo eliminar el hedor de la muerte (cf 11.39), que da por descontado. Para él, Jesús ha terminado para siempre, pero quiere perpetuar su memoria.  

Esta clase de aromas, mirra y áloe, no se empleaban para la sepultura por el contrario, se usaban para perfumar la alcoba (Prov 7.17) y a ellos olían los vestidos de rey esposo (Sal 45.9). se mencionan con frecuencia en el Cantar, en claro contexto nupcial (4.14:con árboles de incienso, mirra y áloe, con  los mejores bálsamos y aromas; cf 3.6, de la litera del esposo; 4.6; 5.1, 13).  

Las exequias que hacen a Jesús tienen un doble sentido. Mientras ellos piensan rendir el último homenaje a un muerto y, con los perfumes que utilizan, pretenden inútilmente vencer la realidad de la muerte, de hecho están preparando el cuerpo del esposo para la boa; los aromas tienen, como se ha visto, un marcado carácter nupcial. 

Quieren perpetuar la memoria de Jesús, como homenaje al injustamente condenado, pero lo consideran muerto para siempre. Así lo muestra el verbo lo ataron, que sugiere la privación de la libertad. Atan a Jesús, como habían hecho los que fueron a detenerlo (18.12). Hacen con él como otros habían hecho con Lázaro, que apareció atado de pies y manos. Jesús dio la orden de desatarlo, porque la muerte no tiene poder sobre el discípulo (11.44). José y Nicodemo sepultan a Jesús pensando que está prisionero de ella. 

Síntesis

En contraposición con el testigo que vio en Jesús muerto la fuente de la vida, el discípulo clandestino y el fariseo no ven en él sino al héroe injustamente condenado, al que rinden los últimos honores. 

Se muestra aquí una cuestión  crucial para el cristiano: la autenticidad de su fe se mide por su actitud ante la muerte. Mientras ésta le aparezca como una derrota, el discípulo estará paralizado por el miedo a la violencia del poder; su falta de libertad le impedirá dar testimonio. En nada se diferencia del que nunca ha sido discípulo. Jesús en la cruz no es para él un salvador, sino una víctima. Puede ser un ejemplo que queda en el pasado, pero no una fuente presente y permanente de fuerza y de vida. 

Juan Mateos y Juan Barreto, biblistas católicos españoles, El Evangelio de Juan, Edic. Cristiandad, Madrid, 1979. Resumen de GBH.


Libro de las Lamentaciones 3.1-3, 21-24

La situación histórica del libro de las Lamentaciones

El marco histórico de las Lamentaciones es la caída de Jerusalén ya la consiguiente destrucción de la ciudad y la deportación de una parte de su población y la triste condición de los que habían quedado en el país. La caída del reino de Judá se describe e 2 Re 25.1-12 y en Jer 52.3b-16. Jerusalén fue sitiada por el ejército de Babilonia el noveno año del reinado de Sedecías, el día décimo del séptimo mes, y la ciudad estuvo bajo el asedio hasta el año undécimo del mismo rey (587-585 aC). Se supone que el asedio no tuvo la misma intensidad durante todo el tiempo de su duración. 

Pero en el cuarto mes, el día nueve del mes, mientras apretaba el hambre en la ciudad y no había pan para la gente del país, se abrió una brecha en los muros de la ciudad (2 Re 25.1-4). El rey Sedecías, con la guardia real y algunos de sus partidarios, huyó torrente abajo en dirección al mar Muerto, pero fue apresado y llevado a la presencia de Nabucodonosor, que había instalado su cuartel general en Ribla, junto al río Orontes. 

El destino de Sedecías en Ribla fue de una espantosa crueldad. En su presencia degollaron a sus hijos, y a él le arrancaron los ojos y lo deportaron a Babilonia, cargado de cadenas. La razón de un trato tan despiadado fue la obstinación con que él se opuso al dominio de Babilonia, después de haber sido entronizado, nuevo años antes, por el mismo Nabucodonosor. 

Jerusalén había sufrido graves daños, pero algunos defensores aún permanecían en la ciudad, hambrientos y atemorizados. Un mes después llego Nebuzardán, el general de la guardia real, con la misión de destruir por completo la ciudad y desalojar de ella a todos sus habitantes. Entonces comenzó la ardua tarea de destruir la sólida muralla, cosa nada fácil, como lo muestran aún hoy algunos restos no del todo destruidos. El Templo fue presa de las llamas, y algunos objetos valiosos, como los utensilios sagrados, las columnas de bronce puestas a la entrada del santuario y el llamado “mar de bronce” (la gran pila destinada a las abluciones), fueron llevadas a Babilonia. Se incendiaron todas las casas y una dolorida caravana de cautivos se puso en camino hacia la capital del imperio. En la comitiva iban sacerdotes, dignatarios de palacio y jefes militares, mientras que la gente más pobre abandonó la ciudad y fue a refugiarse en las aldeas de Judea, para cultivar las viñas y los campos (2 Re 25.12). 

Tercera Lamentación

Este poema puede considerarse como el centro del libro, ya que el poeta reflexiona largamente sobre el verdadero significado del sufrimiento. El discurso está puesto en labios de un hombre que ve la humillación (v 1). El paso del singular al plural (cf vs 40-48), y la presencia de esta figura masculina en contraposición con las voces femeninas oídas hasta ahora, permite suponer que este hombre se expresa en representación de todo el pueblo.  

La descripción inicial de los duros padecimientos (3.1-18) llega incluso a decir: Por más que grite y pida auxilio, (el Señor) cierra el paso a mi plegaria (v 8), y concluye con la siguiente declaración: Se han agotado mi fuerza y la esperanza que venía del Señor (v 18). 

Sin embargo, la esperanza no está del todo perdida, porque la misericordia del Señor no se extingue ni se agota su compasión, sino que se renuevan cada mañana (vs 22-23). Él no rechaza para siempre, no niega su perdón, ni aflige de corazón (v 33). Por eso es bueno cargar pacientemente con el yugo y esperar en silencio la salvación, aunque es indudable que ha sido el Señor quien infligió a su pueblo los sufrimientos presentes, ya que de la palabra del Altísimo salen los bienes y los males (v 38; cf Sal 33.9; Am 3.6). 

Por lo tanto, de nada vale lamentarse de la fatalidad o de la mala suerte (cf 1 Sam 6.9), o atribuir los males a la fuerza del adversario. En realidad, la verdadera causa de tantas calamidades no puede ser otra que los pecados del pueblo, porque el Señor no aflige de buena gana, y, si aflige, también se compadece por su gran misericordia (vs 32-33). 

Llama la atención que el libro de las Lamentaciones no especifique qué pecados ha cometido Israel. No se mencionan la idolatría ni otros pecados severamente denunciados por los profetas, como la injusticia social, la opresión de los pobres y el lujo desmedido (cf Am 2.6-16; 4.1-3; Jr 22.13-19). Solo en 4.13 se dice expresamente que esto sucedió por los pecados de sus profetas y por las iniquidades de sus sacerdotes, que derramaron en medio de ella la sangre de los justos. 

Luego el poeta saca las conclusiones de sus reflexiones anteriores: ¡Examinemos a fondo nuestra conducta y volvamos al Señor! (v 40), confesemos que hemos sido infieles y rebeldes (vs 40,42) y reconozcamos con franqueza que con nuestra conducta hemos provocado la indignación del Señor y los castigos consiguientes. 

En resumen, si la ruina de Israel ha sido provocada por sus propios pecados, el castigo era merecido y no arbitrario. A partir de esta convicción surge un atisbo de esperanza: el arrepentimiento y la sumisión a la voluntad divina podían atraer la misericordia de Dios y poner fin a tantas calamidades. Sin arrepentimiento no queda lugar para la restauración. Por eso, casi al final de la Lamentación, el poeta declara: Entonces invoqué el Nombre del Señor… tú te acercaste el día que te invoqué y dijiste: “No temas” (vs 55,57). Y la respuesta más plena a esta humilde invocación se encuentra en el poema que sigue a continuación: Tu iniquidad se ha borrado, hija de Sión: ¡él no volverá a desterrarte! (4.22; cf Is 40.1-2). 

Armando Levoratti, biblista católico argentino, 1933-2016, em Lamentaciones, Coordinador del Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2007. 


Consideraciones generales sobre la 1ª Carta de Pedro

Esta carta, dirigida a comunidades cristianas del Asia Menor, a pesar de que debe no poco a cierta inspiración paulina (pensemos en el carácter central de la resurrección de Cristo mediante el bautismo, etc.), atribuida a Pedro, tiene algunos puntos característicos que la hacen especialmente significativa: 

Una comunidad “en sufrimiento”

Se alude repetidas veces a una situación de hostilidad, incluso persecución, contra las personas que componen la comunidad destinataria de la carta. Se puede especular, incluso, de persecuciones oficiales contra creyentes en el cristianismo, como la de Domiciano o quizás también la de Trajano; si esto fuera así, automáticamente la fecha de redacción del texto nos lleva a una fecha posterior a Pedro. Pero probablemente la situación de sufrimiento puede tratarse de algo “menos grave” pero que, con todo, era una situación que generaba desánimo y llevaba a la huida (diáspora). 

El sacerdocio del “nuevo pueblo de Dios” 

Aunque este tema se recoge también en el Apocalipsis (2.6; 5.10; 20.6), en realidad constituye una novedad en todo el Nuevo Testamento o, de todas formas, representa el vértice más alto de este tipo de reflexión. Según el texto, quienes creyeron han de adherirse virtualmente por medio de la fe y del bautismo y, han de unirse entre sí mediante el vínculo del amor: el concepto de iglesia como comunidad de amor y de fe aparece con claridad. 

El “culto-celebración” en la cristiandad

El nuevo sacerdocio tiene como novedad que su espacio celebrativo (litúrgico) tiene expresión concreta en toda la vida de la persona que cree, así como en la vida de la comunidad, es decir, de su cualidad de consagrarse a Dios a partir del bautismo: el matrimonio, la familia, el trabajo, la profesión, la cultura, el arte, la ciencia, la política, la economía, la comunicación, el servicio. El nuevo pueblo de Dios no debía, pues, estar ligado a barreras de raza o cultura, sino que, abierto a todas las naciones de la tierra: mediante la fe en Cristo como Señor y mediante el bautismo las personas pueden formar parte de este nuevo pueblo sacerdotal, que con la vida y el testimonio de cada día tiene que celebrar las maravillas de su Señor. El ministerio sacerdotal ha pasado ya a cada uno de los actos de la vida y no está encerrado en ningún aislado gesto ritual. 

Testimonio de racionalidad de la esperanza 

En la 1 Pedro ¿no estamos frente a una especie de victimización o, ante una forma mística del sufrimiento que no coincide del todo con la actitud mansa, pero también agresiva, con que Cristo se enfrentó a sus adversarios y con su mismo destino de muerte? En realidad, el autor mismo resuelve esta dificultad exhortando a quienes leen a ser testigos “convencidos” de su fe, evitando las confrontaciones agrias y la lucha empecinada. Se trata de una invitación al sentido común sin victimización ni voluntad de martirio a toda costa por parte del o la creyente. No es casualidad que en 1 Pe 3.13-17 aparezca el término logos cuando habla de dar razón de su esperanza que sirve para indicar la racionalidad, sensatez, la coherencia tanto teórica como práctica de la fe y de la esperanza cristiana que ayuda a superar los prejuicios y las sospechas. 

El propósito de esta carta es, pues, consolar a los y las oprimidos y edificarles. El texto pretende fortalecer la fe, renovar la esperanza y motivar a quien lee para perseverar en la fidelidad a Cristo y animar a la paciencia. 

Acá se completa un cuadro tradicional de la cristiandad que coloca títulos a los “caudillos” apostólicos: “Pablo apóstol de la fe”, “Juan apóstol del amor” y “Pedro apóstol de la esperanza”.

Dan González Ortega, pastor y teólogo presbiteriano mexicano, en Estudios Exegético-Homiléticos, ISEDET, Buenos Aires.


Primera Carta de Pedro 4.1-2, 6-11 

La pasión de Cristo, origen de la nueva mentalidad cristiana: 4.1-6

Este párrafo comienza con el tema de la pasión de Cristo: Así pues, dado que Cristo sufrió. Esta es la primera consideración en cuanto a las motivaciones con vistas a la adquisición de la auténtica mentalidad cristiana. Es un vs estrechamente vinculado a 1 Ped 3.18, y ya presente en 1.13, retomando la imagen de la lucha frente a los deseos humanos vigentes entre los paganos (1 Ped 2.11). 

Los cristianos deben armarse de esa misma mentalidad (gr ennoian) para vivir según la voluntad de Dios. Esta nueva mentalidad es posible en los creyentes gracias a la eficacia de la acción de Cristo. Precisamente porque su entrega ha acabado definitivamente con el pecado y ha transformado decisivamente el proceso de muerte en proceso de vida, es posible para los seres humanos vivir conforme a la voluntad de Dios, haciendo siempre el bien (1 Ped 3.17; 4.19). 

En 1 Ped 4.2 se presenta la contraposición entre dos formas de vida: una según los deseos humanos y otra según Dios. Los deseos humanos se presentan aquí como contrarios a la voluntad de Dios, en relación con la aspiraciones propias de la época de la ignorancia (1.14) y con el plan de vida pagano que engloba la serie de vicios descritos a continuación. Los creyentes, sin embargo, saben que han sido liberados de la conducta sin sentido gracias a la sangre de Cristo, por medio de su entrega. 

El segundo elemento de la oposición, la voluntad de Dios, implica romper con las conductas típicas y habituales de los gentiles, pero la propuesta de vida cristiana desborda esos planteamientos de la vida común, por muy arraigados que estén la sociedad pagana. Así, la carta no enumera tampoco un catálogo de virtudes que, aun siendo algo positivo, también quedaría desbordado como criterio moral por la exigencia de vivir conforma a la voluntad de Dios. Esta requiere algo más profundo y radical: la asunción del sentido de la entrega de Cristo en su doble dimensión de kerigma salvífico y de fundamento de la ética cristiana.  

Pero la última palabra en esta confrontación de estilos de vida la tiene aquel que está dispuesto para juzgar a vivos y muertos (vs 5). Esta fórmula, recogida posteriormente en el credo apóstólico, manifiesta la función judicial soberana de Cristo. El verbo evangelizar está en tiempo aoristo, indicando un hecho del pasado que constata que, a los que ahora ya están muertos, cuando estaban vivos se les anunció el evangelio. 

La glorificación de Dios mediante el amor y los demás carismas: 4.7-11

Con la proclamación del fin de todas las cosas comienza esta segundo sección conclusiva que centra su atención en aspectos que afectan más a la vida en el interior de la comunidad cristiana, y por ello destaca la oración, la acogida, la hospitalidad, el amor y el servicio como respuesta la múltiple gracia de Dios expresados en los diversos carismas de la comunidad. Y todo ello refleja una cierta estabilidad en el proceso de consolidación organizativa de la fraternidad eclesial, aunque sin una estructura organizativa jerárquica de ministerios y oficios. 

El amor (gr ágape) queda de relieve como nota esencial de la conducta cristiana en el vs. 8. Antes, el autor ya había exhortado a vivir en el amor (1.22; 2.17), pero ahora lo hace con más fuerza: “Ante todo mantened un amor intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados”. Existe un paralelismo interesante entre 1 Ped 4.1c y 4.8b, pues las dos tratan de la victoria sobre el pecado: en 4.1 es Cristo quien con su entrega ha terminado con el pecado, en 4.8b es el amor el que quita multitud de pecados. Según este paralelismo, podemos entender la entrega de Cristo como expresión concreta de su amor, y el amor como posibilidad concreta de imitar y seguir a Jesucristo en su acción liberadora. 

La práctica de la hospitalidad en el interior de la comunidad cristiana se convierte en uno de los modos concretos de mostrar el amor hacia los demás, con una atención especial hacia quienes no tienen techo ni hogar. Ello permite, en primer lugar, ser conscientes de la situación social en que se encuentra la mayoría de los cristianos de Asia Menor y, en segundo lugar, propone un modo de vida alternativo que, desde la recepción mutua y la hospitalidad, posibilita la construcción de un nuevo hogar y de una nueva casa en este mundo. 

La doxología centra su atención en Dios mientras que Jesucristo aparece de nuevo como mediador. Al término gloria, propio de toda doxología, esta carta añade el de poder, un término ausente en las doxologías paulinas, pero presente también en la otra doxología de esta carta (5.11). 

José Cervantes Gabarrón, teólogo y biblista español-boliviano, católico y ecuménico, n 1957, en Primera carta de Pedro, Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2003.
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