El rostro femenino del metodismo original
Durante muchos años escuché hablar del ministerio de Susana Wesley, madre de Juan y Carlos, como un modelo de madre-mujer. En el presente, al encontrarme con algunos escritos de Susana sospecho que, sin desestimar aquella imagen, necesitamos ver no a la “madre del movimiento”, sino a “la mujer del movimiento” metodista original.
Es conocida la influencia que tuvo Susana Wesley sobre su hijo Juan. No parece justo atribuir tal ascendiente sólo al hecho del vínculo y de alguna característica edípica en Juan.
Veremos a continuación algunas reflexiones de Susana que el mismo Juan sacó a la luz con motivo de la muerte de su madre.
En una carta fechada entre 1711 y 1712, dirigida a su marido, Samuel Wesley, Susana plantea su dilema entre los mandatos de una mujer para la época y lo que ella sentía como vocación de acompañamiento pastoral. Así lo expresaba: “en tu ausencia no puedo menos que velar sobre cada alma que dejas a mi cuidado.”
Susana admite que los cánones de época imponían roles prefijados a la mujer, sin embargo, en sus propias palabras, reconoce que en obediencia a Dios necesita trasponer esos límites:
“Como soy mujer, soy también ama de casa de una familia numerosa. Y aunque el cargo superior de las almas contenido en ello recae sobre ti (…) ¿cómo podré contestarle (a Dios) cuando él me exija rendir cuenta de mi mayordomía?”
Susana estaba convencida de que no alcanzaba con participar del culto dominical en la iglesia, que el día del Señor (El domingo) debía ser consagrado enteramente:
“(…) y no pienso que respondemos completamente a la finalidad de la institución yendo a la iglesia, a no ser que llenemos los espacios de tiempo intermedio por otras acciones de piedad y devoción.”
Esta actitud logró no sólo concitar el interés de sus hijos, sino también del personal que servía en la casa, luego un mozo de los trabajadores hogareños solicitó a Susana que sus padres pudieran participar y como Susana mismo narra “y después otros que se enteraron rogaban que se les admitiese también. Así nuestro grupo aumentó a casi treinta y rara vez excedió a los cuarenta el pasado invierno.”
Esta experiencia, buscando servir mejor a Dios y a todas las personas que se acercaban los domingos a su domicilio llevó a Susana Wesley a plantearse:
“Por fin se me ocurrió que aunque no fuera hombre, ni ministro, si mi corazón estaba sinceramente dedicado a Dios y yo inspirada con un verdadero celo por la gloria, podría hacer algo más de lo que hago.”
Esta improvisada reunión dominical hogareña llegó a contar con más de doscientos participantes y en su carta, Susana cuenta “y muchos se retiraron porque no había lugar en el cuarto donde pararse.”
La carta deja entrever que hubo críticas por esto y éstas fueron dirigidas directamente al Pastor Samuel Wesley, el esposo de Susana. En su defensa, Susana dirá:
“No puedo concebir por qué alguien deba pensar mal de ti, porque tu esposa se esfuerce en traer gente a la iglesia e impedirles que profanen el día del Señor, leyéndoles y usando otros medios de persuasión. De mi parte, no le doy importancia a ninguna censura sobre este asunto.”
Susana le explica a su marido, pero no está dispuesta a abandonar esa tarea que con convencimiento y pasión emprendió y tampoco dará lugar a las críticas y rumores que circulan. Una mujer capaz de superar las prejuicios y presiones de su tiempo con coraje. Incluso, ante la sugerencia de Samuel que sea otra persona (hombre, claro está) la que lea, su argumentación es que no hay nadie en condiciones de leer de corrido o con voz suficientemente fuerte para que todos los concurrentes escuchen.
Las circunstancias llevaron a Susana incluso más allá de lo que ella hubiera esperado y lo expresa en su carta:
“Sin embargo hay una cosa por la cual estoy muy descontenta (…) debido a mi sexo dudo si es apropiado para mí presentar las oraciones del pueblo de Dios.”
La gente le pedía que ella condujera el momento de intercesión, cosa que la ponía en un rol pastoral, ya que ese momento litúrgico y devocional siempre era conducido por un ministro ordenado. Sin embargo, no dejó de hacerlo a pesar de la incomodidad que sentía.
Susana Wesley fue no sólo la madre que acompañó a sus hijos Carlos y Juan en la aventura del movimiento metodista, sino que ella misma como mujer se atrevió a desafiar los límites que la cultura de su tiempo le imponía a una mujer, incluyendo en esto las opiniones de su propio marido.
Asumió, no muy a gusto, el lugar de la dirección de las oraciones en la reunión dominical en su casa convencida de que de ese modo servía a su Señor y respondía a las necesidades de la gente que reconocía su ministerio entre ellos.
Este ejemplo puede llevarnos a pensar en el presente cuántas cosas necesitan desafiar hoy las costumbres y creencias de nuestra época para permitirnos servir a Dios y a nuestro prójimo en libertad. Hace falta convicción y coraje, como los tuvo Susana Wesley una mujer que desafió a su tiempo.