Juicio, justicia, voz profética y la esperanza de un nuevo día – Mensaje y propuesta de Adviento
“Dios tiene siempre misericordia de quienes lo reverencian. Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías”
(Lucas 1:50-53)
En este tiempo significativo para la familia cristiana en su amplia conformación, deseamos como Comunión de Iglesias de la Reforma (CIR) invitar a las comunidades de fe que se sienten identificadas por la invitación a la unidad activa en la diversidad, a reflexionar en el desafío de celebrar Adviento en complejos contextos en que nos toca dar testimonio del Dios encarnado.
Varias veces durante los últimos años, hemos sentido la necesidad como CIR de hacer oír de manera clara la voz profética de nuestras iglesias frente a temas de actualidad y ante situaciones que reclaman que, como hijas e hijos de un Dios vivo y presente en medio de la historia, expresemos aquello que desde el Evangelio debe ser dicho. Lo hemos hecho en ocasión del debate sobre la ESI y queremos ahora volver a hacerlo ahora, a la luz del Adviento que estamos iniciando.
En estas semanas previas a la Navidad, los textos bíblicos nos invitan a analizar las señales de los tiempos y a resignificar el sentido de la Palabra que habita entre nosotras y nosotros. ¿Qué implica hoy volver a hacer nuestras las palabras del Magníficat de María? ¿Qué impacto tiene en nuestras vidas aquello que se afirma que “vino a los suyos y no lo recibieron” del prólogo de Juan? ¿Cómo hacerle (o hacernos) pesebre hoy a quien continúa viniendo? ¿Celebramos con los pobres de la tierra la esperanza de un tiempo de paz, de justicia, de plenitud para la creación toda y en especial para quienes más sufren las consecuencias de un sistema económico perverso y maléfico?
El documento que sigue a esta presentación y saludo ofrece una aproximación bíblica, una mirada contextual y algunas preguntas para que se oriente el diálogo en grupos o en un marco comunitario más amplio en estas próximas semanas del Adviento.
Nos enriquecería mucho poder recibir eventualmente los resultados de sus debates y reflexiones en torno al tema. Y también saber si esperan de este espacio que conformamos como CIR una voz más activa ante asuntos y situaciones que ameriten decir algo desde el Evangelio de Jesús. No duden en escribirnos.
En la misma esperanza que cantaba quien se convertiría en madre de Jesús, les hacemos llegar nuestros deseos de un Adviento comprometido con la vida encarnada del niño de Belén y una Navidad que sea capaz de abrazar las enseñanzas del caminante nazareno.
Por la Comunión de Iglesias de la Reforma,
Pastora Wilma Rommel Iglesia Evangélica Luterana Unida
Pastora Sonia Skupch Iglesia Evangélica del Río de la Plata
Pastor Gustavo Gómez Pascua Iglesia Evangélica Luterana Unida
Pastor Américo Jara Iglesia Evangélica Metodista Argentina
Pastor Álvaro Michelín Salomón Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata
Pastor Daniel Favaro Iglesia Evangélica Metodista Argentina
Pastor Gerardo Oberman Iglesias Reformadas en Argentina
REFLEXIÓN BÍBLICA DE ADVIENTO 2018
Juicio, justicia, voz profética y la esperanza de un nuevo día
I.- REFLEXIÓN BÍBLICA
“El Señor muestra su camino a los humildes, y los encamina en la justicia. Misericordia y verdad son los caminos del Señor para quienes cumplen fielmente su pacto.” (Salmos 25:9- 10)
La Comunión de Iglesias de la Reforma (CIR) desea compartir una reflexión bíblica de Adviento en este tiempo difícil en lo económico y social para vastos sectores de la República Argentina.
Aprendemos a orar con los Salmos de la Biblia; y el contenido de la oración es repetidas veces el clamor por la justicia en la vida personal y social. Oración es también esperanza en la acción de Dios, de lo contrario el acto de orar sería solamente una descarga emocional sin confianza en el futuro. El Dios en quien confiamos actuó en la historia y sigue actuando en nuestras propias vidas e historias. Por ello tenemos confianza en no ser defraudados/as ni ser abandonados/as en nuestras oraciones, las cuales no son únicamente por nosotros/as mismos/as sino en especial por los sufrimientos de pobres, indigentes, personas sin trabajo estable o con trabajo precario, familias desintegradas y/o que viven en malas condiciones de salubridad, higiene y seguridad, así como personas discriminadas por su condición de género.
Al orar también nos comprometemos: “Señor, dame a conocer tus caminos; ¡enséñame a seguir tus sendas! Todo el día espero en ti; ¡enséñame a caminar en tu verdad, pues Tú eres mi Dios y salvador. Recuerda, Señor, que en todo tiempo me has mostrado tu amor y tu misericordia.” (Salmos 25:4-6).
Somos hijos/as del amor y la misericordia de Dios, por lo tanto, por el mismo amor y la misericordia, debemos hacernos hermanos/as de quienes experimentan profundas adversidades (Salmos 25: 2-3, 19), de quienes se sienten caer en una trampa que les impide vivir de manera digna (v. 15), de quienes se encuentran solos/as y deprimidos/as (v. 16), o angustiados/as (vv. 17-18).
Reconocemos a Dios como nuestro Pastor (Salmos 23 y 80), y Jesús mismo fue el Buen Pastor que cuidó a sus ovejas mediante la voz que ellas reconocían para consolarlas, acompañarlas, guiarlas y mostrarles su camino, verdad y vida (Juan 10:7-18; 14:6). Oramos como Pueblo de Dios clamando: “¡Restáuranos, Dios nuestro! ¡Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvados!” (Salmos 80:3, 7, 19). Nuestro clamor es por la restauración del pueblo sufriente, angustiado, que debe alimentarse con ‘pan de lágrimas’ (v. 5). Oramos en solidaridad y nos hacemos solidarios/as en oración, pues no podemos ni debemos desprender nuestra vida en el Espíritu de la vida comunitaria y social, es decir, de nuestro compromiso diaconal activo.
Confiamos en que Dios “posa su mano sobre tu hombre elegido, sobre el hombre al que has dado tu poder. Así no nos apartaremos de ti. Tú nos darás vida, y nosotros invocaremos tu nombre.” (Salmos 80:17-18). La misericordia de Dios obró en Jesús, y por Jesús continuamos invocando el poder de Dios que produce nueva vida en medio de toda expresión de carencia económica, espiritual y social.
Tenemos la esperanza manifestada en el libro del profeta Jeremías que afirma: “Vienen días en que yo confirmaré las buenas promesas que he hecho a la casa de Israel y a la casa de Judá -Palabra del Señor- (…). Haré que de David surja un Renuevo de justicia, que impondrá la justicia y el derecho en la tierra.” (Jeremías 33:14-15). En Adviento esperamos que la justicia y el derecho se manifiesten con fuerza en nuestra sociedad, de modo que los tres poderes del Estado Nacional trabajen de manera especial por la restauración de las personas más postergadas y necesitadas de atención, cuidado, salud y sustento.
Como iglesias de la Reforma nos comprometemos a ser voz profética como aquella de Isaías 40 o como la de Juan el Bautista, quien llamó al arrepentimiento, administró el bautismo y anunció la venida del Reino de Dios. Este reino estaba llegando contemporáneamente mediante el Mesías de Israel, el Hijo amado de Dios, quien bautiza con el Espíritu Santo. Estamos llamados/as a anunciar el consuelo a nuestro pueblo, a preparar el camino para que Dios se manifieste con poder.
“¡Súbete a un monte alto, mensajera de Sión! ¡Levanta con fuerza tu voz, mensajera de Jerusalén! ¡Levántala sin miedo y di a las ciudades de Judá: -Vean aquí a su Dios-!” (Isaías 40). Debemos proclamar sin miedo la voz del mensaje bíblico y anunciar con firmeza la cercanía de Dios, especialmente cuando muchas personas viven la lejanía de la consideración de políticos, empresarios y comunicadores. Debemos poner bien en alto la luz de Cristo para que ilumine a muchas personas, de acuerdo a las actitudes y acciones comunitarias que se correspondan con la proclamación de Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 5:14-16).
“Tenéis a Cristo en vuestro prójimo”, escribió el reformador Martín Lutero en su Sermón de Navidad. Y continúa expresando: “nadie se compadeció de esa joven esposa que daba a luz a su primogénito; nadie la atendió; nadie reparó en su vientre grávido; nadie se dio cuenta de que en ese extraño lugar no tenía la menor cosa para un parto. Allí estaba sin nada preparado: sin luz, sin fuego, en plena noche, sola en la oscuridad. Nadie le prestó la ayuda habitual.”
En Adviento nos disponemos a recibir el mensaje de la misericordia y liberación que Dios nos trae en Jesucristo, a fin de vivir en santidad y justicia (Lucas 1:72-75). Clamamos por la visitación de nuestro Dios (v. 78) y nos esforzaremos por visitar solidariamente haciendo nuevos prójimos en el camino de la paz (vv. 78-79).
Nos identificamos con María, quien experimentó la gracia de Dios para con ella, su servidora (Lucas 1:46-48). Su espiritualidad la unió con Dios mediante la alabanza y la gratitud. Y también la unió en solidaridad con los humildes y hambrientos en contra de las injusticias reinantes que provocan grandes diferencias sociales y económicas (vv. 50-55).
II.- REFLEXIÓN CONTEXTUAL
Hoy en día subsisten demasiados niños/as y mujeres que sufren violencia doméstica, así como personas sub-ocupadas o desocupadas que experimentan desamparo, desprotección y exilio en su propia tierra. Nuestra responsabilidad como iglesias (y como sociedad toda en general) se proyecta entonces en la receptividad, el ser iglesias hospitalarias, contenedoras, iglesias-pesebre para quienes no encuentran refugio, paz ni seguridad. No tenemos la infraestructura mínima necesaria para ser un Estado dentro del Estado, ni esa sería en definitiva nuestra función, pero sí podemos escuchar y aconsejar, ser receptivos y buscar asesoramientos técnicos y pastorales, así como tender redes de información y subsistencia mínima que salgan al paso de las necesidades más inmediatas. Podemos orar juntos/as y sentir la presencia del Espíritu de Dios que nos fortalece al escuchar los testimonios personales de dolor y sufrimiento, pero también del deseo de superación. “Cuidará de su rebaño como un pastor; en sus brazos, junto a su pecho, llevará a los corderos, y guiará con suavidad a las ovejas recién paridas.” (Isaías 40:11)
Reconocemos que existen divisiones sociales, económicas y políticas que marcan profundamente la vida, la sensibilidad y las dificultades de convivencia en nuestro pueblo. La denominada grieta en lo ideológico habita en medio de nuestras comunidades de fe y entre las mismas. Como iglesias no somos una isla social que nos permita manifestarnos con total libertad al respecto, pues intuimos o sabemos lo que el prójimo piensa y siente y, muchas veces por temor a la discusión, preferimos callarnos y no abordar las cuestiones cruciales de nuestro país. Es cierto que no es bueno ahondar en las posibilidades de más fracturas internas, pero también es imprescindible pensar no sólo en nuestra propia supervivencia como iglesias minoritarias en la sociedad, sino en nuestro testimonio cristiano como tal frente a quienes llevan las de perder y no vislumbran una salida real ni pronta a sus graves problemas existenciales.
Tenemos entonces, por un lado, el llamado a ser iglesias reconciliadoras, viviendo la reconciliación en Cristo como iglesias de paz (Efesios 2:14-22).
Por otro lado, tenemos el llamado a ser iglesias anunciadoras de la liberación, la justicia y la misericordia que nos vienen de Dios, el Dios que envió a Jesús al mundo para ser instrumento de su Reino a favor de toda la humanidad.
Debemos orar y trabajar por una sociedad sincera que reconozca sus debilidades y fortalezas, sus pecados y expectativas sociales, sus injusticias y posibilidades para salir adelante como nación. Tenemos que tomar en serio todas las realidades sociales, no sólo las que puedan corresponder a la mayoría de los miembros de nuestras congregaciones. No somos el Estado, pero sí vivimos en esta sociedad, aquí damos testimonio, conocemos a muchas personas, familias y barrios, y aquí anunciamos el evangelio. Somos iglesias evangélicas de la Reforma que buscamos alternativas compartidas para que no nos presenten el capitalismo financiero internacional como el único garante de la estabilidad social y la esperanza para nuestro pueblo. El mensaje bíblico es profundamente transformador y, precisamente, nos invita a, primeramente, transformarse cada uno/a a sí mismo/a, así como a cada iglesia, a fin de que nuestra sociedad cuente con testigos de Jesucristo que señalen con claridad Su camino, Su verdad y Su vida para nuestro pueblo hoy.
III.- PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN COMUNITARIA
En el marco de la “Reflexión Bíblica”,
¿Cuál es el sentido del texto de Isaías 40?
Más allá de las diferencias de criterios sobre las problemáticas sociales,
¿Cuáles son las problemáticas generales que observan en lo cultural, social y económico?
Desde cada iglesia y comunidad,
¿Qué expresiones concretan en su contexto observan de lo señalado en la pregunta anterior?
¿Cómo somos o podemos ser testigos de Jesucristo en ellas?