La violencia desafía a la Iglesia
Mientras pienso cómo empezar a escribir sobre el acompañamiento pastoral a víctimas de violencia de género, la radio sigue anunciando víctimas. Buscando en las noticias por internet, aparecen más casos. Sabemos que los que llegan a la prensa son sólo una parte de los que ocurren diariamente. Sabemos que sólo se hacen públicos cuando se llega o se está cerca de la muerte. Sabemos que la violencia comenzó antes y se presenta en muchas formas. Sabemos, sabemos, la pregunta ahora es ¿qué hacemos?
Pienso en dos líneas que pueden ayudar: La primera es conocer el tema. Según los especialistas, “la violencia de género se basa en una dinámica que mantiene atrapadas psicológicamente a las mujeres maltratadas al despojarlas de su seguridad, autonomía y confianza. (…) La violencia de género suele manifestarse en primer lugar con agresiones verbales (maltrato psíquico) en sus formas más encubiertas; humillaciones, descalificaciones, insultos, pasando a las agresiones físicas (maltrato físico) con empujones, bofetones y en casos extremos, palizas, violaciones, e incluso la muerte”.1
La Ley 26.485, sancionada el 11 de marzo del 2009, especifica en su artículo quinto las diferentes formas en las que puede aparecer esta violencia. Éstas son violencia doméstica, institucional, laboral, contra la libertad reproductiva, obstétrica y mediática.
Las mujeres que sufren violencia de género en sus trabajos o en lugares públicos, suelen compartirlo en la comunidad sin problema. Sin embargo, una de las formas más difíciles de abordar es la violencia doméstica, la familiar. Nos preguntamos si nos “es lícito” meternos en lo íntimo de cada pareja. Cuántas veces la frase “esa familia es así y siempre lo fueron” nos sirve de coraza para no meternos. Una mujer que es víctima de violencia de género puede ser consciente de serlo o bien, considerar que la situación “debe ser así” (y lamentablemente hay teologías que siguen avalando esta postura). En el primer caso, podemos estimular a salir de la situación. En nuestro país se han creado comisarías para la mujer, centros de asistencia a víctimas y lugares similares. No todos funcionan de la misma forma, algunas mejor, otras no tanto. Como Iglesias debemos mantener actualizado un listado de lugares a donde puedan acercarse mujeres víctimas de violencia de género. Explicar la importancia de la denuncia inmediata frente al golpe, a la violencia física. Explicar a su vez, que hay violencias sin golpes físicos y que también hay lugares y personas que trabajan luchando contra esa violencia que llega en forma verbal, laboral, gestual, etc.
El segundo caso es más difícil. ¿Cómo darse cuenta que una mujer está sufriendo violencia si no tiene “marcas evidentes” de su dolor? También para estos casos hay lugares y personas que nos pueden ayudar, definiendo pautas que son signos de que hay gente violentada. La voluntad de la mujer se va conformando para evitar conflictos. Así, la tristeza se apodera de ella, le falta vitalidad, alegría, hasta el punto de pensar que es su destino y que no puede hacer nada; incluso, es posible que considere que se lo merece por algo que haya hecho. Toda su vida gira en torno a su marido.2 El desafío en estos casos es que la mujer entienda que es importante, que ella tiene valor más allá de su pareja.
Como Iglesias, debemos acompañar a la persona que sufre violencia, pero también debemos trabajar contra la violencia de género como flagelo en sí mismo. No podemos quedarnos solo en atender a las víctimas, necesariamente debemos luchar contra este mal. Debemos revisar las dinámicas que llevamos adelante dentro de nuestras familias (qué lenguaje usamos, qué diferencias hacemos), dentro de nuestros lugares de trabajo, de nuestros barrios y de nuestras propias iglesias. Junto a esto, como metodistas, sabemos que Dios nos llama a trabajar con otros, por ende, entendemos que lo mejor es luchar contra la violencia de género junto a las organizaciones que lo están haciendo desde hace tiempo.
La violencia de género va en contra no sólo de la vida de personas individuales (lo cual ya es sumamente grave), sino en contra del plan de Dios. Lejos de intentar hacer un estudio profundo de este tema en pocas líneas, como cristianos, no podemos dejar de recordar que cuando Dios creó a la mujer y al varón, los hizo iguales y a los dos les encargó la responsabilidad de administrar y gobernar la tierra (Gn 1:27-30).
Cada persona es creación única del Señor y debe ser respetada. El respeto a la dignidad del otro, de la otra, es respeto a la dignidad de Dios. Respetar al otro, a la otra, implica trabajar y luchar por su vida; vivir con violencia no es vida plena. Trabajemos por vida plena, luchando contra toda violencia, en todas las formas que se presente.
1 http://www.lanacion.com.ar/1798353-como-detectar-casos-de-violencia-de-genero-y-que-hacer
2 http://www.lupaprotestante.com/blog/violencia-de-genero-mujeres-maltratadas-una-perspectiva-psicologica/
Pastora Silvina Cardoso
Pastora de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina en Villa Sarmiento (Ramos Mejía, Prov. De Buenos Aires) y Superintendente del Distrito Oeste Buenos Aires. Es Bachiller en Teología (ISEDET) y Técnica Superior en Psicología Social (Escuela de Psicología Social del Sur).
El Estandarte Evangélico
Mujer y plenitud
PRIMER TRIMESTRE 2017
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