Tiempo de Oración – Propuesta semanal para el 28 de marzo
Encuentro con Dios
Canto matutino
Espíritu de Dios
Espíritu de Dios, llena mi vida, Espíritu de Dios, llena mi ser,
Espíritu de Dios, nunca me dejes, yo quiero más y más de tu poder.
Espíritu de Dios que bautizaste a Pedro a María, Andrés y Juan,
derrama tu poder como aquel día, bautiza con tu fuego celestial.
Espíritu de Dios que descendiste allá en Jerusalén, ven otra vez.
Tu fuego alentador sature mi alma, en mí quiero sentir Pentecostés.
Oración de la mañana
Dios amado, quédate en esta mañana para compartir nuestro despertar, nuestro desayuno y proyectos del día. Ayúdanos a soñar, disfrutar y ver las maravillas de tu creación y derrama tu Espíritu sobre nosotros, sobre mí, sobre tu pueblo. Amén.
Lectura del día
Juan 12, 20-36
La hora y el signo (Mamerto Menapace)
Estaban acercándose a la fiesta de la Pascua: la Grande entre las fiestas. Y Jesús había resuelto decididamente ir a Jerusalén. Sabiendo que allí le esperaba la Cruz y la muerte.
Pero quería cumplir la voluntad del Tata. Para eso había venido al mundo. Y nada, ni nadie habría de apartarlo de esa misión. Sabía que se acercaba la Hora. Esa que habían anunciado los profetas desde antiguo. Y la que el Viejo Simeón le previniera a María en el templo cuando acudieron a Jerusalén por primera vez.
Y allí se encontraba con sus discípulos. Como si estuviera esperando un signo que le hiciera ver lo que El mismo deseaba ardientemente. Y el signo llegó. Aparentemente muy sencillo. Casi fuera de contexto.
Tal vez El mismo no conociera la Hora de una manera tan clara como nosotros nos la imaginamos hoy. No hubiera sido humano y Cristo lo era plenamente y sin trampas. Pero tenía una sensibilidad alertada en la atenta escucha de la voluntad del Tata. Intuía por los signos la llegada del momento. Lo mismo que el vegetal, cuando algo bulle por dentro en el silencio de su madera verde y el llamado de la primavera lo encuentra alerta.
Unos paganos, griegos, querían conocer a Jesús. Tal vez se sintieron medio descolgados en esa fiesta estrictamente judía. Como no pertenecientes al Pueblo de Dios, al menos por la sangre, les estaba prohibida la entrada al templo. Pero querían conocer a Jesús. No se animan a encararlo directamente.
Dos apóstoles harán de intermediarios: Felipe y Andrés, quienes fueron a decírselo al Señor.
Quizá en el secreto de sus noches de oración había presentido que su misión en la tierra terminaría con la glorificación cruenta de su muerte. Y que ello sería la apertura a todos los pueblos. La lámpara que había alumbrado solamente a Israel, al ser sepultada por las tinieblas, dejaría paso al Sol de justicia que alumbra a todas las naciones.
Ya se había encontrado premonitoriamente con los paganos. Allá en su infancia, como se lo contara su Madre, había sido visitado por los Magos, y los egipcios lo habían acogido como prófugo. Más tarde fueron el Centurión y la Cananea. Los samaritanos y los sidonios también lo habían encontrado y recibido. Pero en el fondo, todos estos sólo habían participado de las sobras desperdiciadas por los niños caprichosos de la mesa de Israel.
Ahora, en cambio, los paganos pedían verlo. Los pueblos que andaban en tinieblas buscaban la luz que viene de lo alto. Y Jesús se da cuenta de que ha llegado la hora en que la antorcha sea elevada y arda en plenitud, para que pueda atraer todo hacia Sí.
Es consciente de que ello significa morir. Y humanamente todo su ser rechaza el sufrimiento y la muerte. Quisiera esquivar esta hora, y hasta se siente tentado de suplicar al Padre para que la suprima, sabiendo que sería escuchado. Pero también sabe que ha venido justamente para esto. Ante el dilema, opta decididamente por la voluntad del Tata. Toda su voluntad propia se pone en tensión y en disponibilidad para que sea glorificado el nombre de su Tata que está en los cielos. Nuevamente el Padrenuestro le brota de los labios, lo mismo que en el silencio del cerro en sus noches soledosas. Pero aquí está entre los hombres y en el corazón de la ciudad donde mueren los profetas. No es lícito el silencio. Por eso grita:
– ¡Tata. Glorifica tu Nombre!
Y la Voz del Jordán y del Tabor vuelve a hacerse trueno. El -que- Es, está.
Yo – estaré no defraudó a Moisés ante una misión condenada humanamente al fracaso. Nuevamente el Tata se compromete a hacer del fracaso humano su camino de liberación.
Si el grano de trigo, entregado a la tierra no acepta morir, se queda solo.
Si se entrega, se hará trigal.
Crean en la Luz. Si la antorcha no se quema, se queda sola y a oscuras. Pero si se consume y arde, alumbra a todo hombre que llega a este mundo. Y atrae todo hacia sí.
Si leemos con detenimiento el evangelio, si nos paramos en cada palabra, en cada gesto, en cada signo, que hace Jesús estamos descubriendo el amor más sublime, el más altruista: Dios a través de su Hijo, nos lo hace saber. Dios es Amor.
Cuando el grano muere, crece, brota de nuevo la vida, pero si el grano se queda en su envoltura no dará vida.
Jesús lo repite en varias ocasiones. Si nos aferramos a nuestra vida, a nuestras ideas, de forma individualista, no habrá sentido en ella; el desafío es compartirla con amor, con entrega, y darla a todos, no solo a los que queremos de nuestro entorno: a TODOS, a TODAS.
Jesús, nuevamente nos desafía a vivir y trabajar en Justicia, Verdad, Paz, Equidad.
Palabras, acciones que no tienen que quedar en un mero sueño irrealizable, sino que tienen que hacerse carne, acción, pasión, el caminar de cada día. (V. B. M.)
Motivos de oración
- Nuestra Iglesia.
- Las actividades de Semana Santa.
- Que nuestras comunidades sean luz y vida en medio del desamparo, soledad y desamor.
- Quienes buscan trabajo.
- Nuestras actividades de educación, tanto en las congregaciones como en nuestras escuelas.
- Para ser testimonio del amor y entrega de Cristo Jesús.
- La sanidad de nuestros enfermos.
- La justicia, la equidad en la vida del pueblo: en los barrios, provincias, país…
¡Agregá tus motivos personales y los de tu comunidad de fe!
Oración Nocturna
En Jesús
En tus brazos sentimos el remanso de la noche,
en tus manos, sujetamos los sueños de los días,
en tus ojos, miramos el futuro de nuestra herencia,
en tu aliento sentimos fuerza, tenemos vida.
De tus pies seguimos las huellas que nos orientan,
tus palabras son canciones que vuelan al viento,
de tu lucha, compartimos la fe, el coraje, las ganas…
En tu Amor, Jesús, amamos, nos damos. ¡Somos tu pueblo!
Virginia B. Mínico
Canción
¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz.
las buenas nuevas, la paz, las buenas nuevas!
(Romanos:10-15)