Amar y servir en tiempos revueltos
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas… Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Marcos 12: 30-31
Querida hermana, querido hermano,
Inicio esta carta con las palabras de John Wesley, fundador del metodismo, que enmarcan el desafío que propongo en el título de la carta:
“No podemos amar al hombre, si primero no amamos a Dios; no podemos amar a Dios, si no comprendemos que él ya nos amó a nosotros”.
Cuando aceptamos el desafío de seguir a Jesús y sus caminos estamos dispuestos y dispuestas a entregar la vida por la causa del Reino de Dios y su justicia. La fe sin obras de amor y servicio es fe muerta. Cuando vimos que a alguien le faltaba la ropa o el pan de cada día, tu respuesta seguramente fue con acciones amorosas y de servicio.
Pero cuando no tuvimos la capacidad de ver en la ausencia de ese pan-salud-casa-trabajo una cuestión de justicia social, se repetirán cíclicamente estas carencias, ya que la desigualdad social es fruto de una estructura social de pecado.
En nuestra América Latina y Caribeña tenemos que comprometernos en el trabajo por un mundo más humano y justo, sin dejar atrás las acciones amorosas de servicio.
El amor se orienta siempre por el otro y la otra. Es una aventura de peregrinación como la de Abraham, que deja su propia realidad conocida y confortable, para ir al encuentro de la otredad diversa y establecer una relación de alianza, amistad y amor con el Dios de la vida.
La comunidad cristiana y metodista no puede quedarse encerrada en sí misma. Las necesidades de la “gran parroquia” tocan a tu puerta y a mi puerta. Y por eso quedamos atentos y atentas para servir y ofrecer nuestra comensalidad abierta e inclusiva en compromiso coherente con el Reino, afirmando que Jesús es el Señor, frente a todo proyecto de muerte o empobrecimiento de la vida.
Somos llamados y llamadas a evangelizar no a título personal, sino en nombre de la comunidad de Jesús. Comunitariamente, asumimos la llamada profética para anunciar la Buena Nueva de Liberación, compartiendo la vida y la esperanza. Eso sí, sin olvidarnos de denunciar con valentía y en libertad el pecado del mundo, que impide el desarrollo de la justicia, la vida plena y abundante que trajo Jesús.
Necesitamos testimonios confiables, sólidos, frente a las meras fachadas o los perfiles falsos pour la galerie. Necesitamos proyectos que inspiren confianza ante los atajos de vidas fáciles, ficticias y acomodadas. Necesitamos una humanidad que no sueñe con la destrucción del mundo, sino con la construcción del mundo de las mariposas, mirlos y zorzales, portadores y portadoras de sueños.
Hermandad, te propongo que hagas tuya la oración de Thomas Merton:
«Desata mis manos y libra mi corazón de la pereza. Líbrame del ocio que se disfraza de actividad cuando la actividad no se me exige, y de la cobardía que hace lo que no se le pide para escapar al sacrificio… Y llena mi corazón entero y mi alma de la simplicidad del amor. Ocupa mi vida entera con el solo pensamiento y el solo deseo del amor, para que pueda amar, no por el mérito o la perfección, no por la virtud o la santidad, sino por Dios solo».
No somos ingenuos. No negamos que vivimos tiempos de incertidumbre e impotencia. Pero, gracias a Dios, también son tiempos de grandes generosidades y energías creativas, ante un mundo que gime por recuperar el sueño de Dios en la creación. Irrumpimos como comunidades proféticas de la comensalidad abierta, que sirven con generosidad las mesas circulares del pan fresco y vino nuevo, constituidas y habilitadas en el Dios Trino de la donación desbordante y el amor rebosante.
Hermandad, sentimos que Dios mismo nos empuja a buscar entre las cenizas del sufrimiento, la esperanza. Y experimentamos el asombroso poder del encuentro con Jesucristo, viviendo la alegría de todos los encuentros y todos los abrazos, anticipando el Reino del futuro de Dios, “porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los seres humanos, que es Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por muchos” (2 Tim. 2:5-6).
Hermana, hermano, no nos cansemos de amar y servir, orando como Jesús nos enseñó: “que venga tu Reino”. Y como dijimos en la carta de la Asamblea General a las congregaciones: “Justicia, alegría y paz por medio del Espíritu Santo”, en la tarea y en la espera del reino de Dios (Rom. 14:17).
Abrazo fraterno/sororal.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo