El amor al prójimo: la medida del amor de Dios
¿El título está al revés? ¿No es Dios la medida del amor al prójimo? Suena un poco escandaloso el título de nuestra nota de hoy, pero parece ser el resultado de la manera en que Wesley nos plantea la espiritualidad cristiana.
Ya hemos escrito acerca de la aplicación directa y radical que hace el metodismo sobre la respuesta de Jesús a la pregunta sobre cuál es el mandamiento más importante. Cristo equiparó el primero y el segundo mandamiento, estableciendo entre ambos una relación de similitud.
Hoy nos detendremos en la segunda y última parte de un breve documento que forma parte de las Obras de Wesley. Titulado “Un plan para el autoexamen”. En la semana anterior nos dedicamos a la primera parte en la que se aborda el amor a Dios (Ver posteo anterior).
La estructura del plan es muy sencilla: seis preguntas desglosadas en otras subpreguntas. Este cuestionario, de respuesta personal, forma parte de la tarea semanal de los grupos que se reunían para sostenerse y corregirse mutuamente para fortalecer la fe y crecer en el seguimiento a Jesucristo tanto personal como grupal.
Transcribimos a continuación las seis preguntas principales, intercalando unos breves comentarios.
- “¿He sido celoso en hacer el bien?”
El horizonte que guía la vida del creyente es hacer el bien, esto implica no sólo su propia vida, la de su familia y la de su congregación. Los y las cristiano/as tenemos la vocación (somos llamados) de hacer el bien. El prójimo emerge fuertemente como la medida, como un criterio que purifica la fe.
En una de las preguntas secundarias Wesley plantea una dimensión no habitual del “hacer el bien”. “¿He aprovechado toda oportunidad para hacer el bien y evitar, quitar o disminuir el mal?” Evitar, quitar y disminuir el mal, cuando no es posible realizar todo el bien esperable y necesario, los/as creyentes somos llamados a evitar, quitar o disminuir el mal.
Destacamos un dato que Wesley incorpora al ejercicio de hacer el bien: la disminución del mal. Hace algunas décadas se ha incorporado el concepto de “reducción de daños” en el campo de la salud y del trabajo social. De alguna manera el fundador del metodismo vislumbraba esto como parte de la tarea de hacer el bien.
- “¿Me he gozado por y con mi prójimo por su virtud o su gozo? ¿He sufrido con él en su dolor y su pecado?”
En la actualidad denominaríamos a esto “empatía”, es decir, llegar a sentir junto a la otra persona y de la misma manera. Jesús llevó al extremo este ejercicio empático como expresión del amor y así lo entendió el Apóstol Pablo cuando nos insta a sentir y pensar como Cristo (Ver Filipenses 2: 5-11). También en la carta a los Romanos, los/as creyentes somos llamados/as a llorar con los que lloran y alegrarnos con los que se alegran (Rom 12: 15). Wesley apunta a ejercitar la empatía como expresión del amor al prójimo.
- “¿He recibido sus flaquezas con piedad, no con enojo?”
Como una continuidad de la pregunta anterior, el cuestionario nos lleva a mirar la empatía desde la perspectiva de la misericordia. Seguramente, en aquellos tiempos fundacionales del metodismo sucedía algo que, penosamente, constatamos también en el presente: creyentes y comunidades que parecen más severas que Dios mismo en el tratamiento de los errores y malos momentos de los demás.
- “¿He pensado o hablado con malicia acerca de él o con él?”
Wesley parece no darnos respiro con preguntas que apuntan directamente a lo sustancial de la fe: no se trata de buenos discursos y grandes acciones para que se vean, el amor al prójimo tiene una trama fina: la empatía, el amor y la misericordia. El chisme, la palabra de más, el adjetivo que califica y juzga con prontitud forman parte del repertorio de tentaciones por las que atravesamos a diario.
- “¿Es evidente que la buena voluntad ha sido la razón de todas mis acciones hacia los demás?”
Esta pregunta redondea el recorrido por las motivaciones profundas que nos acercan al prójimo. Se refiere a las motivaciones de la acción. Si logramos un amor empático en el cual la misericordia ocupa un lugar principal y el juicio y la opinión rápida y liviana se retiran, aparece el espacio para la motivación, aquello que da movimiento al ejercicio del amor. Wesley parece indicarnos esta dirección en el recorrido interior.
- “¿He intercedido debidamente (…)?”
Recién al final del ejercicio de autoexamen llegamos a Dios. Una vez que despejamos el camino de nuestros corazones en relación a la acción de amar al prójimo, la oración resulta la culminación del compromiso. En las manos de Dios ponemos la vida de las demás personas, como también nuestro ejercicio del amor y sus motivos. La oración abre nuevamente el camino, alumbra, corrige, confronta, exhorta y nos da esperanza para, así volver a la pregunta 1.
Claudio Pose para CMEW