Iglesia Metodista: ¿Institución para la misión o misión para la institución?
Los desafíos para el metodismo en América Latina
en tiempos de neoliberalismo
Iglesia Metodista:
¿Institución para la misión o misión para la institución?
La Iglesia Metodista se inició como un movimiento basado en una incipiente red de sociedades locales con la misión de proclamar el mensaje de Jesucristo para todos, con un compromiso espiritual y social que desafiaba la transformación personal y la realidad social de su tiempo.
Desde sus orígenes la conexión personal y con el entorno social era algo fundamental en todo el movimiento metodista. Conexión que implicaba apoyo y crecimiento mutuo en el ministerio. Esto y a través del tiempo fue el fundamento que constituyó una de las denominaciones más grandes y muy bien organizada en sus amplias y diversas conexiones. Esta organización y estructura se entendió como soporte que permitía expandir la misión en todo el mundo.
Las iglesias metodistas en nuestro continente latinoamericano son herederas de la misión de la Iglesia Metodista Episcopal que luego formó parte de la actual Iglesia Metodista Unida.
Los procesos de autonomía no significaron desconexión de la familia metodista, pero si un mayor compromiso en el ámbito local y al final de los años’ 60 y principios de los ´70 se produjo y afirmó este cambio misionero en el metodismo latinoamericano, por ello se genera la organización de CIEMAL (Consejo de Iglesias Evangélicas Metodistas de América Latina y el Caribe) como un espacio de conexión y sentido a nuestra misión evangélica.
La autonomía quiso afirmar nuestro compromiso de vivir y proclamar el evangelio del Reino de Dios en un contexto cultural y social diferente en el cual éramos desafiados a dar un testimonio cristiano.
La autonomía nos enfrentó a una realidad donde el autosostenimiento se presentó como un camino difícil a recorrer tomando en cuenta los procesos socioeconómicos muy ambivalentes en nuestros países latinoamericanos.
Heredamos una estructura organizativa con sus virtudes y defectos. Lo organizacional siempre tuvo un peso importante para nuestras iglesias porque tuvo que ver con nuestro nuevo modo de ser iglesia conexional.
La presencia institucional se concretó en la construcción de templos y otros edificios en las grandes ciudades y en lugares que se consideraban estratégicos y muchas veces la autonomía demostró que no se podían sostener o la misión con las personas pasaron por otros espacios que no eran los templos pero que fueron un símbolo de iglesia reconocida y establecida.
Comparto los fines de la organización de CIEMAL escritos en su reglamento que refleja los sueños de ser iglesias autónomas.
- Participar de la Misión de Dios dando testimonio solidario en la proclamación, educación y servicio a través de las iglesias miembros, a los pueblos latinoamericanos y caribeños, dando prioridad a los pobres y excluidos.
- Estimular el proceso de mantener y perfeccionar la unidad de la Iglesia.
- Mantener y proclamar la conexionalidad metodista entre sus miembros, cultivando la fraternidad y el apoyo mutuo.
- Desarrollar las relaciones de cooperación con el metodismo mundial y el movimiento ecuménico.
- Estimular y promover la conciencia y la práctica bíblica teológica en el contexto latinoamericano y caribeño.
- Asegurar un permanente análisis y evaluación de la realidad política, económica y religiosa de cada país y de cada iglesia miembro a nivel continental.
- Desarrollar diferentes programas a través de estudios, consultas, seminarios, oficinas y otros que favorezcan el cumplimiento de la misión.
La autonomía tuvo sus costos para cada iglesia nacional porque significó hacerse cargo de una estructura que mostró dificultades para ser sostenida no sólo económicamente sino también en el liderazgo para el ministerio.
Así se fue caminando y haciendo lo que se pudo, a veces con grandes aciertos y errores también. En más de una oportunidad no se vio la autonomía como un logro, especialmente cuando los recursos y dones eran limitados. A veces la organización pesa en muchas oportunidades cuando se asocia congregación a un edificio con una estructura determinada.
Todo lo expresado llevó a la disyuntiva de pensar en la misión de la gran parroquia que es siempre una invitación a mirar la comunidad circundante, nuestros alrededores o sostener una organización en un modo determinado: costó recuperar el sentido de un movimiento espiritual y social.
Hoy el metodismo unido del cual reconocemos nuestros orígenes se debate en posibles fracturas que no solo afecta a la Iglesia en Estados Unidos sino en todo el mundo por el modo de relacionarnos. Fracturas que se relacionan con visiones de nuestra acción pastoral a partir de ciertas interpretaciones bíblicas y teológicas.
El ser iglesia autónoma nos permite un ejercicio de ser diferentes y creativos, tomar nuestra propia decisión misionera construyendo nuevas y viejas redes de contención y crecimiento. Necesitamos reconvertirnos en función de la misión y no solamente de durar un tiempo más en la vida institucional.
Creo que la autonomía a lo largo de nuestra historia metodista en nuestro continente tiene un saldo positivo que tenemos que refrescar en estos tiempos de búsqueda de caminos de unidad no solo con la familia metodista sino con el cuerpo de Cristo como concepto más amplio y ecuménico. Es un constante desafío recuperar un concepto de evangelización comunitaria y conexional en la sociedad que nos toca dar testimonio. Una evangelización comunitaria que genere congregaciones de fe solidarias que buscan el Reino de Dios y su justicia recordando que lo conexional no es aislarnos si no conectarnos, de ahí viene una actitud ecuménica en la búsqueda de justicia y paz para todos. No reconocer lo ecuménico solamente como algo celebrativo y eventual ligado a lo jerárquico institucional, sino apropiar la esencia de lo ecuménico que es tejer redes para la misión transformadora del mundo.
Necesitamos recordar que la iglesia es sólo un instrumento para la misión de Dios. Nunca puede ser una carga sino una herramienta que facilita y agiliza la misión de Dios en el mundo.
Comparto algunas líneas para repensar la vida de nuestras congregaciones locales recordando dos conceptos que aparecen en los escritos anteriores sobre la necesidad de repensar la misión desde los márgenes de la sociedad y un evangelio encarnado en la realidad como lo hizo Jesús.
- Ser congregaciones amorosas, contenedoras, inclusivas y sanadoras.
- Ser congregaciones que hacen nuevos discípulos y discípulas.
- Ser congregaciones abiertas a los cambios y movimientos que se producen en la gran parroquia donde estamos insertos.
- Ser congregaciones proféticas, que se sumen con otros espacios sociales a la búsqueda de una sociedad más justa e igualitaria
Frank de Nully Brown para CMEW