Recursos litúrgicos y pastorales – Septiembre a noviembre 2024
Septiembre a noviembre 2024 (Ciclo B)
Tiempo de Pentecostés
¿HACIA DÓNDE VA LA MISIÓN?
David J. Bosch
Uno nunca debe ver los seis eventos cristológicos de la salvación aislados los unos de los otros:
- La encarnación: el Cristo encarnado, el Jesús de Nazaret humano que transitó cansado por los caminos polvorientos de Palestina, donde se compadeció de los marginados.
- La cruz de Cristo, sello de distinción de la fe cristiana. Dios se entrega por la humanidad, y anuncia el fin de la injusticia y un compromiso con una nueva vida de justicia y paz.
- La resurrección: la Iglesia está llamada a vivir la resurrección en la vida aquí y ahora y ser señal de contradicción frente a las fuerzas de la muerte y la destrucción.
- La ascensión es símbolo de la entronización del Cristo crucificado y resucitado, que proclama el juicio de Dios sobre quienes adoran a los dioses del poder y el amor propio.
- Pentecostés: la Iglesia en el poder del Espíritu es una comunidad, una koinonía, que vive el amor de Dios en la vida diaria, y donde la justicia y la rectitud se hacen activos
- La parusía: la Iglesia afirma su propio papel preliminar. Vive y ministra como esa fuerza en la humanidad a través de la cual la renovación y la comunidad de la gente es servida.
En nuestra misión proclamamos al Cristo encarnado, crucificado, resucitado, ascendido, presente en el Espíritu, llevándonos a su futuro como “cautivos en su marcha de victoria” (2 Co 2.14). Cada uno de estos eventos afecta a todos los demás. A menos que mantengamos esta visión, seguiremos comunicando al mundo un evangelio parcial. La sombra del hombre de Nazaret, crucificado bajo Poncio Pilato, cae sobre la gloria de su resurrección y ascensión, sobre la llegada de su Espíritu y su parusía. El que consumará la historia es el Jesús que caminó con sus discípulos, que vive como Espíritu en su Iglesia (ver Ef 2.20); es Aquel crucificado que se levantó de la muerte; es aquel que fue levantado sobre la cruz, quien fue levantado al cielo; es el Cordero inmolado pero viviente.
Pero ¿quién, cuál Iglesia, cuál cuerpo humano de personas puede hacer frente a semejante llamado? (2 Cor 2.16).
Mott le planteó esta pregunta a Kähler justo antes de la Conferencia de Edimburgo: “¿Usted considera que ya tenemos aquí en el frente doméstico el tipo de cristianismo debe ser propagado por todo el mundo?” (en Kähler 1971:258). Hoy no expresaríamos la pregunta en términos tan ingenuos como lo hizo Mott. Pero sigue inquietándonos. El cristianismo está siendo atacado por todos lados, hasta por sus propios adherentes. Para Rutti (1972, 1974), la totalidad de la empresa misionera moderna está tan corrompida por sus orígenes en asociación cercana con el colonialismo occidental, que ya no es redimible: tenemos que encontrar una imagen totalmente nueva hoy. Hablando en una consulta en Kuala Lumpur (febrero 1971), Emeritoi Nacpil describía la misión como “un símbolo de la universalidad del imperialismo occidental, entre las generaciones emergentes del Tercer Mundo”. La gente de Asia no ve en el misionero el rostro sufriente de Cristo sino un monstruo benéfico. Concluye, por lo tanto: “La actual estructura de la misión moderna ha muerto. Y la primera cosa que debemos hacer es endecharla y luego enterrarla”.
La misión parece ser el enemigo más grande del evangelio. En efecto, “El servicio más misionero que puede ofrecer un misionero bajo el sistema actual en Asia es irse para su casa”. En el mismo año John Gatu, de Kenya, hablando primero ante un auditorio en Nueva York, luego en una reunión de la Iglesia Reformada de Estados Unidos en Mileaukee, sugirió una moratoria para el involucramiento misionero de Occidente en África. Mucho más temprano, en mayo de 1944, Bonhoeffer, escribiendo desde una cárcel de la Gestapo y reflexionando sobre la Iglesia alemana como la había llegado a conocer, dijo:
Nuestra Iglesia, que ha estado luchando todos estos años para preservarse a sí misma como si esto fuera un fin en sí mismo, no es capaz de llevar la palabra de reconciliación y redención a la humanidad y al mundo. Nuestras palabras anteriores por ende han de perder su fuerza y cesar, y nuestro ser cristianos hoy se limitará a dos cosas: la oración y la acción justa entre los hombres (1971:300).
Bonhoeffer probablemente también vería la empresa misionera de la Iglesia en el extranjero como una lucha para preservarse a sí mismo. Con menos reserva que Bonhoeffer, James Heissig (1981) ha denominado a la misión cristiana “la guerra egoísta”.
En contra de lo que algunos de estos autores podrían sugerir, no están describiendo un fenómeno nuevo. Durante la mayor parte de su historia, el estado empírico de la Iglesia ha sido deplorable. Esto fue cierto aun del primer círculo de discípulos de Jesús y no cambió después de ello. Probablemente hemos logrado ser medio buenos en términos de ortodoxia, la “fe”, pero nos ha ido mal respecto a la ortopraxis, el amor. Van der Aslst (1074:1976) nos recuerda que ha habido un sin-número de concilios que han deliberado sobre creencias correctas; pero hasta ahora nadie ha convocado un concilio para tratar las implicaciones del mandamiento más grande: amarnos los unos a los otros. Uno puede, por lo tanto, preguntar con cierta justificación si ha habido alguna vez un tiempo en el que la Iglesia haya tenido el “derecho” a hacer obra misionera. Lo que Neil dice acerca de los misioneros ha sido cierto de los misioneros de todos los tiempos, desde el gran apóstol, que se jactó de su debilidad, hasta quienes todavía se llaman a sí mismos “misioneros”. “Han sido en general gente débil, no muy sabia, no muy santa, no muy paciente. Han quebrado la mayoría de los mandamientos y caído en cada error inconcebible” (1960.222).
Los críticos de la misión se basan en general en la presuposición que la misión consistía únicamente en lo que hacían los misioneros occidentales para salvar almas, plantar iglesias e imponer sus costumbres y su voluntad sobre los demás. Jamás podemos, sin embargo, limitar la misión exclusivamente a este proyecto empírico. Tampoco, por supuesto, debe divorciarse de él. Más bien, la misión es la missio Dei que busca subsumir en sí misma las missiones ecclesiae, los programas misioneros de la Iglesia. No es la Iglesia quien “emprende” la misión; es la missio Dei la que constituye a la Iglesia.
La misión de la Iglesia necesita una renovación y reconceptualización continua. La misión no es competencia con otras religiones, ni una actividad conversionista, ni expansión de la fe, ni edificación del Reino de Dios; tampoco es actividad social, económica y política. A la vez, hay mérito en todos estos proyectos. Entonces la preocupación de la Iglesia es la conversión, el crecimiento de iglesias, el Reino de Dios, economía, sociedad y política –¡pero de manera distinta! (cf Kohler 1974). La missio Dei purifica a la Iglesia. La coloca bajo la cruz, el único lugar donde siempre está segura. La cruz es el lugar de la humillación y del juicio, pero también un lugar de refrigerio y nuevo nacimiento (cf Neill 1960). Como la comunidad de la cruz, la Iglesia entonces constituye la comunidad del Reino, no solo “miembros de la Iglesia”, como la comunidad del éxodo, no como “institución religiosa”, invita a las personas al banquete sin fin (Moltmann 1977).
Visto desde esta perspectiva, la misión es simplemente la participación de los cristianos en la misión de Jesús (Hering 1980:78), apostando a un futuro que la experiencia verificable parece negar. Es las buenas nuevas del amor de Dios, encarnado en el testimonio de una comunidad, para beneficio del mundo.
Terminamos en esta entrega de los Recursos el final del libro Misión en Transformación. Cambios de paradigma en la teología de la misión, de David J Bosch, Libros Desafío, Grand Rapids, USA, 2000, 711 pp.
En el archivo encontrará
- Orientaciones para la predicación
- Orientaciones para la acción pastoral
- Orientaciones para la liturgia del culto comunitario
Esta ha sido una nueva entrega de Recursos Litúrgicos y Pastorales, siguiendo el tiempo de PENTECOSTÉS, de Septiembre a Noviembre 2024, (Ciclo B). Reedición de 2017-2018 con nuevos materiales, incluyendo sugerencias de recursos musicales
- para hermanos y hermanas que asumen el ministerio de la Palabra,
- realizando trabajos pastorales en amplio sentido y con distintos grupos
- y a personas encargadas y colaboradoras en la liturgia del culto comunitario.
Cotejamos el “Leccionario Común Revisado” (LCR), en ediciones de varias iglesias hermanas. Nos permitimos abreviar algunos textos para la lectura pública, y algunas veces extendemos los textos bíblicos comentados, proponiendo también algunas alternativas, generalmente dentro del LCR.
Este material circula en forma gratuita y solamente en ámbitos pastorales, dando crédito a todos los autores y autoras, hasta donde les conocemos, valorando mucho su disponibilidad.
Agradecemos todos los materiales que hemos usado –ya disponibles en varias redes–, como aportes para estos “recursos”. Y especialmente agradecemos los materiales litúrgicos enviados por la pastora Cristina Dinoto, y las fotos de la pastora Hanni Gut.
Las indicaciones de las fuentes musicales son:
- CA – Cancionero Abierto, ISEDET.
- CF – Canto y Fe de América Latina, Igl. Evangélica del Río de la Plata.
- CN – Himnario Cántico Nuevo, Methopress.
- HB – Himnario Bautista. Casa Bautista de Publicaciones.
- MV – Mil Voces para Celebrar, himnario de las comunidades metodistas hispanas, USA.
- Red Crearte, https://redcrearte.org.ar/
- Red de Liturgia del CLAI: reddeliturgia.org
- Red Selah: www.webselah.com
Y anotamos las versiones de la Biblia mayormente usadas:
- RV60 o RV95 o RVC – Reina-Valera o Reina-Valera Contemporánea (Edic. de Estudio)
- DHH – Dios habla hoy, desde la tercera edición o Biblia de Estudio.
- NBE – Nueva Biblia Española, Edición Latinoamericana – Ediciones Cristiandad
- NBI – Nueva Versión Internacional – Edit. Vida, USA
- BJ – Biblia de Jerusalén – Desclée de Brouwer, Bélgica-España
- Libro del Pueblo de Dios – Verbo Divino, Argentina
Fraternalmente, Laura D’Angiola y Guido Bello, desde la congregación metodista de Temperley, Buenos Aires Sur.
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