Diálogo ecuménico
Nuestra identidad como Iglesia Evangélica Metodista es la apertura permanente al diálogo ecuménico e interreligioso que nos lleva a construir juntos con otros la paz y la justicia para toda la humanidad. La Iglesia Metodista en la argentina a través de su historia y misión se ha identificado con una identidad ecuménica que va más allá de si participamos en tal o cual organización ecuménica, lo importante y lo profundo es la actitud ecuménica. Esta actitud ecuménica que nos convoca a un diálogo interreligioso y social con todos los que habitan esta gran casa donde tenemos que convivir.
Hoy, esa perspectiva de diálogo se amplía a todas las expresiones religiosas para poder descubrir que cada religión tiene algo que aportar a la construcción en común de una humanidad que necesita vivir en paz. Es esa perspectiva la manera de construir la conciencia y darnos cuenta de que, a través del diálogo, cada uno de nosotros y nosotras afirmamos nuestra propia identidad subjetiva y esa identidad resulta enriquecida con la visión de lo colectivo, con la visión de Pueblo. Una visión que permite no ver en el otro una amenaza sino un hermano o hermana.
La cultura del diálogo ecuménico invita a preguntarme el por qué y para qué de mi experiencia propia de fe y la del otro. De esa fe que tiene que ver con el sentido que le damos a la vida.
¿Para qué estamos en este mundo? Una pregunta sin duda fundamental para quienes hemos asumido el compromiso de no existir para ver pasar las cosas sino para ser protagonistas. Esta búsqueda me relaciona con Dios. Dios crea al ser humano para hacer algo, no para que quede estático. El ser humano está en movimiento junto a todo aquello que lo circunda y que como él también se mueve.
Creer, afirmar que la fe es búsqueda del sentido de la vida, exige coraje. Animarse a creer es asumir el riesgo del fracaso. Muchos no se atreven a pasar por la experiencia religiosa por el temor de ser defraudados.
La vida de cada uno tiene significación siempre en relación con los demás, porque somos seres sociales por excelencia. Esto vale también con referencia a mi experiencia religiosa que me conecta con lo trascendente y el prójimo. Se trata de la elección de una vida que tiene en cuenta aquel plano que nos trasciende a la vez que nos humaniza.
Animarse al diálogo interreligioso es atreverse a soñar que buscamos otro mundo donde la paz es posible, no buscamos borrar nuestras identidades para construir otras, todo lo contrario, a partir de lo que somos y creemos nos damos la mano.
¿Diferencias?
El diálogo es un camino para comunicarnos y entendernos: se trata de un camino a recorrer siempre junto al otro, poner en común el reconocimiento de nuestras diferencias. Eso se torna necesario en un mundo en el que vivimos, que cambia rápidamente y es cada vez más pluralista.
Necesitamos reconocer que somos atravesados por muchas cosas que nos hacen distintos. El solo hecho de tener una opinión propia que tenemos que defender nos pone ante el desafío de la diferencia. Y esa diferencia no es otra cosa que la realidad de estar los seres humanos hechos de las grietas cavadas por nuestra experiencia de vida, esa experiencia que nos hace distintos.
Los pueblos del mundo se pueden dividir por múltiples causas: el color de la piel -negros, blancos, amarillos y rojos-; según la clase social -clase alta, clase media y clase baja, los ricos y los pobres; por nacionalidad -franceses, ingleses, argentinos y rusos-… Y así podríamos seguir buscando cosas que nos diferencian y utilizarlas para distanciarnos.
Nunca podremos comprender la unidad como uniformidad, por eso necesitamos dialogar y establecer puentes que nos permitan seguir creciendo.
Pretender el recorrido de un camino sin diferencias como un terreno llano, pulido y sin relieves, es pretender algo que no tiene existencia en la realidad. No hay un camino ideal sin conflictos. El conflicto es parte de nuestras relaciones personales y comunitarias. No podemos esquivarlo, pero sí podemos trabajarlo como desafío para superar la crisis que provoca. Todo tipo de relación conlleva la posibilidad del conflicto como parte inherente de la misma, lo que podemos es cambiar la actitud que permita convertirlo en una oportunidad de aprendizaje y crecimiento.
El conflicto provoca movimientos. Las cosas se corren, no son como siempre las vimos. El movimiento nos hace ver la diversidad y las expectativas diferentes que se tienen que conjugar no en un discurso de unidad superficial sino en el recorrido de una caminar juntos, aunque duela, aunque la senda sea estrecha, superando la incomodidad. Es esto lo que nos desafía a hacernos cargo de nuestras diferencias como país y comunidad mundial. Parte de nuestra vida en sociedad es conjugar las diferencias para lograr una armonía.
Finalizo con un pensamiento de Juan Wesley que nos desafía a caminar juntos buscando la paz con justicia desde la experiencia de fe que tiene consecuencias sociales:
“Dame la mano. No quiero con ello decir que has de tener la misma opinión que yo. No es necesario. Ni lo espero, ni lo deseo. Tampoco quiero decir que yo tendré tu opinión. No puedo: no depende de mi gusto. No puedo pensar a voluntad, como tampoco puedo hablar u oír según mi placer. Mantén tu opinión, y mantendré la mía, con la misma firmeza de siempre. Sólo dame la mano. Con ello no quiero decir: adopta mis formas de culto, ni que yo adopte las tuyas. No me mueve el deseo de discutir contigo al respecto ni un momento. Deja a un lado toda cuestión de creencias, y que no se interpongan entre nosotros. Si tu corazón es como el mío, si tú amas a Dios y al prójimo, no pido nada más: dame la mano.”
Pastor Frank De Nully Brown – Obispo Emérito de la Iglesia Metodista Argentina para CMEW