Epifanía de Dios, manifestaciones de Dios
“Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel”.
Mateo 2:6
Cada enero celebramos la fiesta de la Epifanía: fiesta de la revelación de Dios al mundo por medio del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que podemos leer en el relato del Evangelio de Mateo 2: 1-12.
Epifanía es una palabra que deriva del griego y que significa manifestación. Con ello, declaramos que la gloria del Señor se ha manifestado y lo continuará haciendo en medio del mundo y la historia. Pero la gran paradoja que se presenta en esta manifestación es que el Rey prometido, el Mesías, se revela en total debilidad y dependencia, aunque oramos y suspiramos por el día de su completa y gloriosa venida.
Jesucristo es entonces la Epifanía, la manifestación del amor de Dios a todos los seres humanos. Y hemos de preguntarnos si ello sigue siendo una novedad para nuestro tiempo y para todo el mundo, ya que viene sin cetro ni espectáculo de poder.
Ante las diversas crisis que vivimos –de carácter mundial, de nuestra América Latina y Caribeña y de nuestro propio país–, comentamos con ustedes un par de desafíos que golpean a nuestra puerta: la necesidad del diálogo y las necesarias preguntas a este modelo de vida generador de las más altas injusticias vivenciadas por pueblos y naciones.
Para enfrentar esta crisis de esclavitudes y horizontes cerrados, nos sabemos llamados a vivenciar aquello de Ecclesia reformata semper reformanda est secundum verbum Dei. Sí, la iglesia que siempre se está reformando conforme a la palabra de Dios.
Es necesario posibilitar un camino de fraternidad y sororalidad de carácter universal. Y esto no es posible sin un aprendizaje que nos encamine a deshacernos de la violencia, la guerra y todo tipo de agresión a la Vida misma. Aprendizaje de la vida en comunidad –en el modelo de la Epifanía de Dios en el Jesús de Belén y Nazaret– para aprender a respetarnos, para enseñar a querernos y para vivir la lección profunda de la adoración al Dios de la vida plena y la oración compartida, que nos encaminen a vivir la mutua confianza y la fe que viene de lo alto.
La salud de la humanidad, nuestra salud, ha de ser una preocupación y ocupación permanente defendiendo la vida humana, en diálogo y enseñanza mutua, para construir, planear y darle cuerpo a la esperanza que nace en la aldehuela de Belén.
El presente tiempo –que vivimos y que nos domina– nos ha vuelto miedosos, desesperanzados, acentuando la soledad y el egoísmo. Y en este contexto resulta vital la construcción y el cuidado de comunidades de fe como espacios de encuentro entre quienes pensamos distinto, pero donde privilegiamos el amor en Jesús por sobre todas las cosas.
Mi hermana y hermano, te propongo que caminemos a la luz de Dios en unidad y oración, fortaleciendo la cultura del diálogo, del encuentro y de la fraternidad y sororalidad universal, en cada una de nuestras comunidades de fe, sabiendo que con la ayuda de Dios podemos superar las tensiones y crispaciones sociales, promocionando una mayor comprensión, cooperación y reconocimiento de la legitimidad del otro o la otra, escuchando su decir y no negar antes de oír.
Sólo una comunidad cristiana unida y portadora de unidad, sin poder de clase ni opresión despótica, puede reflejar la imagen del Dios trino en la que todo se da en común, todo se comparte como en aquella comunidad antigua de Hechos de los Apóstoles. En la comunión del Espíritu Santo se forja una comunidad humana que no conoce ni superiores ni súbditos, sino una de hombres y de mujeres transformados por la gracia y liberados por la esperanza en Jesús.
“Espíritu libre
Incondicionada flama y huracán
Sigue emancipando los corazones
de todos tus hijos diversos
agrupados en tus diversos cuerpos
y llena la Tierra toda
sanando la multiforme miseria
que aún tiñe los corazones y estructuras
del tiempo y el espacio humano”.
L. Cruz Villalobos
En el retorno del destierro, el profeta Isaías alienta al pueblo con la esperanza en Dios que reconstruye y glorifica a Jerusalén afirmando: «¡Lévantate, brilla Jerusalén, que llega tu luz: La gloria del Señor amanece sobre ti! Sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti».
El profeta y poeta anima a los israelitas que retornaban del destierro de Babilonia, quienes encuentran una Jerusalén destruida, siendo su estado de ánimo profundamente pesimista. Es necesario levantar el espíritu. Esta Jerusalén, así como la ha dejado el imperio, es una esperanza para nosotros, lectores distantes de los sucesos narrados. Sobre esta Jerusalén brillará la gloria de Dios. Aunque no haya más que ruinas, pesimismo, frustración, aun sabiendo que de sus propias entrañas puede salir poco bueno, esta Jerusalén destrozada brillará con la aurora, que será el mismo Dios. Dios se encarnará en sus mismas entrañas: Epifanía.
“Recordemos que hay una fuerza creativa en este universo, trabajando para derribar las gigantescas montañas del mal, un poder que es capaz de crear una salida donde no la hay y transformar los ayeres oscuros en mañanas luminosas. Vamos a descubrir que el arco de la existencia moral es largo, pero se doblega hacia la justicia”.
M. L. King
Amada hermandad, que nuestro perseverante esfuerzo e intento crítico sea mantenernos en esta oración, en esta preocupación y tarea fundamental, de modo que Dios sea Dios para el pueblo, sin condicionamiento alguno de intereses o sueños personales. Esta proyección se debe realizar como lucha humilde y mansa, pobre y consciente, sin que pretendamos apropiarnos del horizonte al que somos convocados y convocadas, sino más bien fortaleciendo una Eclessia humilde, abierta, viva y resucitada.
El Dios de la comunión, de la relación, el Dios trino quiere borrar toda división y suturar los desgarros y fracturas entre las personas, las familias y los pueblos. Éste es el Dios que se nos manifiesta en Epifanía. Caminamos juntos con este Dios, que es amor y que nos necesita para dar ese amor al mundo.
Oremos: “Mediante el poder de tu Espíritu, haznos uno con Cristo, uno con los demás y uno en la obra del ministerio a todo el mundo –pequeñas epifanías de Dios–, hasta que Cristo venga en la victoria final y podamos todos participar en el banquete celestial”.
Abrazo fraterno y sororal.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo