Iglesia, comunidad de la Palabra
“Jesús les preguntó a los doce discípulos: –¿También ustedes quieren irse?
Simón Pedro le contestó: –Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Evangelio de Juan 6. 67-69
Desde sus inicios, la Iglesia vive de la Palabra de Dios que muchas veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a los profetas, y que finalmente nos habló por el Hijo, el Logos, Palabra viva de Dios (Hebreos 1.1-2; Juan 1.1-18). Esa Palabra viviente ha sido y es el verdadero alimento y bebida de la Iglesia, y establece el impulso inagotable de su misión en el mundo.
La comunidad creyente se construyó desde la fe de las primeras comunidades cristianas, que vivieron, anunciaron y escribieron la palabra viva de Jesús, el Cristo, redactada con la palabra ardiente de los cuatro evangelios, los hechos de los apóstoles y las cartas que culminan en el Apocalipsis. Nos dejamos interpelar y guiar por esa Palabra viva y por esa palabra escrita, inspirada e inspiradora, proclamada y escuchada, perseguida, escondida y quemada mil veces, pero siempre fresca como “arroyo de tranquilas aguas”. Tuvo razón Pedro al proclamar: “Tus palabras son palabras de vida eterna”.
Juan Wesley apeló principalmente a las Sagradas Escrituras para toda autoridad doctrinal. Creía que «la palabra escrita de Dios es la única y suficiente regla tanto de la fe como de la práctica cristiana». La Reforma y la herencia anglicana habían enseñado la “sola Scriptura”, y ambas influyeron en el amor de Wesley por la Biblia. Sentimos su pasión por las Escrituras en sus propias palabras: “¡Dame ese libro! ¡A cualquier precio, dame el libro de Dios! Lo tengo: Aquí hay suficiente conocimiento para mí. Déjame ser homo unius libri”.
Vale aclarar que J. Wesley no quiso decir que otros libros no tuvieran ningún valor para la vida cristiana. Lo conocemos como ávido lector que a menudo leía a caballo e incluso compilaba una biblioteca cristiana al alcance del pueblo. Wesley creía firmemente que el Espíritu Santo inspiró todas las Escrituras. Dio un paso más allá al decir: “El Espíritu de Dios no solo inspiró una vez a quienes lo escribieron, sino que continuamente inspira y asiste sobrenaturalmente, a quienes lo leen con una oración ferviente”. Esta es una doble inspiración, en la cual el Espíritu inspiró a los antiguos escritores de las Escrituras e inspira al lector contemporáneo para que pueda comprender, aplicar y vivir esa palabra de Dios.
Claro que necesitamos la presencia del soplo del Espíritu, para que la congregación sea una comunidad hermenéutica, que participa activamente en la reflexión, de modo que la palabra cobre pertinencia y relevancia. En este ejercicio hay un sentido de pertenencia y de proximidad espiritual para interpretar desde la fe aquello que la Palabra nos revela hoy. En tal sentido nos dice el pastor y teólogo Raúl Sosa que “la fidelidad al mensaje bíblico radica en dejarse llevar por el Espíritu a una constante disposición para interpretar la ‘actualidad’ de la Palabra, a fin de que hoy ella nos sustente en el discipulado y en el testimonio de la presencia redentora del Señor, como ayer fueron sostenidos quienes nos antecedieron en la fe.”
Amada hermandad, resulta necesario encontrarnos con Dios y con el evangelio cada día, todos los días. Así oímos, hospedamos y hacemos vida propia en nosotros el mensaje de Jesús. Así, como iglesia, salimos de nosotros mismos en dirección a la comunidad que nos rodea. Así nos hacemos instrumentos de novedad del reino de Dios a la luz de las Sagradas Escrituras, confrontando la realidad pecaminosa, discerniendo las señales del tiempo presente y dando respuesta a los dramas y esperanzas del mundo.
La Palabra nos lleva a Cristo, y Cristo nos envía al mundo en servicio de su reino. Ahí es donde tenemos que demostrar nuestra fidelidad a la Palabra y al Nombre que es sobre todo nombre. Una de las mejores maneras de superar toda tendencia a una rutinaria pastoral de mantenimiento, es reconociendo la fuerza de la Palabra: “a quién iremos, Señor, si tan solo tú tienes palabras de vida eterna”.
La Palabra produce efectos de gracia para la comunidad de fe reunida y dispersa, mientras lee y ora, aprende y enseña, sirve, denuncia, evoca y convoca a todo el mundo a participar del pueblo de Dios y de su reino de justicia y paz.
“Tu palabra, Señor, no muere, nunca muere porque es la vida misma. Y la vida, Señor, no solo vive, no solo vive, la vida vivifica”.
Taizé
Abrazo fraterno/sororal.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo