Estudios bíblicos para la predicación: segundo a quinto domingo Pentecostés (año 2015)
ESTUDIO EXEGÉTICO-HOMILÉTICO
EEH171 – ISEDET AÑO 2015
A lo largo del mes de junio el leccionario sigue dos “lectio continua”. En el Evangelio, como a lo largo del todo año litúrgico (ciclo B), nos propone el Evangelio de Marcos. En la epístola hace sus lecturas en 2ª Corintios. En algunas variantes del leccionario también hay una selección de lecturas del Primer Libro de Samuel durante este periodo.
En esta oportunidad hemos de comentar los textos de 2ª Corintios. Los textos del Evangelio son más conocidos y hay más material homilético sobre ellos. En cambio, si bien hay varios y buenos comentarios sobre las cartas a los Corintios, especialmente los estudios sobre la segunda carta se preocupan más por la consideración académica que del uso del texto en la predicación y la enseñanza[1]. Por eso me ha parecido bueno (además de que las cartas de Pablo son parte de mi trabajo más constante) intentar buscar en estos pasajes aquellos elementos que nos ayuden a construir el mensaje pertinente para nuestras iglesias y nuestro tiempo.
Introducción general
La llamada “Segunda Carta del Apóstol Pablo a los Corintios” es probablemente un conglomerado de escritos del apóstol a esa localidad, que fueron juntados y editados como una sola carta. Es evidente que hay algunas perícopas que no encajan unas con otras, que muestran diversidad de temas, interrupciones abruptas, diferentes momentos en la vida de Pablo y de su congregación. No me gusta multiplicar los cortes y fragmentar los textos innecesariamente, aunque hay quienes ven en esta “epístola” un sinnúmero de cortes y fragmentos. Prefiero reconocer que hay dificultades en sostener la unidad de la carta, pero no es necesario aislar cada trozo como algo diferente. Todos, al escribir cartas personales, hacemos saltos de tema, comentarios marginales, incluimos observaciones, etc. que no significan que estamos escribiendo otra carta. Podemos suponer que Pablo hace lo mismo, más aún cuando dependía de secretarios, y quizás pasaba de un día a otro al confeccionar su misiva. Por eso me limito a aquellos cortes que son evidentes e imprescindibles para ordenar y darle coherencia al todo, pero no hago de ello un ejercicio de purismo analítico.
Así las cosas, podemos suponer que los textos que hemos de ver este mes se ubican (quizás con la excepción del último –2 Co 8: 7-15) dentro de un mismo escrito (caps 1-7). Sería una carta enviada en un momento en que las relaciones tensas con la iglesia en Corinto encontraron un momento de sosiego, que el Apóstol quiere aprovechar y sostener, sin negar las dificultades existentes y que perduran en alguna medida. Los Capítulos 8 y 9 representan un cambio de tema, centrados en la colecta a favor de la comunidad de Jerusalén, y luego del 10 hasta el final muestran otro momento de la vida del apóstol y su relación con los creyentes de la ciudad de Corinto: esa sea, quizás, la “carta de las lágrimas” a la que hace referencia en 2:3-4 –por lo que sería anterior a la que ahora consideramos. Se ha señalado que también 2Co 6:14-7:1 muestra un salto abrupto y discontinuidad temática, y probablemente pertenezca a otra carta (7:2 es un continuación lógica de 6:13).
Entonces, para los textos que hemos de comentar este mes, ubicamos la carta como siguiendo la llamada “carta de las lágrimas”, en un momento de reconciliación. Entre 1 Corintios y este conjunto de cartas media un tiempo no demasiado extenso (estamos a mediados de los años 50’ del primer siglo). Es evidente que la comunidad de Corinto vive algunos conflictos internos, que derivan en una situación difícil incluso en la relación con Pablo. Esta situación es ambigua, por momentos tensa, por momento pareciera reencauzarse, al menos parcialmente. Es evidente que los problemas siguieron, porque a finales del siglo primero, casi 40 años después, Clemente de Roma, en su carta a los Corintios sigue manifestando los problemas internos que aquejan a la iglesia en esa ciudad, y hace referencia a Pablo y su legado en ella.
Frente a esto, Pablo recurre a dos instancias: por un lado, apela al afecto, a su condición de fundador, a los lazos que los unen como hermanos en la fe. Pero por el otro pone énfasis en los componentes de esa fe, a lo que podríamos llamar elementos doctrinales (una doctrina muy en pañales, vinculado a la práctica pastoral más que a un desarrollo dogmático). En los textos que hemos de estudiar este mes podremos notar como ambos elementos se van entremezclando; es que para Pablo, el afecto, el amor –no como ideal romántico sino como modo de relación comprensivo y creativo– no es separable de la fe en Cristo: la doctrina es engendrada desde el amor, y no viceversa. Esa fue su propia experiencia en el encuentro con el Mesías: le mostró su gracia, no le enseñó una doctrina. Fue conociendo la enseñanza (ese es el significado original de la palabra doctrina) a medida en que fue profundizando en el amor de Dios en Jesús Mesías, y su significación para él y para toda la humanidad.
Vale la pena una vez más recordar que en aquel tiempo solo una muy pequeña parte de la población sabía leer. En las iglesias se dependía de la lectura en voz alta que hiciera alguien que podía leerla, de manera que la mayor parte de la congregación fue oyente de la carta. Al escuchar una carta leída, y dependiendo del énfasis que le quiera dar el lector, el efecto emotivo no es el mismo que el que tenemos nosotros, que la leemos y estudiamos con detenimiento, como parte de un “libro sagrado”.
Índice
Segundo Domingo de Pentecostés (Verde) – Néstor Míguez
Salmo 138; Génesis 3:8-15; 2 Corintios 4:13- 5:1; Marcos 3:20-35
Leer
Tercer Domingo de Pentecostés (Verde) – Néstor Míguez
Salmo 20; Ezequiel 17:22-24; 2 Corintios 5:6-17 ; Marcos 4:26-34
Leer
Cuarto Domingo de Pentecostés (Verde) – Néstor Míguez
1 Samuel 17:(1a, 4-11, 19-23), 32-49; Salmo 9:9-20; 2 Corintios 6:1-13; Marcos 4:35-41
Leer
Quinto Domingo de Pentecostés (Verde) – Néstor Míguez
Salmo 130; Lamentaciones 3:23-33; 2 Corintios 8:7-15; Marcos 5:21-43
Leer
Segundo Domingo de Pentecostés (Verde)
Néstor Míguez
Salmo 138; Génesis 3:8-15; 2 Corintios 4:13- 5:1; Marcos 3:20-35
2 Corintios 4:13-5:1
4:13 Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos, 14 sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros. 15 Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios. 16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
5:1 Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. (RVR60)
Los textos resaltados faltan en los originales griegos
Notas exegéticas
Pablo se remite a que todos participan de un mismo “espíritu de fe”. Ese Espíritu es el que in-spira las Escrituras, y sirve para introducir una cita del Salmo 115:1 según la versión griega de los LXX (Aleluya, tuve fe y por ello hablé –con otro sentido esto aparece en el salmo 116:10 de la versión hebrea –RVR60). Al tomar esta expresión y pasarla al plural, Pablo busca incluir a sus lectores/oyentes en el mismo compromiso, señalar que esa fe y ese Espíritu que nutre las Escrituras es la misma fe y el mismo Espíritu que los guía y reúne. Pablo y los demás apóstoles, y también la comunidad creyente, tienen la responsabilidad de difundir la Palabra.
Esa unidad tiene un lazo aún más fuerte, que es la certeza y la esperanza de la resurrección. Esta idea será desarrollada más tarde por Pablo también en la carta a los Romanos (6:3-14; también Col 3:1-4). La Resurrección es la obra de Dios en Jesús, que se extiende a todos los creyentes para reunirnos en su presencia (nos presentará conjuntamente).
La expresión del v. 15 en Reina-Valera no es una buena traducción: el texto no hace mención al padecimiento del apóstol (eso lo planteará más adelante, v. 17 y en otros pasajes de la carta). Una traducción casi textual sería (la textualidad estricta es imposible) “Todas las cosas son por vosotros (ta panta di’umas) para que la gracia abunde por la abundancia de la acción de gracias (ten eujaristian) que derrama hacia la gloria de Dios”. Como puede verse, es algo complicado. Es como si Pablo quisiera decir más de lo que puede con palabras: es que la gracia de Dios es tan infinita que excede todo lenguaje humano, y ese es el límite que encuentra Pablo. Lo que su certeza le dicta es que todo, todas las cosas que son en Dios son para la manifestación de su gracia (repetirá esto en Rom 8: 28: “a los que aman a Dios todo obra hacia el bien”), por lo que nosotros debemos expresar esa acción de la gracia.
A partir del v. 16 señala la proyección de esa fe “por la que hablamos” al tiempo de la plena redención (escatología). Pero ese tiempo de la plena redención es la que guía nuestra acción ahora: no es simple espera, sino compromiso activo con esa obra. Solo que ahora, ello produce un cierto padecimiento: nos desgastamos en ese compromiso (que es mejor que desgastarse en otras cosas y otros compromisos) porque mientras que nuestras fuerzas se van en ese compromiso, nuestra participación en la presencia divina crece. No es un intercambio entre hoy y el futuro, entre esfuerzo y recompensa: es la consecuencia de una coherencia en el obrar. Por eso no pueden interpretarse esos versículos desde un punto de vista dualista (hombre exterior vs. hombre interior; padecimiento vs. gloria; visible vs. invisible; temporal vs. eterno). Más bien es una continuidad que surge de la vida según la promesa: el padecimiento se transforma en gloria, lo exterior es asumido por lo interior, lo visible nos indica la existencia de lo invisible, lo temporal es contenido en lo eterno.
El v. de 5:1, que sirve de transición hacia otras consideraciones, justamente mostrará la promesa y la esperanza: nuestra obra no se sostiene por si misma sino es parte de la obra eterna de Dios. No es solamente acerca de la resurrección del creyente (aunque sí también lo es) sino acerca de toda nuestra condición: en lo que sigue Pablo expresará su deseo, casi sus ansias, de ver esta promesa cumplida; pero sabe que eso no depende de él, sino de la buena voluntad divina.
Reflexión homilética
Una interpretación homilética puede poner su acento en el compromiso que nos hace comunidad: proclamar la Palabra. El Espíritu de la fe se muestra en el testimonio, un testimonio conjunto porque se reúne en torno del Resucitado. Lo que hablamos es lo que vivimos por la fe en la resurrección. No solo nos reúne como congregación local, sino que es la continuidad a través del espacio y del tiempo: la proclamación construye la dimensión ecuménica total de la Iglesia.
Esa proclamación pone en evidencia la gracia divina. No es que la gracia aumenta cuando la iglesia crece, sino que es la gracia de Dios lo que abunda para que podamos ser iglesia. Esa construcción que viene de Dios requiere, sin embargo, nuestro humano compromiso, ponernos al servicio de esa palabra que proclamamos. La gracia que recibimos la jugamos como acción de gracias, que es la acción que opera la gracia en nosotros. No es casualidad que la acción de gracias (eujaristía) sea la palabra que usamos para el medio de gracia, la Comunión o Santa Cena.
La dimensión de la esperanza es la fuerza que empuja esa gracia. Sin esperanza, en ese continuo presente que hoy nos quieren imponer los cultores, solo puede haber padecimiento sin sentido. La pura búsqueda de placer vacía a la vida de esperanza, y reemplaza la esperanza por la ansiedad. Pablo nos propone el camino inverso: reemplazar a la ansiedad por la esperanza, en la certeza de que Dios continúa obrando y que nos ha preparado mejores caminos.
Tercer Domingo de Pentecostés (Verde)
Néstor Míguez
Salmo 20; Ezequiel 17:22-24; 2 Corintios 5:6-17 ; Marcos 4:26-34.
2 Corintios 5:6-17
6 Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor 7 (porque por fe andamos, no por vista); 8 pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. 9 Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. 10 Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. 11 Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias. 12 No nos recomendamos, pues, otra vez a vosotros, sino os damos ocasión de gloriaros por nosotros, para que tengáis con qué responder a los que se glorían en las apariencias y no en el corazón. 13 Porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros. 14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 16 De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. 17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (RVR60)
Notas exegéticas
Los versos 6-9 giran en torno de la tensión presencia/ausencia (literalmente: estar en casa, estar fuera de casa). Aquí Pablo pone en juego su propia condición frente a la comunidad: en cuanto al cuerpo, él está ausente de Corinto; en cuanto a su espíritu, está presente (1Co 5:3). Esa misma metáfora la usará para señalar la relación íntima con el Mesías: está ausente en el cuerpo (al menos en el cuerpo carnal), pero presente en la vida de la comunidad. Más adelante, en el v. 16, volverá sobre esta idea: algunos conocieron a Jesús en la carne, pero ese conocimiento no tiene ningún valor si no lo reconocemos en el Espíritu, si ese conocimiento no se hace fe en nuestro caminar.
Es esa presencia del Señor en la vida de fe la que da confianza. Es por ello, y no por ser benevolente (Pablo no lo será en distintos pasajes de la carta) que busca ser aceptable, agradable. Esto se tiñe de un matiz escatológico: el juicio de Dios. Aquí hay una expresión que parece desmentir la idea de la salvación por la pura fe (v. 10b); al igual que en Rom 2:5-6, se señala un juicio por las obras, por lo que cada uno hiciera estando en el cuerpo. Hay que entender que Pablo nunca renuncia a la idea de que la fe se manifiesta en las obras, que lo espiritual se manifiesta en la vida en el cuerpo. Lo que Pablo señalará en otros pasajes es que las obras son insuficientes para salvar, que la simple obediencia a la ley o la pertenencia étnica al pueblo judío no cumplen con la voluntad divina, por lo que Dios agrega a la justica de la ley y al juicio de las obras una justicia que es por la gracia. Pablo sabe de la ambigüedad de la vida humana y de su propia ambigüedad (lo expresará claramente en Rom 7), y que por ello no puede conformarse por lo que sean sus obras. Pero si insistirá en que más allá de esa ambigüedad Dios conoce nuestra conducta por lo que hay en el corazón, por la misma fe que Dios alumbró en nosotros y espera que obremos conforme a ella (v 11).
Los vv. 11-13 aluden indirectamente al ministerio de Pablo: no es para propia jactancia, sino que es la obra que Dios hace en ellos, en su corazón, aquello que pueden mostrar, en lo cual los creyentes de Corinto pueden ahora gloriarse. En ella y solamente en ella. No hay “éxitos” de apariencia, no hay cosas que mostrar que puedan redundar como cuestiones de prestigio (esto en un mundo –como el romano y el nuestro—en donde todo se mide por apariencias y éxitos). Pablo no presenta cartas de recomendación: su predicación lo es, aunque esa predicación aparezca como locura (1Co 1:21 “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”); y ellos son, en tanto fieles, la única recomendación posible (hace referencia aquí lo que ya ha dicho en 3:1-3).
Pero las afirmaciones doctrinales más fuertes, que a la vez son el lazo afectivo más firme, lo constituye la obra de amor de Dios en Jesús Mesías. Es la muerte y resurrección de Cristo (a la que ya aludió en el párrafo estudiado la semana pasada) lo que genera la comunidad de la esperanza. Esa esperanza es esperanza de vida, porque en la muerte y resurrección encontramos una vida que no es auto-centrada, sino sostenida por el amor de Dios.
La expresión final pone esa esperanza en el presente: quien está en Cristo ya es parte de la nueva creación (y no criatura, que tiene un dejo individualista). El pecado que nos consume, la envidia y la vida de apariencias, las confrontaciones por el prestigio y la riqueza, los juicios entre creyentes, los partidismos que aquejan a la comunidad, a los que alude claramente la primera carta, son cosas que deben quedar en el pasado. Dios nos ha hecho parte de su nuevo mundo, de su Reino, y como tal debemos vivir, a pesar de nuestras ambigüedades y contradicciones.
Reflexión homilética
¿Cuándo estamos y cuándo no estamos presentes en Cristo, con Cristo? No se trata de descubrir “momentos” más cercanos en nuestra historia personal o comunitaria, aunque ello sea parte de lo que debemos reflexionar. Se trata de actitudes, de modos de relacionarnos, de la vida de la fe.
Estar en Cristo es vivir de la esperanza. Estamos ausentes cuando ya no nos interesa la comunidad con la que compartimos ni los otros que nos rodean, cuando renunciamos a pensar y actuar afirmados en que somos testigos de “otro mundo posible”, la nueva creación que se nos propone desde la fe.
Por supuesto esto es una “locura”: pareciera que somos llamados a “predicar en el desierto”; pero en el desierto predicó Juan el Bautista para ser anunciador del Mesías. En un mundo hostil predicó Pablo para confrontar al Imperio esclavizador con el mensaje de la libertad cristiana. Es por esa actitud que mostramos muestra fe y que seremos juzgados como fieles al que proclamamos como nuestro Dios, como el humilde Señor que conoció cruz y resurrección. No serán la apariencia de éxito ni la atracción vacía sobre las multitudes, sino la construcción de comunidades entregadas al amor lo que puede mostrarse para la gloria de nuestro Señor.
Cuarto Domingo de Pentecostés (Verde)
Néstor Míguez
1 Samuel 17:(1a, 4-11, 19-23), 32-49; Salmo 9:9-20; 2 Corintios 6:1-13; Marcos 4:35-41
2 Corintios 6:1-13
1 Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. 2 Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, Y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación. 3 No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; 4 antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; 5 en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; 6 en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, 7 en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; 8 por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; 9 como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; 10 como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo. 11 Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha ensanchado. 12 No estáis estrechos en nosotros, pero sí sois estrechos en vuestro propio corazón. 13 Pues, para corresponder del mismo modo (como a hijos hablo), ensanchaos también vosotros.
Notas exegéticas
A lo largo de este párrafo Pablo nos confronta con una serie de contraposiciones. La gracia con el sufrimiento, el futuro con el presente, el prestigio con la deshonra, la estrechez con la amplitud. Este juego de contradicciones es permanente en las cartas de Pablo, está a la base de su teología a partir de la experiencia de la cruz: lo que para el mundo es la peor condena, para Dios es el camino de salvación, lo que el mundo considera escándalo y necedad es sabiduría y redención divina. Ello lo ha expuesto de entrada ya en el primer capítulo de la primera carta a los corintios. En este párrafo de la segunda carta encontraremos que vuelve sobre esta idea, que repite pasajes similares de la primera (cap. 4) y de esta misma carta (2ªCo 4). Además podemos ver una lista de contratiempos también en la llamada “carta de las lágrimas” (2ªCo 10-13), que, como señalamos en la introducción, probablemente sea intermedia entre la 1ª y la 2ª.
Así Pablo habla de recibir esta gracia, pero inmediatamente señala que no es, como dice D. Bonhoeffer, una “gracia barata” (en su libro El precio de la gracia). La gracia divina es una convicción de justicia que no elimina el sufrimiento, las situaciones difíciles, los riegos de la vida de fe. La gracia es el modo con que Dios nos mira para no condenarnos (quiero que el pecador se arrepienta y viva, Eze 18:33), es la forma redentora de la justicia divina (Eze 18:20). Pablo ve que este mensaje se hace realidad en el Mesías Jesús, y por eso ve que esto que el profeta anuncia como futuro es una realidad presente (este es el día de la salvación).
Ser ministro de Dios, en este caso, ser su “embajador” no necesariamente trae honores y honra: por el contrario, Pablo enumera una vez más una lista de padecimientos a los que es sometido por el cumplimiento de la misión (vv. 4-5). Pero ese sufrimiento abunda en mayores virtudes (vv. 6-7). Cuidado, no es que las virtudes vengan por el sufrimiento (como predicaba el estoicismo en ese tiempo) sino que el ejercicio de los dones de la fe, en un mundo contradictorio, no es garantía de bienestar, sino riesgo. Los versos siguientes indicarán estas contradicciones a las que son sometidos: honra/deshonra, fama/infamia, falsedad/verdad. Su ministerio se da en medio de estos juegos de opuestos, que repiten algo de lo que menciona en 2Co 4:7:11. Se nota la importancia que Pablo pone en esto por la cantidad de veces que aparece en sus cartas a los corintios. Es que bien sabe que para la cultura helénica, de la cual provienen los creyentes de esa ciudad, la apariencia, la prosperidad y el prestigio son las medidas de la humanidad: se es hombre pleno cuando uno es famoso, rico, prestigioso, noble. Eso marca el lugar en la escala social.
Pero el evangelio no garantiza estas cosas; por el contrario, quienes lo asumen y predican se exponen a lo contrario. Insisto, no es que el sufrimiento redime, sino que la coherencia y perseverancia en la vida del Reino se viven en este mundo como contradicciones con las formas dominantes. Por eso, el amor que Pablo reclama de su congregación corintia (notemos la mención directa a sus lectores, v. 11) no es algo que surge naturalmente por encontrarse con una persona “amable”, en términos de la ideología dominante. Por el contrario, hay que hacer un esfuerzo por querer lo que en principio se presenta como desechable: hay que abrir el corazón a lo que el sentido común rechaza: de eso se trata el evangelio que salió de la boca del apóstol. Hay que abrir lo que está cerrado, hay que ensanchar el corazón estrecho.
Reflexión homilética
La preponderancia de la apariencia por sobre lo verdadero no es una exclusividad del mundo griego. Hoy la padecemos en igual o mayor medida aún. La realidad se basa en el espectáculo, todo es un show. El filósofo francés J. Baudrillard habla del simulacro, una realidad que parece pero que no es, como la característica de nuestro tiempo: la sucesión de simulacros llega a suplantar a la realidad. Otro estudioso, G. Debord define nuestro tiempo como La sociedad del espectáculo (título de su libro), siendo su primera afirmación que: “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación”.
Pablo ha dicho que los apóstoles se han transformado en espectáculo para el mundo(1Co 4:9), pero como un espectáculo de muerte (se refiere, probablemente, al Circo Romano y sus crueldades públicas). Pero el evangelio no es lo que aparece, lo espectacular, sino el misterio oculto de la salvación que se revela en la experiencia de la cruz (1Co 2:1-8). Desgraciadamente algunos cristianos, entre ellos algunos que se denominan a sí mismos evangelistas, hacen del Evangelio un espectáculo, y por lo tanto lo vacían de su contenido más profundo, de su realidad transformadora.
Para los filósofos griegos (en la línea de Platón) la apariencia es la sombra de la realidad. Para Pablo la apariencia es el ocultamiento de la realidad. Por eso ve la realidad en contraposición con lo aparente, y destaca esas contradicciones. El evangelio se predica, no en búsqueda del éxito mundano, sino en fidelidad a Dios: la fe como don, como la gracia que recibimos y aceptamos en este mundo y en este tiempo, debe ensanchar nuestro corazón para amar lo que se excluye, para reconocer el mensaje evangélico, el poder redentor, no en el éxito o la prosperidad, sino en el amor a los que parecen no tener nada en este mundo, pero que tienen el favor y el amor de Dios.
Quinto Domingo de Pentecostés (Verde)
Néstor Míguez
Salmo 130; Lamentaciones 3:23-33; 2 Corintios 8:7-15; Marcos 5:21-43
2 Corintios 8:7-15
7 Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia. 8 No hablo como quien manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también la sinceridad del amor vuestro. 9 Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. 10 Y en esto doy mi consejo; porque esto os conviene a vosotros, que comenzasteis antes, no sólo a hacerlo, sino también a quererlo, desde el año pasado. 11 Ahora, pues, llevad también a cabo el hacerlo, para que como estuvisteis prontos a querer, así también lo estéis en cumplir conforme a lo que tengáis. 12 Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene. 13 Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, 14 sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, 15 como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.
Notas exegéticas
El texto que nos toca estudiar ahora probablemente pertenezca a otra carta independiente, que trata específicamente el tema de la ofrenda para los santos de Jerusalén, o a una nota adicionada a algunas de las cartas anteriores. Se diferencia de las cartas anteriores porque se concentra en este solo tema (junto con el cap. 9 de esta misma carta) con poca relación con lo que trata en el resto de la correspondencia corintia. Sin embargo no hay dudas, por la expresión, lenguaje y teología, así como por las circunstancias, de que es un claro texto paulino.
El tema de la ofrenda para Jerusalén aparece en varias cartas de Pablo: las dos de Corintios, Gálatas y Romanos, aunque es completamente ignorado por el relato del libro de Hechos de los Apóstoles. Hasta donde podemos conjeturar, la comunidad creyente de Jerusalén había agotado sus recursos y fue víctima de una hambruna generalizada que sobrevino en territorio de Judea hacia el año 50. Frente a esta situación Pablo quiere mostrar la solidaridad de las comunidades gentiles hacia sus hermanos judíos, a pesar de las diferencias teológicas que existían. Esa solidaridad marcaría un intercambio de dones, donde lo material y lo espiritual se compensan. El ejemplo es Cristo mismo, quien en todo su poder se humilla para nuestra salvación.
Pablo considera que esto es “una gracia” (2Co 8:4; en otras ocasiones lo llamará servicio –diakonía: Rom 15:31, e incluso servicio de liturgia: 2Co 9:12). La ofrenda es una acción de gracias a Dios, pero esa acción de gracias se expresa en una solidaridad con los que sufren –en este caso, pobreza y hambre (en Gálatas aparece como “acordarse de los pobres” 2:10).
Pablo les recuerda que hay una iniciativa pendiente, a la que ya aludió en la primera carta (16:1) que deben completar, para que su palabra y su actitud coincidan. Pero palabra y actitud deben acompañar también una voluntad positiva; no se trata de hacerlo por obligación: también forma parte de un querer hacer, de mostrar lo que hay en el corazón.
Pero el fin de esto es “que haya igualdad”. Como en Jerusalén, donde todos ponían sus propiedades a disposición de los apóstoles, el gesto debe extenderse a la iglesia en todas partes. Los corintios también deben poner sus dones, materiales y espirituales, a disposición del conjunto de las comunidades de fe, atendiendo a los que pasan mayor necesidad.
Reflexión homilética
En tiempos donde el éxito económico parece ser la medida de todas las cosas, nuevamente Pablo propone una visión alternativa: el fin de la acción y de la ofrenda no es el enriquecimiento del ofrendante mediante la compensación divina, sino mostrar solidaridad y “que haya igualdad”. Desgraciadamente los que predican la teología “de la prosperidad” parecen olvidar este texto clave.
Pero frente a los que dicen que lo espiritual y lo económico no tienen relación, también este texto es un mentís: Pablo señala claramente que una ofrenda, el modo en que administramos y disponemos de nuestros bienes económicos muestra lo que hay en nuestro corazón: si avaricia y ambición, o la disposición a expresar nuestra hermandad a través del don.
Frente a la economía de la acumulación desmedida, de la teología de la prosperidad, frente a la especulación financiera, lo que Pablo indica es el valor de una economía solidaria, donde se ponen en común los dones del Señor para el bienestar de todos.
La gracia (el regalo de Dios, lo gratuito de la salvación) debe manifestarse en todas nuestras acciones: no podemos mostrarnos mezquinos con lo que Dios nos ha dado gratuitamente. Aquí Pablo parece repetir y además argumentar teológicamente el dicho de Jesús “De gracia recibieron, den también de gracia” (Mat 10:8).