Pablo Sosa, quien supo armonizar los silencios y los sonidos
Lo sonoro y el silencio nos acompañan en la vida. En un jardín o en un patio con macetas domina el silencio y la quietud; pero ese silencio es el que nos permite oír pequeños rumores, cantos lejanos, sonidos que nos llegan desordenados y confusos, ruidos desconocidos. En un cruce de calles priman los sonidos, pero al anochecer, cuando todo se calma, también nos dará la quietud y el silencio que nos hace intuir que la vida continúa moviéndose dentro de las casas que nos rodean.
Pablo Sosa fue alguien que supo armonizar los silencios y los sonidos. Desde muy temprano en su vida descubrió que ambos elementos estaban allí para encontrarse, no para rivalizar. Y compuso obras musicales donde ellos se combinan de una manera maravillosa, creadas para mostrar el regalo que Dios nos hace al darnos una voz para cantar y un oído para recibir la voz de otros.
Este don que recibió lo puso al servicio de algo peculiar: quiso cantar (y más aún, quiso que cantemos) a la gloria de Dios. Comenzó con aquellos memorables himnos de la tradición evangélica que tanto emocionan y que han sido fuente de inspiración y sostén para creyentes en los intrincados caminos de la vida y al encarar los momentos finales. Pero fue en 1954 cuanto un teólogo y músico de la India, Daniel T. Niles, que visitó Buenos Aires, le hizo notar que las melodías populares de nuestro continente tenían un potencial enorme para expresar la fe y la alabanza. De acuerdo con sus mismas palabras, Pablo lo escuchó con respeto pero con cierta incredulidad. Después de todo, pensó, este teólogo asiático poco o nada sabe de nuestras melodías nativas. Sin embargo la semilla estaba echada y cuatro años más tarde Pablo compuso la que quizás sea la primera canción evangélica con melodía folklórica: El cielo canta alegría. El cielo canta alegría porque en tu vida y la mía brilla la gloria de Dios. Pero también canta alegría porque esta vez la voz latinoamericana irrumpe en la alabanza para cantar su fe y su voluntad de hacerse oír. Aquel día fue el comienzo de una nueva era en el canto congregacional evangélico. Pablo continuó componiendo canciones y también otros al calor de su naciente obra se animaron a hacerlo. El cabo de un tiempo nace el Cancionero Abierto, obra dirigida por Pablo y que agrupa canciones de diversos autores latinoamericanos. Es imposible exagerar el cambio que significó este aporte de Pablo Sosa al canto en nuestras iglesias.
Allí estaban los latinoamericanos, pero también obras de otras latitudes que utilizaban sus expresiones folklóricas para cantar la fe. Allí había un espíritu ecuménico reflejado en obras evangélicas pero también de compositores católicos. Quizá también por primera vez se incluyeron obras de creación colectiva: cantos nacidos en campamentos, en encuentros, cantos anónimos. Pablo quería que todas las voces tuvieran un lugar en ese Cancionero que se abría a todos.
El ministerio de Pablo fue amplio y diversificado. Compuso decenas de canciones y cantó, pero también hizo cantar; dirigió coros y por años condujo el conjunto coral «Música para todos», por el cual pasaron decenas de coreutas, el que en sus presentaciones siempre incluía el hacer cantar al público que se había reunido para oírlos. Supo ejercer con responsabilidad de condición de pastor. Fue docente de teología y de música y formó a cientos de personas que luego volcaron sus dones en la iglesia. Condujo liturgias masivas en estadios pero también en cultos en pequeñas congregaciones. No era dado a contar los reconocimientos que recibía: fue premiado en los Estados Unidos y en Europa; sus canciones fueron traducidas al inglés, alemán, portugués, sueco, finlandés, chino y japonés. Algunos de sus temas fueron arreglados para ser ejecutados por una orquesta sinfónica.
Desde aquel carnavalito, simple y profundo, hasta las obras de sus últimos años, sus canciones recorrieron un extenso camino. Damos gracias a Dios por su vida y obra, y por haber tenido el privilegio de ser bendecidos por su compañía y ahora por su legado. El cielo canta alegría tiene un estribillo donde se repite «aleluya» cuatro veces. Aleluya es una palabra hebrea que es una confesión de fe: significa «nosotros alabamos al Señor». Al evocar la vida de Pablo Sosa decimos con él «¡aleluya!». Que así sea.
Pablo R. Andiñach