El Pentecostés de ayer y de hoy
Mediante una espectacular escena televisiva el libro de Los Hechos narra lo acontecido en el Día de Pentecostés a 50 días de la Resurrección de Cristo. El lugar geográfico, Jerusalén. La ocasión, la agrícola fiesta de las siete semanas (Ex 34:22).
El itinerario de Pentecostés no recibe menciones en el siglo I. A fines del siglo II y principios del III lo citan Ireneo, Tertuliano y Orígenes para adoctrinar sobre el Espíritu Santo. Recién en el siglo IV se encuentran referencias en iglesias de Constantinopla, Roma y Milán Todas se centran en el rol del Espíritu Santo y su relación con el Hijo y el Padre y otras derivaciones. Pentecostés avanza y gana la medalla de ser una fecha litúrgica. Triunfa sobre la Ascensión, que en un tiempo se festejaban juntas.
En ese proceso institucionalizado, Pentecostés huyó del relato de Lucas como esas cosas que van despareciendo sin despedirse y un buen día percibimos que ya no están. Quedó el aroma…con demasiado olor a incienso.
El imperativo litúrgico Veni, Sancte Spiritus inhuma el apasionante testimonio de Pedro. Predicaciones explicativas del discurso petrino sepultan la pasión y entusiasmo del orador de barricada transformándolo en una prédica estilizada, ordenada, racional pero ausente del calor de vida y del poder movilizador en los escuchas.
Es que Pedro habla de hechos conocidos, de lo que había pasado pocos días antes en esa misma ciudad. Desafía releer el pasado. No se queda con la teología oficial. Hurga en esos queridos antiguos textos para descubrir el movimiento de Dios preparando un nuevo tiempo. Fisga, pesca en su propia historia. Demuestra que parlamentaban de ese kairos que se cumple en aquel que mataron en una cruz.
Al hablar con claridad -al pan pan y al vino vino- el venido orador aclara que no están borrachos, que no dicen pavadas. Desde allí taladra la profundidad de los oyentes produciendo el interrogante sobre lo que hicieron y hacen y como se puede corregir el hábito de tirar la flecha errando el blanco de sus vidas.
Surge la cuestión clave. “¿Y ahora qué hacemos?” Pregunta dirigida a la nueva comunidad, la de Jesús, descartando a los eclesiásticos oficiales de aquel tiempo. Los oídos escuchan lo que hay que escuchar y la mirada cambia de centro. Se dirige hacia aquellos y aquellas que hablan de tal manera que ellos entienden porque articulan palabras que son verdades y resucitan las esperanzas depositadas en sus corazones.
El silencio de las iglesias sobre lo que ocurre actualmente anticipa que sus declaraciones serán compuestas por palabras acordes a la liturgia del Pentecostés eclesiástico, lejos del texto de Hechos. Repetirán documentos inocuos como el del Consejo Mundial de Iglesias que se preocupa por colocar tres veces la expresión “Dios trino” y siembra de generalizaciones abstractas a la problemática actual. No hinca los dientes en la realidad.
Desde una ciudad europea -Ginebra- elude reseñar la deshumanización de Europa tanto en lo acaecido con los refugiados y refugiadas como en la instalación de un régimen creador de pobreza y desigualdades. ¿Surgirá alguna Iglesia Latinoamericana que describa el avance ideológico que avasalla soberanías y elimina gobiernos legítimos que apuestan a mejorar a los menos favorecidos?
A estas alturas es improbable que Pentecostés impulse a alguna iglesia argentina a referirse al impúdico atropello de despidos y avasallamiento de la población que acontece en nuestro país. Atrampadas en su autocensura no registrarán que el gobierno actual es una continuación de la Dictadura Cívico Militar del 76. Justificarán su silencio con excusas que serán el umbral de la morada donde reside la infidelidad y la falta de valentía.
Tampoco tomarán posición sobe el pasado. Soterrarán la Década Infame del 30, la Revolución Libertadora del 55 con sus fusilamentos y masacre del bombardeo de Plaza de Mayo. Ignorarán la caída de Arturo Illía. La persecución a la universidad de Juan Carlos Onganía. La tragedia de la Triple A. Los desaparecidos y desaparecidas. El golpe a Raúl Alfonsín. Eventos que se encuentran en el seno ideológico del actual gobierno.
Si en este Pentecostés las iglesias no quieren seguir como estampitas de museo deberán tomar registro del relato de Lucas, del Pedro que habla con claridad del presente y del pasado y ser parte activa en la construcción de un país donde, como aquella primera comunidad pentecostaliana, “a cada uno le daban lo que necesitaba” (Hechos 2:44-47) Si eso no ocurre Dios levantará de las piedras a quienes hablen su palabra.
Anibal Sicardi (director Prensa Ecumménica)
Pastor Iglesia Metodista Central Bahía Blanca
El Estandarte Evangélico
Edición mayo 2016
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