Pensar y dejar pensar: Comunicación en tiempos de posverdad ¿Qué diría Wesley?
Todos los días los medios de comunicación, de diferente tipo y origen, nos dan multitud de noticias e información, brindándonos recursos para formular opinión y juicio sobre diversos temas. Se ponen así en circulación nuevos discursos, textos e imágenes que alimentan la relación que tenemos con otras personas, la comprensión de la sociedad y nuestra manera de entender la acción de Dios en el mundo. Se produce un diálogo que en principio es necesario para una sociedad democrática.
En la vida cotidiana hay una significativa desigualdad en el acceso a la información socialmente relevante, en parte producida por aspectos económicos y sociales y en parte porque los temas abordados son del interés de las empresas y no de la sociedad.
Este deterioro de intercambio, además de ser por motivos económicos y del interés de las empresas, también lo es en lo cultural. Sobre todo, teniendo en cuenta que tendemos a seleccionar las fuentes de información con las que más nos identificamos, lo que refuerza nuestros juicios previos (pre-juicios).
Toda esta situación ha dado oportunidad a la generación de noticias falsas (fake-news) y al discurso de la “postverdad”. Se trata de construcciones con formato de noticia o análisis periodístico que, utilizando verdades a medias, construyen un relato cuyo único objetivo es reafirmar posiciones en quienes las reciben.
Dicho de otro modo, el fenómeno de la “postverdad” se basa en la subjetividad que cualquier persona tiene de la realidad que percibe, pero en este caso dicha o narrada como un absoluto indiscutible de lo que es (y no puede ser de otro modo). Un ejemplo interesante de esto sería suponer que todas las personas que nacen en América Latina son corruptas por el mero hecho de haber nacido en una región geográfica dada. A esto lo llamamos también Sentido Común que como tal, carece de valor crítico al momento del análisis; preguntas tales como: ¿por qué son corruptas habiendo nacido en tal o cual lado? – Siguiendo la línea del ejemplo – no pueden ser respondidas desde la afirmación del ejemplo; simplemente “esas personas son corruptas” y se acepta el dato sin mayores cuestionamientos. Pero claro, el Sentido Común se reafirma sobre la base de quién dirige la información y la multiplica en la sociedad. No es lo mismo nuestra voz diciendo esto en la mesa familiar que un gran multimedio diciendo lo mismo con una capacidad de llegar a grandes audiencias.
Lo cierto es que la revelación de Dios en Cristo es más que una serie de dogmas o una descripción más o menos certera de la realidad. Es descubrir dónde y cómo obra Dios en nuestro medio, según el testimonio de las Escrituras y su interpretación actualizadora en la comunidad de fe; para afirmar esto que decimos, no nos basta con el Sentido Común, es preciso acercarnos con un espíritu crítico a la lectura de la palabra de Dios donde preguntarnos el cómo, el por qué, etc. de lo que el Señor quiere para nuestras vidas y Su Iglesia.
“En un cristiano de verdad no hay engaño, ni falsedad alojada en su corazón, por lo tanto tampoco en su boca. Su virtud es la veracidad, la expresión de la verdad en su corazón, la eliminación de toda mentira obstinada.”. J. Welsey, Sermón 90
Si bien, la postverdad no siempre es un mentira en sí misma, siempre expresa una subjetividad que como tal, es discutible, cuestionable y nos permite otras lecturas; esto es, preguntas sobre lo que se afirma como un “absoluto” del cual no hay más comentarios que decir, o nada se puede hacer para cambiarlo.
Para poder ir más allá de la “postverdad” y buscar la verdad de la fe, y así la verdadera libertad, el camino es el discipulado, permanecer en la palabra de Dios revelada en Jesús, y obrar en consecuencia. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8:31-32). La verdad es la que genera amor, misericordia, encuentro con mi prójimo y con Dios; todo lo que genera prejuicio, discriminación y odio no proviene del amor de Dios. La mentira que genera odio es diabólica (Jn 8: 44-45). En cambio, quien nos guía a toda verdad es el Espíritu de Dios (Jn 16:13).
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