Gente de la tierra, pueblo Mapuche
Este pueblo que está vivo y de pie, lo hace desde tiempos inmemoriales, preexiste al Estado y son los dueños del territorio, pero se los sigue invisibilizando, hablando de ellos en pasado o nombrándolos como terroristas, llevándolos a la posición social de pobres.
El pueblo mapuche como el resto de los pueblos indígenas tiene una relación particular con la tierra, no es algo que les pertenece, de lo que se pueden apropiar y disponer. Es para ellos un espacio de vida, donde se cultivan relaciones, adquieren conocimiento, educan a los niños, rescatan la memoria ancestral, observan e interpretan todo lo que en ella sucede y desde ahí orienta sus decisiones y proyectos.
Es el escenario donde establecen y viven múltiples relaciones entre las personas con los otros seres vivientes y el entorno, es fuente e inspiración en su espiritualidad.
Como muchos pueblos la sienten como su madre (ñuke mapu) esta relación tan honda, profundamente arraigada y practicada, es la cotidianidad de la vida comunitaria.
Esta concepción abarca además de la superficie, el subsuelo con sus aguas subterráneas, mallines, minerales y rocas, al igual que los fenómenos naturales, los volcanes, la lluvia, el viento, la neblina, los truenos y relámpagos. Esta amplitud de realidades constituye su hogar.
El respeto a esta forma de sentir y vivir la tierra, están amparadas por leyes nacionales e internacionales como un derecho de los pueblos indígenas. Por eso se habla de tierra y territorio.
La cosmovisión de tierra y territorio fue y es negada en la Patagonia y en todo el país, lo demuestran las leyes que se dictaron a los largo de la historia.
Al pueblo mapuche se lo veía como un obstaculizador del progreso. Para la Argentina naciente, la tierra tenía como finalidad la expansión económica y el desarrollo capitalista procurando la inmigración europea. Este proyecto justificó a Roca y Rosas sus campañas del desierto que hicieron eficiente la intención del exterminio y la pérdida de espacios naturales, quedando arrinconados en lugares inhóspitos, entre pura piedra, en la marginalidad de lo urbano.
Este pueblo que está vivo y de pie, lo hace desde tiempos inmemoriales, preexiste al Estado y son los dueños del territorio, pero se los sigue invisibilizando, hablando de ellos en pasado o nombrándolos como terroristas, llevándolos a la posición social de pobres.
La conquista hoy tiene su continuidad por la destrucción de su hábitat. Más que nunca la vida de este pueblo está amenazada por la implantación de un modelo que pone el lucro por encima del valor humano y de la vida en general. Los bienes y recursos que aun se encuentran en territorios ocupados por las comunidades mapuche-tehuelche, están siendo destruidos o fuertemente amenazados por mega proyectos de megaminería, fracking, que hacen desaparecer o ponen en peligro montañas y bosques, meseta, contaminan y agotan los ríos y acuíferos subterráneos, todo lo que constituye el territorio mapuche.
La creencia del mundo mapuche es concreta al igual que la presencia del Ser Superior (nguenechen) y esto se experimenta en el diario vivir. Por eso la vida de los antepasados tiene gran importancia porque ella fue el canal por el cual se manifiesta y se manifestó Dios.
Los ancianos son fuente de sabiduría donde se recurre para beber de la historia y la memoria.
Dice doña Hortencia (82 años), “nacimos de la tierra, de ella nos alimentamos, ella nos da vida, nos da fuerza y energía, a ella volveremos”. En sus labios, en su pensamiento, en su corazón, está siempre la tierra.
La defensa del espacio territorial se hace pensando a largo plazo: “amamos a nuestros hijos y a nuestra madre naturaleza, por eso nos imaginamos viéndolos convivir ahora y en el futuro”. “si se nos escapa de las manos lo más profundo, propio y esencial que tenemos que es la mapu (tierra) se nos escapa nuestra identidad y futuro.” Han expresado en un documento las comunidades mapuches.
Este vínculo con la tierra tan vigente se organiza y proyecta en la diversidad de acciones que nos hablan de un pueblo dinámico, con fuerza y dignidad. En ese conocimiento mapuche (kimun) que se fortalece en el encuentro con los ancianos y la fuerza dinámica de los jóvenes, en la vivencia de la espiritualidad que motoriza cada paso.
Por Angel Callupil
Miembro del Equipo Diocesano de Pastoral Aborigen- Diócesis de Comodoro Rivadavia de la Iglesia Católica, Coordinador de la Región Sur del Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (ENDEPA) e integrante del MEDH (Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos) regional Trelew (Chubut).
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