El metodismo en tiempos de epidemia
En el primer semestre de 1871 la ciudad de Buenos Aires fue abatida por una epidemia de fiebre amarilla. El 8% de la población de la ciudad murió entre enero y mayo. En medio de la desolación y la muerte, la naciente Iglesia Metodista en la Argentina, sirvió a enfermos y familiares, testimonio que costó la vida de algunos de los voluntarios.
Hace ciento cincuenta años, las grandes metrópolis de América Latina no eran lo que son en la actualidad. Aldeas extendidas con una población que no superaba el par de centenares de miles de habitantes. Como en un viaje en el tiempo vamos a imaginarnos a una de estas ciudades: Buenos Aires en el año 1871.
El año había comenzado con un calor tórrido y abrumador. Enero nunca fue un mes fácil para la capital de los argentinos. Comenzaban los preparativos para el carnaval y la ciudad parecía sumida en la alegría que vendría.
Apenas doscientas mil personas conformaban la población porteña y venían llegando desde el norte las tropas de la finalizada Guerra del Paraguay. Traían el horror de la contienda, pero también la fiebre amarilla con ellos. Se decía que esa era la revancha de los humillados y masacrados paraguayos y los mosquitos eran los ejecutores.
El 27 de enero de 1871 se reportan los primeros casos. Ese día, la temperatura trepó a 37 grados y la alta humedad, eterna compañera de la ciudad, agregaba agobio. Buenos Aires estaba plagada de calles barrosas y pantanos. Con el correr de los primeros días de febrero, sin que el calor diera tregua, se sumaban al patético paisaje perros y caballos muertos en las calles. El hedor, las moscas y mosquitos, las altas temperaturas y la inseparable humedad traían el olor de la muerte que anunciaba su paso por la ciudad.
En febrero se contabilizaron trescientos muertos por la epidemia. Los médicos Montes de Oca y Wilde anunciaron sin cansancio que se debían tomar medidas, que esta no era una epidemia más de las tantas que habían azotado a la ciudad y de las que salió siempre victoriosa.
La ciudad de Corrientes, paso obligado entre Paraguay y Buenos Aires, poseía en ese año once mil habitantes y dos mil ya habían muerto por la fiebre amarilla. Buenos Aires daba la espalda a este dato alarmante. Las tropas que volvían, pasaban por Corrientes.
Al comenzar marzo, la cuenta de víctimas de la peste ya no era mensual, sino semanal y poco tiempo después, era diaria. El día 13 se convocó a una asamblea en la actual Plaza de Mayo, de la cual surgió una “Comisión Popular” (así denominada) que en su conformación inicial contaba con cinco miembros, tres de los cuales murieron trabajando para salvar a las víctimas.
Ya en abril, el día catorce, la fiebre amarilla se llevó a quinientas ochenta y tres personas en pocas horas. La labor de médicos (muchos de ellos víctimas de la enfermedad) no alcanzaba y el sistema de salud estaba colapsado.
La iglesia Católica ofrendó la vida de más de sesenta sacerdotes que trabajaron codo a codo con los médicos. La Iglesia Metodista que había comenzado su labor en castellano apenas cuatro años antes y contaba con sólo tres lugares de testimonio en la ciudad, ofreció sus esfuerzos y edificios.
La fiebre amarilla se cobró catorce mil quinientas vidas en una ciudad de apenas doscientos mil habitantes. Centenares de niños quedaron huérfanos, los metodistas convirtieron sus escuelas e iglesias en orfanatos y muchas personas se dedicaron a cuidar a los pequeños sin familia.
Desde el Uruguay vino un filántropo y metodista, Samuel Lafone, a trabajar asistiendo a las víctimas de la peste. Murió ofrendando su vida por amor a los enfermos, tal como le enseñó su Señor.
El local de reuniones de la Iglesia Metodista en el barrio de Barracas, se convirtió en orfanato el 1º de junio de 1871. Algo similar ocurrió con la escuela en La Boca en el mes de julio. No se dispone de mucho material de archivo que permita conocer detalles de las acciones y de las personas que las realizaron. Sí, sabemos qué en esos edificios, muchas metodistas sirvieron a las víctimas de la fiebre amarilla. Nuestro reconocimiento a todas esas mujeres y a todos esos hombres. A continuación, mencionamos los nombres de quienes tenemos registro: Fermina León de Aldeber, Joaquín Rial, Alberto Hudson, José Ventura Corominas, Ángela Aldeber de Rial Guillermo Parody y Eduardo Rey. De otros, apenas tenemos registro de sus apellidos, tal el caso de Junor y los hermanos Brill. A todos ellos nuestro sentido homenaje y gratitud a Dios, extendido a todas las personas que con amor misericordioso y valentía ofrendaron sus vidas para traer salud y consuelo en la epidemia.
Claudio Pose para CMEW
Pintura: «Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires» (1871) – Juan Manuel Blandes