El Espíritu Santo: una nueva normalidad de la presencia de Dios

20 May 2020
en Artículos CMEW
El Espíritu Santo: una nueva normalidad de la presencia de Dios

Los cristianos tenemos una doble vía de confirmación de la presencia y la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Luego de que Cristo se despojara de su forma corporal ¿De qué modo Dios sigue presente y cercano a nosotros? y ¿Cómo tener la certeza de que el Espíritu Santo obra en nosotros y que nosotros obramos de acuerdo a Él?

Entre el episodio de la ascensión de Cristo y la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés se produce un cambio profundo en la manera en que Dios se relaciona con la humanidad. Cristo ha permanecido durante tres años junto a sus discípulos con una cercanía estrecha, expresada tan bellamente por el evangelio de Juan:

“Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros.” (Jn 1: 14)

Si bien el Nuevo Testamento ofrece suficiente argumentación de la presencia de Dios por medio del Espíritu Santo luego de la ascensión de Jesús, fue recién el Concilio de Constantinopla (año 381) el que hizo explícita la formulación que permite comprender la presencia y acción de Dios como Espíritu Santo y, por lo tanto, un único Dios en tres personas.

Para los discípulos el momento de la ascensión tiene que haber sido muy conmovedor. Aquello que había sido cotidiano y normal durante tres años, dejaría de serlo, no porque Jesús no estuviera más, sino porque estaría de otra manera. Comienza una nueva normalidad en el vínculo con Dios: el Espíritu Santo.

Si ya no está Cristo, por ejemplo, para quitarnos las dudas y preguntarle directamente ¿Cómo tener certezas desde Dios, si ya la relación no es tan inmediata? Estas preguntas, como puede observarse, no son teorías lanzadas para el ocio intelectual, sino que tiene que ver con nuestro diario vivir en la fe. Todas las personas en algún momento (o muchos) nos tropezamos con dudas y necesitamos tener la guía de Dios en las decisiones a tomar. También la iglesia en su conjunto requiere, permanentemente de discernimiento para buscar ser más fiel a Dios en su servicio en el mundo.

Juan Wesley escribió una serie de sermones sobre el Espíritu Santo. Fiel a su estilo práctico y pastoral, no se detiene en ejercicios especulativos, sino que se dirige a encontrar la manera en que el Espíritu Santo se manifiesta en la vida de los creyentes y consecuentemente, cómo cada cristiano vive en esa experiencia, en sus decisiones y relaciones atravesadas por la vida en el Espíritu.

En el Tomo I de las Obras de Wesley, encontraremos los sermones del 8 al 12 que tienen al Espíritu Santo como tema central. En esta secuencia de cinco predicaciones podemos encontrar varias perspectivas del asunto.

Las primicias del Espíritu (Sermón Nº 8). El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción (Sermón Nº 9). El testimonio del Espíritu I (Sermón Nº 10) El testimonio del Espíritu II (Sermón Nº 11). El testimonio de nuestro propio espíritu (Sermón Nº 12).

En esta ocasión, queremos referirnos a un tema que aparece con frecuencia en los escritos de Wesley y que volvemos a preguntarnos, ¿Cómo tener la certeza de que el Espíritu Santo obra en nosotros y que nosotros obramos de acuerdo a Él? Para ello, nos valdremos de algunos pensamientos del Sermón Nº 8 y del Sermón Nº 10.

“(Los que están en Cristo) Andan ‘conforme al Espíritu Santo’ tanto en sus corazones como en sus vidas. El Espíritu les enseña a amar a Dios y a su prójimo con un amor que es como fuente de agua que salta para vida eterna.” (Sermón Nº 8, Las primicias del Espíritu, p. 152).

Aquí puede observarse cómo Wesley une dos criterios acerca de la presencia del Espíritu en la vida de las personas. Existe un testimonio subjetivo del Espíritu que se presenta en el corazón del creyente y lo lleva a amar a Dios. Del mismo modo, existe un testimonio objetivo del Espíritu que es presencia en la vida y que enseña a amar al prójimo.

Como dijimos al principio, los cristianos tenemos una doble vía de confirmación de la presencia y la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas: una experiencia subjetiva e interior en la que Dios se manifiesta en el corazón. Aunque Wesley aclara, con honestidad y humildad que

“Yo no pretendo explicar la manera en que el testimonio divino se manifiesta en el corazón.”

La segunda vía, es la objetiva. Ya que podemos ser presos de un subjetivismo que nos impida reconocer la voz de Dios y quedar sometidos al capricho de nuestro parecer con un envoltorio de “santidad”. Ante este riesgo, Wesley interroga:

“Pero ¿Cómo puedo saber si mis sentidos espirituales me guían a juzgar rectamente? Este es también asunto de suma importancia, porque si una persona se equivoca en este punto, puede caer constantemente en el error y en el engaño. ¿Cómo puedo saber, entonces, que este no es mi caso y que no me engaño al creer que escucho la voz de Dios?”

Aquí es donde emerge nuevamente el criterio del amor al prójimo y de las obras que acompañan y expresan la experiencia interior y subjetiva. En el Sermón Nº 11: El testimonio del Espíritu II, Wesley afirma:

“Que nadie presuma nunca descansar en un supuesto testimonio del Espíritu separado de sus frutos.”

En cinco sermones dedicados al tema hay mucho más para decir, multitud de riqueza que en estos tiempos donde nos aproximamos a la fiesta de Pentecostés pueden sernos de mucha bendición. Pero, además, esta nueva celebración de la fiesta del Espíritu derramado a la iglesia, como inauguración de una nueva normalidad, nos encuentra a nosotros atravesando una nueva normalidad en el mundo ¿Cómo será la vida después de la pandemia? Wesley nos acompaña en este recorrido hacia la vida en el Espíritu, en la presencia y las promesas de Dios para este presente.


Claudio Pose para CMEW
Tiempo de pandemia, pero de resurrección


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