Un alegato contra algunas prácticas de la fe
Muchos grupos que hoy levantan las banderas de la fe “verdadera”, pretenden erigirse en refundadores del cristianismo, como si la larga historia de la Iglesia se redujera a la nada y comenzara el cristianismo con ellos.
El metodismo en su origen nunca tuvo tal pretensión, por el contrario, buscó en las raíces de la Escritura y la tradición de la Iglesia aquella esencia que mostrara la fe cristiana en su plenitud. Por ello, Wesley no se cansó en su estudio y crítica de la doctrina católica y también de la protestante.
En el Tomo VII de las Obras de Wesley en castellano, encontramos un breve tratado titulado: “A un protestante”. El texto discurre ante un imaginario interlocutor protestante, allí analiza y refuta los argumentos que presenta, presupuestos en la respuesta de Wesley. A continuación, tomamos los puntos principales que definen la línea argumental wesleyana, en la cual se puede observar, simultáneamente, cómo desmenuza los ejes centrales de la teología católica y la práctica protestante (encarnada en el imaginario destinatario) que, devino en un mimetismo con aquello que originariamente criticaba.
El escrito comienza señalando aquellos “errores” que el protestantismo detectó en el catolicismo. Estos son: los siete sacramentos, la transubstanciación, la comunión en una sola sustancia, el purgatorio (que lleva a orar por los muertos), la veneración de reliquias y las indulgencias papales.
Luego, concentra este listado en tres asuntos que ponen en riesgo la integridad de la fe cristiana: la doctrina del mérito, la oración a los santos junto a la adoración a la virgen y por último, la doctrina de la persecución. Wesley dice que estos tres errores dañan al cristianismo porque “lo hieren en la raíz y conducen a la desaparición de la única religión verdadera que existe en el mundo”.
Wesley afirma que el movimiento surgido en la Reforma montó su crítica sobre estos pilares. En las propias palabras del autor:
“Bien hicieron quienes nos precedieron en la fe en protestar contra todo esto, razón por la cual les llamaron ‘protestantes’.
Hasta aquí, Wesley realiza un planteo desde el estado de la cuestión. Sobre lo qué dice el catolicismo y cómo reaccionó el protestantismo. En este punto, el escrito se dirige a criticar la práctica protestante de su tiempo que, devino en transitar aquellos “errores” que denunciaba en la iglesia de los tiempos de la Reforma. La crítica a la práctica protestante se sostiene desde los tres grandes “errores” señalados: la doctrina del mérito, la forma idolátrica en la oración a los santos junto a la adoración a la virgen y la doctrina de la persecución.
Wesley reclama que una práctica de la fe que se sostiene en la realización de “tal o cual cosa”, se limita a evitar dañar a los demás, a realizar oraciones establecidas y a participar de los sacramentos, ha dejado la gracia de Cristo de lado. Parece que la fe depende de lo que se hace o no se hace y no del amor de Jesús. De este modo, el mérito personal opaca la gracia divina.
En cuanto a la idolatría criticada a la iglesia de Roma, Wesley confronta la práctica protestante de su tiempo y plantea una dura crítica a la acumulación desmesurada de las riquezas y el fanatismo monárquico que hace que la figura del rey ocupe el lugar de Dios. Conviene aquí transcribir las palabras de Wesley:
“Ellos colocan los ídolos en sus templos, tú los colocas en tu corazón. Sus ídolos sólo están recubiertos de oro y plata, tu ídolo es el oro puro. Ellos adoran la imagen de la Reina del Cielo, tú la imagen de la Reina o el Rey de Inglaterra. (…) No es mucho mejor quien adora el dinero en Londres que quien adora imágenes en Roma”.
El tercer argumento desde el cual Wesley critica la práctica protestante de su tiempo es la persecución. Si bien el tiempo sangriento de las guerras religiosas había concluido, el fanatismo y la descalificación continuaban siendo moneda corriente en Inglaterra.
El fundador del metodismo resume el cuadro:
“Porque nuestra Nación está plagada de protestantes que se han cargado de méritos y de idolatría, así como también de un fanatismo ciego y atroz que los hace partícipes del espíritu de persecución”.
Para refutar al fanatismo que lleva a la persecución, Wesley apela a su argumento central y constitutivo de la fe: el amor a Dios y el amor al prójimo, como un horizonte indivisible de la práctica cristiana de la fe. Mejor que contar o explicar el pensamiento wesleyano al respecto, es transcribir sus propias palabras:
“Si amas a Dios, también amarás a tu hermano; estarás dispuesto a dar tu vida por él y abandonarás por completo todo deseo de quitarle la vida o de lastimar ni un solo cabello de su cabeza. Luego dejarás su conciencia en libertad, ya no querrás obligarle a que adopte tus opiniones, así como él tampoco puede obligarte a que juzgues según sus criterios”
Siglos después, continúan vigentes las premisas wesleyanas expuestas en este tratado. Contra toda meritocracia, hemos de levantar la bandera de la gracia y sólo la gracia de Jesucristo que nos otorga la salvación y cuidarnos de toda idolatría, incluso la de las riquezas. Y el amor al prójimo, que expresa respeto a la diversidad y cuidado responsable de los demás; ha de expresarse, incluso, hacia aquellas personas que piensan muy distinto a nosotros.
El final del escrito de Wesley llamado “A un protestante” deberíamos leerlo más a menudo:
“El celo que se manifiesta como ira, aunque se oponga al pecado, es su servidor; el verdadero celo no es otra cosa que la llama del amor. Este debe ser tu auténtico celo como protestante: aborrecer todo tipo de persecución y hacer que tu corazón se encienda de amor hacia toda la humanidad: amigos y enemigos, vecinos y extranjeros; cristianos, paganos, judíos y turcos; católicos y herejes; ama a cada alma creada por Dios. Haz que así alumbre tu luz delante de los hombres, para que glorifiquen a tu Padre que está en los cielos.”
Claudio Pose para CMEW