Señor, sálvanos, que estamos muriendo
«Señor, sálvanos, que estamos muriendo»
Marcos 4:35-41
El mar, símbolo de las fuerzas caóticas, simboliza el peligro, la amenaza a la vida. En términos modernos, el tsunami que devora y destruye la tierra firme y la convivencia y el navegar humano. La fuerza caótica que amenaza con cubrirlo todo.
El mar no es sólo una amenaza para la tierra firme cuando nos inunda violentamente. Es amenaza también cuando intentamos cruzarlo en una pequeña nave como las antiguas. En el momento más inesperado se oscurece el cielo, estalla la tormenta, la nave sube y baja al ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la posibilidad de encomendarse a Dios.
La palabra miedo, del griego fóbos, posee todo un universo de significado dentro de la cultura greco-romana. El pasaje resalta que los discípulos tuvieron fóbos (v. 26). En la mitología griega Fóbos era el Dios del miedo y del terror. De este término griego se derivan las llamadas “fobias” o miedos. Este Dios griego tenía la tarea de matar el ánimo y la esperanza y hacer desfallecer a los personajes. Los griegos lo usaban como chantaje para lograr que la gente obedeciera, ante el temor que infundía.
En la mitología griega se cuenta que dos hermanos acompañaban a Ares y a la diosa Enio a la guerra: Deimos y Fobos. Personificación del horror y del temor, los gemelos eran hijos de Ares, Dios de la guerra y de Afrodita, Diosa del amor.
En el campo de batalla –siempre según el relato mitológico– aparecía primero Fobos, sembrando el terror, poniendo en fuga a los combatientes. Después entraba Deimos, paralizando a los guerreros ante la inminencia del dolor o de la muerte. El primer impulso del miedo es la huida. El segundo, la parálisis. Hesíodo, en su Teogonía, se refiere a estos gemelos y su bien articulada estrategia: “Dioses terribles que conducen en desorden a las filas cercanas de los hombres en una guerra insensible, con la ayuda de Ares, saqueador de ciudades”.
En el escenario de hoy, Deimos y Fobos siguen soplando el horror, sólo que ahora lo hacen mediante refinadas técnicas de neuromarketing. Nuestro siglo, interpretado en clave de miedo, atestigua campañas que apelan a las emociones en la parte más antigua y primitiva de nuestro cerebro, que se encarga de las funciones básicas de supervivencia y que hoy está hoy más indefenso y desnudo que nunca. Hemos pasado de la narrativa cautivadora de parábolas que estimulan y generan sentido, a la ausencia de relato.
Desde antiguo se valoró el aspecto simbólico de la narrativa: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormentas, es salvada por Jesús. ¡Volvemos a mirar y admirar ese barco en nuestros vendavales, como personas, como iglesias, como pueblos!
Amada hermandad el viento puede ser contrario, las olas inmensas, las cosas no salen bien, es de noche, el miedo y la inseguridad se dan cita y Jesús pareciera ausente. Todo apunta a la desesperanza: ¡Oh Dios, perecemos! Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste reconocerlo en contextos en los que nuestro mundo se disuelve por el terror.
Cantamos juntos el viejo himno que aprendimos de niños:
“En Jesucristo, puerto de paz,
en horas negras de tempestad,
hallan las almas duce solaz,
grato consuelo, felicidad”.
Sí, mi hermana y hermano, al miedo hay que exorcizarlo antes de que produzca efectos irreversibles, en la guerra y en la política, en la tierra y en el mar, en el sueño y en la vigilia, en la vida entera.
Es relevante comprender que el pasaje no cierra con la incredulidad ni tampoco con una credulidad ingenua, de ojos cerrados, sino con una fe madura, fuerte y certera, que reconoce la divinidad y supremacía de Jesús sobre todas las circunstancias y fóbos.
El desafío para este tiempo es vivir las cuestiones de época como kairós, como una gran oportunidad. Este es el tiempo que nos ha tocado en suerte, y Dios quiere que su acción redentora siga operando hoy y aquí, contando para ello con nuestras pobres fuerzas y nuestros débiles remos…
En tiempos de miedos y de incertidumbres radicales, somos como los discípulos en aquella frágil barca sacudida por las olas, alejada de la orilla y con viento contrario. Somos convocados a ser capaces de confiar en Jesús convirtiendo el miedo en plegaria de manera que sea Dios quien despierte reprendiendo la furia del mar y del vendaval que amenaza la vida: “¡Calla, enmudece!”
«El miedo toco a la puerta, la fe acudió a abrir. Y el miedo ya no estaba.»
M. L. King
¡Abrazo fraterno/sororal!
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo