Millennials en la Iglesia

19 Mar 2018
en El Estandarte Evangélico, Jóvenes
Millennials en la Iglesia
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Antes, me preguntaban qué hacía en la iglesia un sábado a la tarde, en vez de estar con mis amigas, o paseando por ahí… Siempre me respondí lo mismo. Porque Dios tiene grandes planes para mí.

Cuando tenía nueve años, llegó a casa la primera computadora, una para toda la familia. Había que sacar turno para usarla, y cuando me tocaba, me entretenía incursionando el Microsoft Word, dibujando en el Paint o jugando al solitario y al buscaminas. A veces en Excel, hacía planillas con datos de alumnos y jugaba a la maestra, tomaba el presente y ponía notas, sí había que ingeniársela. También buscaba información para la escuela, en un preciado CD llamado “Encarta”, y me gustaba imprimir letras o dibujos para colorear. La gráfica siempre me gustó así que muy entretenida hacía carátulas para las materias, carteles para la iglesia, cancioneros para la escuelita dominical, invitaciones especiales, etc.

Cuatro años después, llegó internet, pero si mi mamá tenía que hablar por teléfono había que esperar, las dos cosas al mismo tiempo eran incompatibles. Tardabas unos cuantos minutos hasta que lograbas conectarte, pero una vez que lo hacías rogabas que no se cortara, que no llamara nadie y que tu papá no la necesitara para trabajar. Las tareas para la escuela se volvieron más prácticas, bajarte música era increíble, ya no tenías que esperar a que pasen tu canción favorita en la radio para grabarla.

Empecé como líder en “Patio Abierto”, un espacio para niños, en la iglesia en la que me crié (IEMA Villa Rosas, Bahía Blanca) donde pasabas hermosas tardes jugando, compartiendo la Palabra y una rica merienda. Había que preparar las clases, o talleres, y ahí internet siempre me daba una mano. Las actividades se hacían más didácticas, podías llevar juegos diferentes cada sábado, y ya no iba con el librito a sacar fotocopias al kiosquito de Sara, en casa podía buscar “los frutos del Espíritu” en la compu, buscar rápidamente el versículo, armar la clase, encontrar un juego, o canción e imprimir todo lo que necesitaba.

La música era mi cuenta pendiente. Por mucho tiempo cantamos a capella con los chicos, y siempre me preguntaba cómo podía hacer para empezar a tocar algún instrumento. Hasta que convencí a mi papá para que me comprara una guitarra, y otra vez, don internet me regaló Youtube. Me la pasaba mirando videos donde enseñaban acordes, y copiaba y copiaba hasta que aprendí algunos y así volví a Patio, feliz de ponerle ritmo a las voces de los peques, y que me devolvieran su amor y sonrisas al término de cada canción.

En el medio, pasaron los ansiados campamentos de verano (los patagónicos eran los mejores) y la bendición de haberte hecho amiga de chicos y chicas de muy lejos, era saber que después, en casa, al volver, ibas a poder contactarte por algún chat cuando quisieras, contarle tus cosas, y si además tenías una camarita web, lo podías ver! Y así, las distancias se acortaban como el tiempo de encontrarse en el próximo campamento.

Ahora, varios años más tarde, todo se resume en mi celular “inteligente”, donde tengo desde los mails hasta la aplicación del banco para pagar mis cuentas, otra para pedir comida, la biblia, afinador de guitarra, y las infaltables redes sociales.

Antes, me preguntaban qué hacía en la iglesia un sábado a la tarde, en vez de estar con mis amigas, o paseando por ahí. Ahora, que vivo en buenos aires, me preguntan por qué seguís enganchada, qué te gusta, con todo lo que hay para hacer. Siempre me respondí lo mismo. Porque Dios tiene grandes planes para mí. Disfruto muchísimo estar con los niños y niñas, verme crecer en esa gran familia que es la IEMA, reconocer a Jesús en las distintas tareas que integro, encontrar amigos en el grupo de jóvenes, desarrollar el don de la música, compartirlo con los demás y saber que para Cristo no hay nada imposible.

Ser parte de la Iglesia Metodista siempre me hizo sentir en mi hogar. Recibo el mensaje del evangelio con una mirada diferente, desafiante, con un fuerte compromiso social, con una fe compartida y a puertas abiertas a cualquiera que quiera recibirla, esa fe que te mueve y que te hace vibrar, que te invita a accionar y a no quedarte quieto, ni a oír por oír, si no a alzar la voz y proclamar ese mensaje, que se comparte y que genera reacciones de amor y alegría tal como sucede en una gran red social.

Ese mensaje que es una invitación del evangelio del amor de Dios, amor que Dios te ha dado por medio de Jesús. Amor al que no podés renunciar, ni vas a poder clickear “dejar de seguir” ni “eliminar de tus amigos”.

Que sea un tiempo para conectarnos, compartir y crear redes a través del Espíritu de Dios en nuestras vidas. Amén.



Por Micaela Tumini
Estudiante avanzada de Arquitectura en la UBA (Universidad de Buenos Aires), miembro de la Iglesia Metodista de Almagro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



El Estandarte Evangélico
Desde la tierra hasta los smartphones: realidades y desafíos…

PRIMER CUATRIMESTRE 2018


 

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